EL PAíS › DEBATE SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL CONTEXTO DEL 8N
En un encuentro organizado por el Instituto Gino Germani (UBA), Edgardo Mocca, Norma Giarracca y Alejandro Grimson debatieron sobre las motivaciones y las implicancias de las protestas contra el Gobierno. Aquí, sus principales argumentos.
Por Edgardo Mocca
El propósito de estas líneas es tratar de aportar, aunque sea mínimamente, a una inteligibilidad de lo que significan las movilizaciones de septiembre, los cacerolazos, en cuanto a su repercusión y su impacto en el sistema político, poniendo en cuestión lo que comúnmente se llama la necesidad de una representación de la oposición.
La gente que sale con una cacerola tiene la memoria corporal de que, cada vez que salen las cacerolas a la calle en una determinada cantidad y con determinado clima de entusiasmo, algo cambia en la política. Muchas de las expresiones que diversos programas de TV recogieron en la manifestación de septiembre mostraban una sensación de ansiedad y de inminencia que no se puede desconocer. Eso expresa a una parte de la sociedad que tiene su memoria conectada con una forma en que cambian los gobiernos en la Argentina. En la forma en que cambiaron los gobiernos desde 1930 hasta 1983, pero también en la forma en que se fueron Alfonsín, De la Rúa y Duhalde, funcionó una cláusula no escrita que dice que el presidente duraba antes seis años y ahora cuatro, o el tiempo que pase hasta que ocurra una situación de ingobernabilidad y de caos político y social. Eso está presente en la conciencia no sólo de los que estuvieron en la marcha, sino en la sociedad en su conjunto.
En términos de representabilidad hay una especie de lugar común que paradójicamente está en la boca y en la pluma de muchos comentaristas del establishment mediático, que es que en la Argentina la oposición no tiene estatura, le falta liderazgo, capacidad de unión e iniciativa. Entonces, cuando se produce la marcha, uno se pregunta ¿quién va a representar esto? Y ahí aparece la cuestión de cómo es hoy el frente social de los descontentos. Vamos a tomar la gran encuesta nacional del año pasado, las elecciones de octubre. Tomemos la idea de que ese frente social todavía minoritario es el 46 por ciento de la sociedad, aunque algunos puedan pensar que creció en el último tiempo: “somos el 46 por ciento” es el mensaje que circula en las redes sociales. Lo primero que surge es que hay una profunda heterogeneidad, que tiene que ver con la procedencia social de ese descontento. Hay desde poblaciones que luchan contra la depredación del medio ambiente hasta personas que se ven afectadas en determinado tipo de actividades de especulación financiera. La potencialidad del descontento en Argentina recorre un muy amplio espectro, que va desde el ferrocarril Sarmiento hasta la disponibilidad de dólares. Pero también es heterogéneo por historias político-culturales. Hay descontentos de sectores ambientalistas, obreros, estudiantiles, hasta los sectores más prototípicos de la derecha que activan la movilización. Descontento no equivale a enfrentamiento existencial; lo hay, como es lógico, incluso en sectores que vienen apoyando el actual proyecto.
Ahora, en esa amplitud hay una línea hegemónica y lo revelan las consignas de la movilización cacerolera y también la reinterpretación de la política, de la derecha y no sólo de la derecha, que es una reinterpretación “pre-caprilista”. Capriles, el candidato que se presentó como alternativa a Hugo Chávez, fue alguien que dijo: en Venezuela hay muchas cosas que mantener, pero nosotros estamos en desacuerdo con esto y con aquello. Pre-caprilista es decir: éste es el principio del fin, es el fin del autoritarismo, es el comienzo de una ciudadanía que va a defender la república... Hay también una cuestión que en la historia argentina es muy pesada, que es el reconocimiento de la legitimidad del otro. Venezuela fue un país que en los últimos años tuvo una cuestión de legitimidad mucho más grave que la Argentina, porque acá los partidos políticos se presentaron siempre a elecciones, cualesquiera fueran sus resultados. En Venezuela hubo una especie de boicot electoral de la oposición y ahora vimos una elección con incertidumbre. Es decir, hay una oposición que dejó de estar en el terreno vacío de la negatividad absoluta y se atrevió a jugar en el terreno de lo concreto. Eso implicaría en Argentina, por ejemplo, una oposición que plantee los temas de desigualdad que supone el transporte, los problemas de gestión, salud pública, apoyando la Asignación Universal por Hijo, algunas medidas estructurales, que el Banco Central sea un instrumento de la política económica y no un espacio manejado por el poder financiero.
