EL PAíS › OPINION
Tecnópolis, el lugar y el discurso presidencial. El retruco de Paolo Rocca, empresario líder. Dos proyectos en debate, se cuente como se cuente. La parábola de la selva, parida en 2009 y recuperada en otra crisis. La relación de las corporaciones y los gobiernos, antes y durante el kirchnerismo. Y un retoque de escenario a la hora del cierre.
› Por Mario Wainfeld
La historia suele construirse como una argamasa de determinaciones estructurales, decisiones e imponderables. Tecnópolis es todo lo que es, en parte al menos, porque el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, le negó espacio en suelo porteño. Como destaca el periodista, blogger y escritor Martín Rodríguez, la muestra encontró entonces su destino conurbano. Villa Martelli fue su sede, la muestra temporaria fue deviniendo semipermanente. Su enclave y una proporción alta de sus visitas cotidianas tienen una pertenencia social y vecinal rotundamente popular definitoria, no del todo contemplada cuando se la concibió. “Negrópolis” la bautizaron opositores de baja calaña que suelen dar rienda suelta a su idiosincrasia en los on line de los diarios Clarín y La Nación. Si algunos discriminan, enfrente se identifican o embanderan. Tecnópolis es un ámbito nuevo, sin historia previa. Una ampliación simpática y vivaz del espacio público, estatista, didáctica y popular... Una creación de aquellas que sus antagonistas jamás reconocen al kirchnerismo, afanosos por simplificar al mango un fenómeno pleno de aristas.
La Tecnópolis real, existente, hija de una idea-fuerza kirchnerista y de un cúmulo de azares, es uno de los escenarios favoritos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para encuentros, ágapes y discursos. El lugar de emisión es también el mensaje, en el controvertido (y, a no dudarlo, imperfecto) sistema de comunicación oficial. El lunes, en ese sitio inédito, Cristina Kirchner habló para referirse a la industria, al “modelo”. Para reivindicar el proyecto y rumbo mantenidos (con variaciones que ya se mentarán) durante años. También para convalidar herramientas o instrumentos mucho más contingentes, como la paridad cambiaria que traduce, en cada coyuntura, una cotización “de equilibrio”.
Como fuera, la Presidenta defendió su gestión con un discurso de su hechura. Muchos empresarios, incluidos altos dirigentes corporativos, dieron el presente y aplaudieron.
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¿Rehenes de primera clase? La narrativa opositora postula que el kirchnerismo, una fuerza de gobierno que lleva tres mandatos modificando realidades y ganando elecciones, es una mera superchería. No existe, las medidas que supuestamente toma son cortinas de humo. Sus pretensos compañeros de ruta son rehenes sociales, clientelas electorales sin voluntad propia, o dirigentes llevados con grilletes, no por invisibles menos fuertes. La carestía de ese relato explica en parte qué poco persuaden los adversarios del oficialismo. Sustraen una ración sustantiva de la realidad porque les incomoda o la subsumen en los deseos ocultos del kirchnerismo, que todo lo explican y todo lo tiñen. En ese paquete abstruso, los empresarios –incluso los referentes que fueron a Tecnópolis– lo hicieron compelidos por el temor y solo por eso. Tal vez figuras como José Ignacio de Mendiguren justifiquen una lectura menos chata. El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) puede ser cuestionado por un sinnúmero de motivos, pero no por ser ingenuo en la defensa de sus intereses ni desprovisto de astucias. Los que van, seguro, llevan un inventario de reclamos o protestas que no interrumpen el discurso. Pero también portan una billetera bien forrada y saben lo que valen nueve años de estabilidad económica y política ininterrumpidas. Lejos está del imaginario de este cronista valorar las calidades del empresario autóctono, pero es demasiado equipararlo a un grupo de galeotes que se encaminan, pasivos, al cadalso en Villa Martelli. Cada cual hace sus cuentas y opera en consecuencia. Y, por cierto, todos podemos equivocarnos.
Ese mismo lunes, en un ámbito recoleto y ante una concurrencia ínfima que sólo valía de coartada, el CEO de Techint, Paolo Rocca, replicó a la Presidenta, con su cuerpo (distante de Tecnópolis) y su verba, que sabe dosificar.
Rocca es uno de los contados popes patronales de sólida formación, capaces de emitir un discurso articulado. Las clases dominantes argentinas son ineficaces a la hora de formar cuadros idóneos para expresarse en la exigente arena democrática. El capo de Techint es excepción a la regla: está diplomado en Ciencias Políticas en la Universidad de Milán, tiene buenas lecturas. Alardea de no prestarle atención a la pilcha y a la jarana de la alta sociedad. Sabe hablar y le agrada explayarse muy de vez en cuando.
Nada hubo de casual en la fecha, la hora y el lugar de su aparición. Dijo “quiero retruco” en simultáneo con la presentación de Cristina. Los ejes del contrapunto son conocidos. Entre otras críticas, una destella como un diamante. La asimetría entre los salarios de nuestro país y otros de la región resiente la competitividad, expresó Rocca. El viejo espantajo de la derecha: el costo laboral. El hombre habló en nombre de ciertos poderes económicos y definió líneas maestras de un proyecto alternativo al oficial. Cuando hay una crisis todo se convulsiona, alguien tiene que pagar los platos rotos, ése es un eje de la pulseada.
