Sáb 10.05.2003

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

IMAGINE

› Por J. M. Pasquini Durán

¿Qué hubiera pasado si uno de los dos competidores del ballottage fuera Carlos Reutemann? Al fin y al cabo, no hace tanto tiempo que muchos, el Gobierno en primer lugar, creían que el gobernador santafesino era el mejor candidato a la sucesión presidencial. Después de mostrar la impericia para prevenir y manejar el desastre de la inundación, justo en el intervalo entre los dos turnos electorales, mejor ni imaginar el resultado final. Es un ejercicio vano de la imaginación, porque no sucedió, pero sirve para recordar que tampoco la política, igual que la vida, está eximida de las sorpresas, de sucesos que se escapan a los cálculos del más meticuloso de los planificadores. Por eso, las predicciones de los que juegan a ser oráculos deben tomarse por lo que son: apenas intuiciones, más o menos rigurosas, de lo que pueda ocurrir en los tiempos venideros.
Con esa precaución hay que recibir los pronósticos absolutos sobre la suerte más o menos inmediata. Por lo pronto, las encuestas indican que Néstor Kirchner, pese a ser el segundo en el escrutinio provisional, será el futuro Presidente de la Nación. El candidato también lo cree así a juzgar por sus actitudes, propias de alguien que ya fue electo, al contrario de su rival, Carlos Menem, que sigue sin aceptar lo que será la primera derrota en tres décadas de competencias. En el supuesto de esa victoria anunciada, hay quienes piensan que, en definitiva, sólo será cambiar de collar al mismo perro. En el otro extremo, se ubican los que auguran una nueva etapa, un cambio de rumbo que, por fin, termine con el “pensamiento único” del neoliberalismo conservador.
Entre esas puntas opuestas, hay un dato central inmediato: en este ballottage la ciudadanía tendrá la oportunidad de cerrar una etapa, sobre todo la que caracterizó a la década de los 90, esos diez años y medios de menemato. Si hay clausura, quedará justificado el proceso, aunque esté lejos aún de ser la renovación superadora que tantos anhelaban desde el derrumbe del gobierno de la Alianza. Cerrar una etapa, sin embargo, no implica automáticamente la apertura de otra nueva, pero siempre es un punto de partida distinto. En cuanto al devenir del futuro gobierno, dependerá de la capacidad que tenga la sociedad para encaminarlo de acuerdo con la agenda de expectativas populares, antes que el establishment nacional y extranjero logren disciplinarlo de tal manera que como los anteriores recaiga en la trampa del fatalismo conservador.
La inundación de Santa Fe tapó con las aguas desbocadas bienes y vidas y, a la vez, puso a la vista algunos de esos conceptos tramposos. Uno de los más importantes es el que se refiere a la responsabilidad del Estado en los asuntos públicos: ¿o acaso las fuerzas del mercado han sido capaces de organizar la solidaridad o de planificar la reconstrucción? Pues bien, el país está como si saliera de una guerra o de una catástrofe y reclama un proceso de reconstrucción tanto o más arduo y amplio por la extensión y profundidad de los daños que deben ser reparados. Eso significa que el primer desafío de la futura administración tendrá que ver con el restablecimiento de las capacidades del Estado para hacerse cargo de los asuntos públicos, entendidos éstos como los intereses de la mayoría.
Hasta ahora, por cierto, Kirchner anticipó poco sobre políticas públicas concretas, a lo mejor para diferenciarse de Menem que, por el contrario, se pasa el día anunciando hipotéticos bienestares, como aumentos de jubilaciones y salarios, que sus futuros ministros se ocupan de contradecir con el mismo entusiasmo, invocando los discursos de siempre: si hay más productividad, si se logra el equilibrio fiscal, si anulan aportes patronales... Es decir, todas las excusas que se usaron hasta ahora para congelar a jubilados y asalariados, para excluir en masa a millones de argentinos de las posibilidades de ganarse el bienestar con trabajo propio. Para desacreditar a su oponente, Menem no vacila enmanejar con ligereza referencias estadísticas sobre la violencia y la inseguridad urbanas cuyas fuentes nunca cita.
