EL PAíS › OPINIóN
Dos cifras centrales en el discurso de Cristina. El aumento a los jubilados frente a debates pasados y presentes. Un repaso sobre el “modelo” y sobre el supuesto “ajuste”. Moyano y la Rosada, el clásico del verano. Las paritarias, la lluvia, la política fiscal y otras aventuras del verano.
› Por Mario Wainfeld
En el discurso presidencial del miércoles hubo profusión de cifras, como es habitual. Dos resaltaron en la cima del conjunto: el porcentaje de aumento semestral a los jubilados y el consabido “54 por ciento” de los votos. Son puntos firmes del Gobierno, difíciles de rebatir. La movilidad jubilatoria plasma una propuesta del oficialismo, implementada con “su” coeficiente sobre el que la oposición hizo predicciones apocalípticas, desmentidas en cada semestre ulterior. En ese caso, su aplicación lleva al bolsillo de los beneficiarios un incremento que superará al de la mayoría de los trabajadores activos y a la inflación medida con los índices más serios o más imaginativos.
Otro guarismo irrefutable es el que cuantifica la legitimidad de origen de Cristina Fernández de Kirchner desde 2011, que es también legitimidad de ejercicio porque el soberano la revalidó tras ocho largos años de gestiones K.
La suba a millones de jubilados trasluce que describir al 2012 como el año del ajuste es uno de los tantos simplismos de los ultra anti K. La dirigencia política opositora es una parte raída de ese colectivo: sigue ensimismada y grogui después del veredicto popular. La vanguardia mediática, en cambio, mantiene sin variantes la estrategia que tan magros resultados le dio desde 2008: estar de punta contra todo lo que diga o haga el oficialismo. Y lo que es peor, para sus propios intereses y para enriquecer el debate público. Se empecina en leer en blanco y negro una coyuntura multicolor, compleja y hasta contradictoria. Pero jamás binaria ni monótona.
Claro que hay cambios en la política económica. Habría que aclarar: siempre los hubo. El “modelo” kirchnerista (el cronista porfía en ponerle comillas para significar su relatividad y mutabilidad) se va adecuando a cambios de escenario, se reacomoda en función de lo que se perciben como errores, insuficiencias o cuellos de botella. En ocho años, que serán doce, el contexto doméstico y el internacional basculan permanentemente, mantener intocados los instrumentos sería una necedad. Se cambia, pues, de modo permanente. Puede (debe) debatirse si no son necesarias políticas de más largo plazo. Puede (debe) discutirse la pertinencia o el timing de las readecuaciones. Soslayar su recurrencia es una falla de percepción.
La retórica oficial no lo confesará, pero se están revisando criterios que se juzgaban eficaces. Tenían contrapartidas, la suma algebraica (en el imaginario K) daba positivo. Así ocurre con los subsidios a los usuarios de servicios públicos o con la permisividad dispensada a los precios de los combustibles. En aras de incentivar el crecimiento, de reactivar el aparato productivo, de generar empleo, se convalidaban costos que ahora, en otro estadio, son contraproducentes.
La poda de los subsidios, claman los agoreros desde diciembre, será feroz: en marzo tronará el escarmiento para los bolsillos de millones de argentinos, en especial de los más pobres. Eso es un ajuste convencional, al menos en la Argentina. De momento, las cosas no transcurren así. El cronista no quiere dar por seguro nada no ocurrido: habrá que ver. Por ahora, los avances sobre los usuarios son cautos y escalonados, tal como anunció este diario. El resultado, por ende, tampoco es espectacular. Se modera el gasto o, acaso, sólo su curva de aumento. Tal vez ese sea el objetivo, tal vez (kirchnerismo químicamente puro) se sigan las enseñanzas del economista Antonio Machado de “hacer camino al andar”, tomando mucha cuenta de las reacciones colectivas y de la opinión pública.
Un objetivo confluyente en todas las medidas es acentuar el control impositivo, en especial sobre los más poderosos. La búsqueda de renuncias a los subsidios se hace bajo apercibimiento de revisar las credenciales fiscales de los que reclamen seguir recibiéndolas. Mejorar la tarea de la AFIP, detectar contribuyentes evasores o escondedores son acciones que persiguen mantener la caja recargando a los que más pueden. Mucho queda por hacerse respecto de la evasión y la elusión, válido es que se procure.