¿Por qué no ocurre eso en Argentina? Tengo la hipótesis de que, en ausencia de partidos políticos con capacidad de desarrollo de base, de generación de iniciativas y liderazgos, desde 2001 los medios de comunicación han dejado de ser arenas donde la gente discute, y han pasado a ser actores políticos directos. Y no actores en sí mismos. En cierta publicística kirchnerista hay esta especie de confusión: se toma al Grupo Clarín como si fuera el gran monstruo y no es así, se trata del mismo bloque de poder hegemónico que gobernó la Argentina a partir de 1976 y no dejó nunca de tener incidencia decisiva en el país, puso ministros, puso presidentes y participó de golpes de Estado. Esos grupos de poder son expresados, articulados y concentrados ideológicamente por el mensaje de los dos o tres medios principales y por la cadena multimediática. Ese poder económico tiene su propia lógica y su propia plataforma implícita, que no pueden explicitar porque con eso no se ganan elecciones.
La centralidad de los grupos económicos dominantes en el discurso político, paradójicamente, inhibe el surgimiento de una oposición con posibilidades electorales. ¿Por qué? Tomemos el caso de Macri, poniendo entre paréntesis a Scioli (en la política argentina hace muchos años que Scioli está entre paréntesis). Macri está en un lugar estratégico al gobernar la ciudad de Buenos Aires. Son tantos los desastres que arrastra la ciudad en décadas que, con un gobierno concentrado en la gestión, hoy la derecha podría tener un candidato de alta competitividad. ¿Pero a qué se dedica Macri? A ser el espadachín del multimedios en el combate contra el Gobierno. En otra situación paradójica, porque va en contra de la autonomía de la Ciudad: no quiso administrar ningún conflicto; en el tema del transporte y del subterráneo, que son parte de los grandes temas de la ciudad, siempre la responsabilidad se la quiso asignar al gobierno nacional. Hay una especie de adaptación del conjunto opositor a las líneas más radicalizadas y existenciales de la confrontación con el kirchnerismo. Y esto aliena a la mayoría de la gente, que no está pensando todo el día si quiere que Cristina sea reelecta o a quién va a votar en 2013. El problema es que la oposición no tiene mensaje político que pueda capturar, porque está prisionera de un mensaje político particularista. Hoy el mensaje político predominante es que el 7 de diciembre no pasa nada. Ese es el mensaje alrededor del cual se reúnen Patricia Bullrich, Federico Pinedo, Eduardo Amadeo...
En esa heterogeneidad se pierde la oportunidad de alcanzar un nivel de demandas y de debate política superior. Por ejemplo, el tema ambiental, la cuestión de los recursos naturales, es un tema palpitante y de extraordinaria importancia, acá y en el conjunto de los países de la región. En todos los gobiernos populares, populistas, progresistas o de izquierda de la región hay problemas entre una visión neodesarrollista, productivista, que no atiende determinadas cuestiones que los pueblos de Bolivia y Ecuador llaman “el buen vivir”. El problema es que no es sencillo plantear esto en una Argentina que viene de la desindustrialización, el desempleo masivo, la pérdida de competitividad industrial, de la pérdida de calificación de mano de obra. Hay que poner en complejidad un problema que no tiene una resolución sencilla. No quiero entrar en un debate en particular, pero para asegurarse de que una provincia como San Juan pueda tener una política efectiva de defensa de las reservas naturales hay que estudiar cómo podría sobrevivir. En los ’90, eso se resolvía con extrema facilidad: había algunas provincias que eran inviables. En estos temas hay una obturación de un debate que debería tener una calidad mucho mayor.
