EL PAíS
› OPINION
De eso no se habla
› Por Osvaldo Bayer
Hay tantos temas en este presente triste y trágico de la humanidad que uno se siente llevado a mirar hacia fuera y olvidar los problemas que llenan de injusticias y tristezas al propio país. En la Argentina está pasando algo, no es como antes que todos se callaban la boca y el agente de la esquina ponía cara de ovejero para sembrar las sonrisas celestinas de los asustados. La defensa de Zanon por sus propios obreros y por la solidaridad de la República es un ejemplo de la búsqueda de más democracia y una burla a una justicia obediente al poder; la marcha de los vecinos de Munro empujada por la asamblea popular de Carapachay, donde se repudió a la comisaría de Munro por su gatillo fácil y la continuidad de la desaparición de jóvenes (el pueblo en la calle, con la única arma de la palabra y los policías armados hasta los dientes y escondidos detrás de barricadas que rodeaban a la comisaría), y tantos otros hechos que demuestran que la defensa de la vida y de la fuente de trabajo es mucho más importante que los discursos de los descoloridos candidatos para las próximas elecciones, anémicas de la manutención del poder por los de siempre.
Bien, vamos a levantar la ropa sucia de nuestra sociedad para mostrar cómo se miente, cómo se traicionan los derechos humanos, qué miedos tiene toda la justicia, el gobierno y los responsables de hechos a los cuales les han puesto el sello “De eso no se habla”, o el dictado del fascismo argentino: “Para esos, ni justicia”.
Y lo vamos a nombrar. Porque es un caso que atañe a la democracia argentina. Con él se ha traicionado todo lo legal. Se lo ha condenado a las mazmorras por encima de toda legalidad. Para demostrar que todo en la Argentina es una farsa, basta comparar cómo se trató a los militares, cómo se trató a los grandes estafadores de las ventas de armas, de los negociados, de la explotación y cómo se esconde ad infinitum el caso Gorriarán Merlo. Y los cuatro culpables de esta burla brutal y oscura a la palabra justicia se llaman: Alfonsín, Menem, de la Rúa y Duhalde. Y todo su cohorte de simuladores que actúan en la materia oficial de Justicia y Derechos Humanos. En Alfonsín: la irracional diferencia en el tratamiento a Rico y sus carapintadas a quienes fue a visitar en helicóptero al cuartel mientras que contra los civiles de La Tablada ordena una represión cruel, brutal, típica de los tiempos de Videla y Suárez Mason, para lo cual manda intervenir al asesino general Arrillaga, aquel de la desaparición de los abogados de derechos humanos en Mar del Plata. Se hará una orgía, nueve de los 29 muertos fueron asesinados siendo ya prisioneros, con los oficiales poniendo sus patas sobre los cadáveres de los caídos, el señor presidente de la Nación fotografiado junto a los vencidos muertos y desechos por las bombas y la metralla, con los prisioneros tratados como las peores bestias. No, por supuesto, no se va a juzgar a nadie de los represores de Arrillaga, para ellos sigue valiendo el cínico y vergonzoso obediencia debida. Pero para los presos, un juicio sin derecho a apelación, en la Argentina de la llamada nueva democracia nacida en 1983. Un juicio que fue una verdadera vergüenza con los acusados ya condenados de antemano. De allí se los enviará a una verdadera cárcel de ratas, la construida por Videla, donde los prisioneros durante muchos años no pudieron recibir ni un rayo de sol. Mientras tanto Rico hacía otro golpe y mataba a un soldado conscripto. Pero eso no fue nada para condenarlo ya que fue liberado por Menem, quien acaba de decir que “le gusta la derecha”.
El 28 de diciembre de 1995, Menem pegará otro golpe contra la democracia: con el presidente mexicano Zedillo –otro como él– preparará una acción de los servicios de informaciones y secuestrará a Gorriarán Merlo en México, un golpe a lo “gangster” ya que la acción debería haberla realizado la policía mexicana y luego, de acuerdo con las leyes y los tratados, Menem haber pedido la extradición de Gorriarán. No, nada de eso.Para qué, si se hubiera tratado de un general desaparecedor, o un ministro ladrón por supuesto que se hubieran respetado paso a paso las acciones legales, pero para un hombre de izquierda no valen las disposiciones internacionales. Y en una acción nocturna se trajo a Gorriarán a la Argentina. La Comisión de Derechos Humanos de la OEA rechazó el proceder argentino-mexicano y ha exigido el regreso de Gorriarán al lugar de donde fue raptado. Pero los sucesivos gobiernos argentinos de Menem, De la Rúa y Duhalde se han callado la boca y se hacen los sordos en un flagrante delito de no cumplir con los tratados internacionales. Esto es una vergüenza para todos los argentinos, pero es que los gobernantes que nos sirven los arreglos politiqueros creen que la ley no vale para todos los ciudadanos sino sólo para ellos y sus sospechosos seguidores. En cambio, qué ejemplo nos dio a los argentinos el Brasil cuando se negó a extraditar a cuatro incursores de La Tablada que se habían refugiado en su territorio: al pedido de Menem le respondió la justicia brasileña que no se entregaba a ciudadanos cuyos acciones eran de carácter político. Por su parte, Lula ya hizo un pedido para que se dejara en libertad a Gorriarán Merlo ya que ni la justicia ni el gobierno habían cumplido con lo que le correspondía.
Uno, como ciudadano común se pregunta cómo puede haber tanto cinismo en los que nos gobiernan: por ejemplo, el caso Rico que se levantó dos veces contra las instituciones republicanas y es responsable de homicidio de un inocente soldado sea hoy candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Peor todavía: el caso del comisario Patti, asesino y torturador comprobado, con homicidios plenos de bestialidad sea hoy candidato de la democracia argentina para el mismo cargo bonaerense. ¿Es aceptbale eso? ¿A dónde nos ha llevado la vergonzosa política radical de la obediencia debida y punto final? Ante esta realidad: ¿quien puede confiar en nuestras instituciones? Es preciso dar una solución ya mismo a este estado de cosas.
Tiene que comenzar ya el gran debate, no podemos apartar la vista y mirar para otro lado. En estas condiciones este país no es democrático, está dominado por un clima sibilino y de consenso con el delito. Además ya se ha perdido demasiado tiempo para la ética en este doble juego de sonrisas para algunos y cárcel para los otros. Más que siempre pagan los platos rotos aquellos que equivocados o no quieren cambiar una sociedad de aprovechados y víctimas por otra de dignidad para todos los pobladores. Aquí tienen que moverse todos: legisladores, hombres de la justicia, intelectuales, sindicatos, organizaciones barriales.
Recuerdo con dolor y con vergüenza cuando fuimos a entrevistar a los ministros de De la Rúa: los presos de La Tablada habían iniciado una huelga de hambre que duraría 120 días. Los rostros de los presos y los rostros de los ministros. Lo que se pedía era que se cumpliera con la CIDH y con las leyes de la verdadera justicia. Fuimos mil veces. El rostro del ministro de Justicia, hermano de De la Rúa, como una efigie de mármol del templo de Baco, y los demás funcionarios, mirando el infinito. Por último no tuvieron otra salida que oír el clamor de los siempre sacrificados organismos de derechos humanos. Pienso yo, ¿tendremos que volver al pasado, para que finalmente se cumpla con la ley y la voluntad de encontrar el camino de la verdadera justicia? ¿En qué tierra vivimos, a los uniformados, saludo uno; a los luchadores, el cepo?