EL PAíS › OPINIóN
› Por Guillermo Levy *
“Angel rubio de la muerte de
qué poco te sirvió, el niño Jesús,
la bandera y el sol que te vio...”
León Gieco
“Acá somos Dios”, dicen que solía decir el Tigre Acosta, “las monjitas voladoras”, se mofaba Alfredo Astiz. Frases del paisaje demoledor que es para una sociedad la impunidad en los crímenes más tremendos.
Mi generación no es la generación aniquilada, tampoco es la de los Hijos que se forjaron como tales en los años noventa, tan llenos de frivolidad como de jóvenes que no firmaban el contrato menemista.
Mi generación nació a la política sobre el fin de la dictadura y bajo la mirada de madres y abuelas que dibujaron, demarcaron en la lucha política que cada uno siguiera, algunas líneas imborrables en cuanto a la ética imprescindible para cualquier horizonte político transformador y en cuanto a la importancia de no abandonar a sus muertos que se iban convirtiendo también en nuestros muertos. Muertos con toda la energía que emanan en la historia.
Ellos, los muertos, los desaparecidos y los sobrevivientes, fueron delineando en nosotros, los jóvenes de entonces, la necesidad de luchar por la transformación de nuestro país.
Las Madres y las Abuelas se convirtieron en nuestras Madres y Abuelas con las que crecíamos mientras se acrecentaba la impunidad.
Alfonsín pasó a la historia como el hombre que instaló los derechos humanos. Más allá del limitado pero histórico Juicio a las Juntas, vinieron claudicaciones e impunidades que nos trazaron otra marca: la democracia tenía como costo la impunidad. No sólo el perdón, no sólo el desprocesamiento, también el reconocimiento. Durante el gobierno de Alfonsín los hoy condenados Rolón y Astiz fueron ascendidos en sus cargos, ya que las leyes les habían borrado los delitos. Más tarde, De la Rúa salvó al represor y contrabandista Cavallo, garantizando, mediante la prohibición de las extradiciones, que ningún otro represor pudiera comparecer en el exterior frente a la impunidad local.
Con Menem, la lucha contra la impunidad empezó a reconstituirse a mediados de la década, convirtiéndose en un núcleo de unidad de muy diversos grupos y personas.
Las marchas del aniversario del golpe a partir de 1996 fueron cada vez más un recorrido de mucha gente que se encontraba, otra que marchaba por primera vez. Esas marchas se fueron constituyendo en ese lugar que una vez al año había que ir. Muchos habían estado siempre, muchos otros se sentían interpelados entonces.
Y en un mar de impunidad estatal e indiferencia social aparecieron los Hijos, las declaraciones de Scilingo –hoy preso en España–, los escraches, los juicios por la verdad, las causas a los represores en el exterior y los fallos de la Comisión Interamericana de DD.HH.
El cerco a la impunidad iba creciendo a pesar de que Menem había intentado silenciar el tema con astucia dando fuertes reparaciones económicas. Las indemnizaciones repararon muchas situaciones, pero no repararon heridas y la presión, más la unidad que daba la lucha contra la impunidad, siguió creciendo hasta que, el 24 de marzo de 2001, 150.000 personas fueron a la Plaza meses antes del estallido de diciembre.
Antes el Congreso tuvo de derogar las leyes de impunidad sin efectos retroactivos y en el 2001 un juez las consideró inconstitucionales.
Y llegó Kirchner, que dio un paso central al impulsar la anulación de las leyes y las reaperturas de las causas.
Hoy podemos mostrarles a nuestros hijos que a muchos de los que cometieron estos crímenes la democracia los juzga con todas las garantías y los condena.
Hoy podemos hablarles a nuestros alumnos del genocidio cometido pero sin terminar, como antes, diciendo “están todos libres”, despertando bronca, impotencia, desquicio y muchas veces indiferencia. Indiferencia, la receta del neoliberalismo para los que se integraban en el relato de que nada se puede cambiar.
Reparación como estas condenas no la da ninguna indemnización, reparación para los que hoy siguen desaparecidos, para sus compañeros y familiares y para toda la sociedad, cuyo piso de impunidad es, en cada fallo, más bajo.
Hoy Argentina es un poco mejor, el Angel Rubio, el perverso Acosta, torturadores como Rolón, siniestros de la inteligencia naval como Shaffer, apropiadores como Donda, o Weber, el asesino de Rodolfo Walsh, estarán en prisión por el resto de sus días.
Las monjas francesas, los curas palotinos, Rodolfo Walsh y miles más, desde algún lado seguramente, nos sonríen tranquilos.
* Docente (Facultad de Ciencias Sociales, UBA).
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux