EL PAíS
› PRIMERA ENTREVISTA CON FIDEL CASTRO DESPUES DE LOS FUSILAMIENTOS
“Era una cuestión de vida o muerte”
La ola represiva en Cuba desató repudios en todo el mundo. En este diálogo exclusivo el líder cubano explica los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión y contesta las críticas de los “amigos de Cuba” como Saramago. Asegura compartir la repulsa filosófica contra la pena capital, pero sostiene que fue necesaria para quebrar “una ola de secuestros de barcos y aviones planeada para crear una crisis migratoria que sería el pretexto de un bloqueo naval que conduciría inevitablemente a la guerra”. En su larga charla, también habló de la guerra en Irak y la situación de Lula y Chavez. Reveló entretelones de su relación con Carlos Menem y aseguró que alguien bien informado le “contó que los Montoneros ayudaron al ex presidente con cientos de miles de dólares para su campaña electoral del ‘89”.
› Por Miguel Bonasso
Desde La Habana
“Estoy tranquilo y ustedes también deben estarlo: el caballerito (Menem) no tiene ni la más remota posibilidad de ganar las elecciones”, le dijo un regocijado Fidel Castro a Página/12 al final de una larga entrevista exclusiva, la primera que concede a nivel mundial después de los fusilamientos de abril. En los tramos iniciales, en cambio, había estado tenso y grave, mostrándose comprensivo hacia quienes “aborrecen la pena capital” que Cuba –aseguró– se vio obligada a aplicar por “razones de vida o muerte”. El preludio de nuevas revelaciones sobre una conspiración que “la mafia terrorista de Miami, en combinación con la extrema derecha de Estados Unidos” prepara para “crear una grave crisis que podría conducir a una confrontación armada entre Estados Unidos y Cuba”.
El extenso reportaje (que se prolongó por más de diez horas) fue realizado el jueves y viernes últimos, en dos sesiones consecutivas y en dos escenarios distintos: un austero salón de acuerdos del Palacio de la Revolución y su comedor privado en el Palacio de Convenciones. Allí lo observamos a piacere, (con mi compañera y colaboradora Ana de Skalon), arrellanado en el butacón, con su infaltable uniforme verde oliva, su barba gris, el aire de hidalgo castellano que le han tallado los años, desplegando las manos y las frases afiladas, la capacidad minuciosa de una memoria que no necesita el auxilio de los antioxidantes y un asombroso registro de expresiones, a veces musitadas con voz apenas audible, desde la cautela del estadista o la íntima confidencialidad del gran personaje que busca acortar distancias con el interlocutor. Sin excluir momentos lúdicos, de carcajadas inesperadamente juveniles, para celebrar las ironías que lanza como misiles sobre los poderosos del mundo (George W. Bush) y sus acólitos de la segunda línea, como José María Aznar, a quien caricaturiza por su “bigotico” hitleriano.
En esas horas aceptó todas las preguntas, empezando por las más ásperas y previsibles sobre la pena de muerte y las críticas respuestas -esperadas y lamentadas– de no pocos amigos de la Revolución: le contestó a Saramago, desplegó un variado diapasón narrativo, que incluyó insospechadas nostalgias de Carlos Gardel y Libertad Lamarque o el recuerdo entrañable del hermano de su padre al que visitó en Buenos Aires en 1959, junto con pormenorizados relatos sobre las acechanzas que pesaron y pesan sobre Cuba, divertidos entretelones sobre su relación personal con Menem que incluyeron un sorpresivo señalamiento acerca de la relación entre el ex presidente argentino y los Montoneros.
El enviado de Página/12 no quiso recurrir al truco socorrido de mechar las narraciones más extensas (como la de Playa Girón, ver nota aparte) incluyendo preguntas artificiales que hubieran falseado la vocación didáctica, el ritmo y la respiración del entrevistado. Acaso pensando que tuvo el privilegio de reportearlo –tras muchos años de buscar esa entrevista– en un momento crucial de la historia: tal vez la crisis más peligrosa a la que se ha enfrentado Cuba en sus cuarenta y cuatro años de revolución.
–La primera pregunta es obvia: imagino que usted evaluó que habría un generalizado repudio con el tema de los tres fusilamientos recientes...
–Sí, fue perfectamente evaluado. Es algo demasiado serio como para adoptar decisiones a la ligera. De hecho habíamos establecido una moratoria que duraba ya casi tres años. Fue verdaderamente doloroso para los miembros del Consejo de Estado tener que romper esa moratoria. Esto no se hace sino por causas absolutamente justificadas, puesto que conocíamos el precio de la medida, ya que hoy día –y no les quito razón a los que se oponen a ella– el número de los que piensan de esa forma crece y crececada vez más, de lo cual realmente me alegro, puesto que compartimos, y por razones profundas, el aborrecimiento a la pena capital.
