Lun 12.03.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Hacia adelante

› Por Eduardo Aliverti

Como era previsible, el discurso de Cristina en el Congreso tiene repercusiones amplificadas. A más de una semana de producido, lo que la Presidenta expresó y obvió continúa marcando el paso de la agenda mayor. En enorme proporción, es así por la inexistencia, literalmente, de fuerzas opositoras. Pero ese dato no obsta –refuerza, en todo caso– lo imperioso de un examen centrado en cómo sigue el kirchnerismo, al cabo de una alocución mucho más dedicada al repaso de los logros que a las señales de futuro.

La agenda pequeña, siempre marcada por los medios enfrentados al Gobierno, continuó privilegiando la situación del vicepresidente respecto de Ciccone y aledaños. Boudou salió a defenderse como nunca lo había hecho, y entre otras cosas acusó a Clarín y La Nación de montar una obvia maniobra en su contra. Lo cual es factible aunque es cierto que hasta el viernes, cuando el administrador de la AFIP salió en su defensa con información técnica y en principio muy precisa, se vio a Boudou más bien solo. Eso dio pasto a las versiones de que no se desea protegerlo, quedando al arbitrio de lo veraces o verosímiles que resulten sus argumentos. Sin embargo, cualesquiera fueran las derivaciones –y de allí lo chiquito del tema en términos estructurales– debería estar fuera de duda que, en la peor de las hipótesis y al revés del menemato, es desacertado hablar de corrupción orgánica, inherente a los cometidos oficiales. La podredumbre de Menem y sus secuaces era, primero, un imperativo del modelo de remate nacional que llevaron a cabo. No se trataba de hechos aislados, visto en panorama totalizador. Concurrían al objetivo de que Argentina se mostrara abierta de piernas en forma armónica, ejemplar, tal como supo sincerarlo el ex canciller Guido Di Tella cuando mentó lo de las relaciones carnales. Sexo masivo-explícito y episodios de porno-soft no son la misma cosa, por si hiciera falta aclararlo. La agenda pequeña también se nutrió con nuevas estocadas de Hugo Moyano, para delicia de los medios opositores, que ven en el camionero una de las pocas vetas capaces de generarle conflictividad al oficialismo. El problema de esa especulación es su pan para hoy con hambre para mañana, debido a la irrepresentatividad social del jefe de la CGT. O más aún, del rechazo que despierta en la clase media. Quienes se alarman o aprovechan por los desafíos moyanistas permanecen sin respuesta a la pregunta de en qué consistiría su poder de fuego real.

En el escenario más grande, bien por el contrario, la contundencia del paro docente fue impactante. Y habría demostrado que, al margen del debate por la justeza del reclamo salarial y su relación con la medida de fuerza, tuvo su peso el dicho lamentable de Cristina sobre horas de trabajo y vacaciones del sector. Por asuntos como ése es donde sí se filtra el oteo de qué se hará con lo que viene, o de cómo ir completando lo que se hizo. Ante la tragedia de Once, hubo el despido de Schiavi. Lo reemplazaron por alguien que, tanto como inexistencia de prontuario o pecados veniales, carece de antecedentes en el área. Aquel reflejo básico, más o menos rápido, no significa que haya la decisión progresiva de poner patas para arriba el sistema de transporte público. O, de mínima, que se propenda a la discusión; a la convocatoria a los que saben; a un horizonte que no debe pasar por cambios de funcionarios y chau. Conformarse con esto último sería como desentenderse de lo que ocurre en la geografía metropolitana, ya sea en subtes o colectivos, por el sentido común de que es Macri quien carga con la responsabilidad de hacerse cargo del ejido capitalino. Y sea cual fuere el intendente porteño de turno. Es decir, sin contemplar que encima el de turno es alguien que no trabajó en toda su vida y cuya imaginación se exhibe concluida, parece, en los cambios de mano callejeros y el trazado de sendas para bicicletas. Podría agregarse la creación de la Policía propia, si se entendiera para qué sirve. O cuáles son sus alcances, por fuera de mostrar pecheras fosforescentes en algunos barrios de, digamos, sensibilidad macrista.