Hay analistas destacados que hablan de los tres grandes recursos que tiene la oposición, yo diría la oposición de derecha, que son: la especulación financiera y el ataque a la moneda; la interna peronista, y está también la ocupación de la calle. Creo que vamos a tener mucha protesta en la calle. No quiero caer en una visión conspirativa y decir que los gendarmes, los prefectos y todo lo que pasa en la calle es parte de un centro único que lo promueve. Pero si hay cinco personas en la calle y el sistema de medios lo espectaculariza, al día siguiente hay veinte personas, y así hasta lograr una masa crítica importante. La protesta social es una característica idiosincrásica del pueblo argentino. Ahora, la protesta social capturada, utilizada e instrumentalizada por los grupos que están buscando alterar el calendario institucional es otra cosa. El límite es el respeto por el calendario institucional y por las formas institucionales. Creo que vamos a tener meses de enorme tensión política y las movilizaciones callejeras van a ser parte de ese proceso.
Por Alejandro Grimson *
¿Es posible hoy en Argentina escribir algo que no genere inmediata irritación de uno o varios sectores? ¿Es posible plantear argumentos que permitan leer en la coyuntura problemas que la trascienden? ¿Es posible que esas ideas no sean consideradas contorsiones discursivas de intereses mezquinos o preguntas fanatizadas?
La emocionalidad de la política constituye un rasgo decisivo del momento actual. Ha inaugurado una crisis interpretativa que nunca habíamos visto en años recientes. El mismo dato, una medida de gobierno, una frase de la Presidenta, provocan cinco o diez interpretaciones distintas.
Las movilizaciones del 13 de septiembre expresaron una agregación de demandas altamente heterogéneas que deben ser cuidadosamente analizadas. El hecho de que sean movilizaciones cuyo sesgo sea una crítica y un reclamo en varios aspectos preocupante, e incluso el hecho evidente de que un sector de los manifestantes estuviera cuestionando la legitimidad democrática del Gobierno con profunda intolerancia, no puede enceguecer el análisis ni contribuir a estereotipaciones. Si se escogiera este camino se renunciaría a comprender los motivos que permitieron ese fenómeno y se contribuiría a su fortalecimiento.
Lo que debe llamar a la reflexión es por qué sectores preocupados por temas puntuales han quedado articulados en una movilización heterogénea donde participa y vocifera también el minoritario grupo que odia a este Gobierno. De ninguna manera todos los que pueden haber simpatizado con esa protesta son racistas o misóginos, pero en la protesta los había. ¿Se entiende que ambas cosas son ciertas?
Ahora, ¿de dónde sale ese racismo, ese odio, esa crítica a políticas sociales? Sabemos que es un fenómeno antiguo de la Argentina. Pero digamos también que décadas de fuerte segregación urbana, de crecimiento de la educación privada, de la salud y la seguridad privada han fortalecido islas en la sociedad argentina. Existe una parte minoritaria pero importante que no tiene la más remota idea de las vivencias y sufrimientos de los sectores populares. Y mucho menos se pregunta por sus derechos, ni los reconoce como tales.
Cada vez que sectores de la oposición apuestan a la agregación de demandas antikirchneristas, acaban presentando una mezcolanza que le impide presentar un proyecto consistente. Esto se agrava por la consolidación de un microclima antipopulista, donde se pierden de vista todos los matices y los contextos. En la oposición hay claras diferencias políticas, pero la fracción que está definida por su antikirchnerismo ha perdido el registro de cambios muy significativos.
Hay otros malestares sociales que deben ser comprendidos. Una crisis económica internacional nunca es buena para ninguna sociedad, ni para ningún gobierno. Difícilmente en un contexto de ese tipo no haya alguna erosión de capitales políticos. Pero la misma sociedad que apoyó con amplias mayorías la nacionalización de YPF y muchas medidas en la misma dirección, ve con preocupación otros procesos económicos, con implicancias sociales y culturales.
Frente a la opción de generar una creciente polarización considerando a las movilizaciones como un todo homogéneo, se trata de asumir el desafío de comprender aquello que no podemos compartir, para distinguir críticas de una derecha consolidada de otras críticas y malestares que tienen explicaciones más complejas. No se debe unificar lo heterogéneo.
