EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
Dos situaciones que se entienden de maneras opuestas: a) El retiro de los subsidios es una acción desesperada porque las cuentas no cierran y b) El fuerte discurso de Cristina Kirchner en Aerolíneas anuncia la profundización de una línea antisindical y de la pelea con Hugo Moyano.
Otra opción: a) El retiro de los subsidios es una medida ya lógica pero que además no dejaría de ser preventiva ante los posibles coletazos de la crisis europea y b) el discurso muestra una negociadora dura anunciando que se llegó al tope de lo que se daba.
La primera interpretación ha llenado las páginas de los grandes medios junto con los comentarios de algunos de los inefables defensores de las políticas neoliberales que, como sucede en estos casos, ni siquiera ocultan el alborozo que les producen las situaciones que ellos mismos califican como de crisis. No existen demasiados argumentos para sostener la interpretación de la primera opción. En primer lugar, porque por más que se quiera buscarle la vuelta al Gobierno por ese lado, no pareciera que su flanco vulnerable sea que no le cierren las cuentas o que le falte dinero, o que hay grandes agujeros en el Presupuesto. Por el contrario, hasta podría decirse que ése es su punto más fuerte. Hay plata en la sociedad y el Gobierno tiene plata. Solamente con matemáticas forzadas se puede afirmar lo contrario ante la evidencia más simple en uno de los períodos históricos de mayor prosperidad económica y con un gobierno que lleva las cuentas con la meticulosidad de una libreta de almacenero.
Pero si no es que el Gobierno retira los subsidios porque no le cierran las cuentas o porque tiene un imaginario agujero negro en el Presupuesto, si no es por esa razón que necesita recuperar lo que se va en los subsidios al agua, la electricidad y el gas, entonces todo ese debate hay que asimilarlo a otros análisis apocalípticos como el del dólar, que pese a tanto griterío nunca se descontroló, así como a decenas de otras profecías sobre el fin del mundo que se han sucedido en estos ocho años.
Estas profecías se dicen en un tono de superioridad académica que todavía, a pesar de que se han repetido y engañado tantas veces, generan inquietud. Estos analistas del neoliberalismo, como algunos izquierdistas que celebran cada cinco años la crisis final del capitalismo, van a ser como los protagonistas de Pedro y el Lobo. Cuando al final suceda, nadie les va a creer. Por ahora el capitalismo –cuya norma es la crisis periódica– no está en fase aguda y el dólar goza de buena salud en Argentina igual que el Presupuesto. Ese no es el flanco débil del Gobierno.
La otra interpretación se ajusta más a los hechos. Solamente una visión dogmática de la economía puede asignarles a todos los subsidios una aplicación infinita en el tiempo. El subsidio es una herramienta que se aplica cuando se la necesita, en algunos casos se la puede retirar y en otros no. La aplicación de ese subsidio en el momento en que se hizo, en plena crisis, era necesaria. Cuando se tiene más del 50 por ciento de la población bajo la línea de pobreza, igual que el 50 por ciento de la capacidad instalada sin producir, es absurdo plantearse una aplicación diferenciada. El subsidio abarca a todo el mundo.
En este caso, la situación de emergencia ya fue superada y de lo que se habla es de redistribución de la riqueza con un sentido más equitativo. El retiro dirigido, calificado (a los pobres no y a los ricos sí), tiene ese objetivo. El problema es cuál es la línea divisoria para retirar el subsidio para que el resultado sea redistributivo y no de ajuste.
De todas maneras, la pregunta es si el Gobierno necesita ese dinero que recupera. Puertas afuera, en algunas de las economías más poderosas del planeta hay una crisis muy fuerte. Se ha repetido mucho que Argentina está vacunada contra un posible contagio porque tiene una deuda controlable y está fuera de los mercados de capital. Sin embargo, la crisis del 2008 en los Estados Unidos tuvo algunos coletazos en el país y el Gobierno los sobrellevó aguantando fuentes de trabajo que estuvieron a punto de cerrar y generando más trabajo con mucha obra pública. Contuvo esos coletazos con inversión pública. Hasta llegó, en algunos casos, a hacerse cargo de parte de los salarios de los trabajadores de empresas al borde de la quiebra.
