Jóvenes moviéndose por doquier. Votar a los 16, una propuesta que amerita una discusión serena. Experiencias comparadas. Derechos y deberes ya estipulados por leyes argentinas. Denuncias y editoriales enfadados, el espantajo de la ambición electoral. Ampliaciones de derechos: casos, antecedentes. Reformas que avanzan.
› Por Mario Wainfeld
Miles de estudiantes chilenos pueblan las calles, trastruecan el sistema político, crean o adecuan consignas, incorporan demandas. Tuvieron en vilo a la ex presidenta Michelle Bachelet, ahora jaquean a su opositor-sucesor Sebastián Piñera. Reclaman por derechos, que en su mayoría rigen en la Argentina desde hace décadas. Son una torrentada, con discurso propio, cuestionamientos a un bipartidismo demasiado sesgado a derecha.
En Francia, pocos años atrás, jóvenes de barriadas populares protagonizaron jornadas de violencia política. Bregaban por visibilidad por trabajo, por equidad, por que se internalizara que son franceses, descendientes de migrantes a quienes se sigue discriminando por su origen o tonalidad de tez.
El desempleo en la Unión Europea es plaga, adivinen cuál es el tramo etario más vulnerado.
En el Manual de derecho penal, escrito por Eugenio Raúl Zaffaroni, Alejandro Alagia y Alejandro Slokar, se remarca que “los hombres jóvenes son los preferidos para la criminalización (mientras) la victimización violenta se reparte entre éstos, los niños, los adolescentes y los ancianos”.
En la Argentina, un proyecto oficial para conceder derecho a votar a las personas que hayan cumplido 16 años desata la consabida tormenta tropical. Los sectores irredentos de la oposición se alinean enfrente, de pálpito, denuncian manipulación. Desdeñan, sin explicitarlo, la inteligencia y autonomía de los potenciales nuevos votantes.
La Nación gatilla un editorial, flojito como pocos, y lo dispara casi sin mirar.
Es una saludable norma de ampliación de derechos, opinable... pero va en el rumbo indicado por las tendencias locales y mundiales. Ampliaría la participación ciudadana, un objetivo que se supone muy valorado y compartido. Una eventual ley “templada” que atañe a variables complejas no habilita la furia y esquematismo con que se le responde. La celeridad del oficialismo, su afán turbulento de acelerar al mango sus iniciativas puede motivar recelos o críticas. Pero en el fondo de la cuestión, sencillamente, el kirchnerismo es más audaz e innovador que sus alternativas. Y cuenta, dato nada menor, con capacidad de convertir sus propuestas en realidades.
Las interesantes movidas de ampliación de derechos de los gobiernos kirchneristas pueden, a estos afectos, clasificarse en dos vertientes. Algunos habían sido reclamados por minorías activas (de los sectores involucrados, académicas, culturales, políticas, militantes y algún etcétera): la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo (AUH), el matrimonio igualitario. El oficialismo se montó, con su potencia impar, en oleadas preexistentes.
En otros casos, los reclamos no gravitaban tanto o no existían, al menos en la esfera pública. El cronista anotaría allí los beneficios previsionales y laborales para las empleadas domésticas, la universalización de las jubilaciones para quienes no tenían aportes (amas de casa) o no estaban al día. La génesis distinta no les resta valor ni legitimidad. El voto a los 16 puede añadirse a esta lista.
Quienes vaticinan manipulación, control de las decisiones de chicos y chicas adolescentes dentro de un año, tres o cinco, saben poco de política y subestiman el peso que tienen los derechos universales.
Una vez institucionalizado el derecho, sus titulares lo defenderán, lo harán suyo y lo expresarán como mejor les plazca. Tal el encanto de los derechos universales: se incorporan al patrimonio de su titular y guay de quien amague sacárselo, máxime en la Argentina democrática.
