EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Durante la semana nadie se privó de hablar sobre el gobernador Daniel Scioli. Llovieron críticas de funcionarios, diputados e intendentes kirchneristas, también de dirigentes de gremios estatales, en pie de huelga. Hasta Lucía Galán sumó la voz femenina de Pimpinela, esta vez para defender lo razonable de su cachet en los recitales bonaerenses del verano. Por una vez su hermano Joaquín no discutió con ella, hubiera sido “bingo”.
Ayer Scioli convocó a una conferencia de prensa que se reseña con detalle en las páginas diez y once de esta edición. Respondió preguntas en su tradicional estilo y emitió, entiende este cronista, dos mensajes acaso contradictorios, acaso complementarios. En todas sus pacientes respuestas ratificó su buena relación con el gobierno nacional. En todo lo que hizo a la liturgia, a la retórica y al formato, buscó diferenciarse. La tenida fue larga, satisfizo a los que “querían preguntar”. Remarcó su respeto a la prensa, su agradecimiento a los opositores, gambeteó la confrontación que le proponían la mayoría de los periodistas. Un modismo distinto, que tuvo hasta una línea para otros gobernadores: cuando expresó que no judicializa sus relaciones con el gobierno nacional (como sí hacen sus pares de Santa Fe, San Luis o Córdoba) ni discute a través de los medios.
Scioli no desistió de mostrarse como diferente en los modos. Pero jamás se apeó de un relato respetuoso respecto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, con la que dijo haber hablado el viernes. No respondió a todos los que hicieron cola para vapulearlo pero relativizó su peso versus el de la primera mandataria.
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El gobernador asumió estar buscando formas de paliar el déficit provincial. Confesó que había pensado hacerlo vía financiamiento externo, que se hizo exorbitante. Pidió comprensión por doquier. Y emitió uno de sus proverbios, mezclas de haikus y remedos de textos del escritor José Narosky: “El que no suma, resta”. Tal es su autorretrato que trató de propagar.
Entre tanto, los intendentes conurbanos fueron pagando el medio aguinaldo con recursos propios. Todos reprochan a Scioli la falta de gestión y casi ninguno se describe compartiendo un espacio político con el gobernador, que construye su prestigio trascendiendo al “territorio” y siempre atento a la comunicación mediática.
Los intendentes volvieron a ser convocados a reuniones regulares con el ministro de Planificación, Julio De Vido. La falta de interlocuciones los agobiaba. Esos encuentros (al que se agregó uno con el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina) les dan, confiesan un par de ellos, un “cable a tierra”. Algo más esperan, por cierto: Scioli anunció que no habrá nuevas obras públicas provinciales hasta que salga de la asfixia financiera... o sea por largo tiempo. La necesidad de incentivos keynesianos es acuciante para los intendentes. La obra pública nacional y lo que derrame el programa de viviendas Pro.Cre.Ar son herramientas apetecidas.
El empleo, se reconoce en los primeros niveles del gobierno nacional, no crece. La economía se ha desacelerado sensiblemente. Las dificultades de la etapa desnudan las carencias de Scioli pero las trascienden largamente.
La conflictividad gremial en el sector estatal de “la provincia” se reproduce en otras. Por ejemplo, en Santa Cruz y Chubut con desbordes violentos. La situación es seguida de cerca por la Casa Rosada, que ha resuelto reducir sus intervenciones en conflictos estrictamente provinciales. De cualquier modo, las huelgas (especialmente las docentes o policiales) impactan en la cotidianidad de los ciudadanos. Algo que seguramente se traslada a la valoración de los gobiernos locales y nacional.
Termina un primer semestre difícil. El ala optimista del oficialismo calcula que, con un repunte de Brasil y tras pagar en agosto los Boden 2012, habrá pasado el tramo peor de un año cuesta arriba. La historia continuará.
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