Lun 01.10.2012

EL PAíS  › OPINIóN

Ese día de diciembre

› Por Eduardo Aliverti

Se vivió una semana muy intensa en cuanto a informaciones destacadas, lo cual no es lo mismo que decir “noticias” si se ata esta palabra a su sentido de “novedad”. La diferencia es importante porque, según sea una cosa o la otra, cambia el resultado de cómo apreciarlas. Hay un hecho, en particular, que de información tiene de todo. Y de noticia, casi nada.

El anuncio presidencial ante la ONU, acerca de establecer conversaciones con Irán para el esclarecimiento del atentado a la AMIA, es auténticamente una noticia. Sólo había versiones en torno de que Argentina adoptaría una postura de esa naturaleza, frente a la solicitud iraní. No es noticioso sino manipulador e indignante, en cambio, el modo en que la prensa del establishment presentó la decisión. “Negociaciones con el terrorismo” fue, casi, lo más suave que se leyó y –sobre todo– escuchó entre quienes no se toman el trabajo de asimilar los datos completos (por ser notablemente suaves, en vez de aludir a prejuzgamiento de gentes asaz sensibles a los lobbies corporativo-comunitarios). Lo que anotició la Presidenta frente al fracaso, en definitiva, de la estrategia seguida hasta ahora para juzgar a los acusados del ataque a la mutual judía, es que se abre una instancia de escucha. Y que esa atención y su eventual propuesta serán sometidas a la opinión del Congreso nacional y de los afectados. Nada menos y nada más que eso. Transformarlo en una agachada ante el régimen iraní es una exageración inaceptable, y que se mente “gravedad político-institucional”, una payasada. ¿Irá a suceder un desembarco de marines? ¿Israel bombardeará la Argentina? Hay un aspecto francamente interesante acerca de cómo se gastó esta noticia de lo anunciado por Cristina. Desde las instituciones y emisarios más mediáticos de la comunidad judía se manifestaron reservas, desconfianzas; voces incluso condenatorias, pero cuidadosas de cruzar límites agresivos contra la palabra de la Presidenta. Esas fronteras las atravesó el periodismo más furiosamente opositor, en otra muestra de quién marca la agenda aun a costa del juicio de los agendados. Por el contrario, la frase cristinista a propósito de que esto no es un partido de fútbol, en respuesta a que la titular del FMI (nos) amenazó con tarjeta roja, mereció el descrédito o la minimización por parte de los diarios y sus comentaristas. Quítese a Cristina y acuérdese con que un jefe de Estado, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, retrucándole con nombre y apellido a uno de los cucos mundiales, no es asunto de todos los días. Pero no. Dicen que es una nimiedad. Lo importante es que si se conversa con Irán somos la suma de Venezuela, Norcorea y todos los déspotas del mundo árabe. Es así como funciona el periodismo independiente que, para renovado horror de las mentes esclarecidas, la Presidenta se permitió decir que no existe ni acá ni en ninguna parte, nunca. No profundizó como a uno le hubiera gustado, delante de los estudiantes un tanto patéticos de la Universidad de Georgetown que, luego, se reprodujeron en la de Harvard con una decoración mucho más parecida al guión preparado que a la autenticidad. Habría sido interesante que Cristina ofrendara algunas de sus frases contundentes al altar de que cuando se hace periodismo se depende de ideología, de que se está de un lado o de otro, de avisadores comerciales; de tácticas empresarias de aquellos manejadores de la información como mercancía a secas, en aras de sus negocios que, además de lo multiperiodístico propiamente dicho, suponen involucrarse en el mercado de la salud, los medicamentos, la telefonía, los espectáculos artísticos, la extracción petrolífera, las corporaciones sindicales. Y, por cierto, la publicidad de los organismos estatales que solamente les importa, en términos de denuncia, cuando se trata del Estado nacional. Guay con cuestionar la plata promocional que gastan el Gobierno de la Ciudad, los municipios, las gobernaciones afines al discurso antikirchnerista. Venimos a enterarnos de que el cordobés De la Sota, quintaesencia del peronismo conservador, nos llama a emular la épica de los estudiantes platenses que sufrieron tortura y desaparición tras La Noche de los Lápices. Hay que echar los fideos y nuclearlos junto con la foto de portada de La Nación del miércoles pasado, en el retrato del “otro” peronismo. Moyano, Busti, Amadeo, Venegas, De Narváez. Se necesita mucha dureza facial para alojar el odio de clase ahí, donde ya se sabe que la espalda pierde su buen nombre y honor. Convocar a que la negrada se junte con los sectores indignados de clase media contra la yegua. Portada de La Nación. Ancha diferencia entre noticia y tratamiento informativo.

