EL PAíS › OPINIóN
Crónica de un día memorable. Las juras, antes y ahora. El discurso en el Congreso. Señales a las corporaciones, definiciones y balances. Escupir para arriba, un aviso que debió ser traducido. El balance de la Presidenta, sus elogios, agradecimientos y reproches. La educación, una mirada para subrayar.
› Por Mario Wainfeld
Cuatro años atrás Cristina Fernández de Kirchner entró al Congreso radiante, vestida de blanco. Hizo gala de su experiencia parlamentaria, pronunció de memoria el juramento como Presidenta. Ayer ingresó visiblemente conmovida, llevando el luto. Eligió leer la fórmula constitucional que bien conoce (tal vez para controlar la emoción). Juró por Dios, por la patria y por “El”.
“El”, el ex presidente Néstor Kirchner, sorprendió en mayo de 2003 con un discurso diferente, pletórico de voluntad y convicciones, con una propuesta que parecía archivada para siempre. Un planteo bien distinto al de presidentes anteriores. En 2007, Ella, la primera mujer presidenta votada por el pueblo, sorprendió por su capacidad oratoria, por su afán de inscribir en un “relato” la acción de un gobierno que cambió la historia. También (aunque pocos lo rememoren) por numerosas menciones críticas a los medios dominantes.
Como todos los presidentes “del palo” que conviven en América del Sur, Cristina Kirchner es una caminadora impenitente del territorio nacional, devota de transmitir su mensaje en actos diarios, o a veces más que diarios. Ella no podía, estrictamente, sorprender ayer. No lo hizo, pero su mensaje (como es regla) distó de ser protocolar o vacío. Expresó sus emociones y sus pasiones, “marcó la cancha” a distintos interlocutores o antagonistas. Desgranó el inventario de las realizaciones de la única fuerza política que consiguió tres mandatos consecutivos desde 1928. Hazaña de continuidad democrática construida en buena lid, en elecciones inobjetables y remontando traspiés en el Agora, en las rutas y en las urnas.
“Ella” reiteró que “no se la cree” y llegó a enunciar algo remarcable: “Yo no soy yo”, sino la integrante de un proyecto colectivo. Las alusiones a los argentinos de a pie fueron recurrentes. Hasta cuando evocó que el secretario de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue quien la acompañó en la puesta en escena de los actos del Bicentenario, añadió “lo hicimos junto al pueblo”.
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Señales: “No soy la Presidenta de las corporaciones”, proclamó y les facilitó un título a los diarios que lee con minucia, en lo que definió como un ejercicio militante. Fue una señal para los sectores empresarios que fantasean con un volantazo a derecha, a los especuladores, a los devaluadores, a quienes fustigó con todas las letras y cifras en la mano. También reivindicó la existencia de más de ocho años con convenciones colectivas de trabajo. Paritarias con mejoras, añadió, en una secuencia temporal sin antecedentes en la Argentina y sin comparación posible en la región.
La crítica también llegó a un tópico que obsesiona al Gobierno, las huelgas abusivas en el Estado o en sectores estratégicos de la economía. Enalteció el derecho de huelga tanto como cuestionó esos excesos, habló de “extorsión y chantaje”. Son expresiones duras que muchos le endosarán a Hugo Moyano. Es una asociación excesivamente lineal, porque la Presidenta mencionó con pelos y señales a los gremios docentes y petroleros de Santa Cruz. Pero sin duda, hubo una ausencia de menciones explícitas al aporte (no ya del secretario general de la CGT individualmente) del movimiento obrero a los logros de los gobiernos kirchneristas. Tal vez fue una elipsis excesiva, muy tributaria de conflictos coyunturales.
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Escupir al cielo: La Presidenta Cristina se explayó mucho más respecto de los empresarios, a quienes no les pidió que fueran “patrióticos” sino, tan luego, “sensatos”. Los instó a “no escupir al cielo”, subrayando que esta época ha sido para ellos de pingües ganancias. La presidenta brasileña Dilma Rousseff consultó veloz a sus colegas boliviano y paraguayo, Evo Morales y Fernando Lugo, sobre el sentido de esa expresión idiomática. Ambos se lo explicaron, acompañándose con gestos. Lugo y Evo, líderes de dos países que antaño se masacraron en una guerra cruel, estaban sentados codo con codo.
Los presidentes del Sur se han habituado a convivir y dialogar con llaneza, tanto como a tomar decisiones sustanciales en cumbres que, hoy por hoy, son mucho más estimulantes que las que se suceden en Europa. Un lugar común VIP asegura que en estos años la Argentina se aisló del mundo. La efectividad y recurrencia de la “diplomacia presidencial”, los avances de la Unasur, la sincronización estratégica con el Brasil desmienten ese mito urbano.
Los ex presidentes Lula da Silva y Néstor Kirchner, tras medio round de desconfianzas, amojonaron ese camino. Dos mujeres los suceden. Cristina agasajó a su par mentando una foto reciente en la que se ve a Rousseff joven, cuando era presa política. Engarzó el recuerdo con el de una de-saparecida argentina, Ana Teresa Diego, estudiante de astronomía ella. Un asteroide fue bautizado con el nombre de esa militante popular, un modo novedoso de apuntalar la memoria.
