EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Mañana, a 30 años exactos de la rendición de Mario Benjamín Menéndez ante Jeremy Moore en Malvinas, la Presidenta hará un gesto inusual: hablará ella misma ante el Comité de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas. El ritual es común. La novedad es que el discurso siempre corrió por cuenta del embajador ante la ONU o del canciller y no de quien ocupara la Presidencia de la Nación.
El gobierno británico también prepara un gesto fuera de lo común. Ayer el primer ministro conservador David Cameron anunció que apoyará el llamado de los habitantes de Malvinas a un referéndum sobre la soberanía en 2013. Pero lo más importante, al menos según la información del diario The Guardian, es que el llamado a consulta popular fue acordado entre los isleños y el Foreign Office, la cancillería británica.
Cameron buscó reforzar la doctrina británica según la cual los residentes en las islas tienen derecho a la autodeterminación. Expresarse en un referéndum sería, así, un modo de reforzar el criterio de Londres: no hay ninguna razón para suponer que el año que viene una mayoría de isleños voten en favor de la pertenencia a la Argentina.
La visita de Cristina Fernández de Kirchner a la ONU, donde volverá en septiembre cuando se celebre la Asamblea General, y el impulso de Cameron al referéndum marcan el diseño de los dos gobiernos para el 2013. La Argentina se propone conmemorar los 180 años del momento en que el Reino Unido ocupó las Malvinas. Los británicos se dedicarán, entre tanto, a un referéndum de final cantado.
Según Cameron, la Argentina quiere “cercenar la capacidad de los isleños de hablar por sí mismos y castigarlos por ejercitar su derecho a elegir”.
“Eso explica por qué los isleños tienen el derecho de procurar que su voz se escuche otra vez más, y Gran Bretaña apoyará resueltamente su elección”, dijo.
En una referencia a la victoria en la guerra, recordó que hace 30 años “los isleños dejaron claro que querían seguir siendo británicos, y ésa es la razón por la que las fuerzas británicas liberaron valientemente las islas de los invasores argentinos”.
Cuando la Presidenta habla de la guerra se ocupa de evitar la reivindicación militarista. Suele rendir homenaje a los muertos y recordar que fue una dictadura la que decidió el desembarco. También acostumbra subrayar que la Argentina no piensa recuperar las islas por otro medio que la negociación diplomática. Sobre el papel de los isleños, la posición tradicional del Estado argentino, sólo interrumpida entre 1991 y 1999 por iniciativa del presidente Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella, es que sus intereses deben ser atendidos. Sus intereses y no sus deseos. En otras palabras, que la Argentina desempeñaría un rol tutelar sobre los residentes en las islas.
Como la pelea diplomática será larga –el Reino Unido está aposentado en Gibraltar desde 1713 y no entregó el peñón a España a pesar de que ambos países son socios de la Unión Europea–, cada parte trabaja para calentar el clima, acumular consenso interno y apoyo exterior. Lo primero está garantizado. En el segundo aspecto la Argentina buscó hacerse fuerte en América latina y sus anillos de pertenencia más cercanos, Sudamérica a través de Unasur y el Mercosur, que integra junto con Brasil, Paraguay y Uruguay. El recurso argumental consiste en sostener que el conflicto de Malvinas está teñido hoy por la preservación de recursos como el petróleo. La apuesta es que Brasil refuerce medidas de apoyo si observa que la preservación en Malvinas va en paralelo al cuidado sobre la exploración y la explotación de petróleo en el Atlántico Sur en general. La estrella de Petrobras es el presal, el conjunto de reservas ubicado en el mar a una profundidad que llega a los siete mil metros, por debajo de una capa de sal que alcanza a veces los dos mil metros de espesor.
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