EL PAíS › EL TESTIMONIO DE DOS SOBREVIVIENTES DEL POZO DE ARANA EN EL JUICIO POR EL CIRCUITO CAMPS
Mónica Salvarezzo y Susana Mabel Ceci estudiaban medicina en la Universidad Nacional de La Plata cuando fueron secuestradas y torturadas. No militaban, su caso es tomado como una prueba del terror indiscriminado que imponía la represión.
› Por Alejandra Dandan
Las dos vivían juntas, estudiaban medicina, pero además formaban parte sin saberlo de lo que desde los primeros días del golpe empezó a convertirse en uno de los dos blancos más importantes de la lógica de la represión en La Plata: el movimiento obrero, especialmente fabril, y los estudiantes, especialmente los de medicina, uno de los espacios más politizados de La Plata. Ninguna de las dos sin embargo tenía militancia orgánica en una organización política, pero sus casos a la luz del correr de las audiencias del juicio del circuito Camps en La Plata son representativos: están mostrando para las querellas cómo dentro de las fronteras políticas que marcó la represión para ir a buscar a sus enemigos, la Bonaerense llevó adelante una especie de caza masiva y brutal, con falta de métodos finos de inteligencia y sin control para liquidar a los estudiantes. A las dos las arrojaron al Pozo de Arana, las torturaron, las atormentaron durante diez días y las liberaron para marcarles el resto de la vida.
Mónica Salvarezzo se sentó en la silla de testigos del teatro de la ex AMIA de La Plata, donde se lleva adelante el juicio del circuito Camps. La abogada Guadalupe Godoy, de Justicia Ya!, guió las primeras preguntas. Para 1976, Mónica compartía la casa con Susana Mabel Ceci, que declaró poco más tarde. A las dos las secuestraron el 29 o 30 de septiembre de 1976, con ellas se llevaron a Susana Lebed, la persona que aparentemente estaban buscando, militante de la JUP en Medicina, graduada, que había vivido con ellas, pero que para entonces estaba viviendo en otro lado.
“Estando yo estudiando medicina en La Plata, el 29 o 30 de septiembre me encontraba con mi novio y me despiertan con un arma en la panza”, dijo Mónica. “No escuché nada porque me habían roto la puerta, eran un grupo de seis o siete personas, todos de civil. Uno al que se dirigían todos respondía al nombre de doctor Carlitos. Otro tenía un pañuelo y una gorra, agarró la valija del valijero y se puso a robar las cosas más importantes, que no eran muchas, pero era lo que había.”
Le preguntaron por las armas, armas que ella no tenía. “Me preguntaron quién más vivía ahí, les dije que las chicas que en ese momento se habían ido a cenar a City Bell y se habían quedado a dormir ahí.” Le pidieron los datos de esa casa, ella les dijo que no los sabía, que siempre iba de memoria con un colectivo, pero la obligaron a seguir el recorrido del bus. “Pararon a dos cuadras de la casa de las chicas, pero es un tema que me duele mucho porque no hubiera querido ser nunca la guía de una cosa tan espantosa, pero es muy difícil cuando uno está sentado así rodeado de armas, siempre que hablo de esto pido disculpas si herí a alguien.”
Nuevamente ubicada en ese camino, a dos cuadras de la casa de sus amigas, Mónica contó que le sacaron la funda de la cabeza y le dijeron que no mirara a los costados. Uno de ellos se puso al lado y le dijo que hiciera de cuenta que estaban paseando: “Sí –le dijo Mónica, como si saliéramos a pasear y sacáramos a pasear también la Itaka”. Poco después, ella volvía al auto. Susana Mabel Ceci, su antigua compañera de casa, contó más tarde lo que sucedió dentro de esa casa.
“Estábamos en la casa de Susana Lebed, entraron por la fuerza, no se presentaron ni nada, o sea que no sé quiénes eran”, dijo. “Me taparon la cara, los ojos y me llevaron a un baúl de un auto no sé a dónde. Estuvimos con los ojos vendados diez días. Para mí fue siempre el mismo lugar. Nos llevaron a una celda chica y el lugar era grande y después nos liberaron, no sé dónde salimos, para mí fue un lugar alejado de la ciudad.”
