EL PAíS
› ADIOS AL MENEMISMO PERO NO A LA DESIGUALDAD
Fin de ciclo
Las elecciones del próximo domingo marcan el inexorable ocaso del menemismo y todas sus perversiones. Los festejos no deberían ocultar que no es tan seguro que también se cierre el ciclo del empobrecimiento y la desigualdad. Comenzado con la dictadura militar, continuó a lo largo de las dos décadas posteriores y no es probable que se revierta sobre la base de las exportaciones, que crean poco empleo. Un crecimiento macroeconómico del 3 por ciento anual ni siquiera permitiría absorber el incremento vegetativo de la población.
› Por Horacio Verbitsky
Todos los sondeos electorales parecen indicar que el próximo domingo se cerrará un ciclo político de quince años, iniciado cuando Carlos Menem le arrebató la candidatura presidencial justicialista al entonces gobernador de Buenos Aires Antonio Cafiero. Lo que no es tan seguro es que esto coincida con la finalización del ciclo de empobrecimiento y desigualdad que comenzó con la dictadura militar y se continuó con diversos matices a lo largo de casi tres décadas.
Un plebiscito
A los corresponsales extranjeros que han llegado para cubrir el desenlace les sorprende que Menem haya obtenido pese a todo la adhesión de una cuarta parte del electorado, pero tampoco terminan de entender la unanimidad de los pronósticos que no le asignan para la segunda muchos votos más que los conseguidos en la primera y algunos incluso sospechan que podrán ser menos. En cambio, perciben sin dificultad que estos comicios son un plebiscito acerca del ex presidente. Siempre fue así, desde su victoria de 1989 frente al candidato radical que hizo campaña con el lápiz rojo y la tijera del ajuste neoliberal. La novedad es que ahora sus chances son escasas. De hecho el temor a su eventual regreso es explicación necesaria y suficiente del mínimo porcentaje de votos nulos o en blanco, tan bajo como en las elecciones de 1946, 1952 y 1973 en las que el justicialismo presentó como candidato a su Líder y fundador. También se relaciona con Menem el presentismo electoral, algo menor al promedio de las elecciones presidenciales, pero incomparable con el de las legislativas de 2001.
Con Menem de candidato la teoría del mal menor recobra su cetro. El riojano se debate sin saber cómo salir de esta trampa y quema sus últimos cartuchos. Mediante una exacerbación verbal creciente invoca los peores fantasmas, desde el caos y la inseguridad hasta el colapso institucional. Duhalde, que teme un último gesto de maldad, le ha tocado su orgullo, tratando de impedir que abandone la lid antes de la derrota. Menem sabe que un resultado como el que ya se divisa, liquidaría en forma definitiva su reducido futuro político. Pero tampoco ignora que si desistiera, la reactivación de las causas judiciales pendientes podría terminar también con sus días en libertad.
Radicales sin calma
No sólo el ciclo menemista toca a su fin. Por segunda vez desde la conclusión de la dictadura militar no habrá un radical entre los contendientes decisivos, como en 1995, cuando Menem y Carlos Rückauf enfrentaron a José Octavio Bordón y Carlos Alvarez. En 1999, sólo la Alianza con el Frepaso permitió que Fernando de la Rúa alcanzara la presidencia, pero el radicalismo, nucleado en torno de Raúl Alfonsín, tuvo escasa participación en su gobierno y contribuyó a su caída. Esta vez cuesta imaginar cómo podría recuperarse el partido de Elpidio González, Marcelo de Alvear y Ricardo Balbín. La referencia al peronismo de Bordón y Alvarez puede parecer arbitraria, ya que concurrieron a las urnas por fuera del justicialismo. Pero lo mismo había hecho Cafiero en 1985 en su provincia, donde obtuvo mejores resultados que la fórmula partidaria digitada por Herminio Iglesias, de modo que el partido se reagrupo detrás suyo. En cambio, Bordón perdió y su reingreso se produjo por la puerta de servicio de la descolorida administración de Rückauf.
