EL PAíS › UNA CARTA ENCONTRADA EN LA CASA DE UN REPRESOR SIRVE DE PRUEBA DEL PLAN SISTEMATICO DE APROPIACION DE NIÑOS
La nota que se intercambiaron los apropiadores de Catalina de Sanctis Ovando habla de una asignación previa de los bebés y demuestra que el Movimiento Familiar Cristiano sabía de dónde venían los niños. Como contracara, la joven también conserva un texto que su madre biológica envió a sus padres en el que pedía “quiéranme en mi hija”.
› Por Irina Hauser
Cuando era chiquita, Catalina se miraba al espejo y se llamaba a sí misma “cara de nada”. Hacía muecas a ver si algo cambiaba. “Cara de nada”, repetía. Quería decir que no se parecía a nadie, que sentía un vacío gigante y una distancia abismal respecto de quienes la criaban. Como muchos hijos de desaparecidos arrancados de los brazos de sus padres en la última dictadura, ella pasó la mayor parte de su vida con la convicción secreta de no ser la persona que le decían que era. Pero optaba por no indagar demasiado, mirar hacia adelante, o no mirar, y encerrarse en su cuarto. Aun el día que entendió todo al ver un aviso de Abuelas de Plaza de Mayo en la televisión, decidió seguir como hasta entonces. Varios años después, cuando la Justicia obtuvo indicios de que podía ser una nieta apropiada se escapó hasta Paraguay para evitar que analizaran su ADN. Protegía a sus apropiadores o –mejor dicho– tenía miedo de ellos, sobre todo de él, Carlos Hidalgo Garzón, un mayor retirado que trabajó en inteligencia del Ejército. La historia de Catalina de Sanctis Ovando está atravesada por todas esas contradicciones y por una prueba fundamental escrita en un papel, que al final la llevó a “abrir los ojos” y asimilar su historia: una carta de su apropiadora, que daría cuenta de que alrededor de los nacimientos en Campo de Mayo funcionaba una maquinaria para el robo de los bebés de las mujeres secuestradas, en la que además el Movimiento Familiar Cristiano tuvo un papel influyente en la selección de los niños y su asignación a determinadas personas.
María Francisca Morilla, la apropiadora, había escrito la carta a mano y la dirigía a su esposo, asignado en Tucumán. Lo llamaba por un nombre falso, pero con sus mismas iniciales (Carlos Helguera Gonçalves). Sobre el final decía textual: “Vino la asistente del Movimiento y quedó encantada con el departamento. Conversamos mucho y me explicó que ella hace siete años que está en el Movimiento y nunca vio que entregaran niños con problemas de salud o malformaciones, que son muy sanitos y que a ella le llamaba la atención lo normal que son esos partos. Luego te contaré en detalle la conversación”. El encabezado tiene fecha del 7 abril de 1977, que coincide con la del secuestro de la mamá de Catalina, Miryam Ovando, quien fue vista por última vez unos días antes, cuando estaba embarazada aproximadamente de seis meses. Uno de “esos partos” en la maternidad de Campo de Mayo fue el suyo.
Catalina encontró la carta mientras revolvía entre cosas viejas en la casa donde que habían vivido sus apropiadores. No hacía mucho que había recuperado su identidad. En ese momento estaba con Rodrigo, su pareja. “El se puso como loco, la veía como algo de gran valor, y para mí era una pavada. Me parecía que podía tener muchas interpretaciones. Mi apropiadora me había hablado alguna vez, al reconocer que yo no era su hija, de que habían estado en lista de espera del Movimiento para adoptar. Así lo decía. Cuando entendí qué era esa lista de reparto de bebés y que yo había formado parte de ella me dio mucha impresión, me pareció perverso”, cuenta Catalina a Página/12.
La carta quedó en un armario y fue hallada después por la Justicia durante un allanamiento. Los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo pidieron esta semana en el juicio sobre apropiación de hijos de desaparecidos que sustancia el Tribunal Oral Federal 6 (TOF6) que sea incorporada como una prueba clave de la existencia de un plan sistemático de apropiación de niños (ver aparte), donde el Movimiento Familiar Cristiano los ofrecía en adopción, para dar apariencia de legalidad a las entregas. También ofrecieron la declaración testimonial de Catalina. Todo está a consideración de los jueces.
