EL PAíS › ENTREVISTA CON EL HISTORIADOR FRANCéS ALAIN ROUQUIé SOBRE LA SITUACIóN POLíTICA EN ARGENTINA Y LA REGIóN
Rouquié analiza la herencia de las dictaduras y destaca el momento político, económico y social del país: “Hace mucho que Argentina no conocía cosa semejante, en sentido positivo”.
› Por Sebastián Ackerman
Nuevamente en Buenos Aires, esta vez para presentar su último libro, A la sombra de las dictaduras, Alain Rouquié analiza junto a Página/12 la vida política del continente y señala cuáles son las herencias de los regímenes autoritarios que todavía mantienen las democracias. También recorre los orígenes de su pasión por Latinoamérica: “Con relación a mi país y a mi sociedad, era lo mismo y diferente al mismo tiempo. Eran instituciones y normas semejantes, trasplantadas en un medio diferente. Yo creo que eso es lo que me atrajo porque me permitía entender mejor mi propia sociedad”, dice el historiador, que mañana, a las 18, presentará su libro junto a Horacio González en la UBA (Arenales 1371). “Por eso –agrega el autor de El Estado militar en América Latina y Poder militar y sociedad política en Argentina– tal vez me dediqué primero a Argentina, porque es el país más parecido a Europa, pero con grandes diferencias. Aquí hay un Occidente diferente, pero hay Occidente. En China, en la India, no hay. Aquí hay un Occidente con migraciones, con sustrato indígena. Eso me parece fascinante. Creó mi vocación de ser latinoamericanista, a lo que dediqué mi vida.”
–En su libro analiza cuáles son las “herencias” que las actuales democracias latinoamericanas deben soportar de las dictaduras que las precedieron. ¿Cuáles son esas sombras?
–Es una sombra bastante duradera, pero depende de los países, de la profundidad del trauma. En Brasil, donde la violencia institucional fue larga pero poco violenta sobre las personas, es diferente de lo que sucedió aquí. En Brasil no tocaron el Estado, los militares brasileños eran estatistas y crearon más empresas públicas. En Argentina destruyeron todo lo que era del Estado, liquidaron la clase intelectual y debilitaron la universidad. A veces se dice que son dictaduras burocráticas y antisubversivas, pero cada país tiene su particularidad.
–¿De qué dependen esas particularidades?
–De cómo salieron del poder los militares. En este país salen porque perdieron una guerra de verdad, no contra civiles, y no pudieron imponer condiciones. En Chile, en cambio, perdieron el referéndum pero impusieron condiciones para el papel futuro de las fuerzas armadas y una Constitución que hasta hace pocos años tenía la firma de Pinochet. Se demoró muchos años y fue muy trabajoso desmontar esa Constitución, que todavía tiene consecuencias, como se ve hoy en el campo educativo, un sistema diseñado por la dictadura. En Argentina se redujo fuertemente la influencia de los militares: se les recortó su presupuesto, se eliminó el servicio militar obligatorio, se promulgó una ley que les prohibía intervenir en la seguridad interna, se les quitó Fabricaciones Militares. En Brasil, se hizo por conciliación y consenso, porque el primer presidente de la democracia restablecida (José Sarney) fue el último presidente del Partido Militar.
–Pero las marcas que dejaron en la sociedad exceden las cuestiones institucionales...
–Está también el trauma de la cultura del miedo, de la anestesia política, considerar la política como mala palabra, productora de catástrofes. Se dio en Chile hasta las movilizaciones de los estudiantes, que salieron a decir “No queremos eso”. La nueva generación considera que politizarse, ser militante, es una cosa positiva. Hace algunos años se creía que era un peligro grave. Esa despolitización es una herencia. Se dio aquí, en Chile, en Uruguay. Pero las cosas están cambiando.
