Lun 14.04.2003

EL PAíS  › BALBIN AGUAYSOL, UN MAESTRO QUE CONSTRUYO SU ESCUELA EN EL CORAZON DE LOS VALLES CALCHAQUIES

“Hemos sido un país desmemoriado”

Aguaysol construyó la escuelita y creó la Fundación Amauta y luego viajó a Perú y a Centroamérica para estudiar la forma en que esa iniciativa sea sustentable a partir de las actividades de la misma comunidad. “Queremos que los chicos rescaten su identidad, se valoren a sí mismos y a la gente que los rodea”, afirma en este pueblito tucumano gobernado al mismo tiempo por el intendente y el cacique que elige el Consejo de Ancianos.

› Por Luis Bruschtein

Balbin Aguaysol tiene 33 años y es maestro pero nunca le dieron el nombramiento para ejercer en su pueblo, Amaycha del Valle, en Tucumán. Decidió entonces con sus vecinos construir una escuela de adobe con techos de cañizo y tortas de barro, detrás de la casa de sus padres. Allí enseñan la historia de los amaycha y los quilmes, de los diaguitas calchaquíes y los pueblos originarios de la región. Pero también enseñan inglés y computación, además de danzas folklóricas, música y alfarería. Creó la Fundación Amauta para sostener la escuelita a la que asisten chicos de Amaycha y Los Zazos. Todo empezó porque quería ser docente, pero después se enfermó de cáncer y recibió la solidaridad de sus vecinos y el compromiso quedó sellado. “Tengo un doble compromiso”, dice Balbin, en su casita de Los Zazos, junto a Amaycha, en los valles calchaquíes, donde vive con su padre, Amable Aguaysol, artesano albañil, y su madre, Nicolasa Rivero, gran cocinera.
–La escuela es una organización sin fines de lucro, del año 1997, la hemos hecho a pulmón con nuestro esfuerzo. Yo soy docente y tenía la necesidad de tener un espacio propio, pero lo tuve que hacer como un renegado porque el Estado no nos ha dado la posibilidad de hacerlo. Me recibí de maestro hace mucho pero nunca me dieron el nombramiento para ejercer en mi pueblo y con el tiempo decidí hacer algo. Leí un libro que me impresionó: La escuela que yo quiero, de José Valero García, una corriente nueva dentro de la educación, donde el niño es el verdadero protagonista y no el docente. Aquí queremos que el docente sea un orientador, un descubridor de vocaciones, rescatando nuestros valores como pueblo. Y esto es mucho más interesante, fortalece la identidad, el niño se conoce a sí mismo, se valora, valora a la gente con la que vive, valora el medio ambiente.
–Aquí en Amaycha las raíces culturales son incluso prehispánicas...
–Nosotros tratamos de enseñar que la historia no comienza el 12 de octubre de 1492. La historia del hombre en América comienza mucho antes. La mayoría de las instituciones que han llegado, han traído una idea fuerte, con carácter de superior, e incluso socavando las que estaban de antes. Y ahora sucede lo mismo, no ha cambiado muy mucho. La diferencia, quizás, es que en aquella época los españoles nos han sacado las tierras, nos han quitado la lengua, todo. Fue una lucha que duró más de cien años.
–Cuando los españoles derrotaron a los quilmes los desterraron en Buenos Aires.
–No sólo los quilmes, a nosotros los amaycha también nos llevan, nos han desterrado al llano. Pero los amaycheños, como los han llevado cerca, acá en Tucumán, han tenido la posibilidad de volver. Acá en Amaycha, en los quilmes, en el Bañado, en 1716, son los primeros pueblos que se independizan de la corona española, más de cien años antes de la declaración de la independencia. Esto no se enseña en la escuela, se desconoce por completo. En 1820 se hace una protocolización sobre la propiedad de las tierras cuando ya el Cabildo era el Cabildo de Buenos Aires. De acá va Juan Carlos Pastrana. Se va caminando a Buenos Aires a pedir esa protocolización de una cédula real del 1616. La historia de nuestro pueblo es de mucho más antes que 1816. Están los levantamientos calchaquíes, de Juan Calchaquí. Y hubo otros nombres, como Viltipoco y otros más. Hombres que han sabido defender no sólo a su pueblo, sino también a una cultura. Culturas con una profunda observación de la naturaleza. Cuando viene el inca, 50 años antes que el español, los calchaquíes, a diferencia de ellos, cuya figura principal era el sol, acá tenían a la luna, porque no sólo alumbra de noche sino que también se la ve de día. Ellos creían que era más fuerte. Por eso aquí, la deidad más fuerte es femenina, la Pachamama, que tiene mucho que ver con la fecundidad.
–¿Esa historia ha quedado en la memoria de Amaycha?
