EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Las líneas que siguen portan el antipático gusto, personal, de enfrentarse a definir o caracterizar una protesta, una sacudida gremial, una queja que involucra derechos laborales, como extorsión. Si en lugar de análisis (con pretensiones de) estructural se aspira a apuntes acerca de política de palacio, o apoyados en prejuicios de anclaje histórico, podría decirse –como se dice– que las tribus peronistas siempre resuelven sus cuitas así, apelando al tira y afloje porque, al fin y al cabo, el peronismo es el ejercicio del poder propiamente dicho. No una abstracción, del tipo de la que ayer iban a disputar los radicales en una interna bonaerense que no le importa virtualmente a nadie porque, como si no bastara que el radicalismo está en vías firmes de extinción –si es que todavía existe– no se entiende qué discuten. También podría apuntarse que Moyano conserva muñeca para descolocar a sus adversarios gremiales. “Gordos” e “independientes”, para usar la terminología que designa cómo juega el sindicalismo corporativo, quedaron culo al norte frente a la osadía del pastor evangélico. Y sería hora de volver a preguntarse si tenía sentido macro ponerse a Moyano en contra, en vez de haberlo arreglado con unos cargos parlamentarios. Y el interrogante semeja reforzado por los vientos de frente que le pegan a la economía desde el exterior, más los errores locales. Y si acaso esto no indicaría que se largó la sucesión 2013/2015, como también se afirma, sólo entre los peronistas, porque los demás no cotizan. No es que todo eso carezca de validez, sino que se sumerge en un escenario de, en cierto sentido, alcances políticos bastante pobres. Lo central (uno reprime hablar directamente de lo objetivo, pero no le faltan ganas) es que un referente sectorial del sindicalismo, que no es cualquiera porque comanda el transporte de insumos vitales, anda enojado. Pero no lúcido. Primero bloqueó el traslado de caudales y les dio pasto a las fieras para que sembraran inquietud sobre el llenado de los cajeros automáticos. Después, hizo taponar la provisión de combustible. Hasta ahí, se trataba de que su gremio no aceptaba partir diferencias de arreglo paritario. Exigía 30. Los empresarios de los que no es muy ajeno que digamos le ofrecían menos del 20. Era de manual de salita rosa que terminarían partiendo en 25, como todo el mundo (en verdad, según las últimas cuentas y por cómo se lo distribuye, es el 19,3). No: transformó la negociación o el negocio personal en una causa de implicancia general. Y cuando el manual se corrobora, sale a decir que no basta; que van por todo con paro y movilización a Plaza de Mayo, por una serie de peticiones que uno de sus hijos resume en “ir por ellos”, por el Gobierno, por la cabeza de Cristina. Que alguien explique cómo se hace para no definir a tamaña apretada como un chantaje político. Pero, además, que argumente en dónde puede encontrarse que esa coacción representa un reagrupamiento efectivo de los núcleos opositores.
Ahí vamos. Frente a la cascada de sensaciones y rumores despertados por esta movida de Moyano y sus nuevos amiguitos, el periodista desea señalar que no cree ni advierte la existencia de una suerte de conspiración extendida. Es decir, de una operación política de grandes dimensiones que, por lo tanto, iría más allá de lo parido por el resentimiento del líder camionero. Sí hay, desde ya, el usufructo que hacen de ello los grupos enfrentados al Gobierno de forma explícita y hasta salvaje. Pero que Moyano sea el nuevo candidato de Clarín, desde cuyo canal de cable insignia lanzó el paro y movilización del miércoles próximo, significa que lo es en cuanto a su capacidad contributiva para producir malhumor social. En acción política concreta, destinada a fusionar franjas opositoras con volumen de fuerza alternativa, Moyano no tiene condiciones para articular absolutamente nada. Más aún, en la clase media genera un rechazo profundo, sea por su componente gorila como en función de lo que, a secas, forjan las actitudes patoteriles, descomedidas. Si se acuerda con esa mirada, es presumible que la jugada moyanista genere un efecto capaz de beneficiar a Cristina. Pongámoslo en un lenguaje que la “asepsia” profesional de sociólogos y encuestólogos (y periodistas) intenta evitar: negro, pendenciero, sindicalista-empresario y rencoroso porque le quitaron espacio, contra mujer viuda y sola que viene haciendo lo que puede, y bastante bien, y tanto que sacó el 54 por ciento de los votos, para repartir la torta de un modo más equitativo. Quizá lo explicaría mejor Jaime Duran Barba, publicista de Macri, quien acaba de sumarse a la lista de procesados amarillos por la manipulación de encuestas telefónico-electorales. Pero más o menos es así, con el agregado nada menor de que Moyano tampoco aporta voluntades mayores entre la masa de trabajadores a cuyo nombre dice activar. La convocatoria de su lucha de clases –porque ahora resulta que se convirtió en Bakunin– ignora a alrededor de un 35 por ciento de laburantes negreados o fuera del sistema “formalizado”, así como al hecho de que los comprendidos en su reclamo revolucionario por el aumento del mínimo no imponible deja afuera a los que menos ganan. En estos días, circularon numerosos aportes que precisan ese dato indesmentible e ignorado por los medios opositores. Por si hiciera falta aclararlo, ninguna de estas consideraciones implica que la demanda del camionero –no solamente– carezca de razonabilidad en un país donde la inflación carcome el ingreso de una parte, ancha, de los asalariados. Pero guay con la distancia entre eso y la justificación de que llame a parar el país el tipo que, hasta hace menos de un año, definía a éste como el mejor gobierno gozado por los trabajadores desde los tiempos de Perón.