De hablar pausado, con argentinismos ya incorporados en sus frecuentes visitas al país, Rouquié le quita trascendencia al debilitamiento de los partidos políticos, que a lo largo del siglo XX vivieron sus momentos de esplendor, y destaca la consolidación de un sistema de gobierno que, a pesar de las dificultades por las que tuvo que atravesar –como la crisis de 2001– se mantiene firme. “Que se critique la situación política argentina diciendo que los partidos son débiles, o que la política se juega en torno de personas y no de partidos, es menor en comparación con tantos años de democracia, que es una experiencia única en Argentina”, destaca.
–¿Cómo ve la democracia actual en Argentina a 28 años de su retorno?
–Hay una consolidación de la democracia, que tiene sus particularidades porque es heredera de una cultura política conflictiva, sobre todo comparada con Brasil. Aquí, desde los radicales y conservadores, la división “patria-antipatria” siempre fue eje de conflicto. La modalidad de expresión del conflicto es el dramatismo, lo que hace aparecer para quien llega desde afuera que todo está a punto de explotar. El año pasado estuve aquí: todo estaba bien menos en el fútbol (risas) y había una crispación enorme en la vida política, pero cuando le preguntaba a la gente si estaba contenta, me decían que sí, que había trabajo, que la educación había mejorado, que mejoraron mucho las cosas, pero el escenario político parecía a punto de un enfrentamiento civil.
–¿Por qué cree que pasa eso?
–Hay una tradición en la Argentina que explica un poco esa retórica. Pero la democracia funciona, hay libertad de prensa, la sociedad civil se organiza. Van a pensar que lo digo por oportunismo, por el resultado de las elecciones primarias, pero no: me parece que en el campo político, económico y social hace mucho que la Argentina no conocía cosa semejante, en sentido positivo. Ha bajado la pobreza, se han hecho políticas sociales bastante acertadas. Aún queda mucho por hacer en lo social, en lo habitacional, en infraestructura, pero hay un déficit que es antiguo, que atraviesa a muchos gobiernos para que la Argentina vuelva a ser el modelo que fue en los años ’50 y ’60. Creo que el progreso logrado no lo niegan ni los opositores, pero es cierto también que hay un estilo de gobierno que alimenta el rechazo de la oposición, que sin embargo no ha logrado presentar una alternativa fiable.
–¿Pero no hay en toda defensa de intereses una dimensión conflictiva, y por eso inherente a la política?
–Lo que me llama la atención es cómo gastos sociales, que pueden aparecer en cualquier país como positivos, no sólo aceptables sino indispensables, aquí aparecen como sólo intereses políticos. Me refiero a cosas como la Asignación Universal por Hijo, que en Brasil aparece en 2003 como Bolsa Familia y el empresariado apoyó diciendo que la erradicación de la pobreza y una mejor educación eran excelentes para ellos. Aquí se atacó diciendo que era fuente de clientelismo. Hay una reinterpretación de todo en clave de sospecha. Eso es muy curioso. Si se compara lo que pasa en Brasil y aquí, todo lo positivo que se asigna a lo que Lula hizo, cuando los Kirchner hicieron lo mismo se lo valoró negativamente. Hay más una cuestión de estilo que de fondo.
–¿Ve hoy alguna de las herencias de la dictadura operando en la democracia argentina?
–Los últimos juicios contra los militares muestran que la sombra no ha desaparecido, porque están esos señores que creen que lo que hicieron estuvo bien hecho. Eso significa que todavía hay un sector de la opinión pública que vive en ese mundo siniestro que fue la ideología del Proceso. Eso todavía existe. Las revelaciones de los juicios son buenas para saber lo que pasó, como lo que siguen haciendo las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (...) Argentina tiene que aprender la democracia, lo que significa aprender tolerancia, superar ese espíritu de conflicto, fortalecer las instituciones y la separación de poderes. Y es difícil. La formalidad institucional es base de la democracia, el respeto a las minorías, la división de poderes también. La Argentina vivió muchos años desconociéndolos. Hay un aprendizaje que no está terminado, me parece, en ningún país del mundo. La democracia es siempre una conquista, no un estado natural de la política.
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