–Una de las cosas importantes que se han logrado a partir de esas épocas de luchas es que hay 120 mil hectáreas en juego en los pueblos éstos. Eso está escrito incluso en lengua de Castilla y hasta en latín. Nuestra lengua era el cakan, que se ha perdido, dicen que era de sonidos guturales, pero no tenía escritura. Ahora, uno hace coplas, que tienen cuatro estrofas y tienen rima, y eso es muy español. El joy-joy nuestro, que todavía se canta acá, sólo expresa estados anímicos. Se canta con sonidos guturales y se acompaña con la caja. Todo eso se ha ido quedando. No sabemos qué quiere decir joy-joy y a la mejor quiere decir “copla” en cakan.
–En esas culturas también es muy importante la tierra y el medio ambiente...
–Bueno, a eso iba. En función de esos documentos, en 1995, el gobierno de Ramón Ortega en la provincia, devuelve las tierras de Amaycha. Vamos a hablar mal y pronto: hubo una tranfugueada. En Casa de Gobierno se firmaban unos documentos por los que cedían tierras a ciudadanos en las afueras de la ciudad de Tucumán y entre ésos había una carpeta sobre Amaycha, que eran 52.812 hectáreas. Nunca se ha enterado don Ortega lo que ha firmado. Lo cual ha sido una picardía de la indiada, de meter el trámite donde se tenía que firmar. Creo que es el primer gobierno constitucional que hace una entrega de este tipo. Nuestra situación tiene mucho que ver con la tierra. Considero yo que la tierra es la base de la identidad. Estamos aferrados a la tierra, la tierra es nuestra y además es colectiva. Y según la Constitución no se puede embargar, no se puede vender, no se puede nada. Pero hay una ley de minas que dice que aunque somos dueños de la superficie, si abajo hay oro o petróleo, sonamos, se nos va todo al carajo. Las leyes no tienen tanta afinidad con el sentido del derecho. Está el derecho humano, que es algo universal. Por otro lado el derecho constitucional, como Estado. Y después el derecho indígena. Todo va mezclando el tema de los derechos, que al fin y al cabo es uno solo, es humano, básico. Pero hay ciertas leyes que van contra el derecho básico nuestro.
–Las tierras son comunitarias en Amaycha. ¿Cómo es el gobierno?
–En Amaycha tenemos dos gobiernos. Por un lado la representación del gobierno constitucional, que es la comuna, que es el último orejón del tarro del Estado, la última de las últimas. Y aparte, tenemos otro gobierno de acción comunitaria, que es el cacique. Que se ha venido portando más o menos mal durante los últimos 20 años. Lo elige un Consejo de Ancianos y ahora ha salido otro candidato. Pero no hay objetivos claros, no hay proyectos a largo plazo, de desarrollo sostenible, solamente cosas muy puntuales, como la fiesta de la Pachamama y el Carnaval ahora. Pero unos días después de la fiesta, todo desaparece. Nosotros queríamos darle una imagen mejor...
–¿A través de la Fundación Amauta que ustedes formaron?
–Bueno, yo en lo personal no tenía tanto compromiso social, pero las cosas cambiaron a partir de dos hechos. El primero fue conocer los derechos básicos. Y el otro fue que yo tuve un problema de salud muy grave que me ha hecho pedir a la gente. ¿Y quiénes me han ayudado? los que menos tienen. Es como los cartoneros que han ayudado a los chicos de San Miguel de Tucumán. Entonces de eso yo no me olvido y me ha puesto al filo del compromiso social. Tengo un doble compromiso. La escuela por un lado, los chicos, los nietos de los compañeros que me han acompañado en esos momentos difíciles. Y también el proceso de aprendizaje de ese chico, que es mucho más interesante. Trabajamos con la escuela activa, en educación no formal, y además nos interesa que la calidad educativa sea elevada, tratamos de trabajar en valores básicos, como la acción comunitaria, tratar de preservar nuestra cultura. Dicen que no hacemos arte sino artesanía, a nosotros nos interesa hacer arte, el arte es caro, bueno, podemos mandar nuestras cosas para vender afuera como arte. Nos interesa que nuestros alumnos algún día pudieran tener un banco propio dedepósitos, que se autofinancien sus propios estudios y que vuelvan a sus pueblos. Me interesa que podamos trabajar en lo que es desarrollo sostenible, no sólo a nivel personal o familiar, sino también como aglomerado productivo, donde una cosa sostiene a la otra y se crean cadenas. En vez de que nos traten como recursos humanos, caramba, queremos ser humanos, porque eso somos, no somos recursos para nadie.
–La idea sobre desarrollo sostenible aparece en forma repetida en relación con la escuelita y la Fundación...
