EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Los dos llegan molestos y no lo ocultaron, pero la conversación será directa. Solo Cristina Fernández de Kirchner y José “Pepe” Mujica pueden repetir lo que hicieron, por ejemplo, con el conflicto de Botnia: sellar un acuerdo político y darle cauce al conflicto por la licitación en el dragado del canal Martín García en el Río de la Plata.
Los presidentes de la Argentina y Uruguay se encontrarán hoy en Brasil para participar de la cumbre del Mercosur que sumará como miembro pleno a Venezuela.
Mujica expresó su disgusto por la forma que tuvo el diferendo por el dragado con una frase: “Si es necesario, voy a tragar sapos y culebras”. El presidente suena gracioso a veces con su tono, pero no conviene equivocarse con el contenido. Tomada seriamente, la expresión significa dos cosas:
n La primera, que para Mujica el conflicto es malo. Por eso incluyó sapos y culebras en el menú. A ningún uruguayo le gusta más un sapo que un chivito o una culebra más que una Húngara de La Pasiva.
n La segunda cosa es que Mujica está dispuesto a deglutir una comida repulsiva a cambio de un bien que para él seguramente sea mayor, como una buena relación global con la Argentina. Una perspectiva necesaria en general para el gobierno uruguayo y más imperiosa todavía con las restricciones argentinas al uso de divisas.
En el caso de Cristina, su enojo debe inferirse de modo indirecto. El canciller uruguayo, Luis Almagro, es un diplomático de carrera que fue designado por Mujica, pero no pertenece a su círculo más cercano. Su tono no tiene por qué reflejar necesariamente el de Mujica, cosa que sucedió cuando un mes atrás sembró dudas sobre el acuerdo de Uruguay con la entrada de Venezuela cuando había sido el propio Mujica quien había manifestado su cansancio por la bolilla negra permanente del Senado paraguayo contra la incorporación del quinto miembro. Héctor Timerman, en cambio, sintoniza en el tono con Cristina. Si la Cancillería firmó un comunicado haciendo público su disgusto con la precalificación de la firma Riovía en la licitación para el dragado, es difícil, muy difícil, que la decisión no haya sido consultada con la Presidenta. Por eso Mujica no dio vueltas, pero a la vez fue diplomático y dijo al diario La República de Montevideo que “no es saludable que los cancilleres estén contestándose por medio de la prensa”.
En los papeles, quien suele ser presentado como el más irritado con Riovía, filial de la holandesa Boskalis, a cargo ya hoy del dragado, es el ex embajador uruguayo en Buenos Aires Francisco Bustillo, representante en la Comisión Administradora del Río de la Plata. “¿Quién protege a Riovía?”, preguntaba el comunicado de Timerman. Bustillo no respondió. Es la misma persona que, si no conservara su fuero diplomático, sería indagada por la Justicia argentina en la investigación de las falsificaciones que rodearon la introducción de autos importados por parte de diplomáticos argentinos y extranjeros. Tal como publicó este diario el sábado último, la fiscal María Luz Rivas Diez pidió su indagatoria por contrabando. Bustillo quiso entrar dos Porsche 911, un modelo deportivo sin ningún parecido con un sedán de uso diplomático. La desgravación impositiva en la entrada abarata el precio y tras dos años de residencia un diplomático puede reexportar el auto a otro destino. El carácter deportivo de los autos sería una burla, pero no un delito. El problema en este caso fue la falta de papeles sólidos por parte de Bustillo.
Los puertos uruguayos operan por el canal Martín García. Uruguay siempre quiso un mayor compromiso argentino en el dragado. Mujica lo consiguió cara a cara con Cristina en la Estancia Anchorena a poco de asumir, en 2010. En privado le pidió terminar con la crisis de Botnia y después, en público, dijo que aunque tuviera que pagar costos internos en su país, le daría tiempo a la Argentina para que resolviera por su cuenta la forma de extinguir la protesta de un grupo de asambleístas en Gualeguaychú.
Quizás hoy, en Brasil, Mujica exprese en privado su molestia por los comunicados y, a la vez, con la tranquilidad de estar libre de sospechas y la seguridad que da el dominio de la decisión de última instancia, ésa a la que recurren los presidentes para enderezar las cosas torcidas, le conteste a Cristina quién protege a Riovía.
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