EL PAíS › ACERCA DE LA CREACIóN DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTóRICO
José Carlos Chiramonte cuestiona al organismo y dice que el revisionismo es “una nueva forma de uso político de la historia”. Sergio Wischñevsky y Ana Jaramillo critican la reacción de la Academia y señalan que lo que se discute es la relación de poder entre producción y distribución del conocimiento.
› Por Ana Jaramillo *
Ayer, yendo para Lanús, vi la publicidad del libro Mujeres de nuestra historia, de Felipe Pigna, en la carrocería de un colectivo. Me acordé del poema de Zitarrosa que decía que la muerte lo andaba buscando y en el ómnibus se sentó al lado de la vida, mientras la muerte le revisaba el boleto del tranvía.
Eran otras épocas, cuando los libros y sus autores eran peligrosos, como algunos sostienen que es peligroso un grupo de hombres y mujeres que decidieron investigar los movimientos, personajes y documentos ocultados, invisibilizados, olvidados, calumniados, fusilados, desaparecidos o censurados por las diferentes dictaduras que sufrió nuestro país y por la historiografía.
Cuando nacieron las universidades en Europa en los claustros conventuales, los sacerdotes eran los pocos que sabían leer y escribir e interpretaban y traducían la Verdad teológica indiscutible. Por suerte apareció la imprenta y posteriormente la cibernética y otros medios de comunicación que permitieron la aparición de otras narraciones y otras verdades.
La cultura y la enseñanza se exclaustró como quería José Ingenieros. Las universidades nuevas se acercan a la gente, también se exclaustraron y construyen conocimiento junto a los saberes que se producen en toda la sociedad sin rejas ni proscripciones, textualizando nuevos problemas.
Creemos que sigue vigente el dicho de que el que nomina, domina, y lo podríamos invertir diciendo que el que domina, nomina. La peligrosidad que se le endilga al grupo que integra el Instituto Manuel Dorrego se refiere a la relación de poder entre producción y distribución de conocimiento. Circunscribir el conocimiento y la escritura a los “historiadores científicos” con los oropeles académicos implica la voluntad de perpetuar el poder de quienes pretenden tener la Verdad, debido a su formación académica, es volverla a enclaustrar. Pero también implica creer que la historia es una ciencia similar a las ciencias físico-matemáticas, y no un conocimiento hermenéutico, de interpretación de las acciones humanas con sus pasiones e intereses. Es lo que propagó la historiografía positivista.
La Geografía europea nomina a nuestras Malvinas como Falklands, porque usaron las armas, que mataron a nuestros combatientes. Nuestros mapas dicen Malvinas, pero los europeos escriben Falklands. Los nombres, las grafías se marcaron a sangre y fuego, disputando poder, disputando soberanía.
La Grafía implica poder, es la palabra escrita por los poderosos, no por los científicos. Ya nos explicó el gran filósofo e historiador Benedetto Croce que no existen leyes universales en la historia y que toda historia es contemporánea. Los verdaderos historiadores, decía Bloch en su Introducción a la historia, son historizantes. Ni Mitre, ni Scalabrini Ortiz, ni Puiggrós, ni Borges, ni Jauretche, ni Walsh, ni Alvaro Yunque, ni José María Rosa, ni Fermín Chávez se recibieron de licenciados en Historia ni formaron parte de la Academia de Historia, ni del Conicet.
A Benedetto Croce los “intelectuales y académicos” lo conocen a través de Antonio Gramsci. Sus libros se dejaron de publicar en castellano en los años cincuenta. En sus textos se niega la causalidad, el apriorismo conceptual y abstracto de los aconteceres históricos así como la historia teleológica y heterónoma tanto idealista como materialista. Fue quien escribió La protesta frente al Manifiesto de los intelectuales fascistas.
Hablando de la “dignidad de la historia”, frente a las compilaciones enciclopédicas e inanimadas Croce nos dice que “dejamos que cada uno tome como materia de historia lo que se vincule con sus propios intereses y dé a la narración el tono que responda al pathos de su alma”. La obra historiográfica, como toda obra humana, se realiza a través de una lucha, y no siempre obtiene en la lucha la victoria o la victoria plena.
Defendiendo la concepción monográfica de la historia dice que esta investigación o problema nace de una necesidad de la vida actual, y por lo mismo versa sobre algo particular. También la historiografía tiene su historia. Croce la distingue entre medieval, renacentista, iluminista, romántica, positivista y su nueva propuesta.
Para él, “suele ocurrir a menudo que la crítica histórica no parezca suficientemente amiga del patriotismo o nacionalismo, y reciba por ello mala acogida y mal tratamiento”. Muchos profesores nuestros de historia “se infunden coraje como pueden, y se atreven a argumentar, en sus elucubraciones doctas, a favor de las opiniones opuestas, es decir, opuestas a la verdad”.
¿Qué tendrá de tan escandaloso proponer una narración histórica fuera o dentro de los claustros nacional, popular y federal? ¿Qué tendrá de peligroso divulgarla? A mí me encantó ver cómo un libro de historia de las mujeres desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras viajaba en el colectivo hacia el conurbano bonaerense donde en la actualidad muchas mujeres son asesinadas, violadas y violentadas en forma permanente.
* Doctora en Sociología. Rectora de la Universidad de Lanús.
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