La “bestia” de Guillermo Moreno elevó la voz, como el audio indesmentible ratificó, contra la patoteada de una señora conmovida que dice representar derechos del consumidor. El audio no importó; el patotero fue Moreno; se convocó a cacerolear frente a su domicilio circulando un afiche digital que lo muestra en un féretro con un balazo en medio de la frente, pero eso no es odio ni mereció comentarios en la prensa opositora. Para no agotar, Michetti le dice a Mauricio que no irá de candidata bonaerense y le genera tremebundo laberinto porque aquélla era la única ficha del alcalde porteño para estructurar posibilidades electorales en la provincia. ¿Alguien imagina que se pueda tener aspiraciones presidenciales, llegado el caso de querer trabajar, sin chances en el distrito decisivo? ¿Y habrá de creerse, nomás, que el subte se irá a 5 pesos el boleto porque Macri no quiere hacerse cargo de lo que le pasa por debajo de los pies en su ciudad? El periodismo independiente oculta todo ello porque el hijo de Franco es, así sea momentáneamente, la única carta a disposición. El resto, antes que impresentable, es inexistente. Y lo saben de memoria los cagatintas que amplifican lo verosímil de una Cristina en meseta, o descenso de favor popular. Son los mismos que encubren, o mal disimulan, la imposibilidad de que los opositores lo aprovechen.

Bajo ese croquis de correlación de fuerzas y construcción de imaginario, se vive una arremetida mutua, Gobierno y oposición, a propósito de lo que ha dado en llamarse el 7D. El 7 de diciembre próximo. Es el día en que, según el oficialismo, tras un fallo supremo, vence el plazo para que los grupos oligopólicos –no únicamente Clarín, valga subrayar– comiencen a desprenderse de las licencias de radio y tevé que les sobran. O el día en que, según la oposición, recién entraría a regir el período para que lo hagan. El periodista no tiene intenciones de ingresar a esos vericuetos judicialistas, al margen de sus conocimientos para analizarlos. No le parece el fondo de la cuestión, que entiende en un todo como batalla política y no tribunalicia. Si fuera el Gobierno el que tuviera razón y el 7D se termina el mundo mediático tal cual lo conocemos, es menester preguntarse con cuáles armas de contenidos piensa hacerse cargo de lo que Clarín & Cía. deben abandonar conforme lo exigido por una ley cuya limpieza democrática Clarín ignora. Si hay algo que el Gobierno no hizo en estos tres años, desde sancionado el instrumento legal, es arbitrar las medidas de capacitación e implementación para que lo reemplazante del discurso único tenga viabilidad de nuevas voces profesionales, de entretenimiento, de seducción. La ley de medios, como cualquier ley, es una herramienta que se sabe usar o no. Punto en contra, hasta donde uno sabe, de lo cocorito que se muestra el oficialismo ante ese dichoso 7D.

Sin embargo, es precisamente esa debilidad del kirchnerismo lo que desarma el alerta opositor en su aviso de que habrá de padecerse una dictadura arrasadora de la libertad de expresión. Deberían jugar un poco más limpio, aunque más no sea, porque la restricción de esos medios que les sobran jamás les supondrá quedarse sin sus medios. Tendrán o tendrían una cantidad menor. La que les estipula la ley que no soportan. No habrá Víctor Hugo en lugar de Lanata, para usar el disparador de demagogia barata de que vienen valiéndose los propagandistas del imperio de clarinete. Lo que no habría, en algún caso que en la mejor de las hipótesis resulta incomprobable y dudosísimo, es una cadena de señales excedentes al servicio de destruir al Gobierno que les jodió algunos negocios (por las razones que fueren). Y al fin y al cabo, ¿a qué tanta preocupación si tan seguros están de que “la gente” no come vidrio? ¿En qué quedamos? ¿No es que la sociedad tiene la madurez de saber elegir la verdad?

Una de las claves sigue siendo, vaya noticia, que los adalides de la competencia no quieren competir. Hay algo que los irrita demasiado.

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