EL PAíS › UN DESAYUNO CON CARLOS TOMADA
› Por Fernando Cibeira
En estos tiempos olímpicos en los que tanto se habla de marcas y records, Carlos Tomada posee uno que apunta a convertirse en imbatible, con sus más de nueve años como ministro de Trabajo. Y pensar que no había entendido muy bien qué le estaba ofreciendo Néstor Kirchner cuando aquella vez lo llamó por teléfono y le dijo que lo quería adentro del gobierno y que, eso sí, “les vamos a romper el c...”. Por algún motivo “kirchneriano” la llamada se cortó, luego hubo otra comunicación y ahí ya le quedó claro que lo quería como ministro y, de nuevo, “les vamos a romper el c...”. Tomada se despidió sin saber muy bien qué anatomías eran las que tenían en la mira, cosa que, dice ahora, fue comprendiendo a medida que avanzó la gestión. El ministro no cree que este momento de fractura del movimiento sindical sea el más complicado de su gestión. Que mucho más difícil fue cuando asumió, recordando aquel tiempo de cortes a diario frente al ministerio. Con todo, anuncia que esta semana –puede incluso que lo haga hoy– recibirá a los dirigentes de la nueva central y asegura que el Gobierno no está contento con la situación. “Es demencial que se piense que esta división pueda beneficiar a alguien”, afirma.
No es raro que esta lluviosa mañana haga frío; lo que sí es extraño que a dos cuadras caiga granizo y aquí no, como explica Tomada cuando llega con su vocero. Más o menos por esta hora el gobierno cancela la cuenta del corralito pagando el Boden 2012, y Juan Martín Del Potro inicia en Londres una batalla épica contra Roger Federer. Pero nada de eso perturba la sobria tranquilidad de Clásica y Moderna, con algunas pocas mesas ocupadas y sin televisión a la vista. “Se decía que aquel gabinete iba a durar seis meses, que nos tocaba completar el mandato de Duhalde y después nos cambiaban”, recuerda Tomada sobre los precarios comienzos. Imposible imaginar entonces lo que vendría, pero sí enseguida se vieron algunos ejes de la política K en el rubro. “Ni palos, ni planes”, recuerda una de las primeras premisas de su gestión. No se reprimió la protesta y se privilegió la creación de empleo genuino a que continuara la proliferación de nuevas maneras de asistencialismo.
Un largo camino. Habla de la reaparición de las negociaciones colectivas y, con ellas, el renacimiento del sindicalismo como actor de peso. Por eso, argumenta, no entiende a Hugo Moyano. “Caracterizó equivocadamente esta etapa política y creyó que le traería más rédito pasarse a la oposición. Así se fue comprando un rol de confrontación directa con el gobierno, sabiendo –y él lo sabe bien– que éste es el gobierno que más ha hecho por los sindicatos y por los trabajadores, y que lo seguirá haciendo”, define. Marca que esa decisión de Moyano es exclusivamente política porque, si se mira bien, los reclamos que plantea la nueva CGT no difieren mucho de los de la central que conduce el camionero. “Hay una agenda común, eso confirma que el nivel de decisión no tiene que ver con los reclamos”, subraya.
El té que pidió ya se enfrió. Ministro al fin, Tomada debió interrumpir un par de respuestas para atender su Blackberry. Se ilusiona con que las grandes cantidades de té que toma por día sirvan para compensar los vasos de agua que debería ingerir por prescripción médica y –ni él entiende bien por qué– no hace. Desde 2006 vive con un solo riñón, el otro se fue junto a un cáncer. El ministro llegó con la síntesis de prensa bajo el brazo. Cuenta que cada mañana lee Página/12 y Tiempo Argentino, mientras que los otros diarios los ve a través de esa síntesis que le prepara la gente de prensa. Las noticias traen más novedades sobre la crisis sin fin de Europa. ¿Consecuencias locales? “Se detuvieron las incorporaciones, y eso es un síntoma de que hay que empezar a cuidar el empleo. Como hicimos en 2008, nos estamos anticipando con políticas anticíclicas. Por ejemplo, el plan de viviendas o la recuperación de la red ferroviaria que, además de ser planes con un objetivo social, van a generar muchos puestos de trabajo”, indica.
Con casi una década en su cargo, Tomada no da indicios sobre sus deseos a futuro con el consabido “no es tiempo de hablar de candidaturas”. Lo único que agrega es que seguirá trabajando para que el Frente para la Victoria se convierta en una fuerza ganadora en la Ciudad de Buenos Aires, lo que da pie para hablar de la gestión de Mauricio Macri y la insólita situación del subte, con las dos administraciones tirándose la pelota. Vino preparado. Saca una carpeta y lee que, de acuerdo con la ley 265/99, el gobierno porteño es la autoridad del trabajo en la Ciudad, también en los conflictos en los servicios esenciales. “Esto es un conflicto colectivo de trabajo entre privados cuya zona de actuación es la Ciudad. Por lo tanto, esto exige eso que le cuesta tanto al gobierno de Macri, que es hacerse cargo de los problemas”, sentencia.
Tomada junta sus papeles y se pone de pie. No queda tiempo para más: un auto lo espera en la puerta. Ya es momento de salir de nuevo a la lluvia y buscar algún lugar con televisor para mirar lo que se supone que es el final del partido de Del Potro. En realidad, todavía faltan dos horas para que termine.
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