Lun 21.05.2012

EL PAíS  › TESTIGOS DE LA NOCHE DEL APAGóN RECIBEN AMENAZAS Y APRIETES: “¡ACUéRDESE DE JULIO LóPEZ!”

El juez abrió una denuncia por espionaje ilegal

Las carpetas halladas en allanamientos vinculados con el ingenio Ledesma, con informes sobre desaparecidos en los ’70 e incluso sobre participantes en las marchas realizadas en democracia, motivaron la denuncia presentada por el juez.

Desde Jujuy

La Justicia Federal acaba de iniciar un nuevo expediente para investigar al ingenio Ledesma. Esta vez ya no por los delitos de la dictadura sino por las actividades de espionaje ilegal durante la democracia. El juez federal Fernando Poviña acaba de abrir con una denuncia ese camino: envió una resolución a la fiscalía federal y en ella denuncia la posible comisión de un delito de violación a la Ley 25.520, de Seguridad Nacional que protege los datos de las personas. En la resolución, señala que el análisis de la documentación secuestrada en una de las sedes del consorcio azucarero de Pedro Blaquier estaría indicando que se llevó a cabo ese delito penal. En la resolución, el juzgado incluyó una copia certificada de la carpeta de 300 páginas que se encontró en el allanamiento y que lleva por nombre “Informe sobre las acciones desarrolladas en el marco de la XXII Jornada de Derechos Humanos y Cultura en Libertador General San Martín, Año 2005, 29 Marcha del Apagón”. En tanto, mientras los organismos de derechos humanos locales impulsaron un hábeas data colectivo en una causa paralela, la certeza de que la empresa aún ahora sigue realizando este tipo de prácticas genera miedo en la población de Ledesma, sobre todo entre quienes deben ser testigos de los próximos juicios. Ayer, una de las testigos más emblemáticas de la Noche del Apagón, Eulogia “Rita” Cordero de Garnica, se lo decía a Página/12 mientras un trailer de la empresa Ledesma, como aquellos que se usaron en los secuestros de 1976, atravesaba en ese mismo momento el alambrado de la pobrísima casa donde vive.

Un hombre que ella casi no conoce pasó por la puerta de su casa en los últimos días y le dijo: “Pero tenga mucho cuidado porque los dinosaurios andan sueltos”. Y cuando ella le dijo “bueno”, él agregó: “Mire lo que le pasó a (Julio) López”.

–¿Eso le dijo?

–Así me dijo –dice Rita–. Y yo le dije: “Y bueno, una vieja menos”. Así me lo dijo, sentado ahí él y yo acá. “Si me llevan, que me lleven”, le dije. Lo lamento, porque van a quedar mis otros hijos y mis nietos por criar. Eso es lo que siento. “Y hay que ver si me pueden llevar”, todavía le dije. Y cuando le dije: “A mí no me hables más de estas cosas, si vos querés preguntar, andá a otro lugar a preguntar, pero a mí no me preguntes”, se fue, no volvió nunca mas.

La nueva causa

Poviña le envió a la fiscalía la nueva denuncia por los hechos de 2005 el viernes pasado. Allí no impulsa una investigación porque un juez no puede hacerlo, sino que hace una denuncia a partir de los elementos que recogió en los allanamientos simultáneos que ordenó en dos de las sedes de la empresa Ledesma en Jujuy, el 26 de abril. En la denuncia, el juez habla de una posible comisión de un delito contra la Ley de Seguridad Nacional y aunque ahora debe ser la fiscalía la que valore la entidad de los datos y decida si impulsa una investigación, la resolución del juzgado es todo un dato: está indicando de alguna manera la decisión judicial de encuadrar el material encontrado como material de espionaje ilegal.

Los documentos que se encontraron en una de las dos sedes de Ledesma, el 26 de abril, se localizaron después de años con la causa paralizada, de las denuncias de cada una de las víctimas y de la inacción de los jueces federales que habían estado hasta ese momento a cargo de la investigación. Poviña ordenó los allanamientos sólo diez días después de asumir en el juzgado. Entre los materiales, secuestró documentos de la época de la dictadura, como los legajos de los obreros, uno de los cuales era un dirigente gremial que está desaparecido. El legajo contenía un informe de Inteligencia sobre sus actividades familiares y políticas. Pero entre los documentos aparecieron además los informes que revelan un escalofriante detalle de seguimiento minuto a minuto de los preparativos de la Marcha del Apagón de 2005, una actividad que se realiza todos los años durante el mes de julio para recordar el secuestro de 400 personas en 1976. En el informe figuraban los datos de las patentes de los autos, los nombres de las personas que participaron, con la filiación política o el lugar de donde provenían. Estaba el contenido de las charlas informales que mantuvieron los dirigentes que llegaron de todo el país y los datos de lo que se había dicho durante los actos.

Cuando todo esto se conoció, la semana pasada, la noticia generó el repudio de las organismos de derechos humanos de todo el país y promovió una presentación de hábeas data colectiva en Jujuy y dos denuncias en el Ministerio de Justicia de Nación, a cargo de Julio Alak, y en el de Seguridad de Nilda Garré. Las denuncias y el hábeas data hasta ahora no habían generado sin embargo ningún tipo de respuesta sobre la responsabilidad penal que podría caberle a la empresa por esas prácticas.