Es necesario, a la vez, entender que por más que haya poderes que pretendan movilizar a la sociedad, sólo pueden conseguirlo en circunstancias muy específicas. Comprender esas circunstancias y revertir aquellas que es posible revertir contribuirá a quitarle espesor a un tipo de manifestación que puede apuntalar un proyecto que socave muchos de los avances logrados en estos años. Si la derecha tuviera un poder infinito, ¿por qué no organizaron estas protestas en 2010 o en 2011?
Hay una crisis internacional grave que está golpeando muy fuerte. Hay errores del Gobierno propios de 2012. Amplios sectores sociales (muchos que no participarían nunca en este tipo de protestas) tienen la inquietud, la duda, acerca de si el Gobierno registra tales errores o los ignora.
Un tema que considero decisivo se refiere a las distancias perceptivas. Quitando los discursos “anti”, es clave que el Gobierno analice el modo en que sus funcionarios se posicionan ante las injusticias que hay hoy en el país. Las reacciones frente a la desigualdad existente en el transporte público es contrastante con la sintonía que lograba el presidente Kirchner cuando decía “estamos en el infierno” o “pasamos al purgatorio”, generando percepciones compartidas entre la ciudadanía y sus líderes. Resulta clave reducir al mínimo las distancias perceptivas. Una de las mayores distancias, que ayuda al malestar que apuntala estas protestas, se genera con la cuestión de la inflación. Nada cabe agregar a la visión planteada hace unas semanas por el Plan Fénix.
Otra distancia perceptiva está generada por la manera de entender a la propia economía. El dólar o la inflación son fenómenos multidimensionales, sociales, políticos y culturales. Implican memorias culturales y son percibidos a partir de criterios de justicia o injusticia. Ninguna de estas y otras cuestiones son analizadas por la mayoría de los economistas. Hay medidas económicas que tienen consecuencias culturales y políticas que los economistas no saben calcular pero, más grave aún, no saben que deberían ser calculadas. No se trata sólo de choques de intereses matemáticamente calculables en función de posiciones estructurales, sino de intereses cultural y hegemónicamente constituidos a partir de matrices perceptivas.
Es imposible que la Argentina se desarrolle con una fuga de capitales equivalente a la que tuvo en su historia reciente. Pero eso no significa que haya medidas de estricta justicia (nadie puede comprar dólares con ingresos no declarados) y medidas donde la ausencia de criterios claros y previsibles torne potencialmente injusto el acceso a las divisas. Divisas que se necesitan para varias actividades completamente legales y relevantes para la economía y la cultura. Desdolarizar la economía y el ahorro exige un plan complejo y una ejecución cuidadosa, que incluye la creación de formas sólidas de ahorro. La “cultura del dólar” es el resultado de las vivencias históricas de 1975, 1989 y 2001, donde no sólo se transfirieron ingresos de los sectores populares a los poderes concentrados. También, en cada episodio, hubo injusticias horizontales, entre amigos y familiares de la misma clase social. En aquellas oportunidades los que menos confiaron en el Estado y en el peso salieron ganando. Revertir esa dolarización será un trabajo lento que exige extremo cuidado en las formas de instrumentación.
Evidentemente, entre los “malestares” hay muchos otros temas que las oposiciones han logrado instalar en un sector de la sociedad. La cuestión de la re-relección parece ser la más unificadora, para lo cual necesitan desconocer las palabras de la Presidenta en Harvard. Pero entre sus varias aristas, cabe preguntarse en qué país hay gobernadores de grandes provincias declarando su postulación presidencial con tres años de antelación. Respecto de la democratización de la comunicación, resulta claro que hay un amplio consenso social en función de que todas y cada una de las voces puedan estar en el espacio público. Aquellos que aman escuchar a los periodistas más opositores obviamente tienen pleno derecho a hacerlo. Y los que desean escuchar a otros, también. Toda la contundencia que el Gobierno aporte para insistir en las garantías de que ninguna voz será acallada, le quitará peso a esta cuestión. Ningún argumento ni hecho adicional que apuntale esa garantía estará de más.