–¿Cuáles fueron entonces esas causas?
–Puedo resumírtelo en tres palabras: cuestión de vida o muerte. Me preguntarás por qué. Sencillamente la mafia terrorista de Miami, en combinación con la extrema derecha de Estados Unidos, se proponían, y aún se proponen, crear una grave crisis que podría conducir a una confrontación armada entre Estados Unidos y Cuba. No es que esto nos ponga nerviosos o nos quite el sueño. Es algo demostrado, durante 44 años, que nosotros sabemos enfrentarnos a cualquier peligro. No es inútil recordar que en 1961 libramos, entre los días 17 y 19 de abril, una dura batalla frente a una expedición mercenaria que desembarcó por Girón, y detrás de esa invasión estaba la escuadra norteamericana con un portaaviones, naves de guerra, buques de desembarco y las tropas pertinentes para intervenir inmediatamente después de que el gobierno creado por ellos pudiera aterrizar en un aeropuerto recién construido, en una de las zonas más pobres del país, precisamente en un punto que se ha hecho después famoso: Playa Girón. Claro, nosotros hicimos todos los cálculos correspondientes y se luchó durante 68 horas consecutivas, sin un minuto de receso, hasta el último punto de resistencia enemiga: Playa Girón cayó en nuestro poder. No pudo aterrizar el gobierno que tenían en Miami.
–¿Y quién iba estar al frente de ese gobierno, (José) Miró Cardona?
–Miró Cardona y un grupito que tenían en Miami en una casa, para trasladarlo tan pronto dispusieran de una cabeza de playa. Si hubieran podido traer un gobierno y proclamarlo como tal gobierno, inmediatamente habrían intervenido sus tropas y, detrás de ellos, como es habitual, las famosísimas tropas de la OEA (ríe), constituidas, por lo general, por dos o tres pelotones cuando más, para crear las apariencias de “una coalición de fuerzas democráticas, patrióticas y salvadoras” del hemisferio occidental, como hicieron después en Santo Domingo y en otros lugares; como lo acaban de hacer en Irak, solo que esta vez con tropas inglesas, y las demás, teoría. El barquito que Menem solía enviar en situaciones como esta, no tuvo tiempo de llegar a las proximidades del Golfo Pérsico, donde su misión era observar por televisión la guerra (risas).
–Me parece bueno volver después sobre Menem, porque, como usted sabe, dentro de una semana se vota en Argentina, pero quería preguntarle antes como diferencia la época de Girón de la actual.
–Yo te menciono esto (la invasión de 1961), porque tú empezaste preguntando sobre la cuestión de los fusilados. Y ése fue un momento de esos que se califican de vida o muerte. Si ellos tienen éxito, la guerra no se sabe cuánto hubiese durado; hubiéramos sido el Vietnam de aquella época, y el resultado no sería diferente, porque ya nosotros teníamos para esa época unos 400.000 fusiles y cientos de miles de milicianos, entrenados en lo posible, pero con un gran ardor revolucionario. Lo cito como ejemplo del momento que estábamos viviendo. Allí no era cuestión de fusilar a nadie, era cuestión de combatir contra los invasores, ya que era un enfrentamiento armado casi directo con Estados Unidos en el que los mercenarios cubanos constituían la vanguardia para enmascarar el tipo de guerra durante las primeras horas. Tiempo más tarde tuvimos momentos también sumamente difíciles: la Crisis de Octubre de 1962. Pero eso ocurre exactamente casi 18 meses después, en que de nuevo nos vimos ante una situación extraordinariamente compleja: replegarnos, rendirnos, o mantenernos como siempre nos hemos mantenido, firmes y dispuestos a luchar hasta el final. En aquella ocasión nos amenazaban decenas de armas nucleares. No recuerdo haber visto un solo cubano en el cual pudiera apreciar una expresión de miedo y mucho menos una expresión de pánico. Ahí afrontábamos la muerte con total decisión, sin la menor vacilación.Aquel episodio dio lugar a diferencias grandes con los soviéticos, porque ellos inconsultamente tomaron la decisión de retirar los misiles sin acuerdo con nosotros.
–¿Nikita Kruschov?
–Sí, desgraciadamente Kruschov, que por otro lado tuvo grandes gestos de amistad con Cuba. Llegó a un arreglo sin nosotros. En dicho arreglo se estipulaba inspección a nuestro territorio. No lo aceptamos, y nunca se hizo la comprobación en tierra cubana de la retirada de aquellos proyectiles por exclusiva decisión soviética. Tuvo que hacerse en el mar. Si cuento esto es para expresar que ni Girón, ni la Crisis de Octubre, ni otros momentos en la historia de la Revolución Cubana fueron los únicos en que nuestro país se vio ante riesgos graves y cuestiones de vida o muerte.