Los derechos humanos recorrieron el discurso ante la Asamblea Legislativa. Cristina reconoció el aporte de los tres poderes del Estado para poner fin a las leyes de la impunidad. Y encareció al Poder Judicial el avance de los juicios contra los represores para que en 2015, cuando llegue el próximo presidente, esa página de la historia haya sido completada.
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Agradecimientos y distancias: La oradora alabó el acompañamiento de los partidos de la oposición que tuvieron el coraje de votar favorablemente la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Y reprisó un diálogo con el agrodiputado radical Pablo Orsolini, quien le reclamara al comienzo de este año legislativo por la ley de tierras. Risueña y firme contó que el respectivo proyecto fue enviado, que espera su turno para ser llevado al recinto. Lo será en las sesiones extraordinarias que se apresta a convocar. Orsolini asintió y aplaudió.
Más que reconocimiento, hubo una caricia a los diputados y senadores del Frente para la Victoria (FpV) que aguantaron los trapos desde 2008, cuando el debate sobre las retenciones móviles. Ahora, con una mayoría ajustada y suficiente, enfrentan una etapa más propicia pero, al mismo tiempo, desafiante: el desempeño del Congreso depende del activismo oficial.
Para los peronistas federales el trato fue simétrico: señalamientos a quienes se fueron, a los que “no dieron la pelea desde adentro”, a los que forman “bloques unipersonales”.
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Anuncios y ovaciones: Pocos anuncios pronunció la Presidenta. El de más proyecciones, entiende el cronista, es el de la unificación de las reparticiones que se ocupan del Comercio Interior y el Exterior. Un galardón para el hipersecretario Guillermo Moreno, quien fue ovacionado cuando llegó al Museo del Bicentenario para la asunción de los ministros. Moreno no juró allí, en razón de su rango, pero su cartera tendrá más peso que algunos ministerios, tabulaban baqueanos de primer nivel en eso de la burocracia estatal. A cuenta de un debate que dará para más, la Presidenta justificó la medida explicando que en el Estado hay superposición de reparticiones de la que sacan ventaja actores astutos. “Ventanillas”, expresó: la palabra es suficiente. La necesidad de capturar rentas de exportaciones, en particular de las multinacionales cerealeras, es uno de los objetivos del mandato que, formalmente, acaba de comenzar.
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El balance y algo más: Casi una hora y cuarto duró el mensaje ante la Asamblea Legislativa. La Presidenta habló sin leer, pero apeló más a “machetes” con cifras que en otras ocasiones, también se calzó los anteojos para un par de citas textuales de Néstor Kirchner.
Más de media hora insumió el repaso de las realizaciones del Gobierno, un listado tan conocido como impactante. Se ahorran detalles en esta crónica, ya que se relatan en otras notas de esta edición. Baste decir que reseñó el crecimiento del PBI, el de la industrialización, la creación de puestos de trabajo, la disminución de la pobreza, el incremento del salario mínimo vital y móvil, la virtual universalización de la cobertura jubilatoria, la implantación de un reajuste legal semestral para el ingreso de “nuestros viejos”, la Asignación Universal por Hijo (AUH), las paritarias.
El resto del tiempo incluyó los anuncios, las alabanzas y críticas ya mencionadas, una defensa de la producción legislativa de su gobierno versus la del gobierno de la Alianza, cuantitativamente más frondosa y cualitativamente letal. Los correligionarios radicales se embroncaron con los recuerdos de la gestión presidencial de Fernando de la Rúa y del funcionamiento real del bipartidismo de entonces, siempre presto a convalidar ajustes. Ese pasado los incordia, más deberían preocuparlos sus sucesivas performances electorales, anche políticas, desde 2001. A esta altura no son sólo el precio de aquel infausto pasado, sino también de su oposición cerril a los gobiernos del FpV y de su manso encolumnamiento con los poderes fácticos.
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En el nuevo Museo: Desde el fallecimiento de Néstor Kirchner, la Presidenta transmite con mayor llaneza sus emociones. Ayer eran duales y muy patentes. El dolor, la pérdida se reflejaron en la voz y en lágrimas. La alegría ante la convalidación popular en saludos, en sonrisas abiertas cuando posaba para las fotos solicitadas por manifestantes, en su afán de salirse de la ventanilla del auto que la llevaba del Congreso a la Casa Rosada.
El juramento de los ministros fue albergado por el Museo del Bicentenario, una innovación de la era K. Mucho más funcional y vasto que el Salón Blanco de la Rosada, el Museo admitió acaso a dos mil personas, a ojo de buen Poroto Cubero. El aplausómetro vibró más con los ministros o secretarios pingüinos (Julio De Vido, Alicia Kirchner, Carlos Za-nnini, Héctor Icazuriaga). La emoción tocó el pico más alto cuando juró “también por Néstor” la ministra de Desarrollo Social.
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Calores y cánticos: Un solazo, cielo bastante radiante en el año de las cenizas volcánicas. Fue un día peronista aunque la temperatura (en las dos Plazas a cielo abierto y en las dos juras bajo techo) rondó marcas boliviarianas o aun tropicales.
