EL PAíS › LUIS “VITíN” BARONETTO, BIóGRAFO DEL OBISPO ENRIQUE ANGELELLI
Estuvo preso durante la última dictadura y fue director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba. Ante el inicio del juicio por el asesinato de los curas Carlos Murias y Gabriel Longueville, inscribe esas muertes en la persecución general a la pastoral de Angelelli.
› Por Alejandra Dandan
Desde La Rioja
Lo que sigue es la historia de los mártires de Chamical desde la mirada del biógrafo del obispo Enrique Angelelli. En la mesa de un bar, a metros de los Tribunales de La Rioja, Luis “Vitín” Baronetto le da al tema la dimensión que el juicio oral aún pelea: las muertes de Carlos Murias y Gabriel Longueville como parte de la persecución general a la pastoral popular del obispo. La apuesta por el uso colectivo de la tierra, el enfrentamiento con los terratenientes y lo que fue pasando en el resto del país con esos curas, son otros puntos en análisis. Baronetto estudió en el seminario mayor de Córdoba, estuvo preso entre 1976 y 1983, dirige la revista Tiempo Latinoamericano, fue director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba y es uno de los impulsores como querellante del juicio por el asesinato de Angelelli, que se incorporó a la investigación paralela que llevó adelante la Iglesia. Vitín habla de todo eso, boina y bufanda mediante, y una compañera se acerca para decirle que baje la voz, convencida de que ese señor que está atrás, sentado en una silla, es uno de los espías riojanos que “todavía siguen estando”.
–¿De dónde venía Gabriel Longueville?
–Pertenecía a una organización francesa que nuclea a sacerdotes de cualquier diócesis, frailes o lo que sea, que quieren prestar servicio como misioneros en Africa, Asia o América latina. Angelelli había hecho un convenio con este instituto de misioneros franceses y tenía varios curas acá. Además de Longueville, había otro en Sañogasta que le dio la tierra a Wenceslao Pedernera (un laico del Movimiento Rural). Cuando fusilan a Wenceslao, el 25 de julio de 1976, después de los curas, para mí iban a buscar a ese cura francés.
–¿Por qué?
–Angelelli ya les había dicho que era mejor que se fueran porque veía venir la mano mal. Unos días antes, se fue Paco D’Alteroche, otro misionero francés que estaba en Chilecito. Se fue a Perú, donde lo hicieron obispo porque estaba en una zona donde nadie quería ir y de allá tuvo que rajarse porque entre los paramilitares y Sendero lo tenían acosado. Estos convenios eran por cuatro o cinco años, se podían renovar o no.
–¿Murias cómo llegó?
–Tiene otra historia. Era de la Congregación de los Conventuales, que no estaba en La Rioja, como sí estaban los Capuchinos, por ejemplo, de Antonio Puigjané, que tenían tres o cuatro parroquias desde el ’70 o ’71. Murias viene de un hogar que no es cristiano, es anticlerical. El padre fue legislador radical por el departamento Minas, en Córdoba, donde tenían campos, y el hijo le salió medio raro. Después de ir al liceo militar, de pronto entra en una vocación religiosa y termina con los Conventuales, a lo mejor pensando que llevaban una vida de encierro por el nombre, pero no era así. Los Franciscanos, los Capuchinos y los Conventuales son tres ramas de la congregación fundada por San Francisco de Asís. Murias estuvo trabajando mucho en Buenos Aires, a veces digo que su persecución pudo haber sido más por su actuación ahí que por lo hecho en La Rioja. En Buenos Aires estaba muy conectado con otros curas de las villas, entre los cuales el más conocido es Carlos Bustos, un capuchino de Córdoba que está desaparecido. Pero también había otros, algunos desaparecidos como Francisco Soares. Los curas de las villas eran distintos a los curas de las villas de hoy. Tenían una fuerte connotación política. No eran del Tercer Mundo, que casi había acabado en el ’74, pero era como la cola de eso. Eran los Cristianos por la Liberación, la estructura que Montoneros va a fomentar y algunos de estos curas la van a integrar. De Murias no tenemos información para asegurarlo, pero los que estaban con él como Carlitos Bustos estaban en Cristianos por la Liberación. Ahí también hubo otros desaparecidos o secuestrados, como Jorge Adur, que decían que era el capellán de los montoneros. Entonces, cuando a Murias le entra esta vocación religiosa ya tiene toda esta experiencia. Después se instaló en Suriyaco en La Rioja con los Hermanitos de Jesús.
–¿Quiénes eran?
