EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Nunca ha sido sencillo el análisis situacional de la realidad política. En primer lugar porque es imposible que alguna persona (sea político, periodista o consultor de los muchos que existen) pueda tener acceso a todas las informaciones necesarias para delinear un escenario hasta sus últimos detalles. Pero fundamentalmente porque la escena se presenta como una imagen en permanente movimiento que se modifica con el paso de las horas. Cualquier análisis es viejo en el mismo momento en que se cristaliza en un texto. Pero más allá de esta consideración, la realidad argentina de los últimos tiempos se ha venido cargando de complejidad por los cruces políticos, por los intereses en juego, por las apuestas de cada uno de los actores y, fundamentalmente, porque se están produciendo cambios de enorme significación. Y entiéndase bien. No necesariamente la complejidad debe verse como un problema. En todo caso habla de lo real, de la participación, de los intereses en juego, de la lucha por el poder, del funcionamiento de los mecanismos de la democracia. Nada de eso es malo o perjudicial en sí mismo.
A ello se debe agregar que el país no está ajeno al escenario de la crisis económica mundial. Porque somos parte del mundo globalizado y por las limitaciones estructurales propias, los efectos han comenzado a sentirse en la vida cotidiana de los ciudadanos. Frente al dato se multiplican argumentos y explicaciones, en su mayoría parciales, que no sirven, ninguno de ellos por sí solo, para comprender la coyuntura. Algunos desde el Gobierno pretenden minimizar la situación y otros, desde el mismo frente, parten de la base de que toda crítica u observación es siempre e inequívocamente parte de una conspiración política y antidemocrática. Es una mirada por lo menos parcial. Pero nadie podría decir, en cambio, que tales conspiraciones no existen, porque es evidente que desde el principal referente de la oposición (léase la corporación mediática) se festeja cada dato negativo que presenta la economía como una victoria propia, como si fuese un objetivo político largamente perseguido. Está claro que a estos señores poco les importa la calidad de vida de los argentinos y la única preocupación es desgastar al gobierno de Cristina Fernández. No lo pudieron hacer por sí mismos, tampoco pudieron aglutinar en su momento a la oposición política, fueron derrotados categóricamente en las elecciones democráticas. Hoy celebran y se autoatribuyen como éxitos las consecuencias locales de una crisis ajena que, sin duda, nos afecta.
Las dificultades del momento –por más que estén muy lejos de las que en otros momentos padecimos– alimentan también las luchas reivindicativas. Es lógico y es legítimo. Hay sectores afectados que reclaman derechos y que, por ejemplo, no quieren resignar la calidad de vida que lograron también en los últimos años. Pero el árbol no debe tapar el bosque. Y en el bosque también se están refugiando e intentando vender gato por liebre algunos actores cuyos objetivos no son precisamente los de los trabajadores que reclaman, sino los propios intereses. Cuesta entender de otro modo, por ejemplo, el cariño que hoy se dispensan Moyano y la dirigencia del radicalismo. Dados los antecedentes, todo se puede explicar ante la conducta tan oportunista como errática de Luis Barrionuevo, pero no cabe duda de que el zorro sale de su madriguera cuando tiene ocasión de caza. Tampoco se puede decir que “los Gordos” de la CGT, ahora supuestamente convertidos en oficialistas, son una garantía de transparencia y no debería el Gobierno pensar que es ése un respaldo en el que se pueda confiar. Tampoco a los trabajadores –de ningún sector y bajo ninguna bandera– les resulta útil un movimiento obrero dividido en cuatro o cinco fracciones, sobre todo cuando parte de esas divisiones no tienen que ver directamente con los intereses de los asalariados sino con diferencias generadas en las ambiciones personales de los dirigentes.
En medio de este cuadro debería leerse como un signo alentador para la política el paso al costado dado por Daniel Reposo. Reconocer errores –en este caso por parte del gobierno nacional– no es y no debería leerse como un signo de debilidad. Todos los seres humanos se equivocan y lo grave no consiste en el error, sino en la soberbia de no admitirlo. Corregir el rumbo es también un aporte a la política y a la democracia. Aunque el relato de la corporación mediática opositora intente plantearlo como una derrota. De la misma manera, debería verse como una realidad positiva el encuentro entre Randazzo, Scioli y Macri para buscar, juntos, alternativas a un problema tan grave como el transporte público en el área metropolitana de Buenos Aires. En este caso Macri corre con la ventaja de que la corporación mediática que lo apoya no calificará el hecho de “derrota” o “rendición”, porque finalmente accedió a dialogar con un ministro y no con la Presidenta.
El cese de comercialización de los productores rurales busca volver a darle entidad política a la Mesa de Enlace como representación de los intereses económicos de una clase, mal que les pese a Buzzi y a la Federación Agraria, que definitivamente marcha en contra de los objetivos que la vieron nacer. Para iniciar la contraofensiva económica, los socios de la Mesa de Enlace primero tuvieron que reponerse del nocaut democrático que les produjo el 54 por ciento de votos en las elecciones nacionales. Las cacerolas que llegaron de los barrios del Norte hasta la Plaza de Mayo serían suficientes para guardar todos los votos que los seguidores de la Mesa de Enlace juntaron en los últimos comicios. Pero esto no debe ser obstáculo para que se manifiesten y se debe garantizar su derecho. Es importante, es valioso, es fundamental para la democracia que estos grupos puedan expresarse libremente, que puedan decir lo que sienten, que reclamen sin que nadie se lo impida. Pero sería bueno también que quienes demandan seguridad y libertad de expresión no sean protagonistas de actos de vandalismo contra periodistas que están cumpliendo con su trabajo. Si no se les puede pedir generosidad para que compartan parte de sus riquezas, sí se les puede exigir mínima coherencia entre lo que solicitan y lo que ponen en práctica.
El momento político reclama atención y prudencia, porque el fuego cruzado siempre deja víctimas inocentes. También inteligencia y generosidad de parte de todos los actores del escenario nacional. Para no resignar nada de lo logrado, para seguir avanzando en lo que se pueda, para seguir creciendo en convivencia política a partir de la diferencia y la diversidad como riqueza y no como obstáculo.
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