La presidenta Cristina Kirchner designó al representante argentino en la ONU, Jorge Argüello, como el nuevo embajador en Estados Unidos, en reemplazo de Alfredo Chiaradía. El anuncio se produce cinco días después del encuentro que la Presidenta mantuvo con Barack Obama en Cannes, presentado por ambos países como un relanzamiento de las relaciones bilaterales. En Gobierno destacaban que había sido el segundo destino diplomático resuelto por Cristina Kirchner –el lunes anunció que Luis María Kreckler ocupará la embajada en Brasil–, poniendo de relieve la importancia que le daba a la oficina en Washington.

En un sucinto comunicado, la Cancillería informó ayer que “el canciller Héctor Timerman solicitó el plácet de estilo a las autoridades del Departamento de Estado”. La designación, aseguraron en Gobierno, no había sido adelantada por Cristina Kirchner en la reunión mantenida en Francia, pero era consecuencia de ese encuentro “cálido” –según definió ayer el Departamento de Estado (ver aparte)– y la nueva etapa en el vínculo bilateral.

El nombramiento tuvo algo de sorpresivo porque Chiaradía llevaba apenas poco más de un año como embajador en Washington, ocupando la sede que justamente dejó vacante Timerman al asumir como canciller. Sin embargo, en el Palacio San Martín aseguraban que Chiaradía tenía ganas de retirarse de la diplomacia activa y que si había aceptado ir a Estados Unidos fue porque se lo habían solicitado especialmente.

De extensa trayectoria en el peronismo porteño, Argüello, de 55 años, ocupó en su mandato como diputado de 2003 a 2007 la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores y el Observatorio Malvinas de la Cámara Baja. En 2007, fue designado en la representación permanente en las Naciones Unidas, con sede en Nueva York. Allí realizó una activa gestión y durante este año le tocó presidir el G-77 más China, el foro de países emergentes más numeroso de la ONU, del que Argentina ocupó la titularidad durante este año.

Al igual que el secretario de Relaciones Comerciales Internacionales, Kreckler –ahora designado en Brasilia–, el de Argüello era otro de los nombres que se habían echado a rodar como posible canciller en caso de que la Presidenta decidiera reemplazar a Timerman, algo de lo que todavía no hay ningún indicio. En privado, Argüello aseguraba estar contento si le permitían continuar en su oficina en Nueva York. Obviamente, más satisfecho estaba ayer con la mudanza a Washington, uno de los destinos más importantes y deseados de la política exterior.

En los últimos días, Argüello había expuesto en varios foros internacionales sobre la posición argentina respecto de Malvinas, donde reclama que el Reino Unido acepte abrir una instancia de diálogo por la soberanía. Ayer participó de un encuentro en Uruguay sobre la reforma de la ONU.

Ahora tendrá en sus manos la delicada tarea de llevar adelante el reencauzamiento de las relaciones al que se comprometieron los presidentes. Podrá empezar de cero, porque por estos días Obama intenta que el Senado apruebe la designación de Roberta Jacobson como la nueva funcionaria encargada de América Latina del Departamento de Estado, quien deberá reemplazar al chileno Arturo Valenzuela, que terminó prácticamente sin diálogo con el gobierno argentino. Quienes trabajan en relaciones exteriores aseguran que no suele ser sencillo para los embajadores en Washington conocer los botones que abren las puertas de los principales despachos del Departamento de Estado, pero en esto Argüello corre con la ventaja de los cuatro años que lleva ya destinado en Estados Unidos y del amplio abanico de relaciones que tendió durante este tiempo.