Sáb 05.11.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Tocata y fuga

› Por Luis Bruschtein

Obama bromea con Sarkozy y le dice que los dos deberían aprender de Cristina por su reelección. La Presidenta argentina les sonríe desde cerca mientras se preparan para la foto del G-20. Está pasando por un tiempo de cielos tranquilos después del triunfo. Pero no se salva de turbulencias entre anuncios de rayos y truenos de los grandes medios que vuelven a convocar a los demonios del terror que vienen con fuga de divisas y veladas amenazas de catástrofes.

Entre las elecciones ganadas y su asunción hay una especie de estado de gracia natural para la presidenta Cristina Kirchner. Ya no es el final de una gestión desgastada y todavía no está al principio de una nueva gestión. No puede recibir el trato o el maltrato para ninguna de las dos situaciones. En este caso, la Presidenta es la favorecida y para la oposición es un llamado a cuarteles de invierno para reflexionar sobre la situación que quedó tras las elecciones y sus futuras estrategias. La Presidenta queda en un limbo donde sin embargo hay sombras que no descansan.

Inmediatamente después de las elecciones, algunos analistas, con los resultados todavía calientes, decían cosas como que había habido dos votaciones, la de la ciudadanía y la de los mercados. Otros afirmaban que “la misma gente” que había respaldado con su voto a Cristina Kirchner, al mismo tiempo demostraba su desconfianza comprando dólares. O sea que esta gente doblevoto, por un lado, le daba su confianza y, por el otro, se la retiraba, “por si acaso”. Se presentaba así a un país ciudadano-mercado esquizofrénico: hacía dos cosas con sentidos opuestos al mismo tiempo. El mensaje ciudadano a Cristina sería, según estos analistas, “hiciste las cosas bien hasta ahora, pero por eso mismo tenemos dudas de lo que hagas de aquí en adelante”. Lo que haya hecho bien en el pasado ya no interesa, es un terreno perdido para estos analistas que siempre pronosticaron catástrofes cuando no las hubo. Lo que está en disputa es el futuro y el presente, y allí fuerzan la lectura de resultados electorales. Resulta que la habrían votado masivamente porque desconfían de cómo se manejará en el futuro. Lo normal sería lo contrario: si alguien desconfía, vota en contra, pero con esas interpretaciones amañadas se trata de mellar el respaldo político que obtuvo el Gobierno en las urnas.

La oposición política mantuvo silencio de radio, pero no dejó de ser llamativo que esas declaraciones sobre la “fuga de divisas” comenzaran inmediatamente después de los resultados electorales. A nivel granmediático no hubo llamado a la reflexión sino que, por el contrario, se amplificó un fenómeno que se venía produciendo desde antes. Clarín y La Nación le vienen dedicando entre tres y cuatro titulares todos los días, desde la viejita que demandó a la AFIP porque no la dejaron comprar dólares –igual que le pasó a Susana Giménez– hasta recordar denuncias de Martín Redrado, un funcionario que quedó resentido al ser desplazado del Banco Central, sobre un hipotético “gran negociado” del ex presidente Néstor Kirchner que lo llamaba varias veces todos los días, según él, para presionarlo para que subiera el precio del dólar y así ganar la friolera de 120 mil pesos. No parece muy seria la denuncia, pero se ha publicado y comentado esta semana en la que el dólar ha sido el gran protagonista de la política.

Las preguntas son hasta qué punto esta “fuga” obedece a un fenómeno mecánico de los mercados, o es un fenómeno inducido por el negocio cambiario, e inclusive hasta qué punto se trataría de un fenómeno inducido con intenciones políticas. La respuesta afirmativa para cualquiera de las tres sería razonable y al mismo tiempo las tres se complementan. El fenómeno es más fácil de explicar casi siempre por las tres razones al mismo tiempo porque siempre, en estas situaciones, intervienen el negocio de la timba cambiaria y el interés político. Se asocian en forma corporativa porque una justifica y amplifica a la otra y ésta sirve al objetivo de la anterior, que por lo general consiste en presionar y desgastar a un gobierno o voltear a un funcionario molesto.

Desde el punto de vista de la economía se ha dicho, por otro lado, que la situación es controlable, que no hay corrida bancaria. Pero no se trata en este caso de explicar un proceso económico, sino de visualizar la forma en que se lo utiliza políticamente. Fomentar una corrida bancaria que pueda disparar un proceso hiperinflacionario, como sucedió al final del gobierno de Raúl Alfonsín, no solamente perjudicaría al Gobierno, sino que hundiría en el drama a millones de hogares de todos los sectores sociales, pero fundamentalmente a los más humildes. Alfonsín debió adelantar su salida del gobierno por la híper y, por si las moscas, el presidente que lo sucedió, Carlos Menem, se puso al servicio de los factores de poder económico sacrificando la tradición y la historia de un movimiento político como el peronismo. Eso se llama golpe de mercado para el disciplinamiento de la sociedad.

La situación económica está a años luz de la que se vivía en 1988. Argentina es uno de los países cuya economía creció más en todo el mundo durante el año pasado, tiene reservas de sobra en el Banco Central, tiene una deuda que no le exige grandes sacrificios ni la obliga a monitoreos ni a recibir órdenes del Fondo Monetario Internacional, como le sucedía a Alfonsín. En el peor de los casos, se podría estar frente a un problema, pero nunca ante una tragedia como las de 1988 y 2001 como dan a entender algunos de los artículos y comentarios periodísticos.

Las corridas bancarias se generan por una psicosis, por el pánico inducido y generalizado. Ese pánico no se expande de boca en boca, sino que lo hace a través de los medios, que son la única vía posible. Si día tras día se emite información, no una sino varias relacionadas, que induce a la población a temer por sus ahorros, y si se machaca sobre la inminencia de devaluaciones potenciales, se está tratando de inducir el pánico.

Los políticos suelen ser más cuidadosos en estos temas, donde los intereses económicos se juegan de manera tan brutal, pero en el tono de muchos de esos analistas económicos y periodísticos hay hasta cierto regocijo por el fracaso que significaría para el Gobierno un cataclismo de esa magnitud, como si no les importaran las terribles consecuencias que tendrían para todo el país. Son artículos y comentarios, uno tras otro, que se esfuerzan en un tono velado por atraer viejas reminiscencias de dramas del pasado. Son menciones al pasar, con aclaraciones comedidas incluso, pero que dejan entrever quiebras, saqueos, ajustes y corralitos. Las informaciones sobre temas económicos suelen ser delicadas y tienen proyecciones e intereses políticos, además de los económicos. Así las estadísticas del Indec pueden ser criticables, pero las cosas cambian si el que las critica, al mismo tiempo, suele aconsejar las que se publican en una página web. Sobre todo cuando el que dirige esa página web, es Alberto Cavallo, hijo del ex ministro de Economía.

El terrorismo económico no es una herramienta política muy noble que se diga. Igual que los argumentos de los fondos buitre, tenedores de deuda argentina, que suelen publicarse aquí como si se tratara de mandamientos bíblicos. Y hay un sector del periodismo que suele convertirse en vocero de estos intereses sin hacerse ningún tipo de problemas éticos.

La experiencia hasta ahora con el kirchnerismo ha sido a la inversa de lo que buscan las presiones. Cada vez que arreciaron las versiones sobre devaluaciones drásticas, el Gobierno mantuvo el dólar lo suficiente para evitar especulaciones. Cada vez que, hasta ahora, sucedió eso, se salió con la suya.

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