EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Tan apenas el fin prácticamente oficial del corralón, gracias al pago de los dichosos Boden 2012, fue capaz de ponerle algún coto a la artillería que desde el domingo anterior había desplegado el batallón del Todo Negativo. Un freno que duró poco. Enseguida se las compusieron para reinventar peripecias, agresión, persecuciones. Sin embargo, aquél es un buen punto para empezar. Tal vez sea lo más significativo de los últimos tiempos, en torno a contradicciones del establishment mediático que explican aun mejor su rol militante.
Los más de dos mil millones de dólares que se pagaron corresponden al título entregado a los ahorristas cuando, en 2001, se confiscaron sus depósitos en dólares. La contabilidad fiscal cierra una etapa trágica, de la que se salió con recetas completamente inversas a la ortodoxia liberal. Sólo los desmemoriados pertinaces necesitan que les abunden sobre eso. Hace diez años, Argentina debía, a los acreedores privados en moneda extranjera, el equivalente a más del 90 por ciento de su volumen económico. Hoy, los compromisos con esos tenedores no llegan al 10 por ciento del PBI. Fácil. El terreno de las grandes cifras monetarias es habitual pero no necesariamente farragoso. Suele mostrárselo así para que “la gente” abandone los deseos de comprender. La sabiduría queda entonces en las bocas monopólicas de los especialistas, dedicados a contarnos lo buenos que son para las mayorías los planes de ajuste. El certamen, cotidiano, de hallarle el pelo a cuanto huevo sea posible consiste ahora en que la mayor parte de lo pagado tiene unas vueltas por las cuales no cabe esperar grandes efectos en la economía local. Lo extraordinario de esto –por poner un adjetivo convencional, ya que se agotaron todos– pasa por la desfachatez de ni siquiera valorar un gesto semejante. Argentina honra una deuda formidable, mediante un hecho entroncado en la quintaesencia que los centros operativos de la derecha viven reclamándole al Gobierno: no se aísle del “mundo”, demuestre seriedad, hay que atraer inversiones, falta calidad institucional, necesitamos seguridad jurídica. Y Argentina va, paga, clausura formalmente una de las secuelas del default más grande de la historia pero resulta que no, que no alcanza, que no sirve, que es poco menos que pura demagogia al servicio del relato oficial. Dejando de lado los recovecos que puedan hallársele a haber satisfecho tamaña obligación pública, ¿son honestas esas críticas? ¿Puede la derecha correr por izquierda? Porque todo bien, o bien lógico, si se arremete contra el pago de deuda desde, digamos, filas del Partido Obrero. Pero uno no está enterado de que la prensa tradicional haya mutado a trotskista. ¿Estos son los tipos que integran la patrulla de moralidad constitucional de la ciudadanía?
Mientras tanto, repercutido casi solamente en los medios adscriptos al kirchnerismo y reduciéndose, por tanto, la apropiada dimensión del tema, Venezuela ingresó al Mercosur. Un hecho histórico, que nominalmente convierte al bloque en la quinta economía del mundo. Pasar de los números conceptuales a lo efectivo demandará tiempo y eficacia. Pero éste es otro avance enorme en el proceso que comenzó en Mar del Plata 2005, cuando por iniciativa central de Kirchner y Chávez se mandó el ALCA al carajo. Con Bush delante. Y con su cara asimilable a la de Mauricio en la Bolsa de Comercio, al escuchar a la Presidenta hablar de los que se chorearon la Argentina. Siendo justos, no habrá sido eso lo que motivó el rictus estreñido del jefe de Gobierno porteño. Ni tampoco la alusión a que, durante el kirchnerismo, los bancos y las grandes empresas ganaron más plata que nunca. Ni que eso aconteció bajo un gobierno “peroncho”. La inquietud del hijo de Franco habrá pasado, preferentemente, por cómo se hace para conjugar más de dos oraciones seguidas con precisión gramatical y sintáctica. Pero ése es un problema de él. Y de los medios que ya no saben cómo arreglárselas a fin de efectivizar su protección, de cara a encontrar algo, alguien, poco menos que cualquier cosa, para perforar una popularidad cristinista asentada en acciones concretas –buenas o malas– y no en correr invariablemente desde atrás. Venezuela entró al Mercosur. Quien tenga atributos de reposo intelectual apreciará ese acontecimiento como eventualmente categórico: fracasa la estrategia yanqui de aislar a Chávez, vence la perspectiva de unidad sudamericana, sigue perdiendo que el Imperio puede apropiarse así como así de una de las mayores cuencas petrolíferas del mundo, continúa ganando que el avance de la integración regional podría ser más potente que las amenazas de la Casa Blanca. Y quien no disponga de tranquilidad analítica para mensurar un episodio de esta naturaleza, puede regodearse con el denuncismo de comedias televisivas disfrazadas de periodismo investigativo. O con las burdas patrañas en torno de que mandan presos a ponerles número a actos oficiales. Un asunto que da para profundizar, y del cual no pueden ignorarse los mocos –sobre todo comunicacionales, para variar– que se manda el Gobierno al no establecer un comando unificado de su relato superador. La suerte de anarquía que rige a las usinas de comunicación oficiales les produce efectos como los de estos días. Una vocación militante conmovedora, y –llegado el caso– buenos intentos penitenciarios por “resocializar” convictos, dejan el flanco de que el quemador y asesino de Wanda Taddei aparezca alegremente en un acto cuyo rótulo de “cultural” hizo las delicias de los mastines mediáticos. Con una uña de frente, se advierte que estas artimañas de prensa pueden ser contrastadas con la sencilla pregunta de cuándo la oposición se ocupó de la situación de los presos, que de la noche a la mañana se convierte en una de las prioridades nacionales. Hasta en eso Clarín les marca la agenda. Pero es hora de tomar nota de que ignorar estos agujeros, como los de no emitir el programa de Lanata en algunas zonas de feudalismo o estupidez explícitos, hace comprar problemas al divinísimo botón. Pelotudeces de este tamaño le permiten a la opo-corpo una sobrevivencia efectista, que no debería ser agrandada ni minimizada en una sociedad cuyos anclajes fachos, gorilas y asustadizos conservan poder de fuego.
En Brasil acaba de comenzar un megajuicio colectivo, acerca de lo que los medios de ese país denominaron el “mensalao”. Remite a hechos de corrupción que le costaron la cabeza a varios funcionarios de Lula. El Partido de los Trabajadores fue acusado de pagar una “mensualidad” a los parlamentarios propios, en canje por el apoyo a las iniciativas del gobierno. La oposición se hizo un picnic con el asunto, a través del invalorable apoyo de los medios. Como escribió el sociólogo Ariel Goldstein (Página/12, jueves pasado), fue a partir de esos sucesos que las denuncias de corruptelas se convirtieron en la principal bandera de campaña contra el oficialismo. Pero Lula ganó por robo (2006), con más del 60 por ciento de los votos. Y nada demasiado diferente parece que vaya a ocurrir en las elecciones municipales de octubre de este año, a pesar de que la oposición y su prensa independiente renueven la apuesta de que el juzgamiento incida en el resultado. “El pueblo brasileño parece haber sido ya contundente al expresar su rechazo a las candidaturas de oposición, constituidas, en forma exclusiva, sobre la base de denuncias de corrupción al PT. Deberían los líderes de la oposición brasileña tomar nota de ese aspecto y cuidarse, en este contexto, de no subirse nuevamente a una agenda mediática guiada –como ha señalado el comunicólogo Antonio Rubim– por la moralización de la política, si quieren preservar su autonomía y capacidad de disputar cierta representación a nivel nacional”, concluye Goldstein. Podría agregarse que el conjunto de la dirigencia opositora brasileña, y su dirección o apoyatura mediática, no son lo que se diría los más autorizados para erigirse como abecedarios moralistas de absolutamente nada. Eso, sin mella de que, además o antes, sus presuntas intenciones de misticismo casto son el reemplazo del vacío, total, en materia de ideas alternativas como programa de gobierno. Es decir: alternativas al neoliberalismo noventista.
Por supuesto, sólo estamos hablando de Brasil.
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