EL PAíS › LA RECUPERACIóN DE YPF Y SUS IMPLICANCIAS NACIONALES Y REGIONALES
Por Rubén Dri *
Un nuevo y peligroso enemigo asoma en el horizonte según se desprende de la lectura de connotados intelectuales de La Nación y Clarín. Se trata del “nacionalismo” exaltado por una pasión desbordante, impulsada por el kirchnerismo, o mejor, por Cristina, mediante movidas como las de las Malvinas e YPF. No dejan dichos intelectuales de traernos a la memoria la máxima expresión de ese nacionalismo exaltado por la pasión que fue el nazismo.
Antes de enfocar el tema del nacionalismo, es necesario detenerse en la consideración de la relación entre eros y logos, sentimiento e intelecto, pasión y razón. El surgimiento de la Modernidad estuvo caracterizado por la escisión de los citados ámbitos. Se consideraba que hasta ese momento la realidad había estado dominada por el oscurantismo de la razón sometida a los dictados de la pasión o de los ciegos sentimientos. Surge así el movimiento ilustrado, que tiene como premisa la claridad y distinción establecidas por Descartes. La conciencia se conoce plenamente a sí misma. Desde esa suprema claridad se propone iluminar el universo entero, llevando a la práctica la propuesta spinoziana: non lugere nec detestari sed intelligere. No llorar ni detestar sino entender. Afuera los sentimientos, sobre todo la pasión. Sólo el intelecto.
Con ello queda afuera todo el ámbito del sentimiento, de la pasión, de los símbolos, de los mitos, de las religiones. Apolo triunfa completamente sobre Dionisos. No es de extrañar, en consecuencia, que Dionisos saliese por sus fueros planteando sus reivindicaciones. Surge así el Romanticismo, que levanta todo el ámbito que el movimiento ilustrado había condenado al ostracismo. Hegel toma cuenta del problema generado y se da a la tarea de buscar la solución, que no podía ser otra que la “superación”, operación que implicaba, por una parte, la eliminación del problema en el nivel en que se había planteado para replantearlo en otro nivel, en el cual intelecto y sentimiento, cerebro y corazón, razón y pasión, Ilustración y Romanticismo, fuesen consideramos como lo que son, “momentos” de la totalidad del sujeto.
El sujeto, por otra parte, no es algo que está, que lo tenemos enfrente, que lo podemos representar. Nunca está, nunca “es”. Los objetos están o son, el sujeto deviene, pero no como podemos decir del tiempo que deviene, porque su devenir depende de él, de su impulso, de su “querer” devenir. El impulso no puede proceder del intelecto sino del corazón, del sentimiento, de la pasión. El problema es que no se trate de una pasión desligada del intelecto, sino revestida del mismo, al modo del despliegue de la lógica hegeliana, que es la “lógica de la pasión”, como acertadamente la nombrara Raurich, o del “amor Dei intellectualis” de Spinoza, en contraposición con su método matemático.
Cuando hablamos de sujeto está claro que no nos referimos sólo a los sujetos individuales que somos cada uno de nosotros, miembros de la sociedad civil, sino que incorporamos en el concepto a los sujetos colectivos, familias, asambleas, gremios, iglesias, partidos políticos, comunidades de base, comisiones vecinales, movimientos sociales. Todos estos sujetos, individuales y colectivos, quedan englobados como “momentos” de un sujeto mayor que denominados “nación”, sujeto cuyo nacimiento ubicamos en el contexto del surgimiento de la Ilustración y su contrapartida, el Romanticismo. Ni lo sujetos individuales ni los colectivos pueden realizarse plenamente como tales si no se encuentran a sí mismos como momentos de una nación. Sólo desde ella pueden los diversos sujetos afirmarse como tales.
