Dom 08.07.2012

EL PAíS  › OPINION

Muchachos dispersos

El martes, en la UOM. El jueves, en Ferro. Una, dos, varias CGT. El largo camino judicial versus la autopista de los hechos. El moyanismo, integrantes. Los que acompañan a Caló, muchos y diferentes. Sindicalistas con ambición política: recuerdos. Divisiones de la CGT, antes y ahora. Y algo más.

› Por Mario Wainfeld

Las cartas están echadas. El martes se reunirá el sector antimoyanista de la Confederación del Trabajo (CGT) y comenzará el camino que lleva a poner al metalúrgico Antonio Caló en el Secretariado General de la central obrera. El cónclave será en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).

El jueves, en el miniestadio de Ferro, se concretará el congreso que aprobará la relección del actual secretario general de la CGT, Hugo Moyano.

Los dos reclamarán para sí la condición de Central única reconocida, lo que posiblemente abrirá largas instancias administrativas y, sobre todo, judiciales. La legalidad, pues, tendrá sus bemoles y peripecias. La disputa por la legitimidad, la representatividad cabal de los intereses de los trabajadores ya se está librando.

La Central de Trabajadores Argentinos (CTA) está dividida entre dos sectores inconciliables, el mayor factor de ruptura es la cercanía o enfrentamiento con el kirchnerismo.

El inefable Luis Barrionuevo, líder de los gastronómicos, parece decidido a seguir con su bulín propio, la llamada CGT Celeste y Blanca, que es poco más que la extensión de su nutrido gremio. La Celeste y Blanca reclama desde hace rato un reconocimiento administrativo ante el Ministerio de Trabajo, sin mayor entusiasmo y sin respuestas. “Luisito” no le importa mucho porque lo suyo es acumular poder en varios frentes: el sindical más vale, el político territorial (provincia de Catamarca, municipio de San Martín) en el que viene en baja y hasta el futbolístico jugando fuerte en el recientemente descendido Chacarita. No hay muchos protagonistas que jueguen en tantas ligas.

Moyano será ungido el jueves, Caló deberá transitar un camino formal para llegar a su sitial más adelante.

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Un paso más: La, relativa a fuer de esperable, novedad de la semana que pasó fue que el Ministerio de Trabajo hizo lugar a la impugnación antimoyanista al congreso del jueves 12. El fundamento es la falta de quórum en la convocatoria. La CGT oficial cuestiona el pronunciamiento pero, antes, la competencia del Ejecutivo para intervenir en esa lid. Aduce que la autonomía sindical estipulada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificada en una resolución de junio de este año, prohíbe este tipo de intervenciones. La decisión ejecutiva rebate el argumento, asegurando que el control formal es lícito, derivado de la Ley 23551 dictada durante el mandato del presidente Raúl Alfonsín con voto afirmativo de peronistas y radicales. No hay interferencia, explicó el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, ya que la medida reenvía el trámite a la CGT para que ordenadamente elija a las nuevas autoridades. Hasta que eso suceda, se prorrogarán los mandatos. Desde las tiendas de Moyano se cuestiona acremente lo que juzgan como una intromisión, de marcada intencionalidad política.

Los perjudicados por la resolución, más allá de que cuestionen la validez de la misma amén de su acierto, deben agotar la vía administrativa. Esta incluye un recurso de “reconsideración” ante la Dirección Nacional de Asociaciones Sindicales, que pronunció la decisión. Es una vía imposible, en asuntos de esta talla: pedir que el propio órgano revoque su parecer. Luego queda el recurso jerárquico ante el ministro cuya negativa está también en el sabó. Para deducirlos hay quince días hábiles administrativos contados desde el viernes. Luego llegará el traslado a la otra parte, luego la resolución definitiva... recién entonces la etapa judicial ante la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo. No hace falta ser abogado ni un experto en matemáticas para deducir que los hechos irán en auto de alta gama por autopista y los papeles por colectora, a baja velocidad.

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En derredor de Hugo: Los moyanistas mirarán con lupa el quórum del encuentro adversario de pasado mañana. Los antagonistas ya han dicho lo suyo. Los dos sectores están relativamente conformados porque el libro de pases sigue abierto. Priman las transferencias para el lado de Caló.

Se advierte un achicamiento de los apoyos a “Hugo”, aunque su grupo es más homogéneo que el otro y tiene como ventaja comparativa un líder indiscutido intramuros.

