EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La Evaluación que se detalla en la nota central sorprende, de entrada, por su magnitud. No es una muestra estadística, ceñida a un número acotado de alumnos: es una Prueba Censal que abarca a todos. Una medición que sólo puede (y debe, más vale) realizar el Estado: 277.959 estudiantes, de 7308 escuelas, de las 24 jurisdicciones. El porte del sistema educativo argentino es inmenso, tal su encomiable tradición. Pública, gratuita y obligatoria es la enseñanza. Junto al sufragio universal y obligatorio son pilares de un sistema democrático inclusivo, rara avis en la mayoría de los países del mundo, ni hablar de América del Sur.
Los desempeños de los alumnos de educación secundaria han mejorado bastante entre 2007 y 2010, medidos en una evaluación que cumple los standards internacionales más validados. Si se permite extrapolar una expresión, el avance no ha sido revolucionario, sino reformista. Los mayores desplazamientos se han dado del rendimiento bajo al medio. Las transiciones positivas no han sido idénticas, se comprueban en Matemática, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. Pero hubo una merma en Lengua, lo que sugiere la seriedad del trabajo (que no pinta un cuadro ideal) y la imposibilidad de cambios virtuosos lineales, pum para arriba.
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La caída abrupta, el ascenso progresivo: La decadencia del sistema educativo tuvo un punto de inflexión cuando el menemismo, en una de sus medidas más irresponsables, descentralizó las funciones educativas, sociales y de salud, sin la contrapartida de remesar recursos nacionales para que las provincias pudieran bancar tamaña carga adicional. El efecto fue una acentuación de las desigualdades. La crisis económica que se ahondó desde fines de los ’90 y tocó fondo durante el gobierno de la Alianza, acentuó el desquicio. Escuelas devenidas cuasi guarderías o comedores, docentes que hacían huelgas sólo para reclamar que se les pagaran sus salarios de hambre. Muchos maestros engrosaron el contingente de “nuevos pobres”, una novedad sociológica.
Los gobiernos kirchneristas se comprometieron a revertir la declinación, un objetivo irrenunciable que, si se hace bien, insumirá años o décadas. La vastedad del sistema educativo, el pluralismo cultural y federal de la sociedad, las desigualdades potencian las dificultades. Cuando se arranca del subsuelo, es (en términos relativos, se subraya) más accesible producir cambios drásticos. Permítanse al cronista nuevas extrapolaciones. La hiperinflación puede liquidarse con medidas enérgicas de un saque, no así la restauración de un sistema económico productivo. En una sociedad asolada por el analfabetismo, campañas profundas y exitosas pueden alterar mucho los indicadores. En un país con mínimos standards de salud, programas de vacunación masiva o atención primaria, pueden obrar milagros. Mucho más espinoso, porque impone combinar acciones de distinto alcance, es regenerar un sistema imperfecto pero no destruido, que atiende a todos los chicos, de un abanico social muy estratificado.
Tras varios años de crecimiento sostenido y redistribución de la riqueza, las desigualdades han menguado pero no desaparecido. Más aún, se han complejizado. Abarcan asimetrías al interior de la clase trabajadora, como acaso no se vieron jamás en la Argentina. Superarlas es un brete. Datos de la Evaluación que comentamos lo corroboran. Si se mira en detalle, región por región, se advierte que los mayores desplazamientos virtuosos se produjeron en las zonas más pobres, el Noroeste Argentino (NOA) y el Nordeste Argentino (NEA). Allí muchos pibes pasaron de rendimientos bajos a medios, especialmente. Pero el avance no salda las asimetrías previas: el NOA y el NEA son también las regiones con porcentual mayor de rendimientos bajos. En paralelo, observan funcionarios avezados de Educación, el Producto Bruto Interno (PBI) de las dos regiones subió más que la media en el lapso que mide el Censo, entre 2007 y 2010. Pero, en términos absolutos o medido per cápita, su PBI sigue siendo menor que el de otras regiones.
La estadística corrobora percepciones de sentido común. Los chicos cuyas madres fueron a la escuela llegan con más competencias que los provenientes de otros hogares. En promedio, cualquiera que se críe en un hogar donde hay bibliotecas provistas y hábitos de lectura tiene mejores perspectivas de “agarrar los libros”. Los datos censales comprueban que los distritos donde es mayor la mortalidad infantil son los menos prolíficos en buenos rendimientos escolares.