Ahora bien, el tiempo en que se construyen las naciones es, al mismo tiempo, el de la construcción del capitalismo que, como es sabido, se despliega necesariamente, por su lógica intrínseca, como “imperialismo”, lleve éste el nombre de Holanda, Inglaterra o Francia. Los imperios no se construyeron sólo con el intelecto. Una inmensa pasión de dominio, un gran amor a la riqueza, un deseo desenfrenado de fama ha impulsado a sus autores para llevar a cabo la empresa. Esta pasión imperial siempre se encontró enfrentada a la pasión con la que los pueblos sojuzgados defendían su propia independencia, su propia manera de realizarse como sujetos. Guerras, masacres, destrucción y muerte fueron necesarias para sojuzgar a los pueblos. Pero ello no era, no es, suficiente. Es necesario que éstos “quieran” la dominación, que amen al dominador, que se sometan voluntariamente.
Es un hecho gratificante que hoy el pueblo en su mayoría cante las estrofas del Himno Nacional a pleno pulmón, que agite con entusiasmo la bandera nacional, que participe de las efemérides patrias con renovado fervor, que sienta con orgullo ser argentino. Es lógico que esto sea así, tal vez se nos diga. Sí es lógico, pero no era así. De hecho, los símbolos de la nacionalidad parecían de otros, de las Fuerzas Armadas que habían perpetrado el genocidio, de las corporaciones que dominaban la escena nacional. El pueblo había perdido su subjetualidad, se lo habían llevado puesto. Hoy eso se ha revertido y la recuperación de los símbolos es la manifestación de la recuperación de la subjetualidad perdida. Esa recuperación es tanto pasional como racional. Inmediatamente se nos recordará, desde la vereda de los sectores que se expresan en la prensa hegemónica, que de esa manera nos deslizamos hacia al nazismo. Lo insinuó Beatriz Sarlo, lo dijo Mariano Grondona, quien vio en la masiva participación juvenil el rostro espantoso de las juventudes hitlerianas.
Con respecto a ese tema, lo primero que hay que tener cuenta es la diferencia entre la afirmación de lo nacional que se hace desde los centros del poder y la que se hace desde la periferia. La que se hace desde los centros de poder implica la dominación, mientras que la que se hace desde la periferia tiene como premisa fundamental la liberación de dicha dominación, para lo cual lo primero es reponerse como sujeto, recuperar la identidad perdida por la asimilación al dominador. Efectivamente, premisa fundamental de toda dominación es que el dominado la introyecte, que la acepte como algo natural, más aún, que la experimente como un bien, como una promoción, como un salto de la periferia al centro, del Tercer Mundo al Primero. Las “relaciones carnales” no sólo no son humillantes, sino enaltecedoras. Cuando eso se logra, la dominación está asegurada.
Premisa fundamental de la liberación es sacudir el dominador introyectado, romper el “sentido común” de la dominación. Para ello se requiere el despertar de la conciencia y el cambio de rumbo de una pasión encendida. El falso orgullo de pertenecer al Primer Mundo debe cambiarse por el verdadero de pertenecer a las propias raíces, a la propia historia. Sólo desde nuestras propias raíces podemos realizarnos individual y colectivamente. Si las falseamos, si pretendemos ser otros que no somos, nos cerramos el camino para ser sujetos o, en todo caso, abrimos la puerta para la esquizofrenia.
Pertenecemos a una nación del continente latinoamericano que por mucho tiempo miró a Europa, que estuvo orgullosa de pertenecer a la órbita del imperio británico, llamándose granero del mundo, que en la década del ’90 abandonó a sus compañeros del Tercer Mundo, imaginándose en el Primer Mundo, ilusión que se disipó en forma violenta y catastrófica en las jornadas del 19-20 de diciembre de 2001.
Desde el 2003 comienza un proceso de recuperación de sus raíces que ahora se descubren no sólo como nacionales sino como latinoamericanas. El nacionalismo ahora se ensancha. Ya no se encierra en los límites de la nación sino que se abre a la Patria grande latinoamericana. La pasión nacionalista es la pasión latinoamericana. En consecuencia, se recupera YPF no sólo para Argentina, sino para Latinoamérica, y mucho más vale eso para la recuperación de Malvinas. No se trata sólo de las islas, sino de todo el Atlántico Sur y su riqueza, que pertenece al continente latinoamericano. Una política “inteligente” motorizada por una gran pasión argentina y latinoamericana son premisas fundamentales para su recuperación.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Por Rocco Carbone *
No parece una derecha confesa. Mejor: el macrismo representa la concreción de la ideología del rechazo del Otro. Cuando no la ideología de la prohibición: esto último acontece cuando su color ideológico baja al nivel –plebeyo y saludable– de la calle y se apropia del amarillo de los cordones. Color del partido. Una forma del ser.
