EL PAíS › OPINION
› Por Martín Granovsky
Por supuesto que Hugo Moyano desafió al Gobierno. La pregunta es el alcance: si se trata de una disputa por porciones de poder ligadas al Estado, si en el fondo tiene la ilusión de formar un partido político de cuño laborista y, sobre todo, hasta dónde quiere y puede llegar Moyano.
Al revés de lo que ocurrió en oportunidades anteriores, donde las especulaciones superaron a los mensajes, ayer el secretario general de la Confederación General del Trabajo fue más lejos. Es cierto que no nombró a la Presidenta, pero sin duda aludió a ella cuando habló de “el poder político”.
Está claro que el desafío es de poder y no por el fondo de la política. En todo el discurso de Moyano por el Día del Camionero no hay una sola alusión crítica a la marcha del Gobierno en términos de convenciones colectivas de trabajo, intervención del Estado en la economía o papel de la integración sudamericana como pivote de la prevención contra el virus internacional. No asoma un solo indicio de que se haya revertido el discurso que la conducción de la CGT enarbola desde la asunción de Néstor Kirchner y mantuvo durante el gobierno suyo y todo el gobierno de Cristina.
Moyano tuvo la intención de instalar algo que a ningún líder peronista le gusta, se llame Juan Perón, Kirchner o Cristina: un peronómetro. Los máximos dirigentes suelen estar acostumbrados a pensar que la validación en votos, que en este caso fue apabullante por el 54,11 de los sufragios válidos emitidos, es suficiente medida.
Descartada cualquier comparación con los choques violentos de 1974 y 1975, queda por saber si Moyano apuesta a una estrategia de larga duración –una guerra fría donde los contrincantes amenacen con la bomba atómica pero no la usen– o a retirarse en 2012 con una cuota de poder. Difícil saberlo. Lo que parece seguro es que liquidado el espacio del peronismo no alineado con Cristina, su único lugar posible de acumulación de poder es dentro del mismo espacio que lidera la Presidenta. No son los votos de Eduardo Duhalde, seguramente, el objetivo de Moyano. Puede ser hacer ya una marca para incidir en el próximo turno presidencial. O reafirmar lo que hasta ahora estaba claro y ahora quedó en duda: que la alianza del Gobierno y la CGT era una coalición entre la jefatura política de Cristina y la única estructura poderosa fuera de las instancias nacionales, provinciales y municipales del Estado. Moyano dijo que el PJ es una cáscara vacía. No se trata de una idea nueva en el peronismo. Siempre pensó que lo importante es el movimiento y que el partido es sólo una maquinaria útil al momento de las elecciones. En su definición, Moyano podría ser acompañado por cualquier justicialista, la Presidenta incluida. Solo que quiso ser él quien se encargara de las definiciones.
¿Teme un carpetazo que junte todas las denuncias hasta ahora desperdigadas? También es difícil saberlo. Y para colmo esta hipótesis parte del mito de que el Gobierno hace y deshace en la Justicia como si fuera un rincón de la Quinta de Olivos.
El ex jefe del Movimiento de Trabajadores Argentinos que se opuso a la desregulación de Carlos Menem es, por cierto, no solo un dirigente sino un líder sindical, quizás el más importante desde la muerte de Saúl Ubaldini, una característica que se ve magnificada ahora por la división de la Central de Trabajadores Argentinos en dos.
Sin embargo, hasta el líder más consagrado puede cometer un error de cálculo y convertir un desafío en una pelea desgastante. Incluso con el gran poder sindical que detenta, ¿Moyano está en condiciones de usarlo sin quedar aislado? Y el Gobierno, ¿confía acaso en que, dentro de las condiciones actuales de popularidad de Cristina, no hay poder sindical posible ni contra el Estado ni sin Estado y entonces Moyano terminará poniendo límites a sí mismo?
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