Acompañando un contexto de crisis internacional, las limitaciones y los errores pueden ser más notorios. Aunque haya quien pueda pensar que contando con amplio apoyo electoral los errores son secundarios, el término “secundario” puede ser interpretado de dos modos muy diferentes. En un sentido, “secundario” significa que el balance desde el 2003 es claramente positivo, lo cual me parece indiscutible. En otro sentido, “secundario” significa que los errores son irrelevantes, lo cual es falso. Escuchar las críticas no para cambiar el rumbo, pero sí para distinguir lo que debe ser corregido, implica retomar la vocación hegemónica en el sentido gramsciano. La construcción del bloque histórico siempre implica analizar si se puede conceder en lo no esencial para preservar lo esencial.
Para comprender un fenómeno tan heterogéneo, es crucial también analizar los temas por los cuales no protestan quienes organizan el 8N. Podemos comprender mejor los significados de esa movilización entendiendo lo que no está en su agenda. No hubo el 13S fotos de Mariano Ferreyra ni de Roberto López (el qom asesinado en Formosa), ni de Cristian Ferreyra ni habrá el 8 de Miguel Galván, del Mocase de Santiago del Estero. Tampoco consideran riesgos para la república que una jueza intente impedir un aborto en oposición a la Corte Suprema, ni les preocupan temas relacionados a la minería, que implicaría reclamar por más regulación del Estado.
Un 54 por ciento de los votos otorga no sólo una legalidad contundente para cumplir el mandato constitucional, sino que expresa una amplia legitimidad. Si sectores de la derecha creen que esa legitimidad se ha perdido, se sorprenderán en cualquier momento, porque los sectores populares no están dispuestos a perder nada de lo logrado. Más allá de que sea una consigna, sustancialmente la idea implicada en el “nunca menos” debería ser comprendida por cualquier proyecto de oposición que pretenda interpelar a las grandes mayorías. Con todos los problemas que pueda tener este o cualquier gobierno, sigue sedimentada una mayoría de argentinos que de ninguna manera está dispuesta a retornar al modelo que hizo estallar al país.
Al mismo tiempo, la construcción de hegemonía es un proceso siempre inacabado, abierto, que nunca puede darse por sentado. La coyuntura actual exige que los grandes lineamientos políticos sean acompañados por una genuina sintonía fina de la gestión, tarea que sólo puede ser llevada a cabo por equipos con jerarquías claras. Una sintonía que reconozca problemas, que torne transparentes los datos y los procesos, que planifique acciones y que se rija para todos los casos con principios de justicia y equidad.
Hay un punto ciego del debate político actual. Es un gran misterio con qué gobiernos de la historia argentina comparan los opositores al actual. Tampoco se sabe con qué gobiernos actuales es comparado el gobierno argentino, salvo que sean los neoliberales que trabajan en un rumbo diferente al elegido por la mayoría. Es muy fácil hacer críticas descontextualizando, haciendo como si no hubiese crisis económica internacional, como si no hubiese diversos poderes sociales, como si la Argentina hubiese tenido en el siglo XX muchos gobiernos maravillosos. Cualquier acción política adquiere sentido sólo en un contexto específico. Actuar sin leer adecuadamente los contextos sólo puede alimentar la crisis interpretativa.
* Antropólogo.
Por Norma Giarracca *
A diferencia del 13 de septiembre, el cacerolazo del 8 de noviembre se viene preparando explícitamente con mucha dedicación por unos cincuenta sitios de Facebook, blogs y hasta el agregado del 8N en los nombres de quienes interactúan en las redes sociales, en señal inequívoca de formación de un futuro “nosotros”. Es un entramado difícil de visualizar por quienes están fuera de la dinámica de las redes sociales, aun cuando Página/12 y La Nación, además de algún periodista en televisión, hablaron del fenómeno.
Todos sabíamos que las redes sociales han funcionado en otras partes del mundo para organizar a jóvenes que protestaban por las crisis económicas, financieras, gobiernos dictatoriales, pero en los análisis de la marcha “antigobierno” pasada se nombró a las redes, pero no se les dio a estos sitios y a sus coordinadores la significación que con el paso de los días parecen adquirir. En efecto, detrás de los sitios, blogs, operan fundaciones o personajes muy ligados a la vida empresarial y política del país. La imagen de jóvenes descontentos por muchos y válidos reclamos que llaman por las redes a encontrarse en determinados lugares y marchar juntos pierde consistencia. Existen fundaciones, asociaciones fuertemente ligadas a la Iglesia de derecha, a miembros de la Sociedad Rural Argentina (SRA), a los cavernícolas que aún apoyan a los militares genocidas y al jefe de Gobierno porteño, que se reúnen, deciden fechas, lugares de encuentro, consignas y próximos calendarios.
