EL PAíS › LA DECLARACIóN DEL NIETO EZEQUIEL ROCHISTEIN TAURO EN LA CAUSA POR ROBO DE BEBéS
A mediados de diciembre pidió la rectificación del documento de identidad y ayer se presentó ante el tribunal con sus verdaderos apellidos. Dijo que saber quién era “fue como sacarme varias mochilas de encima”.
› Por Alejandra Dandan
La presidenta del Tribunal Oral Federal 6 preguntó los datos de protocolo. Esas respuestas no suelen ser, sin embargo, nada sencillas cuando la silla de los testigos la ocupa alguno de los hijos de los desaparecidos, apropiados por la dictadura y reaparecidos. María del Carmen Roqueta le hizo a Ezequiel las preguntas de siempre. “¿Nombre?”, dijo. Y él respondió medio en broma, medio en serio: “¿El actual? ¿O el que tenía?”. Y siguió: “Soy Ezequiel Rochistein Tauro y anteriormente era Vázquez Sarmiento”. Cuando la pregunta fue sobre su fecha de nacimiento, Ezequiel entonces dijo: “El 1º de noviembre de 1977, creo”.
Ezequiel está casado, es abogado, aunque durante un tiempo estudió Economía, como lo había hecho su padre biológico. Es hijo de María Graciela Tauro y del “Hippie” Jorge Daniel Rochistein, dos militantes de Montoneros desaparecidos el 15 de mayo de 1977. Ezequiel nació en la ESMA. Su historia se conoció en septiembre de 2010, cuando después de diez años de intentos, la Justicia terminó de confirmar los datos de su filiación. El no quiso hacerse el ADN cuando se lo ofreció la jueza María Servini de Cubría y luego Rodolfo Canicoba Corral. Ezequiel, para entonces, era abogado civil de la Fuerza Aérea, el arma de su apropiador. Después de idas y vueltas, Canicoba ordenó un allanamiento en su casa. Se llevaron ropa que era de un amigo. Al final, terminó entregando prendas más personales, obligado, en el despacho del juez. Recién ahora, a mediados de diciembre, pidió la rectificación del documento de identidad.
Ayer, en la sala de audiencias del juicio por el plan sistemático de robo de bebés, habló corto. Y poco. Apretado. Cuando le preguntaron qué significó después de todo para él saber quién era, dijo: “Fue como sacarme varias mochilas de encima; la verdad, es complicado, pensás que sos una persona, pero sin embargo sabés que te tira para otro lado. Yo lo estoy procesando. Pero la verdad es que fue liberador”.
Casi al final de la audiencia, Roqueta volvió sobre el asunto. “¿Estaba muy enojado usted con todo eso?”, le preguntó. Pero él dijo que no. Que no era enojo lo que sentía. “No dar sangre era por la imputación del delito que podían hacerle a mi mamá (de crianza). Eso me motivó a estar así, después hubo un click, después de tener un hijo uno se da cuenta y se pregunta qué hubiese hecho en esa misma situación. Uno va elaborando y poniéndose del otro lado. Pero enojado no, nunca estuve enojado.” Y al final, entonces, antes de levantarse de la silla, también él volvió a ese punto: “Venir acá –explicó– para mí fue liberador”.
María Graciela estaba embarazada de cuatro meses y medio cuando la secuestraron. La levantaron con el Hippie en la zona de Hurlingham. Los llevaron a la Comisaría 3ª de Castelar. A ella la vieron en la Mansión Seré y más tarde, para el alumbramiento, en la ESMA. El apropiador de Ezequiel fue Juan Carlos Vázquez Sarmiento, entonces suboficial de la Fuerza Aérea, hoy todavía prófugo de la Justicia.
“Nunca tuve dudas. Pensé que era hijo biológico de ellos. Mi vieja de crianza, a la que considero mi vieja, tiene problemas de salud, tiene cáncer; empezó con problemas en el ’97, en el ’99 o 2000 le iban a hacer una operación complicada, así que me dice que a pesar de que me crió con todo el afecto y el amor, yo no era hijo de ella. Que no eran mis padres biológicos”, contó Ezequiel, que dice que no habló del tema con Vázquez Sarmiento. Afirma que estaba separado de Stella Maris desde hacía dos o tres años y él había dejado de verlo.
“A pesar de que me hizo ruido el tema, con la enfermedad de ella no quería presionarla, y nunca mastiqué el tema hasta que Servini de Cubría me llama al juzgado para ver si quería dar sangre porque podía ser hijo de desaparecidos. Voy al juzgado y me presento. La situación no se entendía bien, mi vieja estaba muy nerviosa. De lo que me acuerdo es de que me recibe la jueza, me pregunta si quería acceder al análisis de sangre. Yo le pregunté qué puede llegar a pasar con mi vieja; ella me dijo que estaba imputada. Entonces le respondí: ‘No quiero seguir con esto’.”
Para febrero de 2002, vio por última vez a Vázquez Sarmiento. “Yo le dije que prefería no verlo más que verlo preso. Y ésa fue la última charla que tuvimos.” Lo que le dijo Stella Maris es que “había aparecido en la cama matrimonial de ella, que era muy bebito. Que desde ese día me quiso como un hijo. Y en realidad, como está mal psicológicamente no tengo oportunidad de hablar”.
Durante el relato, Ezequiel habló de arbitrariedades del represor. Y del extraño momento en el que se enteró de que un suboficial cercano a Vázquez Sarmiento llamado Julio César Lestón aportó los datos a Abuelas de Plaza de Mayo para su recuperación.
“Yo de chico (a Vázquez Sarmiento) siempre lo vi en una oficina. Primero estaba en el Estado Mayor Conjunto, siempre en el Edifico Cóndor. Yo iba, él me llevaba. Después lo trasladan a Morón en una regional de Inteligencia.” No sabe si alguna vez en su casa escuchó algún comentario sobre la dictadura militar. “Lo que sí –dijo– me quedó grabado es que la persona que denuncia que yo... bue... que él me apropió, iba a ser mi padrino, porque eran compañeros de promoción o de la Regional.”
Lestón declaró en la causa de robo de bebés. En el debate reconoció que participó del operativo de secuestro de los padres de Ezequiel, aunque negó que supiera cuál sería el destino. No se sabe si tuvo algún rol en su entrega, pero la idea de que Vázquez Sarmiento lo haya pensado como padrino lo asocia a varios de los casos del juicio, en el que una y otra vez aparecen escenas en las que los apropiadores les otorgan el lugar de padrinos a quienes tuvieron algún rol en la distribución de los niños.
Lo que sucedió más tarde con Ezequiel es conocido. Para cuando el juzgado obtuvo sus datos de filiación, Ezequiel seguía en la Fuerza Aérea. La entonces ministra de Defensa Nilda Garré lo llamó para darle la noticia. Pese a todo, la idea de saber quién era fue un alivio: no lo tomó mal, dijo. “Sabía que hice todo lo posible y que no dependía de mí, así que con eso sentí que uno se va sacando un par de mochilas que va teniendo.”
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