Mié 14.03.2012

EL PAíS  › PABLO DíAZ DECLARó EN LA PLATA SOBRE LA PERSECUCIóN A LOS ESTUDIANTES DURANTE LA úLTIMA DICTADURA

El plan contra los secundarios

El sobreviviente de La Noche de los Lápices habló de la organización de los estudiantes en La Plata y de las 328 víctimas de entre 14 y 18 años. También de las denuncias sobre violencia sexual y de la presencia de sacerdotes en los campos.

› Por Alejandra Dandan

Como quien sabe que los procesos de justicia se hacen con la memoria de cada sobreviviente, Pablo Díaz se puso a leer un papel con una lista de nombres que empezó a pronunciar lentamente ante los jueces. Allí estaban los nombres de los acusados que lo escuchaban a sus espaldas, los que llegaron vivos al juicio oral por el circuito Camps. Pero también estaban los otros: los que ahora están muertos y no están siendo juzgados. Pero así leídos, con empecinamiento, esos nombres lograron ingresar de prepo al rito del juicio, al menos simbólicamente.

“Yo me pregunto –dijo Pablo Díaz sobre el final de su declaración– por qué (el gobernador de la provincia de Buenos Aires Ibérico) Saint Jean puso al único militar de su gabinete en el Ministerio de Educación. O por qué un capitán de navío fue rector de la Universidad de La Plata. Indudablemente no era ajeno para ellos el tema de la educación”, explicó. “Siempre presumí que la necesidad de hacernos desaparecer como escarmiento había sido con el cierre de los centros de estudiantes, pero después ellos nos escucharon gritar cómo decíamos ‘¡mamá!’o ‘¡papá!’ porque cuando nos secuestraron teníamos 15, 16 o 17 años. Una vez, me explicó uno de ellos: ‘El tema es que a vos no te torturaban por tener 16 años –me dijo–, te torturaban porque eras un demonio’.”

Pablo Díaz declaró en el juicio por el circuito Camps como lo hace desde hace años, pero esta vez lo hizo como víctima de lo que él mismo definió como “el plan sistemático sobre los colegios secundarios”. Se detuvo en varios ejes que le dan carácter a esa definición. Habló de los antecedentes de la organización de los estudiantes en La Plata, de su expansión y de las 328 víctimas que cayeron de entre 14 y 18 años. En otro tramo ingresó en las denuncias sobre violencia sexual.

La extinción

A Pablo lo secuestraron el 21 de septiembre de 1976, pero antes de describir el operativo eterno en el que intentaron tirar abajo las puertas de su casa; o de avanzar con su ingreso a Arana, al Pozo de Banfield y la prisión en la Unidad 9 de La Plata, volvió un paso atrás para explayarse en lo que en definitiva molestaba: la expansión de los secundarios.

“Me toman por los brazos, me arrastran y me tiran al piso y me ponen un pulóver en la cabeza, pero para mí no era una sorpresa el hecho de que me estaban secuestrando”, explicó. “Antes de septiembre, desde julio hasta agosto, habían desaparecido o secuestrado a varios estudiantes en La Plata. Yo estaba en el colegio España, pertenecía a la Coordinadora de Estudiantes Secundarios, militaba en las agrupaciones políticas partidarias, primero en la UES y luego en la Juventud Guevarista.”

Pablo explicó cómo los casos se repitieron en julio y agosto. Y cómo las familias se ponían muy reticentes para contarlo. “Ahí no entendíamos nada hasta que el 4 de agosto, por un hecho del colegio nacional, cuatro chicos fueron separados del curso quince minutos antes de que tocaran el timbre y los llevaron al despacho del vicedirector, los interrogaron y los secuestraron desde el mismo despacho.” Supieron que las listas de las escuelas llegaban al Ministerio de Educación, y entonces a las Fuerzas Armadas, y de allí al Batallón 601. “O sea: para que se den una idea, el ministro de Educación y los colegios estaban bajo la órbita de las fuerzas de seguridad.”

En Arana estuvo ocho o diez días. Entre las torturas, hubo un simulacro de fusilamiento y antes, la voz del cura Luis Astolfi que pasó a confesarlo: “Le dije que había militado, y el cura me acariciaba la cabeza, y me dijo: ‘Pero ya es tarde’. Nos levantan y siento a otras personas conmigo. Cuando salgo siento perros que ladran. Vamos y siento que me ponen contra una pared como que me iban a fusilar, y otra vez escucho a esa persona que dice: ‘Hijos, vamos a rezar el Padrenuestro’”. Lo rezó. “Digo el Padrenuestro, y escucho: ‘Prepárense. Tiren’. Y tiran y siento disparos. Lo único que recuerdo es que dije: ‘Mamáaa’. Era un segundo, creías conocer el dolor, pero los disparos nunca me habían pasado: sabía que me habían disparado o eso creía, y fue un segundo, pero fue eterno porque uno no sabe cómo es el momento de la muerte.”

“Ya no puedo ser mujer”

Pablo habló muchas veces de la despedida de María Claudia Falcone en el Pozo de Banfield y de la relación que tejió ahí, con ella, pared de por medio. Ayer se detuvo en esa escena. Era el 28 de diciembre, cuando le anunciaron que se iba. Pablo pidió despedirse de ella. “Ella me dice que no podía ser mujer porque la habían violado, en Arana, 16 años tenía, y me dice que no íbamos a poder estar juntos”, explicó deteniendo el relato. Pablo dijo que esto tampoco lo había sorprendido. Que en otro momento, cuando los sacaban a los baños, escuchó a una de sus compañeras a los gritos, tenía 17 años, se defendía de uno de los guardias. La chica empezó a pegarse la cabeza contra una pared y repetía que iba a matarse. “Entonces cuando Claudia me dice que había sido violada –dijo él–, la verdad es que estaba desgarrada.”

Cuando uno de los fiscales, le preguntó por sus condiciones de detención y la higiene, Pablo mencionó otro episodio en un baño. Esta vez, un guardia que lo llevó y le dijo: “¡Qué lindas tripas que tenés!” “Yo me asusté –dijo Pablo– porque creí que iba a ser violado.” El guardia dijo algo más, dijo que al final eran todos maricones. Y Pablo explicó que esas situaciones no se repitieron demasiado porque él evitaba ir al baño: “Iba muy pocas veces: me acostumbré a hacerme encima, esta es la verdad”.

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