¿Estamos afirmando que todos los que salen responden a estos grupos? De ninguna manera, sólo tratamos de explicitar las condiciones de contorno que tendrá el cacerolazo del 8 de noviembre. Si estas condiciones no están explicitadas, no es porque quieran ocultarse o mantener anonimatos, sino porque aún no han hablado de esto en el campo de la política institucional ni es tema de debate de grandes medios y esto, a nuestro juicio, por una sencilla razón: no existe un conocimiento generalizado (sentido común) de la importancia de la “comunicación social” en la vida social, cultural y política de las sociedades contemporáneas. Algunos tienen esos conocimientos y manejan esos dispositivos, como en estos casos, para fines difíciles aún de conceptualizar.
Algunos de estos grupos se presentan asimismo como preocupados por un cambio social que es posible en tanto haya preparación de jóvenes en “gestión eficiente”, liderazgos, etc. Para que se comprenda, tienen cierto parecido de familia con lo que fue el think tank neoliberal del menemismo, el Grupo Sofía, que dio funcionarios para el gobierno de Menem y para el actual gobierno porteño. Otros son más brutalmente de derecha, con un alto contenido de violencia simbólica. Algunos nombres se repiten, se articulan en redes de amistades, camaraderías o negocios. El presidente de la SRA, Hugo Biolcati, aparece vinculado a dos nombres (los personajes más activos) en negocios agropecuarios, canchas de polo, revistas y programas de radio sobre el campo, etc. Macri y su gabinete son nombres que también aparecen en estas relaciones. Un detalle de la elección de la fecha, que no parece casual, nos asusta: el 8 de noviembre es el aniversario de la muerte de Massera y el día de nacimiento de Astiz.
¿Qué importancia tiene esto? A nuestro juicio, ayuda a comprender los motivos de cierta violencia y racismo del 13 de septiembre (ahora se está pidiendo que no se repita). También habilita un mayor nivel de corroboración a nuestra hipótesis de que, más allá de las demandas a formas de gestión gubernamental, no existe un solo reclamo ligado a esas “broncas” a las que se refieren documentos de organizaciones populares de todo el país, que se diferenciaron de la última marcha (“Que tu bronca no te ciegue”, de la Asamblea por el Agua, y “Otras son nuestras broncas”, de Compa, una coordinadora de organizaciones populares). Broncas que tienen que ver con que los sicarios de los inversores sojeros sigan asesinando impunemente, que esté en riesgo de retroceso la significativa legislación de los pueblos indígenas, que Monsanto siga invirtiendo en el país y los pueblos cordilleranos vivan arrinconados por las mineras; que los sectores urbanos pierdan por la inflación o desocupación niveles mínimos de una vida digna, que el transporte mate, y muchos etcéteras. Nada de eso está en agenda, no les interesan los subalternos, las resistencias territoriales, el poder económico (al que seguramente están asociados). Aún más, muestran una insolidaridad extrema: una “twittera” categorizada 8N, que se muestra joven en la foto del perfil, con un bebé en brazos, pide que se termine la Asignación Universal por Hijo.
Es un fenómeno que amerita ser reflexionado porque algunos periodistas, políticos e intelectuales con ideas de centroizquierda tienen tanta indignación con el Gobierno que se ciegan y son incapaces de ver hacia dónde se desea conducir a estos cacerolazos o, peor aún, creen que fuerzas opositoras con estos apoyos son buenos candidatos al gobierno nacional. Mucha gente sale desconociendo que esa vieja derecha no democrática del país está operando. Los reclamos genuinos de tales ciudadanos deben ser escuchados. Pero quienes tienen la obligación de estar informados no pueden seguir afirmando que cualquier manifestación en el espacio público sigue fines democratizadores.
* Socióloga (IIGG-UBA).
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