Ahora quedan pocas dudas acerca del reagrupamiento justicialista en torno del vencedor, que ya comenzó a manifestarse después de la primera ronda. Hasta el momento esa estampida se ha limitado a las filas del vencido candidato cuyano Adolfo Rodríguez Sáa. Era previsible que los intendentes del Gran Buenos Aires que se habían atrevido a saltar el cerco duhaldista volvieran a la mayor velocidad posible al redil. Por eso más significativo es el apoyo a Kirchner de la rama sindical del adolfismo y del propio senador puntano Oraldo Britos. Es obvio que todos los que puedan se reacomodarán a partir del lunes próximo en las filas del vencedor. “Cristina Kirchner me odia y en el menemismo Rubén Marín me marca la cancha y me impide volver” se lamenta el ministro del interior Jorge Matzkin. Pero ésa es la excepción que confirma la regla. Parecido, pero no igual es el caso del ministro de Inteligencia Miguel Toma, identificado como Matzkin con el empresario de capitales oscuros José Luis Manzano, quien no ha dejado de soñar con un regreso a la vida política pública. Toma volcó la porción de la SIDE que le responde en favor de Menem y, en forma activa, en contra de Kirchner. Si los vaticinios para el domingo se confirman, deberá buscar otro empleo. El radicalismo ha desaparecido a escala nacional, pero el justicialismo no existe en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires donde, oh casualidad, lo preside Toma.
Decisiones en soledad
Un análisis distinto de los resultados ofrece el primer documento posterior a los comicios difundido por el Instituto de Estudios y Formación de la CTA. Esta Central de Trabajadores decidió en su último congreso la constitución de un movimiento político y social, pero el 27 de abril no presentó candidatos ni comprometió su apoyo a ninguno. El trabajo, firmado por Claudio Lozano comienza con una velada autocrítica: tanto la opción de votar o no como la preferencia por algún candidato constituyen “decisiones tomadas en soledad y en ausencia de un proyecto colectivo”. Para la CTA carece de sentido afirmar que más del 90 por ciento del electorado fue captado por peronistas o radicales, porque las experiencias populares históricas de ambas identidades poco tienen que ver con la realidad actual de los respectivos partidos. El paso de justicialistas y radicales por el gobierno en las últimas dos décadas hizo que en la gestión del Estado ambos profundizaran sus vínculos con la nueva estructura del poder económico al mismo tiempo que se modificaban sus bases de sustentación social.
“Nadie puede asimilar hoy la otrora clase trabajadora conformada por asalariados dominantemente registrados (formales) y con un anclaje importante en el sector industrial, con el actual desempleo, precariedad, clandestinidad laboral y contratos temporales que han transformado a los asalariados registrados en apenas un 30 por ciento de la fuerza de trabajo disponible”, afirma la CTA. Tampoco son comparables la clase media de entonces y sus comportamientos políticos con el 70 por ciento de los actuales nuevos pobres que provienen de allí. “Por último, los empresarios nacionales que fueron parte de ambos proyectos, han sido dominantemente liquidados durante las ultimas dos décadas”.
Otros ejes
Este análisis también rechaza la afirmación acerca de un predominio conservador que se verificaría en el hecho de que hayan encabezado la nómina de los más votados Menem, el candidato del duhaldismo y Ricardo López Murphy. Por el contrario, postula una desagregación distinta de los resultados, que considera “más adecuada al contexto histórico que atravesamos”. Así, separa a los candidatos explícitamente neoliberales de aquellos que plantearon lo que llama con cautela llama “otras nociones discursivas”, como la distribución del ingreso, la importancia del mercado interno, el replanteo de la negociación sobre el endeudamiento público, la revisión del proceso privatizador y la asignación de un papel al Estado en las actividades económicas. Esto le permite colocar en un platillo de la balanza a Menem y López Murphy y en el otro a Kirchner, Elisa Carrió, Rodríguez Saá, Leopoldo Moreau y las distintas ofertas de la izquierda. Mejor será no imaginar qué ocurriría si se tratara de algo más que una metáfora y estas personas debieran compartir, no ya un platillo de la balanza sino una habitación. En esta lectura, el neoliberalismo perdió ante las otras opciones por 57,3 a 40,7 por ciento. Sobre la base de un sondeo realizado por la consultora de Enrique Zuleta Puceiro, Lozano constata que esta diferencia es algo menor entre los jóvenes de 18 a 34 años (55,9 a 42,1 por ciento) pero se ensancha entre los votantes de bajos ingresos (58,6 a 39,4 por ciento).