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La mirada de los otros: La Nación camina en la cuerda floja cuando fulmina la idea. Algo ha cambiado en el siglo XXI: la platea de doctrina debe a veces sofrenar la sinceridad, disimular su idiosincrasia. El clima de época imperante desautoriza ciertos discursos. Nadie podrá aseverar si esta variación perdurará por siempre o por mucho tiempo. De momento, discriminar “de frente” queda muy feo, deja en falsa escuadra, aun a un medio confesamente procesista. Aleluya, por lo pronto y mientras dure. En el ínterin, pues, La Nación no descalifica la inteligencia de pibes o pibas. Ni siquiera subestima a los inmigrantes con más de un año de residencia en el país, que podrían ser comprendidos en el nuevo régimen electoral. Su argumento en contrario es endeble, de oportunidad. No hay que hacer tantas reformas en poco tiempo, ralentan. El año pasado se implantaron las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), rememora el editorial. Y alerta: su resultado anticipó el de las elecciones generales. O sea, la herramienta que es un avance, ya ensayado en la provincia de Santa Fe, se descalifica por una contingencia coyuntural: hubo demasiados votos para Cristina Fernández de Kirchner. Pecado mortal, para el dogma pseudorrepublicano. Sobraron motivos políticos, económicos y sociales para explicar el aluvión en las urnas, es necio atribuirlo monocausalmente a la innovación de las PASO. De ahí a la excomunión del mecanismo hay un milímetro de distancia, el periódico mitrista lo recorre a paso redoblado.
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Luces y sombras: El kirchnerismo, claro está, tiene luces y sombras en sus desempeños en esta materia. Las candidaturas testimoniales fueron un enchastre, una pésima praxis. Fíjese usted qué casualidad: ante esa añagaza el “rebaño” de votantes, los “rehenes” castigaron al kirchnerismo como nunca antes y nunca después.
En cambio, las PASO aportan a la calidad institucional. También a la combinación entre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la reforma política que abrieron una hendija de oportunidad a partidos minoritarios para irrumpir en los medios.
Unos cuantos diputados opositores, mayormente de origen progresista o de centroizquierda, tenían presentados proyectos semejantes al que moviliza, a su ritmo habitual, el senador Aníbal Fernández. Un síntoma de la etapa: no se abroquelaron con los adversarios a todo lo que mociona el oficialismo. Insisten en sus propuestas, bregan por debatir detalles. Algunos, como la no obligatoriedad del voto, abren discusiones sugestivas.
La diferenciación de los bloques opositores vuelve a dejar de lado el diseño del Grupo A tan infausto para sus propias chances y para la calidad democrática. Enhorabuena por el viraje, que enfila bien.
El ex gobernador socialista Hermes Binner recordó que se afilió al socialismo no bien cumplió 16 años. El ex presidente Raúl Alfonsín y muchos correligionarios han referido anécdotas similares. Afiliarse no era un trance de iniciación, sino de convalidación posterior. En otros tiempos, la vocación política brotaba joven. Para algunos, seguramente para una proporción minoritaria... pero su sangre transfundía fuerza y novedad. De eso se trata, casi siempre.
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Primero, que vayan en cana: El análisis comparativo mundial comprueba que el piso etario favorito es 18 años. Los promotores del proyecto señalan que Brasil, Ecuador, Cuba y Austria reconocen el voto a los que cumplieron 16 años. También lo hay en cantones suizos. La iniciativa postula una ampliación de derechos que no prima, pero que no es estrafalaria. Cabe añadir que en otros países se discuten cambios en la edad y todas las propuestas consisten en bajarla, jamás en aumentarla.
En la Argentina, la tendencia es también a conceder derechos a edades más tempranas. La mayoría de edad, tan luego, se bajó de 21 años a 18 años sin que hayan acontecido cataclismos, que se sepa. Y quien osa casarse se emancipa antes. También aquellas personas precoces, que acceden a un título habilitante antes de los 18.
La consistencia del derecho electoral con otros tipos de facultades o deberes es un aspecto intrincado, porque el sistema legal actual (ya antes de que emergiera el proyecto que analizamos) es una buena ensalada. Los Códigos más amplios están desactualizados y plagados de incongruencias: debido a eso se están reformando el Civil y el Comercial por un lado, y el Penal por otro.
Un vistazo panorámico que combina reglas actuales y alguna de posible pronta sanción, comprueba que los argentinos de 16 años son ya titulares de significativos derechos y cargas.
Contra lo que se clama en muchos medios, los 16 años son el parteaguas más significativo para la imputabilidad penal. Los menores de 16 años no son punibles en ningún caso. Entre 16 y 18 años son punibles respecto de los delitos más graves. Sólo tienen alguna diferencia en delitos de acción privada o que, dando lugar a acción pública, estén castigados con pena privativa de libertad que no exceda de dos años, multa e inhabilitación. O sea, la diferencia es respecto de delitos relativamente leves.