Moyano cuenta, desde luego, con su propio y poderoso gremio. Lo acompaña la Uatre de Gerónimo Venegas, un sindicato que le agrega número pero le resta coherencia. El Momo Venegas está ligado al trabajo informal e infantil, un perfil muy diferente al de lucha que reivindican los camioneros. Entre los contados sindicatos con muchos afiliados resaltan la Unión de Empleados de Justicia de la Nación (UEJN) que conduce Julio Piumato, un eterno compañero de Moyano. La Bancaria es otro sindicato de fuste. Los municipales que conduce Amadeo Nolasco Genta acaso redondeen los top five. En la UOM y zonas de influencia confían en que Genta, que anduvo itinerante en estos meses dinámicos, “pegue el salto” antes de fin de año, quién le dice antes de la primavera. Se trata de una hipótesis verosímil (el pragmatismo de Genta es proverbial) pero virtual hoy y aquí: “Amadeo” estará el jueves en Ferro, aseguran en su torno.

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Grandes, Gordos y heterogéneos: El común denominador de quienes se verán las caras en la UOM es el antimoyanismo, mucho más que el oficialismo en política. Su fuerza, reconocen sus propios miembros, consiste en el peso de los sindicatos de la flamante coalición. Y el envión que pueda darle el aval del Gobierno, claro.

El sentido común dominante puede distinguir cuatro sectores, en trazo grueso:

a) El de gremios de industria, donde priman la UOM y el Smata de Ricardo Pignanelli. En la Casa Rosada se los elogia por conjugar con el “modelo”: son ramas de actividad devastadas por el neoliberalismo y resucitadas durante el kirchnerismo. Más por lo bajo, se alaba a sus emergentes no contarse entre los desprestigiados por sus andanzas en los ’90.

b) Los apodados “independientes”, un elenco misceláneo que componen la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN), la Unión Obrera de la Construcción (Uocra) y el personal de Obras Sanitarias. Sus figuras descollantes: Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez y José Luis Lingieri. Los dirigentes tienen en común haber sido jóvenes promisorios durante el menemismo y haber consentido el desmantelamiento feroz de las conquistas de su rama de actividad, de la mano con el parate de la actividad productiva y el desmantelamiento del Estado. Por esas vueltas de la historia, esos sectores se revitalizaron desde 2003, el número de trabajadores sindicalizados creció y mejoraron sus condiciones económicas y laborales. No fue, seguramente, producto de sus luchas, pero son beneficiarios del cambio de paradigma económico y, en general, tienen buen diálogo con el Gobierno.

c) Los motejados Gordos que son, aún de forma más unánime, referentes de alta edad y desgaste. Sus gremios cuentan con apreciable número de afiliados. Su relación con el oficialismo nacional es distante y de escasa empatía. El lucifuercista Oscar Lescano, cuya máscara es casi una confesión, es el más propenso a hacer declaraciones públicas. El mercantil Armando Cavalieri es más parco. El más astuto y formado de todos, Carlos West Ocampo, de Sanidad, se mueve con comodidad entre bambalinas aunque le sobra labia.

d) Un cuarto grupo en ciernes que esperanza a algunos funcionarios es (paradoja sólo aparente) el de los “ex MTA” que se apartaron de Moyano de quien fueron compañeros de ruta en casi dos décadas. El “taxista” Omar Viviani es el más consistente y vistoso. Lo ladean dirigentes de gremios más chicos.

La nómina es aproximativa y selectiva: hay más sindicatos entre los que apoyarán a Caló. Su representatividad, medida en actividades concernidas y número de laburantes, parece muy superior a la de Moyano. Este tiene a su favor la coherencia relativa de su sector y su probada combatividad. La destreza política, se probó en estos meses, no es el fuerte del Negro aunque sí la cima de sus ambiciones.

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La rama y sus vaivenes: La rama sindical gravitó siempre en el movimiento peronista con vicisitudes muy marcadas andando los años. Por lo general, a sus dirigentes les costó mucho reciclarse en el espacio político institucional, mucho mayor fue su peso gremial. La historia es demasiado frondosa para esta crónica, que sólo ensaya un vistazo en la reciente etapa democrática. Una mirada más completa y compleja puede bucearse en el recomendable ensayo La lucha continúa. 200 años de historia sindical argentina de Santiago Senén González y Fabián Bosoer. Los autores evocan que en 1983 los diputados sindicales del PJ eran 35, bajando a 23 en 1989, 18 en 1991 y 10 en 1995. Ahora se contarían con los dedos de una mano.

En 1983, agrega este cronista, el pope de la UOM Lorenzo Miguel fue el gran elector que señaló a Italo Luder como candidato a presidente. Y, amén de los dipusindicales, metió mano en las listas con dirigentes políticos afines. Pero el 17 de octubre, en un premonitorio acto de cierre de campaña en Vélez, su discurso fue abucheado por decenas de miles de asistentes. El ascendente Saúl Ubaldini lo abrazó como para revalidarlo, lo ovacionaron sin renunciar a la silbatina contra el “Loro Miguel”. Trece días después el radical Alfonsín sería plebiscitado como presidente.