Desde hace algunos meses que Catalina lleva en su cartera otra carta, la contracara de aquella de su apropiadora. La que la llevó a reencontrarse con su identidad. Es una carta que escribió su mamá estando en cautiverio poco después de que ella naciera, dirigida a sus padres y a su hermano. Les cuenta lo “hermoso y terriblemente triste a la vez” que es “después de tanto tiempo tener la posibilidad de encontrarme frente a un papel y poder escribir, hablar, sentir”. Les dice en una parte que “estén todo lo tranquilos que puedan. Cuiden y quieran mucho a la nena (creo que está con ustedes, por supuesto), ojalá sea ella quien reciba todo de ustedes ahora (...) hay que tener fe y por sobre todas las cosas, saber que conservamos lo más importante: La vida. Los quiero mucho como siempre, más que siempre. Recuérdenme y quiéranme en mi hija, ella es quien sin saberlo lleva en sus venitas la sangre que yo llevo y quien más cerca de mí estuvo durante todo este tiempo. La extraño, la necesito”.
Miryam tenía 21 años cuando fue secuestrada. Estudiaba psicología en la Universidad de Rosario y militaba en la Juventud Peronista, igual que su esposo, Raúl René de Sanctis, que era estudiante de antropología. A él se lo llevaron en mayo de 1977. Se habían mudado a Buenos Aires, a una casa en Virreyes meses antes, y siguen desaparecidos. En el libro de partos del Hospital Militar de Campo de Mayo aparece el nombre de la apropiadora de Catalina como si hubiera dado a luz por cesárea el 17 de agosto de ese año a las cinco de la tarde. Pero unos pocos renglones más arriba dice “Ovando”, la palabra cesárea tachada y cambiada por “legrado” y la referencia de que habían removido un “feto sin vida de 45 días” a las 10.10 de la mañana. La fecha: 11 de agosto.
Catalina no fue entregada a su familia biológica, sino a sus apropiadores a poco de nacer. Tiene recuerdos borrosos de su infancia, itinerante según la provincia a la que asignaran a su apropiador. Cree haber sido “bastante payasa” de chica, por lo que vio en sus fotos. De los seis o siete años en adelante recuerda una vida más triste, en Capital Federal, en la que se percibía diferente de todas sus compañeras de la Escuela Santa Ana y distinta de quienes creía sus padres, que la llamaban María Carolina (Hidalgo Garzón). “Un día, subiendo en el ascensor, me miré en el espejo y le dije a mi apropiadora que no me veía cara de nada. Tendría siete u ocho años. Ella decía que era parecida a su padre y al hijo del hermano de mi apropiador. Siempre buscando excusas, siempre mintiendo, como cuando decía que era psicopedagoga. Toda la vida me mintió con su edad”, reprocha Catalina. “En la secundaria me di cuenta de que no había fotos de ella embarazada; ¿qué me dijo? Que no se usaba y que tenía temor porque había perdido varios embarazos”, añade. “Las cosas estaban más que claras, sólo que yo no quería ver”, confiesa.
–¿Y cómo fue que supiste la verdad? ¿Cuando te citó la Justicia o antes? –le preguntó Página/12.
–Mucho antes. Estaba empezando a estudiar Bellas Artes en la facultad y un día veo que pasan una publicidad de Abuelas en la tele. Ahí toda la nebulosa que tenía cobró forma. Justo por esa época, además, venía pensando que no sabía si había soñado, o si tenía una fantasía o era un verdadero recuerdo, que me habían dicho alguna vez que era adoptada. Tomé coraje y le pregunté a mi apropiadora: “Yo soy hija de desaparecidos, ¿no?”. Llorando me dijo que sí, pero que ella me había curado el ombligo y mis padres habían muerto en un enfrentamiento, y que las familias no querían saber nada con los hijos de sus parientes detenidos, y que las Abuelas de Plaza de Mayo mentían y arrancaban a los hijos de sus familias, que por eso ella no me había contado la verdad. Me advirtió que si yo contaba algo ellos iban a ir presos.
Catalina recuerda que se llenó de más miedo. Su apropiador, a quien describe como “alcohólico”, se volvió “más agresivo” de lo habitual. Su apropiadora, “más depresiva”. “En casa había un ambiente muy violento e inestable”, dice. A medida que ella iba armando el rompecabezas, Hidalgo Garzón –que ahora tiene arresto domiciliario por su actuación en el centro clandestino La Cacha– la empezó a tratar de “subversiva”. Le decía “pacifista” y le llegó a escribir una carta en la que la trataba de “desagradecida” porque “la sangre criminal tira”.