Apoyado por la Sociedad Rural y sus socios buzzistas de la Federación Agraria; por Macri; por la Iglesia; por la CGT Azul y Blanca de Luis Madre Teresa Barrionuevo; por la CTA opositora de Pablo Micheli, que no junta a casi nadie, pero en sus delirios de grandeza pretende sentarse a negociar con el agitador anarquista ruso; por Cecilia Pando; por las sectas de la izquierda chino-trosca y por la señal comunitaria TN, Moyano se lanza a lo que su corporación mediática preferida ya define como un “cambio dramático” del tablero político. Cuánto de significativo tendría que el titular cegetista se encargara de rechazar una buena parte de tan egregios respaldos. Hasta ahora sólo lo hizo su hijo Facundo, vía Twitter. Pero es su padre quien, en la plácida entrevista televisiva que usó para arengar a las masas, se encargó de puntualizar que el responsable de “todo” es él. Sólo restaría apreciar si el señoragordismo que dejó de cacerolear en Callao y Santa Fe, más adyacencias semánticas, se anima a sumarse a la revolución encarnada en un gremialista peruca de pura cepa. Rudy y Daniel Paz escenificaron ayer esa instancia mágica, retratando a una pituca alterada que comparte con su acompañante cacerolera el horror de no haber vivido nunca en un gobierno como éste: las obliga a marchar con Moyano.
Entonces sí que echamos los fideos. Para gusto del firmante puede volcárselos al agua hace rato, pero nunca faltan quienes necesitan demostraciones extremas para decidir en cuál lado pararse.
P/D: sería periodísticamente lícito, ya que uno se dedica al estudio de las cosas nacionales, prescindir en una columna como ésta de lo que ocurre en Paraguay. Pero el cronista no lo siente legítimo o sincero. Los sucesos paraguayos, sobre todo como enseñanza invariable de que el enemigo puede tomarse descansos, pero nunca dormirse, son graves. Es secundario discutir sobre el peso muy menor que tiene Paraguay en el concierto de naciones aunque, destituido Lugo, muchos estarán planteándose cómo no se dieron cuenta de que el proceso que intentó encabezar, así fuere a los tumbos, disponía de un estimable valor simbólico en la etapa que vive Sudamérica. Asimismo, parecería cierto que su incapacidad de liderazgo, para constituir poderío de base social activa, le pasó la factura. Como sea, sin perjuicio de lo anterior, es formidable la reacción instantánea que volvieron a mostrar los presidentes más emblemáticos de la región. Chávez, Cristina, Correa, Dilma, Evo, dijeron al unísono que desconocen al nuevo gobierno paraguayo. Hablaron sin ambages de golpe de Estado, retiran embajadores y la mandataria brasileña sugirió expulsar a Paraguay de Unasur y Mercosur. Esto, si cabe una cuestionable figura retórica, es renovadamente inédito cuando se anota que venimos de creer en la imposibilidad de algo así, de una reacción así, neoliberalismo triunfante y mediante hace unos pocos años. Aunque el golpe parezca consolidado, entre otras cosas porque Lugo no presentó batalla: salud por eso.
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