EL PAíS › OPINIóN
› Por Edgardo Mocca
Las alianzas políticas no se construyen ni se destruyen en dependencia exclusiva del curso de determinaciones estructurales ni de mandatos ideológicos o trayectorias previas de sus actores. Es la política la que decide su suerte. En el caso de la relación entre el kirchnerismo y el sector sindical que encabeza Hugo Moyano, no sería fácil encontrar una explicación “estructural” al distanciamiento, que desde el jueves último se colocó al borde de la ruptura, entre ambas partes. La pretensión de encontrar las raíces del conflicto en un pretendido giro proempresario del Gobierno o en la decisión de la conducción cegetista de cerrar filas con los sectores más conservadores del sindicalismo pueden servir como esgrimas autojustificatorias de los actores, pero no como argumentos seriamente defendibles.
Que la dirección de la principal central de trabajadores se prepare para una dura disputa distributiva en el previsible contexto de una cierta desaceleración del crecimiento económico, como producto de la crisis internacional, es no solamente lógico y comprensible sino que debe considerarse un activo para el rumbo político vigente. La relación entre la orientación oficial a la recuperación del empleo y los salarios y la conflictividad laboral fue en estos años un sesgo políticamente virtuoso. Es justo reconocer en el haber de los gobiernos kirchneristas la restitución de los convenios colectivos de trabajo y la reconstrucción del Consejo del salario mínimo, vital y móvil; también lo es apreciar el papel jugado por el movimiento obrero organizado, tanto en lo que concierne a la firmeza en el reclamo gremial como en la responsabilidad por su compatibilización con los requerimientos del proceso de recuperación y crecimiento económico. El capítulo del último discurso del líder sindical en el que expone la necesidad de que no sean los trabajadores los que paguen los eventuales efectos de la crisis es, en ese sentido, irreprochable. Se puede, naturalmente, discutir el orden de prioridades que se atribuye a diferentes demandas de los trabajadores y, por ejemplo, alertar sobre los peligros de atender los intereses de los sectores mejor remunerados de modo desproporcionado en relación con los de quienes trabajan bajo condiciones de precariedad e informalidad. Pero ese debate pertenece enteramente a la materia que debe negociarse en el ámbito tripartito entre Estado, trabajadores y empresarios y no puede considerarse una traba objetiva al desarrollo de esa misma negociación.
La disposición a defender con energía en la mesa tripartita los derechos de los trabajadores es, por lo tanto, un aspecto sumamente elogiable de la posición de la conducción sindical. Es, además, la expresión de una consecuencia en su conducta, cuyos antecedentes no se limitan a la etapa de los últimos gobiernos, sino que se extiende a la época de los programas económicos neoliberales. Desde ese punto de vista, nada aparece tan coherente como la alianza entre un gobierno que emprendió en 2003 un rumbo alternativo, sustentado en la promoción del empleo y en el mejoramiento de los ingresos de los trabajadores como motor de la expansión económica, y una corriente sindical identificada con esas premisas.
La cuestión problemática, ciertamente no nueva ni sorpresiva, es el curso de distanciamiento político respecto del Gobierno emprendido por Hugo Moyano. En este punto, su mensaje debe ser interpretado más allá del pliego de demandas concretas que enarbola un dirigente sindical: es, de modo explícito e inequívoco, un desafío político a la conducción política de la Presidenta Cristina Kirchner. Su núcleo duro –que termina sustentando una hipótesis política audaz y altamente dudosa– es la presunción de que buena parte del abrumador triunfo electoral del oficialismo es tributario del voto de los trabajadores. El dato es correcto. Pero hay un salto argumentativo muy visible: de la composición mayoritariamente trabajadora de la votación de Cristina no se desprende la capacidad del líder cegetista de representar políticamente a ese electorado. El salto consiste, claramente, en el pasaje de la representación gremial a la representación política. La historia política argentina es abundante en experiencias en que esa falsa equivalencia fundamentó grandes fracasos políticos.