–Me parece importante marcar dos diferencias...
–Esto es solo una parte de lo que yo debo decir para que pueda explicarse la circunstancia en que nos vimos obligados a aplicar la pena capital.
–Una diferencia, en términos militares, podría ser este poder que aparece arrasador después de los bombardeos de Bagdad y todo lo demás; o sea, un escenario de guerra actual, con esas características, ¿cómo lo enfrentaría Cuba?
–Yo creo que tú te adelantas mucho. En aquella época existían dos superpotencias; hoy existe solamente una, tan poderosa como jamás existió en la historia. Esto marca, podríamos decir, la diferencia entre aquellos años y hoy. Entonces, a tu pregunta, te quiero decir que estoy marcando la diferencia, aparte de lo cual tú puedes seguirme preguntando, porque no estaría respondido el tema si no se van usando los argumentos para que esto se entienda.
–Hemos leído en estos días que Kevin Whitaker, jefe del Buró Cuba del Departamento de Estado, advirtió a La Habana que los secuestros de aviones y embarcaciones cubanas constituyen “una amenaza para la seguridad de Estados Unidos”.
–Es que el plan concebido de antemano consistía en provocar con la ola de secuestros una crisis migratoria que sería utilizada como pretexto para un bloqueo naval, lo que inevitablemente conduciría a una guerra. Una vez finalizada la guerra fría, y cuando se suponía que todo el mundo comenzaría a ahorrar un poco de dinero en armas, esta superpotencia, en los últimos dos años, se ha consagrado a una carrera armamentista sin precedentes, en el preciso instante en que la superpotencia adversaria ha dejado de ser superpotencia. La pregunta es para qué quería un gasto en armamento de 400.000 millones de dólares por año. ¿Qué objetivo podía tener ese fabuloso gasto en armas? Sólo tiene una respuesta: el claro propósito de dominar el mundo por la fuerza. Algunos podrían preguntar: ¿Y no tiene esa superpotencia otros medios para establecer ese dominio, a partir de sus ventajas militares, económicas, tecnológicas y políticas? Parece que no, a partir del hecho real de que, desde el punto de vista económico, el orden establecido, la globalización neoliberal impuesta al mundo, es insostenible. Ya los grandes jefes, digamos, los amos del mundo, que dominan la economía a través del Fondo Monetario, el Banco Mundial, la OMC, los enormes privilegios concedidos por los acuerdos de Bretton Woods y otros grandes resortes, no pueden sostener el sistema que han impuesto.
Por ejemplo, la OMC (Organización Mundial del Comercio) no pudo reunirse en Seattle; se produjo una verdadera sublevación. La reunión pro ALCA en Quebec fue una cumbre que tuvo lugar encerrada en un búnker, no pudo prácticamente sesionar. Hasta allí llegaron los gases lacrimógenos lanzados contra las organizaciones sociales de Estados Unidos, Canadá y de otros países que se oponen a esa anexión. Ya el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OMC y el Grupo de los 7 no pueden reunirse en cualquier lugar del mundo. Ni en Davos, donde se juntan losrepresentantes de las grandes empresas, los teóricos y los asociados a este orden económico mundial; no pueden reunirse ni en Suiza. La penúltima reunión tuvo lugar en una montaña de Suiza que recordaba las fortificaciones y las alambradas de la batalla del Marne y de Verdún, en la Primera Guerra Mundial. Los canadienses seleccionaron unas alturas inaccesibles, Nápoles no resultó lugar adecuado. Ya sólo les va quedando algún espacio que construyan en el laboratorio espacial para que el Grupo de los 7 y algunos otros se puedan reunir allí. Me pregunto, realmente, si acaso esta crisis, esta insostenibilidad del orden que han creado, no está relacionada con el surgimiento hoy día de una fuerte tendencia nazifascista instrumentada por la extrema derecha de Estados Unidos que usurpó el poder en unas elecciones fraudulentas en noviembre del año 2000.
Como puedes apreciar son notables estas diferencias a las que existían en los días de Playa Girón. Hoy, el gobierno de esa superpotencia, que incluye cínicamente a Cuba entre los estados que promueven el terrorismo, ha declarado la doctrina hitleriana del ataque preventivo y sorpresivo contra 60 o más países sin que nadie sepa qué significa la frase “o más”, una incógnita que puede incluir hasta países de la propia Europa.
Hay que tener en cuenta que recientemente amenazaron a Holanda con invadirla si se juzgaba algún norteamericano por el Tribunal Penal Internacional, por crímenes de guerra.