–Allí estaba Arturo Paoli, uno de los seguidores de Charles de Foucauld, que primero se instala en los obrajes del chaco santafesino y después en La Rioja. Van a llegar curas y estudiantes a curas, entusiasmados con esta idea de opción por los pobres, haciéndose pobres. Allí estuvo por ejemplo el barrendero que secuestran en Buenos Aires, Mauricio Silva, que era salesiano y tenía otro hermano en Uruguay. Hay muchos desaparecidos. Entre ellos, un cura que estaba en Córdoba y militaba en el PRT, al que secuestraron y dicen que lo tiraron desde un avión en el viaje de Córdoba a Tucumán. Sin tener una opción política como congregación, la espiritualidad de ellos los llevaba a insertarse entre los pobres. A diferencia de los curas obreros que habían hecho una experiencia en Avellaneda con mucha fuerza, éstos no querían asumir roles de liderazgos gremiales pero sí alentar la organización, siendo uno más del montón. Igual ejercían una influencia fuerte en cualquier grupo por el nivel de preparación y convicción en cuanto a lo que había que hacer.
–¿Así llegaron a La Rioja?
–No son hechos aislados: no es que un cura de pronto se convenció e hizo tal opción. Fueron procesos más o menos colectivos, no iguales pero muy parecidos.
–¿Angelelli era una opción más en ese proceso?
–Con la diferencia, me parece, de que la opción es institucional, y fuerte. Es una diócesis. Las otras son órdenes religiosas, congregaciones, de un rango menor si vamos a hablar de jerarquías en la Iglesia. Angelelli es un obispo que hace la opción. No es el único; está Devoto en Goya, Brasca en Rafaela y De Nevares en el sur. Después del ’74, Hesayne y creo que después Novak. Hubo otros a medio camino. Pero acá es una opción institucional. Hay que buscarle la explicación a por qué tanta saña contra esta iglesia diocesana. Y, para mí, es porque Angelelli hace un buen trabajo en la construcción de una opción colectiva. No es él. Desde que llega, en 1968, los dos primeros años visita todos los pueblos en la estanciera que le regalaron los curas de Córdoba. En 1969 y 1970 se producen muchos encuentros pastorales. De curas; de curas y monjas; de curas, monjas y laicos; con gente que no es de la Iglesia como los directores del diario El Independiente, más bien de izquierda independiente, algunos marxistas. Discuten la realidad en base a documentos y líneas del Concilio Ecuménico, del Episcopado Latinoamericano de Medellín de 1968 y el documento de aplicación en Argentina de lo resuelto en Roma de mayo de 1969. Los curas masivamente se suman a ese proceso, salvo los más viejos que se van a ir rápido porque no lo comparten. Acá sólo queda Virgilio Ferreira, el viejito Ferreira, al que los terratenientes lo usan bien, como baluarte para diferenciar la Iglesia de Pío XII contra la Iglesia de Juan XXIII y Pablo VI. La Iglesia católica contra la Iglesia comunista. El hace un esfuerzo por colectivizar la opción, la llamaba “corresponsabilidad”; es una época en la que llegan muchos curas y monjas que estaban en conflicto con sus obispos, él los va aceptando pero les dice que primero hay que llenarse de mate la panza y poner el oído en el pueblo.
–¿Cuándo empieza la persecución?
–Mientras Angelelli consolida la “corresponsabilidad” en la opción por los pobres no hay demasiado problema. En 1971 y 1972 es cuando la acción tiene repercusión sociopolítica y empieza el conflicto fuerte. En marzo de 1972 apalearon al cura de Famatina, (el jesuita) Agüedo Pucheta a dos laicos, una patota del latifundio Huiracocha. En julio, se dan las primeras movilizaciones importantes de los campesinos de Anillaco y Codetral hacia La Rioja para instalar el tema de la expropiación a Azzalini. En agosto, la policía mete presos a dos curas de la capilla de La Ramadita, Antonio Gill y Enri Praolini. Los acusa de portar armas, uno era irlandés y lo vincularon con el IRA, y el otro había venido hacía dos días de Rosario. Porque uno era irlandés y el otro de apenas había llegado eran los más indicados para ser acusados de complicidad con la subversión; esa vez también detuvieron a un laico dirigente de la JP. En ese momento, Angelelli convocó a un acto llamando a un nuevo Tinkunaco, fuera de celebración tradicional y el gobierno lo prohíbe. El obispo hace una acción muy fuerte, quiere ir detenido con los curas y al final los liberan aunque les hacen un proceso medio trucho en el Camarón (la Cámara Federal Penal encargada de juzgar a los presos políticos). ¿Pero cuál era el objetivo de detenerlos si sabían que no estaban en ninguna organización armada? Era infundir miedo, decir que el obispo es marxista, no es católico, que su acción iba contra la identidad del pueblo y por eso Angelelli convoca al Tinkunaco para reafirmar la identidad riojana con contenido liberador.