Los dinosaurios andan sueltos

Rita declaró durante el Juicio a las Juntas. Fue una de las mujeres secuestradas durante la semana del 20 al 27 de julio de 1976, en lo que se recuerda como la Noche del Apagón. Su marido Agustín Donato Garnica era el fundador del sindicato de zafreros de Ledesma y a esa altura estaba preso. El 20 de julio, los carros que levantaron a 200 personas en esa noche la levantaron a ella de su casa y con ella se llevaron a dos de sus hijos: Miguel Angel y Domingo Horacio, que siguen desaparecidos. Rita estuvo secuestrada seis meses. Su marido pasó siete años en la cárcel. Ella perdió su casa, y la vida en ese momento. Hoy está casi ciega, se sostiene con una vara de madera y apenas ve sólo por el costado de uno de los ojos. Allí, en la casa de una de sus hijas, en este pueblo de Ledesma que todavía está paralizado por el poderoso efecto de opresión que genera la compañía, ella había conseguido ganarse unos pesos en los últimos meses cuando un vecino decidió estacionar su auto en el patio de entrada de la casa. La semana pasada, cuando empezaron a escucharse las últimas noticias sobre el pedido de indagatoria a Blaquier y su salida del país, en el pueblo comenzaron nuevamente a agitarse los fantasmas que señalan a los ex detenidos como subversivos; y aquel vecino nunca volvió a estacionar el auto en la casa.

–¿Qué está sintiendo usted en estos días?

–Es lo que yo siempre decía –dice Rita–; éste se va a mandar a mudar en cualquier rato. Yo sabía que se iba a mandar a mudar y no sé si va a llegar a juicio. Es mi conciencia que me dice así; ahora no sé, otros piensan de otra forma.

–¿Tiene la sensación, sin embargo, de que hay avances?

–Sí, por ahí, sí... ¡pero después de tanto tiempo! Treinta y seis años llevo esperando. Yo ya no puedo.... Antes cuando estaba bien, yo iba y venía a Buenos Aires, por todos lados, ¿por dónde no he andado? Y sola. Nunca me pasó nada. Y nunca he podido saber dónde están mis hijos. Pero yo ahora no puedo más. Les dije el otro día a los abogados que se acabó: yo ya no salgo más, si tengo que declarar, preséntenme todos los escritos. No puedo caminar, no puedo andar. ¿Qué voy a hacer? Y son 36 años, ¿no? Y si en 36 años no se ha hecho nada... Yo ya estoy perdiendo la esperanza: viviré con el recuerdo de mis hijos y nada más, que los mataron, qué se va hacer.

En los últimos días, pasó aquello del hombre que apareció en su casa. Rita lo conocía de vista. Entró. Se puso a conversarle de algo que ella todavía intenta entender en medio de esa sensación de desestabilización que se acentúa no sólo porque no encuentra el cuerpo de sus hijos sino porque el avance de la ceguera y de la edad parecen ir dejándola sin tiempo.

–Ahora me dicen por ahí: “No salga afuera, doña Rita, porque pueden llevarla”.

–¿A dónde podrían llevarla?

–Que me pueden raptar, me decían. Vino un muchacho los otros días que pasó por la puerta y se me puso a charlar. Yo lo tenía visto de algún lado. “Nunca me pasó nada”, le dije. Aquí las veces que me citaron a declarar me fui sola. Me fui sola a todos lados. Cuando me llamaron a declarar a Buenos Aires no me acuerdo si estaba viviendo acá, pero yo agarré, me vine en vehículo a Jujuy, qué me iba a tomar el avión. Así que me pongo a pensar y le dije (al muchacho): si nunca me han hecho nada, ¿a esta altura me van a llevar? Y esa persona me dijo: “Todo puede ser, por lo que usted habla”. Y yo le dije: “Pero digo la verdad, no digo mentiras. A mí me llevaron nada más por el asunto de que mi marido era sindicalista”. Y el (muchacho) me respondió: “Tenga cuidado, doña Rita, porque los dinosaurios andan sueltos”. Y como yo no lo conocía a ese muchacho bien y no veo bien, le dije “pase”. Me dio el nombre. Y quería él que le cuente todo lo que había pasado. “Ah –le dije–, compre el diario, porque yo no quiero ya hablar de estas cosas.” Entonces me dijo: “Pero tenga mucho cuidado porque los dinosaurios andan sueltos”. “Y bueno”, le dije. Y me dijo: “¿Qué le pasó a López?”.

–¿Eso le dijo?

–Así me dijo. Y yo le respondí: “Y bueno, una vieja menos”. El estaba sentado ahí y yo acá. Si me llevan, que me lleven. Lo lamento porque van a quedar mis otros hijos y mis nietos por criar. Eso es lo que siento. Le dije que a mí no me hable más de esas cosas, que si quería preguntar vaya a otro lugar. Se fue, no volvió nunca más.

–¿Le pareció una amenaza?

–No me da miedo, pero me entra miedo –dice Rita–. Un vecino me dijo recién: “Si usted siente algo, grite, doña Rita”. Yo creo que no van a poder entrar porque la reja está con llave, a menos que salten por arriba. Pero a mí me entra miedo, sí. Pero después, con todo el miedo, digo “no, el espíritu de mis hijos me acompaña”. Porque tanto que he andado y nunca pasó nada. ¿Y justo ahora tiene que pasar? Es que sí, todavía quedan algunos secuaces y alcahuetes de Blaquier, porque como yo digo siempre: cada obrero tiene un alcahuete.

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