Mar 29.05.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Vino nuevo en odres viejos

› Por Gabriel Fuks *

El 4 y 5 de junio se realizará una nueva Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), esta vez en la ciudad de Cochabamba, de la República Plurinacional de Bolivia.

Mucho se ha dicho en los últimos tiempos de la vigencia del llamado “Sistema Interamericano”, todos aquellos mecanismos políticos que desarrollan su existencia y acción alrededor de la OEA. Vale recordar que este organismo tiene su sede en Washington y que desde hace muchos años ha quedado excluida Cuba, a pesar de que formalmente la OEA levantó en 2009 las sanciones que se le impusieron en el marco de la Guerra Fría.

La Cumbre de Presidentes “de las Américas” es también parte de ese sistema y pensada más para una época en que la bandera de los tratados de libre comercio flameaba con ímpetu avasallante. En la cumbre de Mar del Plata, Néstor Kirchner dio vuelta esa triste matriz y se comenzó a construir lo que ya es parte de una historia inexorable.

Este mismo año, en Cartagena, afloraron una vez más las complejidades de ese escenario inter o panamericano, más signado por la fuerte dinámica y desarrollo de aquellos procesos de integración. La Unasur, el Celac y otros jerarquizan soberanía e integración, buscan caminos autónomos sin el veto permanente que el hegemonismo impone como marca del ya mencionado “Sistema Interamericano”.

Sin embargo, el debate acerca de cómo serán las instancias políticas regionales que los futuros historiadores tratarán de descifrar como claves de esta fantástica época aún está lejos de haberse agotado. Por el contrario, algunos indicios nos hacen prever que en todos los escenarios encontraremos, parafraseando, una inmensa mezcla de lo viejo y lo nuevo.

Aun cuando el balance de los 60 años de la OEA no ha estado a la altura de las circunstancias que su origen bolivariano colocó como cota, los países de la región –y especialmente en los últimos años– han tratado de “empujar” decisiones, mecanismos y procedimientos que concluyeran en decisiones para favorecer a los pueblos que son los que dan razón de ser a sus Estados Miembros.

Forma parte de ese proceso y desde la mirada argentina el esfuerzo realizado por el Grupo de Trabajo que nuestro país presidió en el organismo –junto a Haití y República Dominicana– para diagnosticar, proponer caminos y herramientas que permitan dar un salto en la reducción del riesgo, en la prevención y preparación para eventuales desastres socionaturales y en la coordinación de la Asistencia Humanitaria Internacional.

Dos años de trabajo, con el concurso de todos los actores nacionales, multilaterales y regionales de la Asistencia Humanitaria Internacional, permitieron elaborar un Plan Hemisférico que constituirá, a partir de su aprobación en Cochabamba, una hoja de ruta que trace el camino hacia pueblos y países más seguros, mejor preparados, donde la información y la tecnología para enfrentar los desastres no sean sólo patrimonio de algunos, que “paternalmente” acceden a utilizar con países en emergencia.

Se avanzó en una dirección que intenta dejar atrás los cerrados formatos hemisféricos actuales, poniéndonos más en línea con los avances de la región en sus foros políticos subregionales o regionales o en sus acuerdos técnicos multilaterales.

La Argentina trabajó este tema, con vocación de liderazgo, como un cuerpo sólido, coordinado por los Cascos Blancos de la Cancillería e integrado por los ministerios del Interior, Salud, Economía, Planificación y especialmente Defensa. Esta última referencia, que para nosotros es obvia –la subordinación de las estrategias de la Defensa al poder civil–, podría llevar a confundir a observadores avezados que aparecieran presenciando, por ejemplo, una reunión de la Junta Interamericana de Defensa (JID) y descubrieran, e inclusive se proyectan entre algunos uniformados esquemas de coordinación que parecen omitir los mecanismos políticos y democráticos existentes, y remiten –aunque lejana y burdamente– a épocas donde esas coordinaciones tenían por objetivo sus propios pueblos.

En esta dirección, actuó una propuesta que se debatió en la JID sobre el protagonismo militar en la asistencia humanitaria y la supracoordinación para la misma. Es que lo “humanitario” se ha constituido en los últimos años en un caballo de Troya que con el efecto blanqueador y bonhomía que su título sugiere permite enmascarar viejas fulerías intervencionistas. No es casual que en el Atlántico Sur, en la cuestión Malvinas, se intenta encuadrar la creciente militarización con una falsa postura humanitaria. Hay que decir que en la JID la posición argentina fue clara y contundente en defensa de la soberanía de los Estados y la conducción civil y democrática de las emergencias.

Los cancilleres debatirán en Cochabamba distintas propuestas, entre otras, y sin duda, una nueva condena al colonialismo. Habrá las que reflejen tendencias regresivas y que expresen fuertemente aquellas cosas que hacen del sistema interamericano una cuestión de debate. Pero surgirán también otras que reflejen los tiempos que corren y que, quizá, prolonguen aún el interrogante sobre qué tipo de odres hacen falta para los vinos nuevos.

* Presidente Comisión Cascos Blancos - Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

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