EL PAíS › EL TESTIMONIO DE UN FERROVIARIO EN EL JUICIO POR EL ASESINATO DE MARIANO FERREYRA
Alejandro Benítez, testigo protegido, contó que escuchó al barrabrava decir “a ese zurdo gil le agujereé la panza”. También comprometió al número dos de la UF, Juan Carlos Fernández, y al delegado Pablo Díaz.
› Por Irina Hauser
“A ese zurdo gil, al de la gomera, le agujereé la panza.” Según Alejandro Benítez, el primer testigo protegido que declara en el juicio por el asesinato de Mariano Ferreyra, esa frase salió de la boca de Cristian Favale poco después de que el militante del PO quedara tendido en el suelo por el balazo que recibió en el abdomen. Benítez, un ferroviario que había ido a Barracas junto con la patota, dijo ayer ante el Tribunal Oral Criminal 21 (TOC 21) que no sólo escuchó al barrabrava de Defensa y Justicia jactarse de haber gatillado, sino que él mismo lo vio hacerlo, con una rodilla apoyada en la tierra, empuñando un arma de tambor negro, que le pareció un revólver. A la vez, su relato comprometió al número dos de la Unión Ferroviaria, Juan Carlos “Gallego” Fernández: lo señaló como quien dio por teléfono la orden de irse del lugar después de los disparos. El testimonio, que duró cerca de cinco horas, abarcó otros aspectos que confirmarían que los matones no fueron en forma espontánea a confrontar con los trabajadores tercerizados, sino que lo hicieron convocados por delegados y con licencias laborales otorgadas por la Ugofe. La Policía Federal –dijo el testigo– no intentó detener a los agresores.
La audiencia comenzó cerca de las 11 y terminó a las 16. Estuvo estrictamente cerrada al público y la prensa. El tribunal, además, ordenó a todos los abogados mantener sus celulares y computadoras apagados. Los acusados pudieron presenciar el relato, pero lo hicieron sentados detrás del vidrio donde habitualmente van quienes quieren presenciar las audiencias. Benítez fue un testigo fundamental durante la instrucción de la investigación y también lo es en el juicio. Tiene el máximo grado de protección que ofrece el programa oficial de protección de testigos. Ayer tenía anteojos, barba y una gorra, según pudo reconstruir este diario, y dijo que es trabajador ferroviario desde 1995, fue guarda y trabajó en los talleres de Constitución, donde hay un gimnasio de boxeo. Los abogados defensores insistieron en preguntarle cómo había llegado a declarar en la causa, ya que es historia conocida –incluso destacada por la Presidenta el día en que se inició el juicio– que quien lo acercó fue el ministro de Justicia, Julio Alak.
Benítez explicó que, después de los sucesos, habló con un amigo, Rodolfo Deviago, que lo fue a ver a su casa a raíz de que lo había visto en imágenes del canal C5N. Le contó que había ido a la estación Avellaneda junto con la patota de la UF para evitar que los tercerizados (que reclamaban su regularización) cortaran las vías y que había presenciado los hechos de violencia que terminaron en la muerte de Mariano y donde también fueron heridos Elsa Rodríguez, Nelson Aguirre y Ariel Pintos, militantes del PO. Su amigo le dijo “tenés que declarar” y ofreció contactarlo con el intendente de Quilmes, Francisco Gutiérrez. A su vez, Gutiérrez ofició de nexo con el Ministerio de Justicia.
Benítez dijo que quien lo había llamado para ir junto con el grupo de choque fue el delegado Alberto Carnovale, a su vez convocado por el delegado Pablo Díaz, acusado de haber sido quien daba las órdenes en el escenario del ataque. Pero Benítez también explicó que asistir a este tipo de manifestaciones le podía servir para conseguir trabajo para su hermana y su cuñada, ya que la UF –señaló– influye en las contrataciones. La posibilidad de asistir, además, dijo que estaba dada por las licencias facilitadas por Ugofe, la empresa que administra el ferrocarril Roca bajo tutela estatal.
Las defensas intentaron cuestionar el testimonio, entre otras cosas porque Benítez en su primera declaración durante la instrucción dijo que el tirador al que vio tenía remera roja; luego, cuando vio las imágenes de TV, sostuvo que era azul, algo que reiteró ayer. Incluso cuando le mostraron las filmaciones durante la audiencia señaló a Harry Favale como a quien vio disparar. Ya son varios los testigos que lo comprometen, con descripciones coincidentes. Benítez, además, reconoció (a través de imágenes) la presencia ese 20 de octubre de 2010 en Barracas de otros ferroviarios que están en el banquillo: Gabriel Sánchez (el otro acusado de disparar), Juan Carlos Pérez, Salvador Pipitó, Guillermo Uño, Jorge González y Díaz, pero también recordó que junto con Favale había más “extraferroviarios”. Para las querellas, la participación de personas ajenas al gremio es un elemento que desacredita la teoría de las defensas de que los ferroviarios aparecieron en las vías autoconvocados y refuerza la existencia de un “plan criminal”, como lo describió la Justicia en primera instancia.
La avanzada de la patota, con cascotes y disparos, se produjo –reconoció Benítez– cuando los tercerizados y las organizaciones que los apoyaban se estaban desconcentrando. Los ferroviarios llevaron y tiraron piedras, dijo. “Vamos a correr a estos zurdos”, escuchó que Favale le decía a Díaz, quien enseguida ordenó ir “tras ellos” y “sacar los fierros”. El testigo describió el papel del delegado Díaz como quien impartía las directivas a la patota. También oyó al barrabrava vanagloriarse de haber disparado. El, de hecho, lo había visto accionar el arma y quejarse porque se le había trabado. Luego vio a Díaz hablar por handy y, tras concluir la comunicación, avisar: “Dijo el Gallego que nos vayamos”. El Gallego es Fernández, segundo de José Pedraza, quien –según demostró la investigación inicial– habló por teléfono a lo largo de toda la mañana con Díaz. Mientras transcurría la gresca, Fernández y Pedraza estaban juntos en la sede de la UF.
Ante una pregunta del abogado del CELS, Maximiliano Medina, representante de la mamá de Ferreyra, Benítez dijo que cuando él se fue junto a otros hombres de la patota, la Policía Federal no estaba, nadie intentó detenerlos ni interrogarlos ni nada.
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