La emisión vertiginosa de tarjetas SUBE trasluce flaquezas comunicativas del Gobierno y una urgencia endémica que desluce parte de sus movidas. Su núcleo, todo modo, es adecuado y también conlleva un avance en el control de los recursos de las empresas. Dicho sea al pasar, que se puedan emitir millones de abonos personalizados en pocos días, así como los progresos en la tramitación de los DNI y los pasaportes, atestiguan cuánto han mejorado las prestaciones estatales. Lo que, para ser francos y consistentes con el rumbo de esta nota, no quiere decir que todo sea blanco refulgente, pero sí que se está a años luz de un Estado incapaz para hacer un censo (hace poco más de diez años) o un buen padrón de contribuyentes (hace menos de nueve).
Dos paradigmas hay en escena frente a la complejidad del escenario económico. El jefe de Gobierno Mauricio Macri, ante el brete de qué hacer con el pasaje de subte, eleva su precio exponencialmente y (dice que) después verá si arbitra excepciones. El kirchnerismo trajina un camino diferente, bien escarpado y dialéctico, siempre atento a las respuestas ciudadanas.
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Tres partes, tres: Las convenciones colectivas son otro progreso del kirchnerismo que entra en una etapa diferente. ¿Lo será en términos polares? No digamos que “no”, digamos que no da la impresión.
La Presidenta anticipó que no tendrán piso ni techo, aunque sinceró que el Gobierno siempre tiró sobre la mesa una pauta indicativa, que jamás se aprobó a libro cerrado. Centenares de actores, que expresan un abanico (perdón) multicolor de situaciones sectoriales, no se resumen en un porcentual ecuménico.
El afán del Gobierno, aunque no se diga, es que baje la nominalidad, o sea, que el promedio de los acuerdos esté por debajo del de 2011, año electoral menos signado por la crisis de las economías centrales. Los gremialistas, habituados a una gimnasia de muchos años, pondrán sus escollos. Los grandes medios, por una vez, apuestan a “los muchachos” y (como siempre) se afanan en probar que cualquier paritaria es un caso testigo. No lo es, por cojones diría un economista hispano, la docente. Una meritoria innovación del kirchnerismo sin muchos parangones en la región. Atañe a 940.000 laburantes del sector público, las provincias forman parte del entredicho. Caso recontra único, para nada proyectable de modo lineal. Su dificultad es proverbial, se exacerba en esos días. El Gobierno dilata la convocatoria formal, para ir bocetando trazos del acuerdo nacional, los sindicalistas docentes “apuran”. Es un regateo habitual, bien peliagudo.
Los gremios de actividades privadas recién se desentumecen, unos pocos llegan a la mesa de negociación, el otoño es la estación donde florece la negociación colectiva, en invierno también se consigue. Esas flores policromas contradicen el ciclo de la naturaleza.
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El clásico del verano: Las diferencias con Hugo Moyano se acrecientan, el clásico del verano se renueva semanalmente. El secretario general de la CGT tuvo tres apariciones públicas, en formatos y tonos diferentes: las cartas que le envió a la Presidenta, las declaraciones periodísticas que hizo en el programa de Gustavo Sylvestre, el asadito con los muchachos el viernes.
Los reclamos institucionales se documentaron con un estilo prolijo y respetuoso. Son tópicos cegetistas, lógicos desde su posición, que se reiteran desde hace meses: obras sociales, mínimo no imponible, asignaciones familiares. En tinta limón (o en la tele, o con unas achuras de por medio) se añade la falta de interlocución, el desdén. En el reportaje, el líder camionero fue más provocador. Clavó, premeditadamente, una pica en Flandes al identificar la “sintonía fina” con la jerga (y la praxis) del menemismo. El sabe que eso es romper lanzas. Según la percepción del cronista, en otros tramos se fue de lengua, acaso no adrede. En medio de una serie de alusiones amigables con el gobernador Daniel Scioli deslizó un sarcástico “si lo dejan”, respondiendo sobre si se reuniría con él. Rápidamente, cambió el eje pero el registro queda, todos lo habrán escuchado, empezando por el gobernador. Derrapó cuando contó que el salario mínimo vital y móvil se impuso “desde Olivos” sin dar cuenta de que él mismo estaba en ese cónclave, firmó lo pactado, sonrió para la foto.
En una querella entre dos aliados de años, es clavado que habrá olvidos o reescrituras de la historia común. El ejercicio existe tanto en la Casa Rosada cuanto en la añosa sede de Azopardo. La verdad histórica cede ante los posicionamientos actuales.