Los manifestantes fueron mayormente jóvenes militantes acaso en detrimento de columnas sindicales, del “territorio” bonaerense o de movimientos sociales. Algunos leerán en esto el fin de una era, quizá sus deseos los apuren demasiado.
Las consignas mezclaron clásicos como “somos de la gloriosa Juventud Peronista” (que va a cumplir 30 años), con otras más futboleras como “ya se acerca Nochebuena/ ya se acerca Navidad/ para todos los gorilas/ un gobierno popular”. Una cuarteta alusiva a la Jotapé (más festiva y menos beligerante que las que frasearon los ’70) se añadió a la Marcha Peronista.
La fiesta en la Plaza de Mayo, con artistas populares y una multitud policlasista que mixtura a quienes expresan su pertenencia y a quienes, simplemente, quieren pasarla bien, es otra costumbre kirchnerista.
La celebración democrática tuvo un tono partidario, como siempre fue y será. La perspectiva de la alternancia debería matizar la amargura de los vencidos y alertar a los vencedores sobre eventuales soberbias. Las autoridades de la República se eligen en una competencia valorable y la victoria conlleva derechos y obligaciones.
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Subjetividad y razón: Transcurrió una jornada imborrable, entre otros motivos porque marca la máxima continuidad democrática de nuestra historia. En ese contexto, aunque algunos no se percaten, se secularizan las costumbres, se amplían los márgenes de tolerancia, se avanza contra las discriminaciones. En eso finca el mérito de toda la sociedad argentina. Los tres gobiernos más recientes contribuyeron con estabilidad democrática y económica y un sesgo populista, celoso de los derechos de los trabajadores, plafond imprescindible (aunque nunca suficiente) para reformas y progresos.
La Presidenta pronunció varias frases para el recuerdo o la polémica. Para su creciente número de adherentes, la ya aludida de las corporaciones o “no-sotros nos fijamos metas de crecimiento y empleo” o “el proyecto no estará completo mientras quede un solo pobre”.
Los opositores subrayarán las críticas a otros partidos o a los medios.
El cronista elige, racionalmente y por razones subjetivas, una recorrida referida a la educación. El ministerio a cargo de Alberto Sileoni le entregó el informe sobre una evaluación realizada durante 2011 a todos los alumnos del último año de educación media. La idea, que persiste, era presentarla mañana en lo que posiblemente sea el primer acto del segundo mandato de CFK. La evaluación es censal, se hizo sobre todos los estudiantes, no sobre una muestra. Arroja resultados positivos en materia de aprendizaje que serán revelados mañana. Entusiasmada con el resultado, la Presidenta adelantó algunos de los datos. También recordó que estuvo, pocos días ha, en una escuela técnica de La Matanza en la que todos los alumnos son la primera generación de sus familias que cursa el secundario. Y que en la Universidad Arturo Jauretche, de Florencio Varela, casi toda la matrícula está compuesta por la primera generación familiar que accede a la formación terciaria.
Cristina Kirchner asoció esos logros con el crecimiento, la mejor distribución del ingreso, la AUH tanto como con el aumento del presupuesto para educación o acciones ligadas directamente a la transmisión de conocimiento.
La recuperación de pibes para la escuela conmueve y apasiona al cronista. Es nieto de inmigrantes que llegaron de Europa con formación muy básica, una mano atrás y otra adelante. Su padre se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires, el escriba también, otro tanto ocurre con sus hijos. Tres generaciones, las inmediatas ulteriores a que los abuelos bajaran del barco, pudieron hacerlo gracias a una sociedad abierta y atenta a la igualdad de oportunidades. Gobiernos nacionales y populares propiciaron el marco de referencia. El estado benefactor, la movilidad social ascendente se erosionaron o desmoronaron en años de desvaríos, muchos (demasiados) cometidos por gobiernos de origen democrático. La recuperación de la buena escuela tardará más que su destrucción. Las acciones estatales, como la mejora del presupuesto, el reparto de netbooks, la inversión en infraestructura generan las bases. Pero el despliegue requerirá años en el mismo sentido. De cualquier modo, los indicadores económico-sociales son uno de los motivos, indiscutibles, de la reelección de Cristina Fernández de Kirchner.
Hace ocho años nadie daba dos pesos por la virtualidad del kirchnerismo. Hace tres se ponía en tela de juicio su legitimidad o su viabilidad. Hace uno y monedas se pensaba que Cristina Kirchner no daría la talla para mantener el timón sin la presencia física de Néstor Kirchner. Esas agorerías fueron desmentidas por los hechos y refutadas por el pueblo soberano en el cuarto oscuro.
En una coyuntura mundial temible, cuando los líderes de Europa parecen haber perdido la brújula, comienza otra etapa. Los años precedentes, el rotundo veredicto popular, los antecedentes de la fuerza que gobierna y de su Presidenta dan motivos para un moderado optimismo. Lo demás dependerá de los protagonistas y de una sociedad que hace diez años parecía haber tocado fondo y supo salir sin violencias, con una formidable capacidad de adaptación, sin patear el tablero democrático.
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