EL PAíS › UN DESAYUNO CON RODOLFO TERRAGNO
› Por Fernando Cibeira
Falta un año para las elecciones legislativas y la grilla de candidatos a senador en la Ciudad de Buenos Aires ya desborda. Por nombrar algunos, Gabriela Michetti, Horacio Rodríguez Larreta, Pino Solanas y Graciela Ocaña están anotados, lista a la que hace unos días se sumó Rodolfo Terragno. Aunque pase un tiempo alejado de los cargos electivos, siempre aparece alguien del radicalismo porteño que tira el nombre de Terragno como posible postulante. Pero esta vez fue el propio interesado quien hizo el anuncio. Explica que su motivación es poner en marcha aquel acuerdo para establecer “políticas mínimas” de Estado que ya promovió antes de la última campaña presidencial. “La candidatura es un modo de llevar adelante esta idea”, asegura. Esa imagen, la de un consenso político “transversal”, suena a contramano de la idea del “antagonismo” que promueven los politólogos afines al kirchnerismo Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. “Es cierto que no puede haber uniformidad, pero tampoco se puede estar ciento por ciento en desacuerdo en todo”, responde. “La confrontación galvaniza la fuerza propia pero divide a la sociedad, es muy peligroso”, añade.
Baja él mismo a abrir la puerta del edificio en el que vive desde hace años, en una esquina en Las Cañitas. Es una mañana veraniega, la gente lee los diarios en los cafés de los alrededores, las chicas pasan en shorts en plan running. “¿Quiere ir a un bar? Como prefiera, pero arriba vamos a conversar más tranquilos”, sugiere. El living es amplio, sobre la mesita predominan los adornos asiáticos; en las paredes, cuadros de arte moderno. Terragno explica que estuvo toda la mañana con llamados del exterior. Es que, cuenta, forma parte de dos academias norteamericanas: la American Academy of Arts and Science y la American Philosophical Society. En la primera pertenece al capítulo de Asuntos Públicos, junto a otros dieciocho extranjeros entre los que se encuentra –comenta– Nelson Mandela. Allí propuso trabajar sobre las consecuencias sociales de las políticas cambiarias, un tema que –evalúa– no está suficientemente desarrollado y considera central en lo que sucede en el mundo, por ejemplo, con la crisis del euro.
La obsesión le quedó desde su participación en el catastrófico gobierno de la Alianza. “No debí ser jefe de Gabinete”, comenta hoy sobre aquella experiencia. Rememora: compitió en una interna radical por la precandidatura presidencial contra Fernando de la Rúa, quien lo derrotó. Asegura que ya en aquella campaña planteó que era necesario hacer una salida ordenada del uno a uno. Electo presidente, De la Rúa le ofreció la Jefatura de Gabinete. “Cometí un pecado de soberbia, pensé que desde adentro podría cambiar las cosas”, sostiene ahora. De la Rúa armó un gabinete poblado de economistas que lo veían diferente. “Controlar la inflación con la política cambiaria es un error”, define, y asegura que el error lo está repitiendo el Gobierno ahora.
Aquel trágico fin de 2001 cree que quedó como un estigma para el radicalismo, del que no se ha podido recuperar. “Hubo complejo de inferioridad”, analiza. Compara con el justicialismo, que también tuvo gobiernos difíciles de reivindicar, como el de Isabel Perón o el de Carlos Menem y, sin embargo, siempre vuelve sin remordimientos. En medio de aquella debacle, Terragno fue electo senador, cargo en el que permaneció hasta 2007. Hace dos semanas anunció su intención de volver a la Cámara alta, explica que ya como candidato buscará que los demás competidores apoyen su idea de sostener “puntos básicos de acuerdo”. Una cosa es enunciar la idea y otra es llevarla a lo concreto. Si hablamos de inseguridad, hay garantistas y partidarios de la mano dura. ¿Cuál sería el punto de acuerdo? “Que se debe mejorar la distribución del ingreso, reducir la pobreza, mejorar la Justicia; en eso tenemos que estar todos de acuerdo”, enumera.
Pese a este afán acuerdista, Terragno no ve la necesidad de armar un frente electoral tal como lo plantean algunos de sus correligionarios, que tiran líneas por derecha e izquierda. A priori, responde, no le parece que haya que negociar ninguna alianza. “La alianza hay que buscarla con los votantes, no con los dirigentes”, plantea. En cambio, ve como una gran posibilidad el mecanismo de las primarias abiertas, desaprovechado por la oposición en el último turno electoral.
Terragno anda de entrecasa. Cada tanto se escucha de fondo sonar un teléfono de línea que alguien debe atender. Como había prometido, se puede charlar con tranquilidad. Obviamente, se define opositor, aunque aclara que no todo lo que hace el kirchnerismo le parece mal. Destaca la renegociación de la deuda externa y, paradójicamente, la renovación de la Corte Suprema, aunque él votó en contra de las designaciones de Raúl Zaffaroni y de Elena Highton de Nolasco. “Porque habían sido jueces durante la dictadura. Pero en el funcionamiento se ve que es una Corte mucho mejor que las que veníamos teniendo”, acepta.
En cambio, critica que el Gobierno no haya modificado la distribución del ingreso mediante una reforma del sistema tributario. “La ideología tiene que ver con la distribución, no con la producción”, define. Lo mismo aplica para lo de estatizar o privatizar. “Es tan absurdo ser estatista como privatista”, subraya, y agrega: “Lo que haya que hacerse depende de cada caso, no tiene nada que ver con la ideología”. Son los días previos al 8-N, el nuevo cacerolazo. “Me interesa mucho”, comenta. Opina que, si bien principalmente va dirigido contra el Gobierno, también interpela al resto del sistema político. “Hay una crisis de representatividad y se muestra con manifestaciones autoconvocadas”, analiza.
Terragno acompaña hasta el ascensor y advierte dos cosas antes de la despedida. La primera, que dio esta entrevista sin grabador en contra de sus principios, porque puede que no se respeten sus afirmaciones, cosa que esperamos no haya sucedido. Segundo, que si se presenta como candidato es para ganar. “No existe lo de hacer una ‘buena elección’, la única buena elección es ganar”, afirma con confianza. Ya no hay más tiempo. El bar de enfrente tiene una mesita en la vereda vacía que reclama nuevo ocupante.
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