EL PAíS › OPINIóN
› Por Daniel Filmus *
Miguel Sabat Nuet era español y vivía en Venezuela. Vendedor de autos, visitaba Brasil cuando fue detenido por el Departamento de Operaciones Internas de la dictadura militar el 9 de octubre de 1973. No tenía militancia política alguna, pero en su portafolio los represores encontraron “reflexiones filosóficas y teológicas muy bellas sobre el mundo” según relató la procuradora de la República que investigó recientemente el caso. Un mes y medio después de la detención, su familia fue informada de que Miguel se había suicidado en su celda.
El pasado lunes 12 de diciembre, junto a Estela de Carlotto y Juan Cabandié, tuve la oportunidad de presenciar una ceremonia difícil de olvidar. Después de 38 años, durante un ciclo de debate sobre derechos humanos, memoria y justicia organizado por la Flacso en San Pablo, la ministra de Derechos Humanos, María do Rosário Nunes, pidió disculpas en nombre del Estado de Brasil a los tres hijos de Miguel Sabat Nuet por el asesinato de su padre y les entregó las cenizas del cuerpo cremado la semana anterior. “Queremos pedir perdón a la familia de Miguel. Lo que hacemos hoy no repara el mal que fue hecho ni la violencia ejercida por el Estado brasileño en el momento de la dictadura, pero la devolución de los restos mortales a la familia rescata delante de sus hijos el lugar del padre que durante estas casi cuatro décadas creían suicidado (...) el rescate de la memoria era una obligación que teníamos con esta familia y mantenemos con muchas otras familias que perdieron a alguien en forma injusta.” La ministra también afirmó que el asesinato fue parte de una “conexión perversa entre las dictaduras del Cono Sur. De la llamada Operación Cóndor, donde las dictaduras argentina, uruguaya, chilena, paraguaya y brasileña actuaron para perseguir activistas políticos y cometieron crímenes, desapariciones, torturas y muertes”.
Cabe destacar que no fue fácil el esclarecimiento del hecho que permitió conocer que Miguel fue torturado hasta la muerte y sepultado junto con militantes de izquierda en el cementerio Don Bosco, en el norte de San Pablo. El papel de los organismos de familiares de ex presos políticos, desaparecidos y muertos por las dictaduras fue fundamental: llegaron a entrar por la fuerza a la sede del Instituto Médico Legal en San Pablo, para tener acceso a la información sobre los muertos en la dictadura. En uno de los libros “rescatados” se encontró el nombre de Miguel, lo que permitió avanzar en la investigación. La creación por parte del gobierno de Brasil de la Comisión Especial sobre Muertos y Desaparecidos Políticos, conocida como Comisión de la Verdad, también jugó un rol fundamental en la investigación y esclarecimiento del asesinato.
Es difícil describir la emoción que sentimos al ver a los hijos, hoy todos mayores de 50 años, recibir la urna con las cenizas de su padre. Era evidente que como señaló la ministra, no se estaba reparando de ninguna manera el daño que se cometió al cercenar la vida de Miguel e impedir a los tres niños crecer junto a su padre. Pero, al mismo tiempo, quienes participamos del acto sentimos que la lucha de tantos años por la memoria y la Justicia había tenido éxito al reconciliar a la familia con la verdadera historia. Sabemos que la verdad no permite recuperar la vida, pero sí recupera la historia y le da nuevo sentido a la existencia.
“Era duro de aceptar que nuestro padre se había suicidado, ustedes no sólo están devolviendo sus restos, ustedes están devolviendo parte de una historia hasta ahora desconocida”, dijo en el acto su hija María. “Nuestro padre, finalmente, podrá reposar. El fue asesinado en forma criminal en Brasil, pero hoy su voz se escucha claramente gracias a hombres y mujeres de este país, que encontraron su cuerpo y permitieron su identificación. Ahora podemos seguir adelante, mis hijos y nietos imploran por justicia”, agregó en su discurso Miguel, otro de sus hijos. Con estas palabras estaba afirmando que llegar a la verdad no es un fin en sí mismo, es un paso adelante en el difícil camino de ver cumplido el principal reclamo frente a los crímenes cometidos por las dictaduras: justicia para los culpables. Es en este punto, en el que no hay lugar para la impunidad, donde la experiencia argentina significa un aliciente y un aporte invalorable para los luchadores por los derechos humanos en Brasil.
La próxima semana las cenizas de Miguel Sabat Nuet serán esparcidas por sus hijos en los montes catalanes de Montjuic, lugar donde pasó algunos de los mejores momentos de su niñez. Como dice León Gieco, “la memoria estalla hasta vencer, libre como el viento”.
* Senador nacional-Frente para la Victoria.
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