Neolibe- Otras
ralismo opciones
Padrón general 40,7 57,3
Jóvenes 42,1 55,9
Bajos ingresos 39,4 58,6
Este cálculo es válido, pero hay que ser cuidadoso con las conclusiones. Es cierto que en el Conurbano Bonaerense Kirchner superó a Menem por más de 8 puntos porcentuales. Pero también lo es que Menem mejoró allí su porcentaje nacional (27,6 a 24,36 por ciento) y sobre todo, que el integrante de la pareja neoliberal que peor desempeño tuvo allí fue López Murphy, por quien se pronunciaron apenas el 11,8 por ciento de votantes en esa franja. Pero el domingo no estará López Murphy, sino Menem. Y del otro lado, sólo Kirchner.
La disputa por el sentido
Debe agradecerse a Lozano la transparencia de sus propósitos, que asume en forma explícita en la disputa por el sentido de la elección. “Los argumentos asociados al predominio del voto conservador, afirmado en los jóvenes y en los pobres, acompañado de señalamientos que suman los electores en las viejas identidades del peronismo y el radicalismo, intentan decirnos que nada hay en debate en la sociedad argentina y que la construcción de una opción nueva no tiene posibilidad alguna de manifestarse. La lectura de los resultados que presentamos nos dice que sigue teniendo sentido discutir la construcción de un nuevo Movimiento Político, Social y Cultural en nuestro país, que sea capaz de alterar ese denominado voto en soledad y que nos permita dotar de sentido y sobre todo de futuro a la práctica electoral e institucional en la Argentina.”
Hacia el futuro
La CTA rechaza tanto las argumentaciones que hablan de la inutilidad del voto el próximo domingo, ya que se trataría de una simple interna peronista, como aquellas que prevén una contienda decisiva acerca del modelo de país. Que el voto en contra de Menem niegue legitimidad a la represión y la criminalización de la protesta social como razón última del modelo de exclusión, no asegura que “el triunfo de Kirchner (deseable por cierto) abra un nuevo tiempo en la Argentina”. Para acercarse a una conclusión el documento considera dos aspectos, uno institucional y otro socioeconómico.
Desde el principio la CTA consideró que la convocatoria para elegir sólo presidente y vice era limitada, ya que hasta fin de año permanecerá en funciones el mismo Congreso que cediera “poderes extraordinarios a Cavallo, que convalidara sin chistar las brutales transferencias de ingresos y riquezas que se efectuaron en el marco de la devaluación duhaldista y que obturara el juicio político a la Corte Suprema de Justicia. Por lo tanto, el nuevo Presidente asumirá en el marco de un viejo Régimen Institucional poco apto para los cambios”, sostiene. Por eso, la central adhirió a la consigna “Que se vayan todos”. Más interesante es su lectura socioeconómica. Según la CTA, el acuerdo firmado con el FMI además de las cuestiones coyunturales define una agenda de discusión futura con el próximo gobierno, que incluye:
u Aumento de tarifas y compensación a las empresas privatizadas por los efectos negativos de la devaluación sobre sus deudas en divisas.
u Mayor ajuste fiscal para incrementar el superávit primario que debería oscilar entre el 3,5 y el 5 por ciento del PBI. Se concentrará en las provincias.
u Reordenamiento del Sistema Financiero con achicamiento e incorporación de capital privado en la Banca Publica.
Luego de observar estos puntos como contradictorios con el presunto modelo de producción y trabajo exaltado en la campaña de Kirchner y Daniel Scioli, la CTA se pregunta por la capacidad del nuevo Presidente “para forzar la renovación institucional apelando a la legitimación popular que obtenga”, y para “desconocer la agenda que propone el presente acuerdo con el FMI” y recuperar autonomía en la definición de las políticas públicas. La coyuntura internacional hace inviable la aplicación de regímenes como la Convertibilidad. El nuevo esquema económico que se afirma en el contexto actual se basa en “una espectacular transferencia de renta a los exportadores y una restricción casi permanente sobre el consumo popular”, de modo que la Argentina “recomponga su capacidad para afrontar los pagos de los Bonos de deuda en default”. En realidad, no sólo transferencia de renta a los exportadores sino también continuación de la fuga de capitales, que se acumulan en el exterior y, en el último mes, reaparición del lucrativo subibaja entre la cotización del dólar y las tasas de interés en colocaciones a plazo fijo.
