EL PAíS › OPINION
› Por Martín Granovsky
El acto kirchnerista del viernes dejó una novedad: Máximo Kirchner se convirtió en un dirigente público. Nada volverá a ser como antes del 27 de abril. Máximo no contará con las ventajas del misterio y tampoco con sus desventajas.
La misma Presidenta aprovechó el discurso para ligar a su hijo con la política. Contó que en la noche del sábado 26 de abril de 2003 fue Máximo quien encontró sobre la mesa del gobernador de Santa Cruz y candidato a la Presidencia, Néstor Kirchner, un papel con el pronóstico sobre los resultados del 27. Primero quedaría Carlos Menem con el 24 por ciento de los votos. Luego, él con 22. Así fue.
Hasta el acto de Vélez, Máximo sólo había aparecido en el discurso de la Presidenta como el hijo que sostiene a su madre. Y no sólo en el discurso. También en la realidad. Muchos actos terminaron con abrazos entre Cristina y su hijo, que cuando murió Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010, ya había pasado los 30. La misma barrera de edad que superó su padre antes de ganar su primera votación popular, la que lo puso en la intendencia de Río Gallegos en 1987, a los 37.
En Vélez el hijo de Néstor y Cristina, en cambio, tuvo su lugar en el escenario, el palco que seduce como pocas cosas a los dirigentes políticos y desde el cual despliegan un ritual que sigue vigente con el paso de los años. Una magia que no consiguen enturbiar siquiera pantallas cada vez más gigantes y nítidas y equipos de sonido capaces de reproducir sutiles inflexiones de voz. El rito empieza con los comentarios de la llegada y encuentros que pueden tener el sabor de la primera vez, aunque el saludo sea con alguien a quien se ha visto el día anterior. Estar ahí transforma incluso esos gestos repetidos en una novedad. Luego otear hacia arriba para ver cuánta gente hay, cómo se ubica en las tribunas, qué canta cada grupo y qué dicen las banderas y los globos. Integrar la selección que acompaña al orador o a la oradora de fondo y aparecer en la tele aplaudiendo al ritmo de las pausas o emocionándose con las historias y los nombres. Susurrar cosas al oído del vecino o la vecina. Vibrar al final y compartir los abrazos desde un lugar de liderazgo.
Cerca del secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, Carlos Zannini, y del secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos, Hugo Yasky, Máximo integró el elenco de los que recordaron desde el escenario los 9 años desde cuando Kirchner salió segundo y se encaminaba a ser primero con un 65 o 70 por ciento previsto por los encuestadores para el ballottage, que finalmente no se produjo por abandono de Menem.
“Estaba muy emocionado con las imágenes del video que mezcló un discurso de Kirchner con otro de Cristina”, recordó ayer Yasky.
“Siempre fue reflexivo y sereno”, dijo el senador Marcelo Fuentes, ahora presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y con 35 años de militancia a cuestas desde el peronismo de la Universidad de La Plata, donde conoció a Néstor Kirchner.
Quienes trabajaron junto al ex presidente suelen contar que tenía una característica como dirigente: siempre se preocupaba porque otro escuchara y absorbiera datos, estilos y situaciones, mientras él trataba de convencer sobre sus objetivos como si fuera la primera vez y, con frecuencia, como si hiciera falta convencer. Al mismo tiempo, recibía informaciones del interlocutor muchas veces en silencio. “Después las ordenaba y las utilizaba para la decisión política, con una concepción centralizada de la acumulación de poder necesaria para introducir cambios”, dijo Fuentes.
El ejercicio de interlocución y escucha de Néstor Kirchner abarcó a Máximo en Río Gallegos, Calafate y Buenos Aires. Que el viernes se haya parado sobre el escenario significa un salto que también tiene un toque kirchneriano. Ni Néstor ni Cristina disponen de asesores ocultos, por no decir que directamente no tienen asesores al menos en el sentido de una persona que aconseja sin responsabilidad en la gestión o en el armado político. Néstor creía y Cristina cree que los dirigentes se prueban en la gestión, en la construcción o en ambas actividades a la vez. Nunca alimentaron la existencia de operadores políticos en las sombras ni se deslumbraron por la figura de un monje negro sin visibilidad pública.
Cierto nivel de enigma siempre tiene sus ventajas, porque despierta la curiosidad ajena mientras permite que las debilidades propias no queden a la vista. Pero en política, al final, son mayores las desventajas. Por un lado, tras casi 29 años de democracia la sociedad desconfía de las opacidades y rellena los vacíos de información con teorías conspirativas que a la larga desgastan. Por otro lado, la política suele ser tan implacable con los temerarios como con quienes se preservan más allá del límite razonable.
Para Máximo el misterio ya empezaba a ser más peligroso que útil y las consecuencias iban camino de perjudicar también a su agrupación, La Cámpora, y a la Presidenta. ¿Por qué no aparecer si uno no tiene nada que ocultar? ¿Por qué no exponerse si alguien aspira a forjar una construcción pública? ¿Por qué no arriesgarse a las idas y vueltas de la política si el sendero elegido es, justamente, la política? ¿Por qué motivo negarse al análisis público si, al menos en los papeles, las especulaciones incluyen una candidatura en el 2013? ¿Por qué negarse aun si la decisión final es no ser candidato a nada y continuar colaborando en el armado? ¿Por qué esquivar una tradición política familiar según la que, en última instancia, el voto y el escrutinio público es el que da o quita legitimidad?
Néstor Kirchner solía hacer una pregunta a los menores de 40: “¿Y vos, che, cuándo vas a jugar?”. Era, claro, una incitación a hacerlo. Jugar, para él, nunca debía leerse como una actividad misteriosa sino como un compromiso fuerte con la política. A partir de ahora habrá que observar cómo conjuga el verbo su propio hijo.
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