Argentina sobrellevó esa crisis, sobre todo en el 2009, sin demasiado sobresalto. Fue el peor año para el gobierno kirchnerista en lo político y al mismo tiempo tuvo que paliar una crisis que nadie quiso ver y por cuyas consecuencias le echaban la culpa. La experiencia fue que la crisis se amortiguó con inversión pública. Y lo pudo hacer porque había recaudado lo necesario. Con una crisis en Europa que nadie sabe muy bien hasta dónde va a llegar, el Gobierno hace bien en cubrirse las espaldas. Amortiguar una situación de crisis con dinero recaudado entre los sectores de mayor poder adquisitivo a partir del retiro calificado de los subsidios sería una forma de redistribución.
En relación con el discurso sobre Aerolíneas, el mensaje destinado a dos de los gremios de esa empresa pública fue muy claro: tiraron de la piola hasta que se cortó y ahora se acabó la negociación. Hay un límite que un gremialista sabe que no tiene que pasar cuando llega a generar una situación de conflicto donde al empleador ya le da lo mismo negociar y ceder que no hacerlo, porque en los dos casos se mantiene la conflictividad. Estos gremios se aprovecharon de la extrema visibilidad de Aerolíneas para obtener beneficios. La dirección de la línea aérea prefirió negociar y ceder para evitar conflictos que implicaran suspensiones y retrasos de vuelos. Pero los conflictos siguieron, por encuadramiento sindical o por disputas de poder. Una aerolínea con permanentes retrasos y suspensiones de sus vuelos deja de ser competitiva y se funde. El Gobierno invirtió 1500 millones de dólares desde la reestatización y cedió ante los reclamos, pero la conflictividad se mantuvo. El discurso presidencial fue “hasta aquí llegamos” con esa estrategia. Si negociando no se soluciona nada, entonces se pasa a otra política con otro tipo de negociaciones. Las conducciones de los gremios de pilotos y de técnicos deberán reconsiderar sus estrategias, ya que sólo estaban logrando crear las condiciones para la reprivatización de la empresa bajo otro gobierno.
La campaña mediática contra la conducción de Aerolíneas era música de la misma orquesta de siempre. No deja de ser gracioso que estén todo el tiempo mirando para arriba a ver lo que hace el Gobierno. Y ante cada paso que da, los mismos músicos de siempre empiezan con la misma musiquita. Son demasiado previsibles para ser “independientes”, siempre tiran para el mismo lado. Aerolíneas es una vidriera muy expuesta. Nada de lo que se haya hecho se hizo sin la consulta previa con la Presidenta, que fue muy clara sobre ese punto en el discurso: “No los nombró la divina providencia”, dijo. Cada crítica que se le haga a la conducción de la empresa también lo será contra la Presidenta.
Entreverados con esa disputa que puso en evidencia el mal humor del Gobierno por la conflictividad en Aerolíneas, se entrevieron las opacidades y rispideces por las que atraviesa la relación del Gobierno con el jefe de la CGT, Hugo Moyano, o al revés, de Moyano con el Gobierno. En las líneas más altas de la CGT y el Gobierno niegan cualquier situación de alejamiento. Entre los cuadros intermedios se alegan conflictos menores para dos interlocutores de ese nivel. De todos modos, es imposible no ver que la relación no tiene la fluidez de otros momentos entre la Presidenta y Moyano, cuyos destinos políticos están muy ligados entre sí porque se necesitan mutuamente. Moyano quizá sea el mejor respaldo que puede encontrar el Gobierno en la CGT y, al revés, el proyecto político de desarrollo del mercado interno, creación de fuentes de trabajo y estrategias de redistribución de la riqueza que impulsa el Gobierno es el que mejor encaja con la concepción gremial de Moyano. Hay allí también una piola en tensión, pero en este caso parece difícil que se rompa.
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