–Me he ido involucrando en el tema. Y después hice contacto con el UNIR, que es un proyecto de la Kellog, y también con la Universidad de Tucumán. Eso también me ha dado la posibilidad de ir a un encuentro latinoamericano en Perú. Antes estuve tratando de buscar un enfoque sobre la nueva empresa, una nueva forma de actividad productiva a partir de nuestras capacidades. La inquietud que me llevó a todo eso es poder tener una visión a largo plazo. Tucumán ha pasado a ser noticia por los chicos que tienen hambre. Si acá en Amaycha, que somos una comunidad indígena, tenemos chicos desnutridos, en parte es porque se han perdido ciertos valores que la escuela no ayuda a preservar, como una cultura del trabajo que no dependa del Estado o de la zafra, tenemos que volver a la alfarería, a cuidar el agua, si somos dueños del agua, somos dueños de la tierra y podemos cultivarla. Pero las cosas se van mezclando de tal manera que al gobierno local tampoco le interesa armar estos círculos comunitarios para que la cosa sea sostenible en el tiempo y no se dependa de nadie.
–La ayuda tiene que servir para despegar y no transformarse en una necesidad permanente, sirve en tiempos de crisis.
–Antes de la llegada de los españoles los pueblos originarios ya hemos estado en crisis. Se habla de crisis económica y bueno, hay crisis peores, como sentirse solo en la calle Florida. Hay microclimas, como los climas de negocios. Amaycha no tiene esas condiciones. Nos podemos sentar a comer a una mesa grande y no ser parte del menú. ¿Cómo hacer del lado de la pobreza? Tenemos que preguntarnos qué tan pobres somos, tenemos nuestros valores y nuestras capacidades.
–¿La escuela es un medio para salvar esa distancia, esa brecha entre ricos y pobres?
–Yo veía que la brecha se abría cada vez más y ahora las distancias son mucho mayores. Hay tantas cosas que están pasando y no tomamos en cuenta. Estamos lejos, nos siguen llamando “el interior”, la Argentina es un país grande y “rico”. El Norte y el Sur no se conocen. Lo que se conoce es la Capital. Para nosotros, la región en sí nos identifica más o menos por un color de la piel, nos identifican las comidas, una idiosincrasia cultural, con todo el bagaje de conocimientos que no nos interesa perder. Por eso hemos creado nuestra escuela. No una escuela donde el docente corre preocupado por su sueldo y por cumplir un programa porque el Estado lo requiere así, porque ése es el modelo que quiere, que nosotros seamos empleados. ¿Empleados de qué si ni siquiera hay empleos? La escuela de valores crea posibilidades de optar, de elegir, de ser libres, hay que educar para ser libres.
–¿Su familia siempre vivió aquí en Amaycha?
–No, yo he nacido detrás de las cumbres calchaquíes, en un lugar que se llama San José de Chasquivil. De allí hablan las zambas de Atahualpa Yupanqui, que era amigo de mi abuelo, un trenzador, hombre de campo. Aguaysol es un apellido originario de aquí de los valles, de Chañar Junco, donde ha nacido, de aquí del valle.
–¿Su padre, don Amable, trabajó en la zafra?
–Mi abuelo también, hasta yo he estado en la zafra con mi viejo, tengo un montón de anécdotas. Pero nos vinimos para acá por la violencia en los ‘70, también por la salud de mi mamá. Se ha ido dando la posibilidad de vivir en Amaycha. Yo como docente quiero ver el futuro de Amaycha y quiero ver el fruto en los chicos. Quiero ganar tiempo. En vez de discutir congente que ya no se puede discutir, que no se puede hacer absolutamente nada, prefiero construir mentes abiertas, basadas en el arte, que sepan quiénes son, de dónde vienen y ayudarlos a definir adónde quieren ir.
–¿Alguna vez sintió que era discriminado?
–Me dolió mucho en la secundaria en Santa María del Valle. Pero duele más cuando uno no tiene la identidad asumida. A los que veníamos de Amaycha nos decían los “chahuancos” y al colectivero que nos llevaba le decían el “chahuanquero”. Los de Santa María, a pesar de ser ciudad y todo eso, desconocen su propia identidad porque los chahuancos no son de Tucumán. Esos valores del qué soy me generaron una inquietud personal. ¿Qué soy? Creo que es lo que todos los filósofos han tratado de responderse. En esa búsqueda uno termina descubriendo incluso la mirada de los dioses, la Pachamama y demás. Cuando me enfermé me he dado cuenta de que esos valores estaban al lado mío, en la puerta de mi casa.
–¿Y cómo fue ese proceso?