El mensaje circuló durante cinco días, divulgado por aliados conspicuos de Rocca. El líder de Techint contó con el apoyo de los grandes medios, de columnistas que son sus voceros y de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que él mismo conduce en los hechos. El breve comunicado de AEA incluye alabanzas y alusiones al avance tecnológico más la necesaria venia a las “instituciones”. El conjunto es, como las necrológicas de La Nación, un mensaje que saluda más a una clase social que al difunto... o en este caso al orador. AEA es, dicho en términos simplotes, “Clarín más Techint”: es impensable que un comunicado de ese porte no contara con la venia de Rocca.
O sea, el empresario arrojó el guante, provocó y dejó decantar su desafío. Imposible creer que su accionar fue ingenuo o que se mantuvo ajeno durante casi una semana a las repercusiones de su discurso, muchas de ellas emanadas de su propia tropa.
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Paren las rotativas: Cuando esta columna estaba cerrando, bien entrada la tarde del sábado, se conoció el intercambio de cartas entre Rocca y la Presidenta, que se informa y analiza en detalle en las páginas 4 y 5 de esta edición.
Tras dejar rodar la disputa, Rocca quiso rediseñar su arenga, un rebusque del vandorismo empresarial caro a su Grupo: “Pegar para luego negociar”. Procuró hacerlo a través de una carta sigilosa y palaciega. La Presidenta, fiel a sí misma, dobló la apuesta: difundió la misiva del gran CEO y subrayó el párrafo en el que éste se ampara en la mendacidad de Clarín. ¡Ur Dió! la que se viene. Presagio del cronista: es factible que la Vulgata dominante se apiade de Rocca, que denuncie que intimidaron a ese peso pesado (¡pobre criatura!)...
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El regreso de las fieras: Hace tres años este cronista comentó una parábola creada por Rocca, que circulaba entonces en cautelosos ámbitos VIP. La Argentina en 2003, narraba don Paolo, era una selva convulsionada por una catástrofe. Las fieras estaban abatidas, debilitadas hasta el colmo. El presidente Néstor Kirchner pudo, pues, domesticarlas y conducirlas sin esfuerzo. Pero, como corolario de los avances posteriores, las fieras recuperaron su vigor y esa relación (de fuerzas, diría este escriba populista) caducó. No eran éstas las siguientes sus palabras, aunque sí su espíritu: era hora de volver a la normalidad.
La “normalidad” en la Argentina fue durante añares gobiernos sometidos, por propia voluntad o por debilidad, a los poderes fácticos. “Menem nos escuchaba siempre, hasta nos invitaba a festicholas. Duhalde jamás tomaba una decisión importante sin consultar a Oscar Vicente”, le explicó a este cronista un empinado líder empresario hablando de un pasado entrañable. El gobierno de la Alianza no se sonrojaba incluyendo en su elenco a lobbistas hechos y derechos como Daniel Montamat o Mario Vicens. Altri tempi, podría musitar Rocca, que habla italiano con fluidez.
Néstor Kirchner trastrocó esa relación, les cerró la puerta de la Casa Rosada. Alteró su agenda de encuentros y alejó a los lobbies de los cargos políticos. El Frente para la Victoria (FpV) no puso fin al capitalismo ni a todos sus abusos, ni siquiera a todas sus prebendas. Tiene un elenco rotativo de empresarios aliados, que entran o salen del favoritismo gubernamental. Pero la demarcación de territorios es otra y mejor que la del pasado. Las corporaciones patronales están afuera del dispositivo del poder político, una característica de época que desconcertó primero, desa-sosegó después y enardece a menudo a los que vivían confortables en el Ancien Régime.
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Aquí y ahora: En 2008 las corporaciones patronales agropecuarias fueron la vanguardia de la oposición. Ahora, en otro escenario internacional convulsionado, quienes tratan de tomar el timón son las corporaciones industrial y mediática más poderosas, intuyendo (ansiando) una caída de la economía y de la popularidad del Gobierno.
La política económica oficial en la etapa es marcadamente más estatista. Incluso los ensayos de intervención estatal directa aumentan: en la semana que pasó, la telefonía celular se sumó a la lista encabezada por YPF.
El giro estatista es un cambio de paradigma que la mayoría de la sociedad no juzgará por su retórica sino por resultados que se medirán en el mediano plazo, como poco. El desempeño de YPF, lo que consiga el Banco Central merced a su nueva Carta Orgánica, los progresos en el campo de la telefonía móvil deberán hacerse sentir en la cotidianidad de muchos argentinos... o no serán. Para ganar esas bazas, el Gobierno debe mantener firmes en el corto plazo sus logros más redituables: alto nivel de empleo, de consumo, crecimiento, acciones reparadoras para los sectores menos favorecidos por el “modelo”.
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Goles y rivales: El cronista se sumó con placer a la cadena espontánea de espectadores que miraron a la Selección por tevé. Advirtió que hace goles, más que el contrario, aun sin jugar bien. Que le falta pausa en el trato de la pelota, que lo suyo es puro vértigo, ataque vertical, ataque siempre. Se percató de que el gol paraguayo fue autoinfligido por un grave error propio. Cronista político al fin, se tentó por comparaciones con la política nativa, las sugiere al lector. Ese partido, propone el cronista, es el que disputa con sus adversarios políticos. Las urnas, la agenda cotidiana, la sensación térmica indican que lo domina desde hace casi tres años.
Las fieras piensan que sus dientes han crecido y que la ley de la selva debería volver a prevalecer, acaso quieran entrar a la cancha. Hay quien niega la intervención de los poderes fácticos en la política. Las señales emitidas en estos días, allende sus desmentidas tácticas, y de improbable credibilidad, parecen desmentir esa mirada idílica, ilusa o mal intencionada.
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