A esto puede añadirse que, en su discurso al cumplirse el 200 aniversario de la creación de West Point, el presidente Bush les declaró a más de 850 oficiales acabados de graduar que debían estar listos para atacar de inmediato cualquier oscuro rincón del planeta. Es de esperar que nadie tome a la ligera los peligros a que se enfrenta un país como Cuba, que ha luchado durante 44 años sin ceder un milímetro, sin hacer una sola concesión al imperio, y absolutamente decidido a no hacerla.
Aquellas palabras del señor Presidente de Estados Unidos han sido acompañadas ya por dos guerras: Afganistán e Irak. Esta última, que constituyó una guerra de conquista de la tercera reserva mundial de petróleo, acaba de observarla el mundo a través de miles de imágenes de televisión y ha podido ver ciudades bombardeadas sin piedad, sometidas a tales ataques que dejarán por toda la vida un trauma en millones de niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres adultos. Ha podido observar también el mundo los cadáveres destrozados y la mutilación de quién sabe cuántos niños. Ese imperio constantemente busca pretextos para continuar con esa política de agresión y de guerra en puntos clave para Estados Unidos y los más íntimos colaboradores y asesores del Presidente de ese país, entre ellos, los miembros de una verdadera mafia terrorista cubano-americana; precisamente los que le dieron el triunfo en las elecciones fraudulentas de noviembre del 2000. Según conocemos perfectamente bien, buscan pretextos para que nuestro país sea sometido a una agresión similar a la de Irak, y una de sus esperanzas está en llevar a cabo una serie de provocaciones, algunas de las cuales están en marcha. Por ejemplo, el intento de desatar, acudiendo al potencial delictivo de carácter común, una ola de secuestros de barcos y aviones de pasajeros en Cuba.
Ese plan comenzó a producirse el mismo día que iniciaron la guerra, aproximadamente dos horas antes de comenzar la agresión militar en Irak, es decir, alrededor de las 7.00 de la noche, con el secuestro de un avión de pasajeros que volaba entre Nueva Gerona, Isla de la Juventud, y La Habana, llevado a cabo por seis delincuentes comunes que esgrimieron cuchillos similares a los de los secuestradores de los aviones de pasajeros norteamericanos que estrellaron contra las Torres Gemelas. Al avión cubano de pasajeros desviado de su ruta con 36 personas a bordo, lo obligaron a aterrizar en Cayo Hueso.
Allí trataron pésimamente mal a los pasajeros y a los tripulantes, dieron derecho a la residencia a varios de los cómplices del secuestro,sometieron a juicio meramente formal a los secuestradores, y a los pocos días un fiscal de Miami, estrechamente vinculado a la mafia terrorista, decretó el derecho a la libertad provisional de los secuestradores. Tal cosa no ocurría desde hacía nueve años, cuando se firmaron los acuerdos migratorios entre Estados Unidos y Cuba, y tiene lugar repentinamente dos horas antes de la guerra. La impunidad ulterior dio lugar a que de inmediato el potencial delictivo de carácter común recibiera el mensaje y así el día 30, o sea, 11 días después, secuestran un segundo avión con 46 pasajeros a bordo; 24 horas más tarde un grupo de delincuentes, con antecedentes penales que nada tienen que ver con cuestiones de carácter político, según afirmaron los propios secuestradores, asaltan una lancha de pasajeros de las que presta servicio en la bahía de La Habana, con 50 personas a bordo, según ellos mismos informaron por radio –entre los rehenes había niños y extranjeros de visita en Cuba–, amenazando con lanzar pasajeros por la borda si no se les suministraba gasolina u otra embarcación.
Como es norma establecida no tratar de interceptar naves secuestradas a fin de evitar accidentes, ellos se alejaban. Esa lancha de pasajeros avanzaba por mar abierto y olas con fuerza de 3 a 4, a punto de zozobrar en cualquier momento. Milagrosamente no se hundió la embarcación y perecieron todos. Se les pudo auxiliar oportunamente, siendo conducidos a un puerto de la costa norte, donde los secuestradores mantenían la misma posición de chantaje, hasta que se logró reducirlos, con la cooperación de los mismos secuestrados. De este hecho y de las informaciones recogidas, se podía apreciar que estaba ya en marcha la ola de secuestros de embarcaciones y aviones de pasajeros. Puede añadirse que 24 horas después se produce otro intento de secuestro con arma de fuego y armas blancas de un avión de pasajeros. Fue frustrado. La ola planeada y ya en marcha para buscar un pretexto de conflicto era necesario cortarla radicalmente.