Mientras ella se alejaba del Pozo de Arana acelerando los tiempos de la declaración, los integrantes del Tribunal Oral Federal 1 lentamente la hicieron volver. Las dos describieron cómo fueron esos primeros momentos en medio del campo clandestino, un predio en un descampado donde la Bonaerense arrojaba a los detenidos-de-saparecidos para sacarles las primeras informaciones a los gritos.
“Nos llevan a un gran galpón que yo pienso, así, imaginariamente, porque se escuchaban voces de otras personas”, dijo Mónica. “Primero la interrogan a Susana Lebed, a mí me torturaron, me preguntan cosas, por el nombre de alguien que me parece que era como el nombre de un boliche de moda en ese momento en La Plata. Después que terminan me llevaron a un lugar donde estaba Susana Lebed, yo sentí mucho olor a carne quemada, la escucho a ella que me grita: ‘¡se me cortan las manos!’. Me pide llamar a un médico, que me muero, decía. Había alguien que le hablaba en francés, como ella sabía francés, yo le dije: ‘Susi, te están hablando en francés’. Ella me dijo: ‘Mónica me muero’, y ahí me sacaron, éste fue el único contacto que tuve con ella”.
Mónica todavía está convencida de que a Lebed debían tenerla colgada. Ella y la otra Susana estuvieron otros siete días más en Arana, pero nunca más volvieron a escuchar algo de ella, que está desaparecida. El francés, dice ahora Guadalupe Godoy, puede ser el coronel Gustavo Adolfo Cascivio, conocido como “El Francés”, visto en otros centros clandestinos. O puede ser uno de los cuadros de inteligencia del circuito quienes –como sucedió en la ESMA con los ‘Pedros’– aquí tomaron el nombre del ‘francés’.
Una de las defensas le preguntó a Mónica por su militancia política. El fiscal Hernán Schapiro se opuso, pero el Tribunal habilitó la pregunta: “En sí ninguna militancia, siempre fui peronista porque nací en una cuna peronista, pero para entonces no tenía ninguna militancia o actividad, sólo en esa época te llevaban por pensar distinto”.
Esa idea de la no adscripción a una organización; las preguntas alocadas a fuerza de tormentos, los tres interrogatorios a la que la sometieron a ella o luego a Susana antes de liberarlas hablan en realidad de una de las recurrencias de las últimas audiencias. Uno de los fiscales pensaba en voz alta a la salida del juicio en una lógica de caza a la ‘marchanta’. Una lógica que Guadalupe Godoy considera que puede ser posible sólo recontextualizada con precisión: “No –dice–, no eran indiscriminados los secuestros. En el circuito Camps el nivel de masividad y selectividad no está dado, como en otros lugares, por la captura de las organizaciones armadas y políticas, sino que acá estuvo focalizado en la universidad y en el movimiento obrero, sobre todo fabril, dentro de eso sí se vio lo indiscriminado”, explica. Esos dos grandes grupos eran el enemigo a exterminar, parte de los espacios donde podían estar los que se oponían a la dictadura. El juicio de la Unidad 9 mostró la caza de los obreros y de las 280 víctimas del juicio del circuito Camps, cien están vinculadas directamente con la universidad, o como estudiantes o como egresados o docentes, dice Godoy.
El rol de Arana también volvió a ser definido en la audiencia. “Los detenidos-desaparecidos tenían en general ingreso por la Brigada de Investigaciones o por 1 y 60, donde sigue estando la infantería de policía, y de ahí los llevaban a Arana, que era de torturas exclusivamente.” Distinto de la concepción de otros centros clandestinos como los de la ciudad de Buenos Aires, la represión se hacía por partes. Los alojamientos ahí en general no eran prolongados y luego de permanecer allí o los liberaban o pasaban a la comisaría de Banfield o de Quilmes para el destino final o el blanqueo. Otros eran trasladados a Valentín Alsina para seguir camino de años a las cárceles. Pero como dijo Julio López, también en Arana hubo quemas de cuerpos. Se cree que Lebed pudo haber sido asesinada en medio de ese último acto de tortura al que asistió su amiga.
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