Sáb 03.09.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Autocrítica

› Por Luis Bruschtein

Las encuestas se equivocaron, los políticos también y también se equivocaron los periodistas. Los resultados electorales demostraron que tienen vida propia más allá de tanto pronóstico. No hubo demasiadas autocríticas, más bien pocas, aunque más hubieran sido saludables. Se les pidió a los políticos, igual que a los medios y a las encuestadoras. Hubo poco de todo. Se puede empezar por casa, por la autocrítica propia, por lo menos en cuanto a los razonamientos fallidos.

La presencia de los medios aparece como un cristal que distorsiona. Primera autocrítica, porque hay que reconocer que en la primaria la incidencia de los medios fue menor que en otras situaciones. Con los principales medios en contra, la presidenta Cristina Kirchner logró, sin embargo, una elección contundente.

No hay en los grandes medios la más mínima línea o palabra de reconocimiento a ninguna de las medidas del Gobierno. Por el contrario, la sucesión de desgracias que puedan ocurrir, fantasiadas o agrandadas, son todas atribuidas por ellos en forma automática a la responsabilidad oficial. La realidad virtual es de una desgracia sin fisuras. Es el relato que los ciudadanos leen, ven o escuchan sobre parte de sus vidas y que pasa a formar parte de sus imaginarios y de sus emociones.

La poca incidencia que tuvo esa prédica en los resultados de la primaria tampoco se presta para generalizar. No alcanza para afirmar que el discurso de los medios no tiene incidencia nunca o tiene una influencia menor, como decían algunos para subestimar la importancia de la ley de servicios audiovisuales.

Es un hecho que la sociedad cambió desde los años ’60, cuando empezó la discusión sobre el impacto de los medios –que en aquella época eran fundamentalmente los gráficos, los grandes diarios– en las actitudes de las personas. En sintonía con las profundas transformaciones que se fueron produciendo en el mundo desde entonces, los medios fueron ocupando una importancia cada vez mayor en el desarrollo de esas actitudes. Son sociedades a escalas sobrehumanas que sólo tienen la posibilidad de conocerse a sí mismas a través de los medios. Lo que en los todavía pueblerinos ’60 resultaba exagerado, ya no lo es. A partir del crecimiento, la globalización, de los nuevos relacionamientos con la política y otros procesos de transformaciones culturales, ese mundo casi orweliano con el que armonizaban los primeros comunicólogos se convirtió en realidad a partir de los ’90, cuando los grandes multimedias terminaron por reemplazar al diario, la agencia, la televisión o a la radio aislada y de esa manera también se fue produciendo un proceso de concentración monopólica cada vez más pronunciado. Fue también cuando esas grandes multimedia se convirtieron en grandes corporaciones en el plano de la economía y comenzaron, a su vez, a funcionar entre ellas en forma corporativa como un sector de gran poder dentro de la sociedad, como lo hacen también los bancos, los grandes empresarios o la Sociedad Rural.

En ese sentido, por su especificidad, la corporación mediática tiene además una ventaja sobre las otras en principio porque, hasta no hace mucho, eran pocos los que la visualizaban y se esforzaban por generar voces diferentes (como la propuesta de Página/12). Pero además porque los medios necesitan de alguna manera ser parte de la subjetividad de las personas y para eso toman el peor atajo: pretenden disfrazarse como la mirada de cada persona y no como la propuesta de una posibilidad de ver el mundo que puede ser incorporada en forma crítica o rechazada. Dicen: “Yo soy tus ojos”, lo que es una mentira, y no: “Yo te ofrezco esta forma de ver las cosas”.

Esta descripción es inquietante y haría que fuera prácticamente imposible confrontar con semejantes poderes mágicos, lo cual no se condice con un resultado tan fuerte a favor del Gobierno en la primaria. En este sentido, el debate por la ley de servicios audiovisuales blanqueó, develó, puso en evidencia ante la sociedad esta trama sutil y poderosa y, al hacerlo, le quitó parte de sus poderes fantasmáticos. Es decir, ya fuera por seguir el derrotero de su pragmatismo o por una aguda interpretación de la realidad, o por las dos cosas al mismo tiempo, el Gobierno inauguró un escenario de tensiones, puja y batalla entre los gobiernos y los medios, entre los pueblos y los medios, entre los medios y otras corporaciones, que pasará a formar parte –y ya está sucediendo– de todos los escenarios del juego democrático en el mundo.

La autocrítica propia sería no haber medido el impacto que tuvo ese debate, al abrir, blanquear, airear, difundir, expandir, instalar, ese nuevo escenario en la sociedad. Es un debate que caló hondo y que permitió que cada quien supiera que los grandes medios juegan un importante papel político, lo cual constituye una poderosa herramienta para la democracia y la construcción de ciudadanía, porque devuelve libertad de criterio a las personas. Seguramente la explicación es más compleja en un mecanismo de tantos engranajes, pero queda claro que el escenario de la puja mediática no está congelado, que se puede perder, pero a veces se le puede ganar.

Hay otros temas de autocrítica, algunos son errores informativos. En esta columna se comentó que Víctor De Gennaro había estado en Tucumán haciendo campaña por el candidato a gobernador que era apoyado por el radicalismo, el socialismo y el PRO. Si bien es cierto que De Gennaro está en una alianza con el socialismo y que estuvo en Tucumán en los días de campaña, lo hizo para participar en una elección gremial y no en la de gobernador.

Pero en las lecturas de fondo hubo otras evaluaciones que no resultaron acertadas. Por ejemplo, casi todas las encuestadoras afirmaban que surgía de sus relevamientos que muchos de los que votaban a Macri en la Ciudad lo harían después por Cristina Kirchner en las presidenciales. La existencia de este sorprendente voto cruzado se vislumbraba en otros distritos difíciles para el oficialismo local, como Córdoba y Santa Fe.

Se habló mucho de ese voto cruzado que respaldaba cualquier oficialismo en forma indistinta. Era un voto, se decía, que no quería el cambio, que con buena situación económica prefería que nada cambie, ya fuera a nivel de gobernadores –aunque fueran opositores al oficialismo nacional– como a nivel presidencial.

En la primaria ese voto no apareció y, si estuvo, fue escondido entre movimientos más complejos. Lo real es que en Buenos Aires, la diferencia entre los votos de Daniel Filmus y Cristina Kirchner fue de tres puntos, la mayoría provenientes de los sectores más humildes. En Santa Fe, los votos presidenciales del Frente para la Victoria fueron más o menos los mismos que obtuvo en las internas la candidata María Eugenia Bielsa. En Córdoba, José Manuel de la Sota no termina de aclarar su relación con el oficialismo nacional, pero cuando quiso tomar distancia, su lista de diputados hizo sapo frente a los votos que obtuvo el kirchnerismo puro que acompañaba a Cristina Kirchner.

El voto cruzado era para que nada cambiara y tenía una carga conservadora bastante primitiva o individualista, si se quiere. En cambio, el mapa final del voto –de las distritales más la primaria– tiene un contenido político más rico, más consciente desde el punto de vista político. El que votó Macri asume el perfil ideológico que le plantea el PRO. Lo asume en forma militante o sin darle importancia, pero sabe lo que está votando. Y lo mismo sucede con el oficialismo y las demás fuerzas. Puede ser que en cada voto a ganador haya una parte de carga para que nada cambie. Pero el que votó a Macri, votó por lo que es Macri y el que lo hizo por Cristina, votó por los planteos y la gestión de Cristina. Es un voto más inquisidor y comprometido que el voto cruzado.

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