La CTA destaca que según las propias estimaciones oficiales tanto la tasa de crecimiento de largo plazo esperable como el nivel de superávit buscado en las cuentas publicas se ubican en el orden del 3,5 por ciento anual. “Esto quiere decir que, en el mejor de los casos, si se mantiene el esquema actual, todo el crecimiento esperable será transferido, en pago de deuda y, el ingreso disponible para la sociedad argentina no tendría variación alguna”. Su conclusión es que a menos que se instale la cuestión clave de la distribución del ingreso, para expandir a través de la acción fiscal el consumo popular, “el devenir de la economía volverá a poner en crisis la legitimidad del sistema institucional. El debate no es por lo tanto repudiar el pasado o mantener el rumbo actual. Se trata de transformar el cuestionamiento al neoliberalismo en la fuerza suficiente para replantear el rumbo de la Argentina”.
Desempleo y pobreza
Los últimos dos años del gobierno de Menem y todo el gobierno de la Alianza estuvieron signados por la pugna entre los distintos sectores dominantes, favorables a la devaluación o a la dolarización. El cambio operado durante los 16 meses de gobierno del senador Eduardo Duhalde distribuyó de otro modo entre ellos las ganancias extraordinarias que la economía argentina sigue produciendo. Pero no mejoró la situación del conjunto de la población que, por el contrario, conoció índices de desempleo y pobreza sin precedentes. Con cerca del 60 por ciento de la población por debajo de la línea estadística que define la pobreza pero menos del 20 por ciento de la población económicamente activa sin trabajo, es inocultable que tener empleo ha dejado de proteger contra la intemperie. Si cada descenso en el nivel de empleo implica un incremento de la pobreza, no es automático el proceso inverso. Los planes asistenciales puestos en práctica durante la gestión de Duhalde en el corto plazo pusieron un dique al desborde de la crisis social y le permitieron cooptar al vociferante pero inofensivo vandorismo rojo. Pero en una perspectiva más extensa, bajaron aún más el piso salarial. Constituyen un respirador que no será fácil de quitar pero que al mismo tiempo limita la posibilidad de una redistribución de ingresos que estimule el mercado interno y acentúa la dependencia de las exportaciones, cuya capacidad de generación de empleo es mínima.
Otro trabajo del IDEF, realizado por Enrique Arceo y Martín Schoor destaca que en la década pasada el desempeño exportador de la Argentina fue particularmente bueno, sólo superado en el mundo por los de China, Corea, India, México y República Dominicana. Este crecimiento obedeció a factores excepcionales que no se pueden sostener en forma indefinida a ese ritmo: una revolución tecnológica importante en cereales y sobre todo oleaginosos produjo mejoras en los rindes; el desarrollo de las exportaciones petroleras partió desde niveles reducidos y el Mercosur amplió el mercado. “Dado que el desarrollo de nuevas actividades exportadoras lleva tiempo y que la situación del mercado mundial determina una marcada debilidad de la demanda, es difícil prever para los próximos años un desempeño significativamente mejor”, afirman.
La tenue reactivación de los últimos meses se basó en las exportaciones antes que en la sustitución de importaciones y ni siquiera el fuerte crecimiento del turismo alcanzó a recuperar los niveles previos. Las exportaciones argentinas, concentradas en un centenar de empresas, incluyen un elevado coeficiente de importaciones y se concentran en recursos naturales o manufacturas poco elaboradas, lo cual implica pocos trabajadores argentinos que le agreguen valor. De modo que si las exportaciones crecieran al mismo buen ritmo de la década pasada, las tasas de crecimiento del producto no superarían el 2,5 por ciento anual, o “quizás 3 por ciento en los primeros tiempos, dado el nivel excepcionalmente deprimido del cual parte la recuperación”. De este modo llevaría siete años recuperar los niveles de producción de 1998. Los efectos sobre el empleo no son dudosos.
Con un crecimiento del 3 por ciento anual se crearían 171.007 nuevos puestos de trabajo, pero los interesados en ocuparlos serían 236.100 personas más. Es decir que ni siquiera se absorbería a los nuevos trabajadores que cada año se asoman al mercado. Recién con un crecimiento del 4 por ciento anual el desempleo no crecería y debería llegar a un improbable 5 por ciento para que la desocupación se redujera en unas 50.000 personas por año. Esa elevada tasa de desempleo estructural obrará como techo al crecimiento del salario y también mantendrá los pavorosos niveles de pobreza. Es bueno tenerlo en cuenta aunque éste sea el momento de festejar el fin del menemismo.