Ser significa ser para otro y a través del otro para sí. Mirando dentro de sí el hombre mira en los ojos del otro o a través de los ojos del otro. No puedo prescindir de él, no puedo devenir/ser yo mismo sin el otro. Y si esto es un postulado, en el caso del macrismo hay que invertirlo.
Hay innumerables ejemplos. Propongo tres apenas: dos situados en un pasado reciente, otro que tiene apenas un par de días, para mostrar que estamos frente a una línea de continuaciones.
Uno: simpaticón y divertido, podemos experienciarlo en la “literatura” capusottiana y en el discurso –“macrista”– de Micky Vainilla. De divisiones nos habla: “Unidos, pero no juntos” en la ciudad, vallas mediante, en función de la clase, alrededor del Obelisco. Pero también enfatiza con sus sketches la limpieza y la seguridad. Expresiones de clase que nos verifican la emergencia del desprecio por los “morochos”, “cabezas” y cualquier sector postergado puede ocupar esta categoría: populares.
Sectores sobre los que la gestión Macri articuló la dimensión del hombre como lobo del hombre a través de las rondas de la UCEP. Principio de discriminación y principio unificador, también, de los regímenes clásicos de derecha. Rondas, de nuevo, que meses ha, tendían a un “apartheid”. Un ghetto para aquellos que, según el jefe de Gobierno porteño, atentaban contra las buenas costumbres de la Buenos Aires que estaría buena. Propuestas de sanciones contra “vagos, ociosos y malentretenidos”, seres omnipresentes que representan el correlato, bajo el perfil de infractores, de la ciudad puertomaderizada (prótesis menemista en la ciudad actual). Movimientos nocturnos que ubicaban a ese otro en el terreno de lo “espurio”, “defectuoso”, “inferior”; en ese contexto, irracional defenderlo u ocuparse siquiera de él. Como complemento: a las víctimas, también, se les deslizaba que su comportamiento –es más: su misma existencia– era irracional. Contraria a las reglas. Por el revés, la opresión de sus derechos devenía racional. En definitiva: una forma de “indiferencia” hacia un otro con menos medios, menos cultura, menos capacidad de afirmar sus derechos. Y en cuanto a los derechos, la política, en un sentido fuerte –tal como suele repetir un educador argentino– es lo que nos hace transitar de la postulación de un derecho en abstracto a la práctica efectiva y la concreción, al ejercicio, de ese derecho abstracto, ahora, realidad.
La ideología del rechazo PRO se hace cuerpo en su postura frente a las políticas del gobierno nacional. La política energética, sin más, y en la repuesta “no positiva” del macrismo a la expropiación del 51 por ciento de las acciones de YPF. Esto es: a la recuperación del control estatal sobre una de las compañías emblemáticas del desarrollo productivo. Con ese voto “no positivo”, complementariamente, el PRO se ha desambiguado (mejor: se ha confirmado en su tejido una vez más). El economista Ricardo Aronskind lo pone así en su Facebook: los del PRO, “de pretender una imagen difusa de ‘buena onda’, han pasado a comportarse como los menemistas residuales que son”.
La conciencia política y civil de las democracias modernas no puede sino mantener abierto el canal de comunicación y comprensión hacia su propia historia –nacional y subcontinental en la sincronía porque la memoria y el sentido de la historia no pueden soslayarse si se quieren aprehender de antemano el alcance y los efectos de las señales de rechazo del otro a futuro–, sobre todo cuando se trata de recobrar soberanía. Soberanía alrededor de la cual en los días pasados se articuló una comunidad política moderna, abierta, de aceptación y respeto de las diferencias ideológicas –pese a algunos y previsible deslices–, que desarticula la arcaica –pero aún no domada– pulsión de deformar, perseguir o aniquilar lo distinto: el otro.
* Universidad Nacional de General Sarmiento, Conicet.
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