EL PAíS › OPINIóN
› Por Alfredo Zaiat
El mundo económico va cambiando a una velocidad impactante, el proceso político local fue ratificado en forma contundente en las urnas y la economía doméstica se mantiene en un ciclo positivo histórico por su extensión e intensidad. Pese a estos factores que obligarían a repensar el escenario actual y futuro con otros elementos de análisis, el debate sobre temas económicos que impone la ortodoxia, a la que cierta heterodoxia se incorpora con entusiasmo, gira en círculo por casilleros repetidos. Como si tuvieran un tiempo para cada uno, los temas van saltando periódicamente del atraso del dólar a la inflación, de la supuesta crisis energética a las presiones salariales y el poder de los sindicatos, del agotamiento del “modelo” a la necesidad-deseo del “ajuste”, del fin del “viento de cola” a la sojadependencia, del impacto de la debacle internacional a los peligros de una devaluación del real o recesión brasileña, de la obsesión por la figura de Guillermo Moreno a la presión impositiva que estaría ahogando al sector privado. A esto le suman que durante estos años afirman que no ha habido reindustrialización ni desendeudamiento ni mejoras en los indicadores sociales de pobreza y empleo. Todo termina, apelando a la traumática memoria colectiva, en una crisis que, pese a tantas veces anunciada, no irrumpe para desazón de tantos pronosticadores frustrados. El comienzo del segundo mandato de CFK exige una “sintonía fina” en el análisis económico para eludir lo que ya se ha vuelto reiterativo. Otros temas reclaman ocupar mayor relevancia en los próximos años, como el acceso al suelo urbano y a la vivienda propia, el perfil de especialización industrial y el modelo agropecuario, el alcance y democratización de la atención médica de calidad, la calidad del empleo y la informalidad, la integración de la cadena de valor industrial generando los eslabones faltantes, la planificación del desarrollo, entre otras varias cuestiones más sustanciales que las que tradicionalmente dominan el espacio público.
De todos modos, la discusión sobre la agenda habitual merece ser interpelada para desmalezar el terreno y permitir un abordaje más contundente de esas demoradas transformaciones estructurales. Una manera de hacerlo, puesto que con la fría evolución de indicadores parecería que no fuera suficiente, es por el método del absurdo, que descoloca al repetidor de frases hechas moldeadas por divulgadores del pensamiento económico ortodoxo.
1 “La inflación es por la fuerte emisión de dinero.” Si éste fuera el motor del aumento de precios, idea que está basada en la ya vetusta teoría cuantitativa del dinero, ¿por qué la tasa del IPC, ya sea la oficial o la de las consultoras de la city, se han mantenido constante desde el 2007 para cada una de esas series (promedio del 10 y 20 por ciento, respectivamente) con diferentes tasas de expansión monetaria en cada uno de esos años? Otra: ¿por qué la megaemisión de dólares y euros desde 2008 no ha derivado en un proceso inflacionario descontrolado en Estados Unidos y en Europa?
2 “El dólar está atrasado.” Si esta sentencia tantas veces coreada fuera indiscutible, ¿por qué el dólar en operaciones informales no se disparó muy por encima de los 5 pesos, como dicen economistas de la city debería cotizar? En el peor momento de la última corrida cambiaria se ubicó 10 por ciento por encima del valor oficial y ahora se ubica apenas a un 5 por ciento.
3 Igual insisten: “El dólar está barato”. Si así fuera, ¿qué deberían estar haciendo los brasileños, que tienen la moneda más apreciada de la región? Si hay una economía donde el atraso cambiario es notable es la brasileña y, por lo tanto, el dólar sería lo más barato que cotiza en ese mercado. Pero en esa plaza no se han montado shows de miedos sobre la paridad cambiaria ni se han registrado corridas desesperadas para desprenderse de reales para comprar dólares.
4 Otro lugar común: “La gente compra dólares por la inflación”. Si así fuera, y lo reiteran con suficiencia analistas del establishment, ese comportamiento desde 2007 ha significado un importante quebranto financiero en relación con la evolución de los precios que, según cálculos de las propias consultoras de la city, fue muy superior al recorrido de la cotización del dólar. El refugio no debería ser el dólar si la preocupación fuera la inflación, sino cualquier otro bien que lo proteja del alza de precios, como bienes durables o inmuebles.
5 Un poco más sofisticados, embisten con lo mismo: “El tipo de cambio no es competitivo”. Varios indicadores muestran que no es así, como el tipo de cambio real multilateral o el tipo de cambio deflactado por la evolución salarial, o el tipo de cambio real bilateral con Brasil, uno de los principales socios comerciales.
6 Otra forma de abordar la cuestión es sobre uno de los caballitos de batalla de la ortodoxia: “La economía argentina creció por el ‘viento de cola’ internacional”. Esto implica que el superávit comercial sólo se explica por los buenos términos de intercambio y la demanda de China y Brasil. Si esas variables externas son los únicos motivos del saldo positivo de la balanza comercial y del aumento del Producto, ¿por qué manifiestan preocupación por la competitividad de la paridad cambiaria? Si todo lo explica el “viento de cola”, como afirman, el tipo de cambio no habría tenido ni tiene ninguna influencia. En realidad, cuando reclaman una devaluación no están pensando en el sector externo, sino en licuar salarios.
7 “Se reduce hasta desaparecer el superávit comercial.” Esta afirmación embiste contra los fríos números de las estadísticas del intercambio comercial, que este año terminaría en unos 11 mil millones de dólares, bastante más de las estimaciones realizadas por el propio Gobierno y mucho más arriba que los pronósticos de los economistas de la city.
8 “Todos los países acumularon reservas en 2011, menos la Argentina.” No es así. La caída de reservas se ha registrado en muchos otros países, incluso en potencias como China, Rusia y Brasil, debido a la crisis internacional, según relevó la revista The Economist. Argentina, además de la fuga de capitales y de cinco corridas cambiarias, según contabilizó CFK en el discurso de ayer, ha utilizado reservas para cancelar deuda. Según el Banco Central, entre enero y noviembre de este año se destinaron 7656 millones de dólares para el pago de vencimientos de deuda externa con acreedores privados y organismos multilaterales. Si se excluyera la política de desendeudamiento, la variación de reservas neta en ese período sería positiva en 1500 millones de dólares, precisó la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont.
9 “El modelo está agotado.” Sin ingresar en la definición sobre qué es un modelo, las razones esgrimidas para esa sentencia es que la economía ya lleva varios años con resultados positivos y, por lo tanto, es difícil que pueda sostenerlos para adelante. Si así fuera, otros países con crecimiento elevado durante varios años deberían haber abandonado sus políticas exitosas porque se extendieron por mucho tiempo. Es una lógica de análisis bastante rústica.
El aspecto más peculiar de estos debates circulares es que la propia ortodoxia, en una circunstancia histórica mundial de desmoronamiento de sus paradigmas económicos dominantes desde la década del ’70 y después de la desastrosa experiencia de los ’90, se presenta como refugio del saber para dar respuestas a desafíos de la economía argentina. Ventajas de un país generoso.
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