Lun 12.11.2012

EL PAíS  › ESCENAS Y REFLEXIONES ALREDEDOR DE LA PROTESTA DEL 8N

El lugar de las cacerolas

Chivos expiatorios

Por Sebastián Premici

¿Qué llevará a una persona a decirle a un periodista “a vos te paga el Gobierno”? ¿Qué hace suponer que una determinada empresa periodística sería parte del Estado? ¿Por qué un grupo de “autoconvocados” manifiesta ser “pacífico” luego de presenciar una trompada a un colega, al mismo tiempo que rodean a un cronista de un canal de cable (CN23) gritándole “a vos te pagamos el sueldo nosotros”?

¿Por qué una señora, envuelta en una bandera argentina, lanzó al aire, muy despreocupada, la sospecha de que La Cámpora había estado detrás de la trompada al colega de C5N? “Es de La Cámpora, es un infiltrado. Del Evita también”, decía otra persona con una banderita de pueblos originarios. ¿De dónde surge, y cómo surge, ese imaginario sobre La Cámpora? O mejor dicho, ¿cómo se crea esa idea de una supuesta juventud violenta?

El ministro de la Corte Raúl Zaffaroni explica de manera muy clara cómo son creados algunos imaginarios sobre la violencia, o el odio, o el supuesto miedo que algunos comunicadores están empecinados en instalar. Dice Zaffaroni: “¿Cómo hicieron los grupos económicos para imponer su modelo? Primero tuvieron que encontrar un chivo expiatorio. Lo primero que se necesita (para un genocidio) es crear miedo. ¿Y cómo se construye ese miedo? De la misma manera en que se construye la realidad, mediáticamente. A partir de ahí se opera sobre la sociedad, seleccionando datos que indicarían que vivimos en un mundo terrible”.

Uno de los chivos expiatorios podría ser la juventud, aquella que carece de “prontuario” para denostar en los medios de comunicación, como sostuvo el senador Marcelo Fuentes durante uno de los recientes debates en el Congreso. Por ende, se “opera” para construirles una imagen violenta. Otro chivo expiatorio que empieza a surgir en los espontáneos cacerolazos son los periodistas que no pertenecen al Grupo Clarín. ¿Cómo surge ese chivo expiatorio?

“El Gobierno ya lleva gastados en lo que va del año 170 millones de pesos en publicidad de televisión abierta y cuatro de los cinco canales de aire recibieron el 99 por ciento de ese monto... Seis de los siete canales de noticias que hay en el país recibieron el 99 por ciento de lo que el Gobierno gastó en publicidad en lo que va del año.” Ambos argumentos confluyen en “que el 80 por ciento de los medios son afines al Gobierno”.

Algunas consideraciones: En los canales de noticias del cable conviven periodistas con posturas políticas e ideológicas diferentes. En Canal 26 están Maximiliano Montenegro y Mariano Grondona. En América 24, el Gato Sylvestre y Luis Majul. En C5N están Antonio Laje, Fabián Doman o Beto Casella. Además, la mirada del Grupo Clarín parece restringirse sólo a la ciudad de Buenos Aires, donde tiene su mayor conflicto de intereses en cuanto a la ley de SCA, que en su artículo 45 dice que en una misma localidad una empresa no puede tener un canal de aire y una licencia de cable. Estos datos escapan a veces de las discusiones más efervescentes, que se replican tanto en los mismos medios como en la calle.

Luego de la desconcentración en Plaza de Mayo ocurrió una interesante e intensa discusión entre quince caceroleros contra un militante del kirchnerismo sobre la ley de medios. @niqueco, tal su alias en Twitter, intentaba narrar los principales puntos de la ley, sobre todo el articulado referido a la adecuación y cantidad de licencias para cada grupo mediático. “Lo que pasa es que vos te comiste el manual, estás fanatizado y no escuchás lo que te estamos diciendo”, le gritaba una joven. Los argumentos de los caceroleros eran tres: el Gobierno coloniza el 90 por ciento de todos los medios del país, una cosa es un monopolio privado y otra del Estado, y el tercer argumento era “¿para qué necesitamos una ley si podemos cambiar de canal y listo?”.