La “Renovación peronista” incluyó al viejo gremialismo entre los mariscales de la derrota y se lo hizo sentir en los “armados” electorales ulteriores. Carlos Menem, en una de tantas muestras de hábil oportunismo, los resucitó cuando lo acompañaron en la interna peronista contra Antonio Cafiero. Senén González y Bosoer recuerdan que les prometió un ministro de Trabajo proveniente del sector gremial. Cumplió el pacto durante dos años, designando a Jorge Triacca, mientras avasallaba al Estado benefactor, a las leyes laborales y a la clase trabajadora en general. Cerró el círculo de modo brutal y eficiente.

Ubaldini era en muchos aspectos la contracara de Miguel. Provenía de un sindicato entre chico e inexistente, el de Cerveceros. Era un tipo de barrio, jamás se tentó por lujos personales, fue un gran orador de masas y supo congregar multitudes. Resultó el gran rival cotidiano del alfonsinismo en nombre de las banderas peronistas, resignificadas como “Paz, pan y trabajo”. Pero sus intentos de reconvertirse en dirigente político salieron flojos: a las cansadas llegó a diputado nacional, sin volumen propio.

Moyano replica ciertas características de “Saúl”, en especial su aptitud para convocar multitudes a la calle. Su gremio es, magna diferencia, importante y creciente. Su perfil personal y empresario, un abismo que lo distancia.

Nada está sellado de antemano, el futuro es una dimensión abierta. Pero ni la historia previa ni la cintura que probó Moyano en esta coyuntura, ni su imagen ante la opinión pública vaticinan éxitos en su afán de consagrar (se) el primer presidente trabajador (léase dirigente sindical). El tiempo dirá, como en todo. De momento, su regreso a la palestra sindical va en pos de consolidar el núcleo duro de su legitimidad y vigencia, que llevan cerca de 20 años.

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Sistemas y oportunidades: El régimen de sindicato único por rama y Central única reconocido tiene su recorrido, para nada exento de crisis. Las fragmentaciones o divisiones de la CGT son bien previas a la coyuntura actual. La memorable CGT de los Argentinos comandada por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro enfrentó a la conducción burocrática del vandorismo, a fines de la década del 60. La CGT Brasil de Ubaldini y el “Grupo de los 25” enfrentó a la de Azopardo en los tramos finales de la dictadura genocida. El MTA de Moyano fue una alternativa a mediados de los ’90. Y la reseña sólo marca algunos hitos.

En la etapa kirchnerista, los Gordos hibernaron bajo los mandatos de Moyano. Y la CTA se dividió como parte de un fenómeno más vasto que fue la crisis que produjeron los gobiernos de los presidentes Néstor y Cristina Kirchner en organizaciones resistentes, progresistas o de izquierda. Algo similar, aunque nunca idéntico, ocurrió con los organismos de derechos humanos, los movimientos de desocupados, partidos o dirigentes “progres” o de centroizquierda.

La fractura que se empezará a cristalizar en la semana que viene no es una novedad absoluta. De cualquier modo, vale subrayar que acontece tras años de crecimiento económico, de mejora en los indicadores laborales, de significativa institucionalidad en el mundo del trabajo.

A primera vista, la dispersión da la impresión de ir a contrapelo del clima local. Hay quien explica los hechos sólo centrado en la crónica: la táctica de la presidenta Cristina en su segundo mandato, la ambición incontenible de Moyano, el exhorto judicial llegado desde Suiza. Este escriba ha recorrido esos hechos y no les negará entidad ni pertinencia.

Sin embargo, es factible aguzar la mirada y advertir condiciones estructurales que habrán influido también. Entre ellas, la proliferación “por arriba” de sindicatos que expresan a una misma rama de actividad. Y “por abajo” los avances de comisiones internas o delegados de base de marcada representatividad y capacidad de lucha versus conducciones distantes y a menudo anquilosadas.

En el inicio del primer gobierno de Cristina Kirchner coexistían, mal que bien, la CGT y la CTA que bregaba por su reconocimiento. Y se exploraba la perspectiva de un Consejo Económico Social. Ese escenario sigue pareciéndole al cronista más promisorio que el actual para la clase trabajadora, para el sistema democrático y aún para las mejores banderas del Gobierno. Claro que hay que ser cauto con los entusiasmos retrospectivos y más con los vaticinios: ese pasado engendró el presente. Lo que comprueba, de nuevo, que la historia no está escrita de antemano. Que mucho depende de la sociedad, su sistema político y sus representaciones sociales. En la cancha se verán los pingos, pues. La nueva etapa empieza a insinuarse.

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