–Habíamos empezado con la escuela en 1996 y yo me iba enfermando. Me tuve que operar y el 14 de febrero del ‘98 inauguramos. Ya tenía varias sesiones de quimioterapia, estaba rapado, muy mal, con las defensas muy bajas. Invitamos a todo el mundo y muchos han venido sin saber que inaugurábamos “la escuelita”, como le dicen. Bueno, la gente me vio así, se enteraron de que estaba enfermo y empezaron a suceder cosas muy lindas con la gente. He tenido la suerte de subirme a los cerros que están aquí por buscar, por encontrar a la gente común que sabe decir cosas, que a lo mejor no sabe firmar o no sabe escribir. Así eran mis abuelos. Y la preocupación por eso me ha llevado a ser docente. Yo tenía una necesidad de enseñar en las altas cumbres y tampoco lo he podido lograr. Creo que haber podido salir de un lugar como éste y volver, me ha fortalecido. Dicen que el indio siempre vuelve. Pero hay muchos que se han ido y no han podido volver, se han ido a Córdoba, a Buenos Aires, se han ido al sur, a Ushuauaia.
–Ahí empezó a escribir?
–Sí, he hecho mis cosas y demás. Después de que me he curado he vuelto al cerro pero nunca ha vuelto a ser lo mismo. He llegado a recopilar más de 150 coplas y escribí algunas. Era en 1997, una época dura. La Pachamama del pueblo se había privatizado, se cobraba entrada. La Pachamama es una fiesta con orientación turística en Carnaval. Tampoco nos dejaban participar porque nosotros éramos como los “inquietos de la comunidad”, no nos aceptaban muy bien, nosotros veníamos con un nuevo concepto de democracia, que no queríamos patrones, que la gente tiene que saber pensar... No sé si volveré a escribir, pero no me aburro nunca, porque me gusta trabajar la madera, o agarro el charango, o el violín. Me gusta tener las manos ocupadas así que encontré un oficio que es la carpintería.
–¿La preocupación central es cómo darle continuidad a la escuelita y la Fundación, que funcionen sin que dependan de nadie?
–Hay que tener una estrategia a largo plazo, así uno sabe adónde va la cosa. Por eso el año pasado desarrollamos todo el enfoque pedagógico para definir lo que es la escuela activa y la educación personalizada. Acá somos quince voluntarios en la época de verano. Después somos menos, en el Consejo de administración somos cinco. Hoy el tema del voluntariado tomó otra dimensión y traté de buscar otra idea a través del desarrollo sustentable. Además de la idea de la educación popular de la que habla Paulo Freire, nos interesa rescatar este tema de la identidad. Bueno, nosotros tratamos también de hacer turismo, que la gente que viene acá se junte con nosotros, comparta nuestras comidas y hagamos música. Nos interesa ese turismo como actividad sustentable. Eso me ha llevado a Centroamérica para ver cómo organizan ellos una especie de cadena de casas familiares, también por eso damos clases de idiomas, hemos dado quechua y también inglés y estamos dando cursos de computación. Tratamos de que los chicos entiendan que somos muy importantes en el lugar donde estamos y que es importante lo que hagamos. Tenemos que fortalecernos en las cosasnuestras para ser competitivos, incluso. Porque si no, se repite la historia: éramos mano de obra barata para el ingenio, y hoy la mayoría de los jóvenes han pasado a ser mano de obra barata para las minas, para La Lumbrera. Por ahí los que son más cómodos siguen esperando que el gobierno se lo dé. Pero el gobierno hoy está disfrazado de dos letras: BM, Banco Mundial, te da un Plan Trabajar o un Jefas y Jefas.
–¿Hubo caciques que pudieron entender este enfoque que hacen ustedes?
–Hubo historias como la de Raymundo Silva, uno de los caciques de la época de la dictadura, que lo han torturado, le han querido quitar la cédula real, lo han tirado al costado del Camino Colorado, en Cafayate, un hombre que ha sido muy importante, que ha construido cosas para el pueblo. Le decíamos el Negro Silva, un hombre que tenía carácter fuerte, y una visión interesante, que ha defendido toda su vida el tema de la tierra. Pero después mucho ha pasado a manos privadas, el tema de la tierra también, loteos, como enfrente de la plaza donde hicieron desaparecer la fachada de la primera escuela y pasaron a estar, qué sé yo, Telecom con una vidriera que se puede ver en la calle Florida. Las cosas se han ido mezclando de tal manera que pareciera que el desarrollo pasa por construir casas de ladrillo y techos de losa, despreciando la arquitectura de la región que siempre ha sido el adobe, y el techo de jarilla, de cañizo y torta de barro. Se ha ido mezclando hasta con la Pachamama, incluso. Y se mezcla porque hay una dualidad entre el catolicismo cuando se habla de la Pachamama no como si fuera una deidad, un dios, sino como paganismo. Pero los problemas fundamentales son internos, como la dictadura, que ha metido el miedo adentro. Hemos sido un país desmemoriado nosotros, la memoria se nos va muy rápido.

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