Fue por ello que, en virtud de leyes previas y mediante proceso judicial, tres de los ocho principales responsables fueron juzgados en juicio sumario y sancionados por los tribunales a la pena capital, sin que el Consejo de Estado ejerciera clemencia, de acuerdo con las facultades que le atribuye la Constitución. Era ya cuestión de escoger entre la tolerancia a este tipo de hechos –aplicando simplemente medidas de prisión, que carecen de toda eficacia cuando se trata de personas a las cuales en nada intimidan las prisiones por sus propios antecedentes penales– o la vida de millones de ciudadanos cubanos. Porque nadie debe dudar que en este país, con una elevada conciencia patriótica y revolucionaria, una agresión norteamericana significaría la pérdida de millones de vidas, puesto que se trata de un pueblo decidido a luchar hasta las últimas consecuencias, aunque la Revolución, a lo largo de casi tres años, como ya dije, se había abstenido de aplicar sanciones de esta índole, a pesar de haber personas sentenciadas por los tribunales debido a crímenes repugnantes. Mas esto en sí mismo no era suficiente, a nuestro juicio, y por ello hemos declarado que en cualquier secuestro de naves aéreas y embarcaciones de pasajeros, en ningún caso recibirán combustible para proseguir viaje, sus autores serán sometidos a los tribunales en juicio sumario, y el Consejo de Estado no ejercerá clemencia alguna.
Sabemos muy bien que esto tiene su costo, puesto que gran número de amigos, y muchos de nuestros mejores amigos, por distintas razones, que pueden ser religiosas, humanistas o filosóficas, se oponen a la pena capital. Mucho nos ha dolido por ello la necesidad de una medida de antemano conocido que les desagradaría, pero no teníamos el derecho de vacilar ni vacilaremos, dentro de la ley, en aplicar las medidas que garanticen la vida de nuestros compatriotas, que han realizado la proeza de resistir durante décadas criminales bloqueos y agresiones de lapotencia más poderosa que ha existido jamás, situada a 90 millas de nuestras costas.
–¿Cómo tomó, en ese sentido, el “hasta aquí llegué” de Saramago?
–Saramago es un buen escritor. Realmente nos duele que no hubiese entendido ni una sola palabra de las realidades que viven Cuba y el mundo. El no es el único que se opone a la pena capital; a millones de compatriotas también les desagrada, pero ni uno sólo tuvo la menor vacilación ante la alternativa que conocen muy bien. El debió expresar su desacuerdo, pero no debió pronunciar ni una sola palabra que alimente la agresividad del gobierno de Estados Unidos contra Cuba, ni ofrecer argumentos que recibe con delicia el brutal sistema imperialista que pretende justificar una agresión contra Cuba. Algo más preocupante, Saramago, y algunos otros que hayan actuado de buena fe parecen ignorar por completo que el planeta marcha aceleradamente hacia una tiranía mundial nazi-fascista. Con toda seguridad pienso que se dejó llevar por un arranque de ira y contrariedad que le obnubiló su capacidad de razonar. Algo más, tal vez un rasgo pasajero de autosuficiencia y vanidad, nada extraordinario en un buen comunista acostumbrado durante muchos años a la calumnia y la diatriba, que ha sido de repente elevado al olimpo de un Premio Nobel. Rigoberta Menchú, una noble y modesta india guatemalteca, que conoce a Cuba y su invariable lealtad a la causa noble de los pueblos explotados de este mundo, no reacciona igual. De todas formas, por el valor maravilloso de sus obras literarias, los libros de Saramago seguirán siendo publicados y leídos en Cuba.
–Yendo un poco hacia nuestro hemisferio, podría decirse que atravesamos una coyuntura histórica singular: el presidente Hugo Chávez parece haberse consolidado después del golpe de estado del año pasado, Lula gobierna el Brasil, es muy probable que el Frente Amplio de Uruguay se imponga en las elecciones de fin de año, y en Argentina parece segura la derrota electoral de Carlos Menem. En este marco, me gustaría conocer su análisis.