En rueda reservada, estos días, unos hombres del kirchnerismo coincidían en que el año asoma con similitudes al 2008. Una escena de conflictos, motorizada por la situación internacional y su consecuencia de lo que según quiera verse se llama ajuste o sintonía fina. Además, la problemática estrictamente local. Esto supone surgimiento o crecida de bretes, segmentados, y seguro aumento de la temperatura verbal con acentuación de críticas a dos puntas. Por derecha se encargarán los medios; y por izquierda habrá mayor actitud combativa desde grupos resonantes en los espacios públicos, con inserción casi nula en los esquemas de poder. No hay una conducción unificada de ese clima, como ocurrió hace cuatro años con el eje entre la Mesa de Enlace gauchócrata y los sectores medios de las urbes más ponderadas. En realidad, ni siquiera se percibe una jefatura relativamente destacada y no porque los números parlamentarios sean rotundos a favor del kirchnerismo. Ni en el Congreso, ni en las provincias, ni en los andariveles gremiales, ni en las figuras o semillero (¿tiene?) de la oposición dispersa, hay visos de usufructo eficaz frente a las dificultades oficiales. Dicho de otra manera, podrán brotar aprietos, pero no parece que vaya a surgir “el” conflicto. Tampoco parecería que vaya a haber un estrangulamiento financiero grave. Y es así que, siempre a estar solamente por lo que pinta, los méritos ajenos gravitarán muchísimo menos que las deficiencias propias.

El kirchnerismo ya demostró que es en la adversidad cuando mejor se maneja. Las mesetas no le caen bien. De 2008, justamente, salió con política. Con mucha política. La Asignación Universal por Hijo, la ley de medios y otras decisiones, al estilo de las ofrecidas por Kirchner apenas asumido, fueron claves para aportar un entusiasmo que incluso hizo volver militancia juvenil a donde se creyó que ya no volvería. A la par de tácticas de enfrentamiento directo, como sostener a un periodismo que por fin retrucara al auténtico relato único, el de la derecha, se produjeron acciones que efectivizaron a las reacciones. Cabe retomar la actividad de ese diseño de más y más política, sustentado por defensa y ataque. Será fácil decirlo con la comodidad de un procesador de texto, pero eso no le quita certeza. A mediano y largo plazo amenaza el horizonte energético, con centro en la extracción y empleo de las reservas petrolíferas; el modelo minero, contrapuesto a la enemistad social que genera; las deudas en educación, salud y vivienda; la estructura industrial, acerca de si Argentina es capaz de pegar un salto cualitativo en las producciones del área. Y ante todo, el nivel de respaldo que una empresa política de tamaña naturaleza necesita. ¿Alcanza con la presencia espectacular de la Presidenta? ¿No haría falta que se llame a actores sociales determinantes a una postura más participativa, por la que además de informárselos de lo resuelto se los haga sentir en una democracia menos delegativa? ¿No es hora de comunicar desde la invitación a comprometerse, en lugar de dar cifras y más cifras de recuperación? Por poner un par de ejemplos, quizás no estaríamos en medio del choque con los docentes si se promovieran instancias de debate, constantes, que excedieran lo salarial. La ley de medios está más parada que vivita y coleando. Hay ausencia de energía para distribuir las nuevas frecuencias prometidas, no se nota dirección, es como si el enorme impulso de su momento se hubiese agotado.

La idea es que está faltando reinsertar una épica convocante. Aquello que en una columna reciente nos permitimos definir como la necesidad de renovar utopías. Pero debe ser con la superación de lo que se denomina “el relato oficial”, si es que por eso se entiende, únicamente, la declamación de lo actuado y el contraste con la gente que hundió al país. Si hablamos de política, un buen relato se alimenta hacia atrás y adelante. Y si no lo formula este Gobierno, ¿quién?

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