Incluso, cada vez que puede agita el espectro de violencias pasadas, asimilando al movimiento social de piqueteros con experiencias insurreccionales de hace tres décadas. Lo de siempre: para el ex presidente no hay pobres en legítima protesta, sino agitadores profesionales dedicados a perturbar el orden público. En el mismo plan, el menemismo pretende encontrar significados equívocos en la fecha de asunción, el 25 de mayo, la misma en la que asumió Héctor J. Cámpora en 1973, escoltado por el socialista Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós, ambos presidentes de sus respectivos países. En las últimas horas, Kirchner entrevistó al izquierdista Lula en Brasil y al socialista Ricardo Lagos en Chile, de modo que sólo falta que los propagandistas de Menem encuentren imaginarias analogías.
Uno de los argumentos reiterados para desacreditar a Kirchner es que su gestión estará subordinada a la voluntad de Eduardo Duhalde, de ahí la evocación de Cámpora como si el bonaerense pudiera ser comparado con Perón. No hay dudas que el peronismo mantiene sin resolver sus pleitos internos y de ninguna manera puede exhibir un liderazgo unificado, generando desde ya tensiones que podrían afectar al futuro gobierno. Sería lo mismo si Menem fuera el ganador, ya que en ese caso tendría la enconada resistencia de las franjas partidarias que están bajo la influencia de Duhalde. El error conceptual consiste en suponer que, llegado a ese punto, el resto de la sociedad permanecerá inmóvil si, en lugar de ocuparse de sus agendas urgentes, la administración del Estado se convierte en campo de batalla de facciones justicialistas. Las sociedades, como los individuos, aprenden de sus propias vidas y si alguna lección quedó de aquellas jornadas de diciembre de 2001 es que los ciudadanos movilizados pueden cancelar cualquier mandato.
Además, las elecciones no son mágicas y, por consiguiente, no podrán desaparecer al movimiento social que tomó cuerpo en los últimos años: piqueteros urbanos, campesinos movilizados, organizaciones vecinales, grupos cívicos y todas las otras formas que han encontrado los ciudadanos para canalizar sus inquietudes y demandas al margen del sistema formal de representación. Hasta es posible que las centrales sindicales salgan de su letargo, algunos aunque sea para disputar su lugar en la mesa del nuevo poder. También, por supuesto, se moverán los banqueros, los acreedores, los especuladores, los que no quieren resignar ningún beneficio de los que consiguieron en esa décadas de los ‘90, que está amenazada de final. Habría que sumar en este rápido recuento a las presiones que vendrán desde Washington, no sólo en el ámbito económico, a consecuencia de la doctrina de las “guerras preventivas”. Estas son las tensiones que de verdad podrían influir en el destino general, más que las disputas entre caudillos.
Debido a las circunstancias, el domingo 18 las urnas pueden hacer debutar a Kirchner en la presidencia y, al mismo tiempo, por primera vez, será reelecto el ministro de Economía, Roberto Lavagna. Prestigiado por algunas prolijidades en sus tareas y por un estilo modoso, tan distinto a los desaforados modales de Domingo Cavallo, le ganaron al ministro una expectativa que será puesta a prueba a corto plazo, puesto que ni siquiera tiene el recurso formal de excusarse con la herencia recibida o con la ignorancia de la verdadera situación del país. No será el único apurado por las expectativas populares y, aunque este año estará dominado por el calendario electoral extendido que han diagramado cada una de las provincias, incluido el distrito porteño, sólo hará un poco más difícil la misión de gobernar. Los políticos no suelen ser condescendientes con los rivales cuando salen a cazar votos, aunque en estos tiempos el premio mayor se lo lleva el que convenza a los votantes que su victoria ayudará aresolver los problemas colectivos. En épocas de vacas flacas, el voto más que un mandato es un imperativo.

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