–La posición neoliberal está derrotada por inviable, insostenible e insoportable. Chávez, una de las personas más nobles y generosas que he conocido, ha surgido como fruto de las actuales condiciones históricas que prevalecen en nuestro hemisferio, acompañadas, en su caso, de un sentimiento verdaderamente bolivariano, martiano y cristiano. No es un hombre improvisado, tales ideas surgieron en él desde que era muy joven y comenzaban a verse con toda claridad los primeros síntomas de esta gran crisis. Prácticamente solo, sin un partido previo, apoyado por numerosos grupos nacionalistas y patrióticos de la izquierda venezolana, predicando desde un camión y unos altavoces, barrió en una contienda electoral contra líderes y partidos tradicionales totalmente desacreditados y en crisis. Era algo muy difícil de perdonar, y aquellas fuerzas derrotadas, pero con grandes recursos económicos y especialmente en posesión de los medios de divulgación masiva fundamentales, desataron contra él una implacable guerra, y en determinado momento, apoyadas por la traición de elementos tanto políticos como militares, protagonizaron un peligrosísimo golpe de Estado que fue aplastado por el pueblo y los jefes y oficiales jóvenes de las fuerzas armadas. Más tarde, reagrupadas las fuerzas derechistas y pro yankis, articularon, apenas siete meses después, una conspiración que ha sido quizás la más difícil prueba del proceso bolivariano encabezado por Hugo Chávez, que no obstante, gracias a su excepcional talento y su insuperable capacidad de comunicación, logró vencer, y en una de las más difíciles pruebas políticas que he podido presenciar en más de 40 años de lucha revolucionaria, logró aplastar al adversario y hoy cuenta con un apoyo más sólido que nunca. Aunque su actual experiencia y el apoyo de fuerzas populares cada vez más aguerridas hacen más difícil que acontecimientos como los mencionados se repitan, sería una ilusión pensar que aquellas fuerzas no vuelvan a sus andadas y traten de derrotarlo,acudiendo a los más groseros métodos que no excluyen su eliminación física.
Se ha producido simultáneamente la victoria electoral de Lula, cuyos sentimientos están decididamente del lado de los trabajadores y el pueblo brasileño, aunque con tan difíciles condiciones objetivas –que incluyen una enorme deuda pública externa e interna– se vea obligado a actuar con el máximo de sabiduría y prudencia, para alcanzar sus objetivos en plazos más largos de lo que habría podido suponerse en un gobierno de izquierda en ese gran país que es Brasil. No tengo la menor duda sobre el triunfo del Frente Amplio de Uruguay en las próximas elecciones. En Bolivia y Ecuador hay fuerzas políticas y progresistas sumamente fuertes, como son los movimientos indígenas y otros sectores muy activos de la sociedad, que están llamados a desempeñar un papel de gran trascendencia, si se quiere evitar que el Mercosur sea destruido y el famoso ALCA se convierta en instrumento de anexión de los países de América latina y el Caribe a una potencia que, aun en el clímax de su poderío, está llamada al desastre mucho más temprano que tarde.
De Carlos Gardel
a Carlos Menem
–Llegamos al sur y todavía no ha mencionado a la Argentina, a pesar de que estamos a una semana de las elecciones presidenciales.
–Tú dices: “Usted no ha mencionado a Argentina.” Entonces yo te respondo: efectivamente, no he dicho una sola palabra de Argentina, porque sé que tú, como argentino me ibas a mencionar el tema, uno de los más complejos precisamente, y con relación al cual yo tengo el temor de perder mi condición de imparcial dentro del proceso electoral cuyo desenlace tendrá lugar en pocos días. La prudencia y la sabiduría me aconsejan hablar muy breve. Mi amor por los argentinos podría llevarme a estar toda la noche hablando sobre el tema; optaré por la prudencia. Primero, algo une a cubanos y argentinos. A lo largo de la historia ha habido una simpatía, por distintas razones. Por ejemplo, Libertad Lamarque y Carlos Gardel eran personajes extraordinariamente populares en nuestro país. Hablo de cuando yo empezaba a tener uso de razón, que iba al cine, cuando tenía 10 o 12 años, si mal no recuerdo, para ver, por ejemplo, las películas de Libertad Lamarque -tal vez me ponga nostálgico–, y quedaba embelesado con el trino maravilloso de aquella inolvidable voz.Recuerdo también los días tristes en que murió Carlos Gardel. Y es un hecho harto conocido que aquí el tango era más admirado que el ballet o cualquier otra forma de danza española o europea, que nunca dejaron de gustar mucho. Además, por aquellos tiempos de mis años mozos, en que Hollywood no era dueño de todas las pantallas, en Argentina se producían excelentes películas, aunque solo fuesen para niños, adolescentes y jóvenes. Muchos de los españoles que vinieron a Cuba con posterioridad a la independencia tenían parientes también en Argentina. Yo mismo contaba allí con un tío, Gonzalo Castro Argiz, hermano de mi padre, a quien tuve la suerte de conocer en el mismo año 1959 después del triunfo de la Revolución, en un viaje a Argentina, a él y a unas primas. Guardo de su persona un grato recuerdo por su carácter dulce y afectuoso, más suave que el de mi propio padre, gallego y acostumbrado al ejercicio de la autoridad, aunque sumamente noble y generoso. ¡Qué tiempos aquellos en que visité por primera vez