La idea que parece subyacer al argumento es sumamente seductora. Es el proyecto de construir una “herencia” del proyecto kirchnerista desde las filas del movimiento obrero; una reencarnación del partido laborista que, nacido en el sector de la CGT que impulsó la histórica marcha del 17 de octubre de 1945, formara parte de la coalición peronista victoriosa al año siguiente. ¿Es posible en la Argentina de esta época recrear una construcción política de esa índole? La discusión es interesante y no merece una clausura fácil y descalificadora, encerrada en las conveniencias políticas coyunturales. La historia del peronismo reconoce antecedentes de intentos análogos y consecuentes frustraciones; la primera de ellas es la disolución del laborismo ordenada por Perón, poco tiempo después de asumir la presidencia. En los años sesenta, el mítico dirigente metalúrgico Augusto Vandor intentaría la reconstrucción laborista, en este caso como herramienta de su pulseada con el propio Perón: la derrota del vandorismo en las elecciones legislativas de Mendoza, contra el candidato designado por el general, en febrero de 1966, fue el final del experimento. Desde aquellos antecedentes mucho ha cambiado el país. Fueron décadas de debilitamiento de la clase obrera, no sólo aquí, sino en todo el mundo. La era capitalista nacida en la década del setenta, y que hoy vive un momento crítico, está signada por grandes transformaciones productivas, sociales y culturales que erosionaron las viejas identidades colectivas, empobrecieron la gravitación de los estados nacionales y fomentaron un ethos fuertemente individualista. El paisaje social argentino de comienzos del siglo XXI, después del traumático proceso de desindustrialización iniciado por la última dictadura y profundizado en los años noventa, llegó a niveles inéditos de desocupación y pauperización de los sectores populares más vulnerables; la reindustrialización y la recuperación del empleo y los ingresos desde 2003 no han terminado de modificar cualitativamente ese perfil social. El propio peronismo ha mutado de partido de base sindical en partido sustentado en el territorio. El resurgimiento de un fuerte movimiento obrero, en el marco de la reconstrucción de una sociedad basada en el trabajo es un interesante programa de acción transformadora, lo que no debería llevar a una falsa visión de la actual relación de fuerzas sociales.
La discusión conceptual puede y debe quedar abierta, pero hay, después del discurso de Moyano, otra discusión necesaria. Se trata de los tiempos y de la táctica con la que los promotores de ese eventual laborismo podrían encarar su cometido. No hace falta un complejo ejercicio imaginativo y alcanza con pulsar las repercusiones del acto de Huracán para evaluar la táctica que acaba de esbozarse. La solidaridad de Barrionuevo y de la CTA opositora y el estruendo mediático de las horas inmediatamente posteriores al discurso permiten avizorar el mapa político que rodearía la estrategia de la máxima conducción cegetista. Rápidamente, el atractivo sueño de un partido de los trabajadores para custodiar el legado de las transformaciones puestas en marcha en 2003 sería reabsorbido por el arco de fuerzas que tiene como punto principal de su agenda el debilitamiento y la derrota del proyecto kirchnerista. ¿Surgirían de esa derrota mejores condiciones para afirmar un programa político transformador sustentado en la acción y la movilización de los trabajadores? Cualquier mirada serena y desapasionada del actual tablero político sugeriría una respuesta contundentemente negativa a esa pregunta. Tampoco puede dejar de decirse que una eventual apuesta del Gobierno al debilitamiento del actual grupo dirigente de la CGT y su eventual reemplazo por un sector menos comprometido con el actual rumbo de gobierno tiene serios riesgos. Acaso podría traer simpatías en el mundo de las clases medias prejuiciosas respecto de Moyano y su grupo, pero debilitaría simbólica y prácticamente la alianza político-sindical que ocupó un lugar central en la experiencia de estos años. Todo indica que lo apropiado es la prudencia, la paciencia y la apertura de la negociación en torno de la agenda inmediata para enfrentar las amenazas de la crisis externa.
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