Las primeras denuncias de que Catalina podía ser apropiada llegaron a Abuelas en el año 2000. Alguien que conocía a la familia dio los datos y las sospechas. En 2007, un nieto recuperado –Manuel Gonçalves– la fue a ver a la salida del profesorado de Educación Física, donde estudiaba tras abandonar Bellas Artes. “Me explicó que había un proceso judicial en marcha y que contara con ellos. Yo salí corriendo”, relata. Ese mismo año la citó el juez federal Ariel Lijo, le explicó que podía ser hija de desaparecidos y le pidió una muestra de sangre. “Quedamos en venir una fecha. Pero no me localizaron más porque me fui”, dice. Huyó con su pareja, Rodrigo, en una camioneta donde subieron hasta los tres gatos de ella. Pararon en Corrientes y luego siguieron hacia Paraguay, donde tenían expectativas de quedarse a vivir en un lugar llamado San Bernardino. “Llegamos, llovía, no había nadie, nos habían pedido coima por pasar una luz amarilla, teníamos pánico por haber cruzado la frontera sin registrarnos. Así que volvimos y terminamos en San Luis, donde vive la familia de Rodri, que nos prestó una quinta. Ahí me hicieron el allanamiento. Se llevaron mi ropa para sacar ADN”, suspira.
–¿Por qué te escapaste?
–No quería dar sangre o material genético en forma voluntaria. Sentía culpa con mis apropiadores, a quienes aún llamaba mamá y papá. No quería que por mi culpa fueran presos. Era algo infantil, tenía el fantasma que me habían inculcado de que las Abuelas eran malas. Les tenía miedo, a veces hasta odio. Pero después del allanamiento tuve cierto alivio. Ya está, pasó lo que tenía que pasar. Y volvimos a Buenos Aires. Mientras estaban en proceso los estudios genéticos, Rodrigo se puso a buscar información por Internet y a través de Abuelas para deducir quiénes podían haber sido mis padres. Hasta trataba de sacarle datos a Hidalgo Garzón. Catalina habla de (su ahora) marido con admiración: “Le mostró unas páginas de Abuelas y le preguntó si sabía quién era mi mamá. Y efectivamente él le señaló el nombre correcto. Le contó que un día después de ir a buscarme en el Ford Falcon a Campo de Mayo, llamó preguntando si habían ‘volado el paquete’, o sea a mi mamá. Dijo que el médico que me había entregado fue (el apropiador) Norberto Bianco”.
En septiembre de 2008 el juez Lijo citó a Catalina. Se dirigió a ella como “Laura Catalina”, su nombre completo y auténtico. Ella se enojó mucho. “Es el nombre que te puso tu mamá”, le dijo él. “En ese momento me dieron la carta que ella había escrito en cautiverio. Yo ni creía que fuera de ella. Me dieron unas fotos horribles, viejas y borrosas. Mi primera impresión fue no creer el resultado”, asegura. También fue notificada su familia biológica, pero Catalina no quiso conocerlos por entonces.
Sus apropiadores fueron citados a indagatoria y se descompensaron. “Quedé atrapada, teniendo que hacerme cargo de ellos”, se queja. Hidalgo Garzón se hizo pasar por loco y en el ínterin insultaba a Catalina a través de una página web. Lo mismo hacía con el juez. A mediados de 2010 una junta de médicos forenses concluyó que intentaba mostrarse más deteriorado de lo que estaba. El y su mujer fueron procesados y recientemente enviados a juicio oral. El vive en un geriátrico, ella con un pariente.
Catalina decidió que no quería verlos más recién en la segunda mitad del año pasado. Fue después de que se animó a contactar a su familia biológica, casi todos de Rosario. Osqui, primo hermano de su papá, le mandó un montón de fotos por e-mail.
Dos semanas después se fue para allá. Conoció también a Fabián, el hermano de su mamá. Y se quedó muy impactada al ver a otro primo de su papá, Javier. “¡Me vi igual a él!”, exclama. Esa primera vez fueron a comer a una parrilla de “el inglés”, un compañero de rugby de su papá. Y conoció a las parejas de todos, y los hijos, y encontró una familia enorme, a la que ahora visita cada dos por tres. Para el 11 de agosto le hicieron un cumpleaños sorpresa. La llenaron de fotos de sus padres, que lleva consigo a todas partes. Son fotos en las que ahora por fin se reconoce a sí misma. La emociona tanto como saber que su mamá “hacía gimnasia deportiva y yo acrobática”, “mi papá estudiaba para ser antropólogo, algo que me hubiera gustado a mí”. “Uno es una suma del ambiente y lo genético, yo siempre me sentí diferente de mis apropiadores; lo genético fue más fuerte”, celebra. El paso que faltaba lo dio en marzo cuando les mandó un mail a sus seres queridos que decía en letras de color violeta: “Familia, amigos, les escribo desde esta nueva dirección de correo electrónico con éste, mi nombre... a ver si nos vamos acostumbrando... ¡ustedes y yo! ¡Los quiero mucho y los extraño! Besitos y abrazos. ¡Catalina!”. Al final de la entrevista, le salió una frase del alma: “Ahora puedo vivir con alegría”.
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