Dom 20.04.2003

EL PAíS  › OPINION

Una reflexión sobre Cuba, hoy

› Por Mempo Giardinelli

En las últimas semanas he sido invitado, en Europa y en América, a firmar manifiestos de condena a los fusilamientos y encarcelamientos de disidentes, producidos recientemente en Cuba. Me he negado a ello porque, aunque condeno del modo más absoluto y enfático esas ejecuciones y persecuciones, no quiero participar de campañas que en el fondo –lo quieran o no– finalmente apuntan a debilitar lo que queda de esa Revolución que fue faro y referencia para mi generación.
Mi relación personal con la Revolución Cubana no fue fácil porque nunca fui aplaudidor ni chupamedias ni prebendario de ella. Siempre mantuve una mirada crítica independiente hacia el gobierno cubano, y más de una vez cuestioné las políticas interiores y exteriores de Cuba, e incluso las tres veces que estuve en reuniones en las que se adulaba a Fidel Castro me disgusté porque no se me permitió grabar ni tomar fotos y parecía que todo allí era hacer silencio sumiso y obsecuente.
En 1985 fui jurado del Premio Casa de las Américas y pronuncié un discurso en La Habana en el que reclamé la apertura de un proceso democrático pluripartidista, que me significó que durante años muchos cubanos me consideraran un intelectual no confiable. Ya en los 90, escribí un duro texto de condena a otros fusilamientos que se llevaron a cabo en la isla, y argumenté contra la pena de muerte razonando que así como me oponía a los intentos de Carlos Menem por establecerla en mi país, de igual modo me oponía a los fusilamientos en Cuba. Pensaba, y lo sigo pensando, que no existe pena de muerte buena y pena de muerte mala, según qué régimen sea el que la decrete. Por lo tanto mi condena a estos fusilamientos –como a aquéllos– es total y se basa en principios que para mí son fundamentales.
Hoy, además, subleva la estupidez de los que dentro de la isla son capaces de semejante brutalidad. La ciega política que están llevando a cabo algunos fanáticos –que estimulan y aplauden cualquier forma de persecución a los diferentes– exige ser condenada. Y no importa cuáles sean los argumentos supuestamente legales, ni interesan las supuestas comprobaciones de que estos desdichados han sido espías, malignos contrarrevolucionarios o personas intelectualmente cuestionables. No importa nada de eso. Lo que importa es el principio de que no se mata, no se fusila ni se persigue a nadie, sea poeta o periodista, sea imbécil o traidor. Y esto para mí es un dogma.
Pero también lo es que la Revolución Cubana, o lo que quede de ella después de más de 40 años de soportar uno de los bloqueos más infames de la historia, debe ser defendida. Y debe serlo ahora, en estos tiempos sombríos del mundo y de nuestra América. Es ahora cuando debemos defender a Cuba, y no cuando Cuba caiga. Y debemos defenderla incluso de los errores y taras de sus dirigentes.
Porque digámoslo con todas las letras: los que mandan a fusilar son unos canallas cualesquiera sean sus razones y las leyes nacionales que invoquen. Pero a la vez, y con la misma vehemencia, los que se montan sobre una tragedia para dinamitar el proceso político más valioso de los últimos 50 años –y el único con el que la Casa Blanca y el Pentágono todavía no han podido– se equivocan groseramente.
Cuba, hoy como ayer, no es un paraíso ni es un infierno. Muchos deberían aprender de una buena vez a no considerar de manera esquemática al que fue, y sigue siendo, uno de los más originales y justicieros procesos políticos y sociales del siglo XX. Por supuesto que es reprochable que hoy en Cuba no existan el pluralismo ni la libertad de expresión como nosotros los entendemos, pero al mismo tiempo hay que afirmar una vez más que Cuba sigue siendo la sociedad latinoamericana en la que el contraste social es menos ofensivo para la dignidad humana. Y a esto hay que subrayarlo no para justificar las torpezas de jueces, funcionarios y verdugos –que Cuba los tiene y los hemos visto actuar en estos días– sino para no caer encondenas que son funcionales a los peores intereses del neoliberalismo fascista que hoy gobierna el mundo.
Después de todo lo atroz que han hecho la Casa Blanca y el Pentágono en Irak, y de la guerra inmoral que han llevado a cabo, es fácil advertir que en la mira del gobierno norteamericano, en manos ahora de la ultraderecha republicana, obviamente está Cuba como próximo objetivo, antes o a la par que Siria.
Teniendo en cuenta todo eso es que yo no firmo ninguno de los manifiestos anticubanos que andan circulando. Expreso mi más profundo repudio a todo fusilamiento y persecución a intelectuales y disidentes, en Cuba y dondequiera. Pero no moveré un solo dedo para hacer nada que afecte a esa maltrecha revolución que, no obstante y a pesar de todas sus fallas, sigue siendo el más rico proceso de dignidad popular de toda la América latina.

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