–¿Cómo eran en ese momento las articulaciones políticas en la diócesis?
–A mediados del ’72 ya hay un desarrollo de la JP. Y es interesante ver los informes de la Comisión Provincial por la Memoria, porque muestra que los de la JP estaban trabajando vinculados con la pastoral diocesana. Por eso el obispo queda como la cabeza de la subversión en La Rioja, donde no había habido hechos de acciones armadas. A eso se sumaba el otro núcleo, que era el Independiente. Ahí estaba Plutarco Schaller, que era secretario general de la CGT de los Argentinos. Mientras tanto, en los Llanos (Chamical) hay un esfuerzo de organizar el sindicato minero en la Parroquia de Olta que estaba a cargo de los capuchinos. Al cura Eduardo Ruiz lo van a detener dos veces; la segunda, el 24 de marzo de 1976. Lo liberan cuando matan a los curas (Murias y Longueville), como para compensar. Angelelli va a reponerlo y celebra la misa ahí, el 28 de julio, 5 o 6 días antes de que lo maten. En esa parroquia tenía mucha fuerza la JTP, con el Negro Sosa que fue secretario general del sindicato de obreros mineros. También se organiza el sindicato minero en Famatina, pero lo interesante es ver quiénes participan: las organizaciones populares no son de la Iglesia; están alentadas, pero son de los trabajadores y en las reuniones están las monjas, los curas, los laicos y articulan con otros jóvenes, no todos participan de una organización política, más bien pareciera que no; hay maestros rurales y muchos terminaron presos. Se reúnen en jornadas de reflexión, lo que muestra un esfuerzo serio de organización popular. No iba Angelelli, estaba al tanto, pero ya andaban solos. Y por eso la represión va a alcanzar a todos estos sectores y esas acciones van a ser vinculadas con la pastoral diocesana.
–¿Qué pasó con todo eso cuando matan a Angelelli?
–Hubo una gran dispersión. Muchas monjas se fueron. Anteriormente, Angelelli mismo había empezado a avisarles a los curas y en gran medida va a de- sarticularse todo.
–Cuando mataron a los curas, él ya creía que también iban a matarlo.
–Está en la causa y está la carta con los 37 puntos que denuncia en esa reunión con el Episcopado. Siempre digo que el Episcopado supo siempre todo, todo. Y después tomó la actitud que tomó y que quiso tomar.
–¿Le soltó la mano?
–Absolutamente, pero él lo dijo. Ofreció la renuncia. Dijo: si yo soy la causa de la persecución, yo me voy, que se ponga a cargo otro. Pero ni siquiera a eso tuvo respuesta. No se metieron ahí, ni para bien ni para mal. Esa es la actitud que tomó el Episcopado, lo mismo cuando le suprimieron las misas radiales la primera vez en ‘71: se pronunció todo el mundo en contra, menos ellos.
–¿Qué dice la Iglesia hacia adentro?
–Ahora hemos conocido un poco más porque vimos la investigación que la Iglesia incorporó al expediente judicial (ahora que es querellante en la causa). Al sepelio vinieron Pío Laghi y Primatesta, que tuvieron una entrevista protocolar con el coronel Pérez Bataglia, donde no dicen nada. Bataglia les informa del accidente. Cuando los curas les plantean sus dudas a los obispos, Primatesta les dice: “mejor es que nos quedemos con la versión del accidente para que podamos investigar nosotros”. Por supuesto no investigaron nada. Nosotros como querellantes ahora mandamos una carta al Episcopado informando de la causa, porque siempre dijeron que la Justicia no les dijo nada a pesar de que en el ’86, ya hubo una decisión. Todavía no nos contestaron pero la recibieron: les estamos pidiendo que se sumen a lo que exigimos, que es la pronta elevación a juicio. Y hacemos un reconocimiento por la actitud del obispo de La Rioja.
–¿Por qué cree que la Iglesia se presentó como querellante?
–Yo creo que el obispo decidió participar no tanto por iniciativa propia sino por el contexto, la ola general. Inicia un proceso de lavado. Pero con este gesto aportó el expediente paralelo, que era el que estuvo investigando la Iglesia.
–¿Se puede pensar una imputación para la iglesia?
–Hasta ahora hay 14 imputados, policías y militares de los cuales quedaron seis porque los otros están muertos. Todos son autores mediatos. Queremos que el juicio salga rápido porque se mueren en la impunidad, pero además porque hay que mostrar las complicidades civiles y eclesiales. Hay mucha documentación.
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