Argentina! Era, aproximadamente, el mes de marzo. Yo había estado antes, de paso, por Brasil y Uruguay. Al llegar a Argentina coincidió con una reunión nada menos que de la OEA. Había un representante norteamericano que, si mal no recuerdo, se llamaba Rubotton, o algo parecido. Por los pasillos del hotel (Alvear) se apareció más de una vez la figura de aquel representantenorteamericano, como tanteando qué clase de sujeto era yo y cómo se me podía domesticar, ya que había salido de la Sierra Maestra demasiado rebelde. Conociendo muy bien el grado de pobreza de los pueblos de nuestro hemisferio, similar a la de Cuba, que nosotros deseamos transformar, se me ocurrió, nada más y nada menos, en aquella reunión, que proponer un Plan Marshall para América latina, no menor a 20.000 millones de dólares. ¡Qué lejos estaba yo de suponer que apenas dos años después, y como consecuencia de nuestra revolución, unido al desastre de Girón, el presidente de Estados Unidos, John Kennedy, estaría hablando de reforma agraria, reforma fiscal y otras cosas más o menos parecidas a aquellas por las cuales nos habían acusado a nosotros de ser incorregibles comunistas, y por lo cual, desde muy al principio, en los días finales del ilustre (Richard) Nixon y el insigne general Eisenhower, habían ordenado ya para Cuba la receta de Guatemala, aplicada a Jacobo Arbenz por haber tenido la “insolencia” de proponer, hacer aprobar y promulgar una ley agraria. Pero esto sería lo de menos si, a su vez, el presidente Kennedy no propusiera una Alianza para el Progreso con aportes económicos equivalentes a 20.000 millones de dólares, exactamente, ni un centavo más o un centavo menos, la cifra que yo había propuesto dos años antes. Fue mi primera gran contribución a la economía latinoamericana, aparte de la cuota de casi 4 millones de toneladas de azúcar con precio preferencial que nos arrebataron y fue repartida entre todos los productores de azúcar de América Latina y algunos otros países azucareros, cuyas conciencias almibararon con las cuotas azucareras de Cuba. Todo el mundo feliz, y nosotros, muy seguros y confiados, comenzamos el largo camino de aprender a luchar contra una superpotencia cuyas lecciones, al cabo de 44 años, no nos queda más recurso que agradecer; gracias a ello, Cuba es hoy Cuba.
No puedo olvidar tampoco que por aquellos días la deuda externa de América Latina alcanzaba 5.000 millones de dólares; ahora, cuando pienso que está cerca de 800.000 millones, no puedo menos que aterrorizarme ante la idea de que fui tal vez quien envició a los países latinoamericanos en ese diabólico arte de endeudarse hasta el cuello y convertirse en campeones olímpicos de las fugas de capitales, el despilfarro, la malversación, la privatización: una especial habilidad para ponerse la soga al cuello y estar a punto de anexarse a Estados Unidos. Desde luego, no es tan grande mi tragedia cuando albergo la más profunda esperanza y, más que esperanza, la absoluta seguridad de que los propios pueblos de nuestra América, como ya comienzan a hacerlo, se encargarán de arreglar todo lo que hay que arreglar.
–Esto nos introduce directamente el tema de uno de los candidatos. Usted habló de privatización, de despilfarro, muchos le podrían poner un nombre propio, el de Carlos Saúl Menem, que ha intentado descalificar a su adversario, Néstor Kirchner, asegurando que quiere “construir una Cuba”, en tanto él se propone “construir una España”.
–¡Caramba!, qué lástima que Menem no tuviera razón, porque con esos inmensos recursos de Argentina –un desarrollo industrial nada despreciable, toda la energía hidráulica y térmica que se necesita, todo el petróleo y el combustible como para satisfacer las necesidades de lo que el neoliberalismo prácticamente convirtió en una sociedad de consumo; más de 50 millones de cabezas de excelentes rebaños de ganado vacuno, sin contar lanar y caprino; 60 millones de toneladas de granos, soya, trigo, maíz, girasol, porotos, lentejas de tan alta calidad como aquellas de las que por un plato fue vendido un reino; pampas húmedas por millones de hectáreas que no requieren casi fertilizante; leguminosas y gramíneas, materias primas para producir leche, cerdos, aves y huevos; una de las más ricas regiones pesqueras del mundo, etcétera, etcétera, etcétera–, añadidos a millones de graduados universitarios inteligentes y bien preparados, una clase obrera activa y capaz, convertirla en una Cuba dondeni un solo niño se muere hoy de hambre, la mortalidad infantil es la más baja de América latina y las perspectivas de vida, en tiempos no lejanos, alcanzarán 80 años, con niveles de educación más altos, con casi cero desempleo, para sólo citar un mínimo de cosas, sería sin duda mucho mejor que la Argentina que Menem destrozó y cuenta hoy no sólo con miles de niños que mueren de hambre, once millones en la indigencia, y 60 por ciento de la población por debajo de la línea de pobreza. De un paraíso terrenal habría que hablar. Convertirla en una España, no por cierto la España familiar que nos dio cultura y una parte de su sangre, sino la España del hombre cuyos bigoticos me recuerdan tanto los de Adolfo –algo que realmente dudo mucho si fue casual, intencional diseño, o tal vez un gen recesivo de carácter ideológico–, sería otra gran tragedia para un pueblo de tanta rebeldía, dignidad y vergüenza como el de Argentina.