Todo tiene que ver con todo: Aumentar el presupuesto educativo a un mínimo del 6 por ciento del PBI es una formidable política de Estado, impulsada por el oficialismo y acompañada por prácticamente todo el arco opositor. Claro que la decisión es más eficaz si el PBI aumenta año tras año y con él la provisión de recursos materiales. El ejemplo busca describir la conexión que hay entre medidas específicas y el contexto económico–social.
Las acciones educativas concretas de los gobiernos kirchneristas, amén del presupuesto, incluyen la provisión de netbooks para todos los alumnos, la inversión en infraestructura escolar, las medidas compensatorias para zonas o escuelas más pobres, las mejoras en el salario docente, paritarias con piso nacional incluidas.
El contexto agrega el aumento del empleo, la mejora de los sueldos (en especial los formales), la Asignación Universal por Hijo (AUH), la recuperación del aparato productivo.
Ese conjunto mixto de lo particular y lo general es el sustrato para reformas y mejoras. Difícil discriminar qué es lo que más incide. El cronista, así más no fuera para remar contra la corriente dominante, puntualiza que la “base material” (la inversión pública) es un eje sustancial. Viene a cuento un ejemplo corroborado en otra área, la de Salud, cuando era ministro Ginés González García. Cuando se cerró el Programa Materno Infantil y Nutrición (Promin) se hizo una evaluación para explicar la importante baja de la mortalidad infantil en esos años. Aisladas todas las variables, la única que había tenido un cambio muy significativo, que podía explicar la evolución del indicador, era la inversión directa (equipamiento, insumos e infraestructura). La caja será crucificada por la Vulgata dominante pero es la condición necesaria pero no suficiente para eficaces políticas públicas. Desde luego, hay que asignar bien los recursos pero si no los hay... fuiste.
Aunque la inversión es imprescindible sus efectos distan de ser mágicos o inmediatos. Es más sencillo disponer los recursos que producir consecuencias de largo aliento, máxime en algo tan denso como el sistema educativo. Los cambios son progresivos, aluvionales, si se persiste se notarán con el tiempo. No es lo mismo un año con una dotación presupuestaria digna, que una década seguida. No es lo mismo una primera batida para mejorar el estado de las escuelas que varias, sostenidas y acumulativas.
Realidades y aspiraciones: La Prueba Censal se presentó ayer. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner adelantó alguna de sus conclusiones en su discurso del sábado. La había leído unas horas antes, estaba entusiasmada, con razón. Los resultados son buenos, entre otros motivos, porque son lógica derivación de acciones previas. La Presidenta se congratuló por haber asistido a un establecimiento secundario y a una universidad que congregan a jóvenes que son la primera generación de la familia que accede a ese nivel educativo. El mejor imaginario argentino convalida su satisfacción. La realidad sugiere que enseñarles a esos “nuevos alumnos” será más difícil que hacerlo a quienes llegan con mayores competencias familiares.
Los aspectos generales de la evaluación son públicos. Hay datos desagregados por provincias, municipios y escuelas, sólo accesibles a las autoridades respectivas. Se hace para evitar difundir un “ranking” que deje mal parados (a tiro de estigmatización) a escuelas, maestros o alumnos. Trabajarlos es una nueva tarea para funcionarios, directores y docentes.
Cada necesidad es un derecho, un derecho adquirido engendra nuevas necesidades. El Plan Conectar Igualdad es elogiable, hasta ahora (según información oficial) se han entregado la mitad de las netbooks necesarias. No es ésa la intención pero, de hecho, hay pibes que están rezagados respecto de sus compañeros. Habrá que analizar esas disparidades (y las de incentivos a los docentes, dotación de material escolar e infraestructura) entre otras variables. Quizá expliquen, así sea parcialmente, diferencias entre escuelas o territorios.
Más educandos (tal vez no todos) van a la escuela a estudiar y ya no a comer. Sus rendimientos mejoran, paso a paso, como predicaba el pedagogo Reinaldo Merlo. Cobran fuerza retos exigentes: capacitarlos para el trabajo, para el cambio, para moverse en un mundo global. El círculo empezará a cerrarse cuando salgan formados como para conseguir trabajo digno y proveer a su subsistencia.
La democracia, según un añejo documento de la Cepal-Unesco, debe acortar la brecha entre realidades y aspiraciones. La realidad viene mejorando, aunque queda mucho por hacer. Las aspiraciones, en buena hora, crecen en paralelo. Lo que era un techo impensable apenas ayer, se transforma en un piso decoroso que se debe elevar. El rumbo es el correcto. La meta no se alcanzó, entre otras razones porque se mueve a medida que se avanza.
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