La concurrencia al asado fue menguada, tal vez no tan diferente de la de otros momentos. Moyano jamás contó con una fuerza propia amplia, su dominio en la CGT tributa a otros recursos, entre los cuales se contaba su quid pro quo con el kirchnerismo. Cuando se lo inquirió acerca del número y perfil de los comensales, “Hugo” replicó recordando su convocatoria al acto de Huracán. Los dos planteos son veraces. Moyano sigue siendo fuerte en su potencial movilizatorio, su capacidad de resistencia y de negociación con la patronal. La resistencia, la puja sectorial son su territorio. Frente a su prioridad para los próximos meses, conservar el secretariado general de la CGT, está menos consolidado. Sus adversarios no terminan de cuajar una alternativa, esa pulseada está irresuelta. Para ahí enfila o allí se abroquela Moyano aunque su discurso sea más pretencioso. En una de ésas, hubiera sido más sutil y eficiente que se tomara de la palabra de la Presidenta garantizando paritarias libres, prefirió resaltar desconfianza. Los puentes, dinamitados desde ambas cabeceras, no se reconstruirán así.
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A mi manera (My way): Volvamos al eje de esta nota, al “modelo” o, mejor aún, a la política (económica, entre otras) del kirchnerismo. El ex presidente Carlos Menem les pasaba por arriba a las movidas de protesta: “Ramal que para, ramal que cierra”. Fernando de la Rúa alegaba no saber que se estaba matando gente en la Plaza de Mayo e inmediaciones. El oficialismo responde de otra(s) manera(s). No está a la cabeza de la protesta social activa, es algo vedado en general a los gobiernos. Tal vez, en otro mundo, esa regla fue contradicha por los guardias rojos de Mao Tsé Tung, si se permite un anacronismo o una ironía. Sin repetir el precedente, el kirchnerismo adecua sus tácticas con una mirada en la sociedad civil.
La diversidad de los cuadros del Frente para la Victoria pinta una gama mucho más amplia que la de sus competidores. Leonardo Grosso, joven militante del Movimiento Evita y un tenaz denunciante de la masacre de La Cárcova, es diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Integró la misma lista que Facundo Moyano, joven excepción a la pobre cosecha gremial en las boletas electorales. Entraron al Congreso junto a otros diputados, digamos, más convencionales. Pero forman una tensa diversidad que se magnifica en el escenario institucional de la provincia, con el activo papel del vicegobernador Gabriel Mariotto. Lo que puede añadir conflicto, riqueza, debate interno, síntesis superadoras o desestabilización. Todo menos un monótono horizonte bicolor.
El “modelo” y la política son magmáticos, que no erráticos. Pilares de la política económica, como la Asignación Universal por Hijo o la sepultura de las AFJP, son incorporaciones tardías, bien entrado el primer mandato de Cristina Kirchner.
Una viga de estructura es la búsqueda de legitimidad masiva a través de la satisfacción de intereses tangibles. El kirchnerismo no revocará ese rumbo, porque tal es su ideología y porque le rindió jugosos frutos. La hipótesis de que se le compliquen las cosas o se le acabe la cuerda siempre está vigente, hasta ahora no se concretó.
El año estará signado por las dificultades endógenas de la economía local y el contexto internacional, categorías que no es sencillo escindir. Algunos pronósticos prevén un crecimiento más que pasable de la economía local. Mario Blejer (ex banquero central, un hombre del establishment financiero con pensamiento propio, rara avis) explicó esta semana que avizora un crecimiento del PBI del orden del 6 por ciento, uno menor pero sostenido en Estados Unidos, recesión en Europa. Un pronóstico muy similar al de los especialistas del Banco Central, accesible en su página web. Ya que estamos, otra prueba de que nada es uniforme, ni siquiera en el sacudido Primer Mundo.
Por otro lado, llueve y eso mejora las chances del sector agrícola ganadero y del fisco nacional. Paradoja y carencia, todavía hay que mirar al cielo para saber el destino común, límites de un modelo demasiado primarizado.
Entre tanto, el Estado aprieta las clavijas a los importadores, a las multis que remesan divisas a sus países de origen, a los bancos, a las petroleras. Raro espécimen de ajuste, comparado con los que asolaron las pampas.
De otro color, pongamos para cerrar.
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