Pero para qué discutir este bizantino tema. Estoy tranquilo, y ustedes también deben estarlo. El caballerito no tiene ni la más remota posibilidad de ganar esas elecciones. Con esto termino, y no me provoques más, que no quiero inmiscuirme en los asuntos internos de Argentina.
–Una última provocación: Menem siempre lo atacó a usted públicamente pero alguno de sus allegados hizo trascender que fuera del escenario político y diplomático las relaciones personales fueron cordiales. ¿Es así? ¿Cómo fue su relación personal con Menem?
–Excelente siempre. Cuando nos sentábamos juntos en algún acto o en algunas de esas terribles cumbres en que tuve el martirio de sentarme cerca de él, siempre bien vestidito con la última moda, corbata y pañuelo del mismo color, corte no sé si inglés o francés, –porque soy muy mal entendido en esos temas, acostumbrado como estoy a llevar durante más de 40 años mi traje guerrillero–, me juraba el orgullo de su amistad y me hablaba de los excelentes vinos de su finca, del gusto por los puros cubanos, y nunca dejamos de intercambiar puros y vinos. Así tuve la oportunidad de descorchar algunas botellas y “disfrutar” de uno de los vinos más exquisitos del mundo. Al menos eso habría deseado con toda mi alma, más allá de cortesías diplomáticas. Algo, sin embargo, puedo asegurar en honor a la justicia: más de una vez me obsequió champán de La Rioja de su propia cosecha, y jamás he probado un refresco más exquisito (risas). Lamentaría mucho que por causas meramente políticas yo me fuese a privar de tales maravillas. Por mi parte, he jurado: pierda o no pierda las elecciones le seguiré enviando puros cuantas veces los necesite, advirtiéndole, como le advierto a cada amigo a los que obsequio una caja: “Si fumas, disfrútalos; si no fumas, regálaselos a los amigos; pero el mejor consejo que puedo darte es que se los obsequies a tus enemigos” (risas). Ahora, me faltaría añadir: no hubo una sola vez en que, al hablar conmigo, no mostrara gran orgullo por esa amistad; el problema era cuando, cinco o diez minutos después, se reunía con la prensa. Entonces no había quien lo parara. Me he quedado hasta hoy sin el privilegio de poder aterrizar en el modesto aeropuerto que se hizo construir en las proximidades de su finca, a la que con tanto afecto más de una vez me invitó.
–No creo que ahora lo invite a visitar Anillaco; ha recuperado el lenguaje de la guerra fría y hasta insinúa que su rival, Kirchner, es montonero.
–¿Eso dijo Menem? No tengo elemento de juicio alguno sobre tal tema, pero sí me contaron otra cosa muy distinta. Para hablarte con toda franqueza, conocí a los dos Menem. A Eduardo lo vi más de una vez. Recuerdo que estuvimos juntos a raíz de la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en su última elección, meses antes de la gran matanza de venezolanos, una de las cosas que decidió definitivamente la rebelión de Hugo Chávez. Allí conversamos en un hotel, guardo de él la impresión de un hombre correcto y amistoso.
–¿Eduardo Menem?
–Sí, Eduardo. Nunca dio razones para que pensara lo contrario. Incluso, en determinado momento, cuando aspiraba a Presidente de la Interparlamentaria, le dimos nuestro apoyo. Carlos Menem resultó ser otro tipo de hombre; incluso, nos engañó a todos. Recuerdo muy bien cuando se decía que era un hombre de izquierda, el mejor entre los candidatos peronistas. Alguien bien informado me contó un día que hasta los Montoneros, que habían sido casi eliminados durante la sangrienta dictadura militar y quedaban muy pocos sobrevivientes, ayudaron a Menem con cientos de miles de dólares para la campaña electoral en su primera elección en el año 1989. Valdría la pena preguntarle si esto fue o no cierto. Quizás haya todavía testigos que puedan dar testimonio. Los que me conocen saben que jamás me hago eco de falsos testimonios o mentiras. Si lo desean, pregúntenselo a Aznar –el émulo de Carlitos, el que vendió o más bien regaló la Argentina– que todavía no se ha dignado a responder nuestra reciente denuncia sobre su papel en la guerra contra Yugoslavia.
–¿Ah, pero Aznar sabe lo del apoyo de los Montoneros?
–No. Sabe simplemente que yo siempre digo la verdad.
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