Para realizar libremente una actividad laboral hace falta tener 18 años, según la ley de Contrato de Trabajo. Un menor que ya tenga 16 puede hacerlo con autorización paterna. Esa autorización se presume si el menor vive independientemente de la familia. O sea, si resuelve abrirse, puede contratar en plenitud de derechos.
Con un cacho de incongruencia, la Ley de Asociaciones Profesionales permite afiliarse a quienes tengan más de 14 años. Si están afiliados, tienen derecho a votar. Para aspirar a cargos electivos, deben esperar a la mayoría de edad.
Según el anteproyecto de Reforma del Código Civil que se aborda en estos días, “a partir de los DIECISEIS (16) años el adolescente es considerado como un adulto para las decisiones atinentes al cuidado de su propio cuerpo”. Recórcholis.
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Margaritas a los chanchos: El voto femenino provocó reacciones más furibundas, aunque algunas resuenan como un eco, en estos días. Los jóvenes no califican, that is the question, pontifican –sin elementos empíricos a la vista– adultos que no siempre dan la talla.
Las alertas cunden. “Intento de una maniobra electoral que tiene como objetivo la utilización de este segmento de posibles votantes con intenciones electorales” alerta un breve y poco sustancioso comunicado del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical. Dignatarios de la Iglesia surfean en la ola clarinista y denuncian que La Cámpora busca infiltrarse en los colegios religiosos. La demonización de la agrupación juvenil entra, quizás, en una etapa inquisitorial. Vade retro, Satanás.
Los cargos sobre electoralismo son muy precarios, asombra que surjan de dirigentes de partidos de tradición popular. La sal y la pimienta de la democracia es que los dirigentes traten de conseguir apoyos populares tangibles y mensurables.
Si nos ocupamos del conteo de porotos, parece dislocado que un conjunto de ciudadanos inferior al cinco por ciento del padrón (que no sufragará en su totalidad) pueda impactar sustancialmente en el veredicto colectivo. Un actuario ahí: ¿qué porcentaje de pibes debería apoyar al kirchnerismo para torcer el amperímetro?
Por añadidura, si algo es conspicuo es la rebeldía y versatilidad de jóvenes y adolescentes. Y cuán impredecibles son sus conductas presentes o futuras para los adultos.
Por cierto, el kirchnerismo no carece de afanes políticos, pero estos parecen ubicarse en otro cuadrante. Bien mirada, la movida trata de granjearse la simpatía de los nuevos titulares de derechos. Una jugada que está en el abecé del sistema democrático. El primer peronismo lo consiguió con los trabajadores y las mujeres, el yrigoyenismo con los sectores medios. El kirchnerismo interpeló a minorías de género, a comunicadores sociales, a jubilados. Es una procura legítima, en tanto las conquistas ayuden a la cohesión social y a la promoción de grupos o sectores relegados.
En paralelo, se celebran las audiencias públicas que debaten la reforma a los Códigos Civil y Comercial. La comisión redactora del anteproyecto es prestigiosa e insospechada de seguidismo. Las audiencias pueden ser criticadas por la brevedad de los plazos concedidos a los oradores. Pero hay contrapesos que minimizan el reproche: la vastedad de la concurrencia, el itinerar por toda la geografía nacional, la onda expansiva de la polémica que llega a medios, universidades, la blogósfera.
Son vivencias democráticas y participativas interesantes, mejorables por definición, también con pocos precedentes comparables. Progresos, en suma, no sin contraindicaciones o aspectos mejorables en el futuro.
A veces el kirchnerismo extrema reflejos facciosos. Puede caer en homologar la política al conflicto, un elemento esencial mas no excluyente. En democracia hay también instancias de cooperación. Es imperioso congregar, atraer a los no convencidos ni encuadrados, construir hegemonía, persuadir, sumar.
El oficialismo es más versátil de lo que pintan sus rivales: sabe variar de menú, cuando pinta. Hay momentos en que abre el juego, amplía la esfera de derechos, hace suyas propuestas de otros, relegadas a segundo plano por su falta de poder.
En esas circunstancias, una de las cuales hemos intentado sobrevolar, resultan chocantes las respuestas de muchos de sus adversarios. Intransigencia, cerrazón, lentitud de reflejos, denuncismo vacío, incapacidad de priorizar contenidos sobre anécdotas. Advertir esas falencias, que se hacen grito con asiduidad, ayuda (en parte, claro) para delinear los límites y carencias del sistema político real existente.
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