Entonces, ¿de dónde surgen los argumentos que se repiten casi sin mediación? ¿No surgirán del poder hegemónico de los medios, capaces de neutralizar cualquier contraargumento? ¿La idea de que todos los medios son iguales, salvo por Clarín, no surgirá porque hay quienes repiten hasta el hartazgo la idea de que existe una “prensa adicta”, sin medir las consecuencias directas? ¿Dónde reside la potencia del discurso hegemónico de algunos medios? Justamente, en neutralizar las distintas líneas editoriales, los matices, y resumir todo en la “propiedad de los medios”. Por eso, la ley de SCA es tan potente, porque apunta a desentrañar la concentración empresaria, apostando a una transformación cultural que nos interpela a todos.

Como reflexiona Zaffaroni, los medios de comunicación hegemónicos en la Argentina parecen construir chivos expiatorios. ¿No generarán violencia simbólica y fáctica, también? Que un grupo de personas decida rodear a un movilero, como ocurrió en el caso de CN23, gritándole “a vos te pagamos el sueldo nosotros, son todos chorros, son del Gobierno”. O que les peguen a varios movileros, tal el caso de C5N o el colega de Duro de domar, no son meros hecho del azar. Tienen una trama que puede explicarse a partir de ciertos discursos hegemónicos que la ley de SCA pretende combatir.

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Movilización y consumo

Por Gustavo Veiga

Apretada contra las vidrieras comerciales de la avenida Cabildo, la feligresía movilizada en el barrio de Belgrano se confundía con los consumidores de electrodomésticos. Era como un desfiladero humano. Unos, amuchados sobre la vereda, se estiraban en puntas de pie para tratar de divisar lo que pasaba en la esquina con Juramento. Otros, en los amplios salones de Garbarino o Compumundo, preguntaban precios o atosigaban a los vendedores con inquietudes sobre el último iPod o la cantidad de frigorías de un aire acondicionado que puede valer entre 3600 y 7600 pesos. Se sabe: el calor estimula las ventas a esta altura del año.

La movilización en contra del gobierno nacional y la avidez consumista se combinaban con nitidez, como dos actos reflejos, en un puñado de metros cuadrados. Eran dos postales de un único álbum, de una clase social – mayoritariamente clase media– autoconvocada para marchar o que mira de reojo la tarjeta de crédito. No parecía mermar el ingreso de clientes en los negocios de la zona por la manifestación anti K. Por el contrario, se nutría de los vecinos, transeúntes o movilizados que caían seducidos al influjo de las marquesinas que exhiben precios sin anestesia. Bien pueden mezclarse la civilidad ciudadana y el consumo, y no en dosis homeopáticas.

Lo mismo sucedía a la vuelta, por Juramento, en la heladería Freddo, donde señoras acicaladas se apiñaban sobre el mostrador a la espera de un cucurucho de mascarpone con coulis de frambuesas o mousse de arándanos. Los bares vecinos a la iglesia La Redonda o de la Inmaculada Concepción estaban a medio llenar o se completaron cuando finalizó la convocatoria a la marcha. En las caras de los parroquianos se adivinaba un gesto de satisfacción, de deber cumplido. Un tostado de jamón y queso más una pequeña botellita de agua saborizada pueden costar en las confiterías del barrio unos 47 pesos. Nadie sentado a una mesa se quejaba ante el mozo de turno por la inflación. A lo sumo por el calor u otras medidas “impopulares” del Gobierno, como las restricciones para comprar dólares o las presuntas libertades conculcadas.

Los hombres maduros lucían una vestimenta estereotipada. Camisa cuadrillé, bermuda y mocasines Guido. En las mujeres de raros peinados nuevos se anticipaba el verano en sus cuerpos bronceados.

Cabildo y Juramento es una esquina de la iconografía porteña muy sensible a las capas medias. Quizá no tan emblemática como Santa Fe y Callao o no tan paqueta como cualquiera de La Recoleta, pero marca tendencias de consumo y sirve para medir los decibeles que provocan los golpes de las cacerolas. Cacerolas grandes, medianas y chiquitas, un gong sacado de una vieja repisa o campanitas de bronce en manos de abuelas distraídas o niñas sentadas en un cochecito festejadas por sus padres. Da lo mismo cualquier objeto metálico, como dan lo mismo ciertos precios en Cabildo y Juramento. Nadie parece mirarlos con lupa. No es una esquina de rebajas como se ofrecen en el Once o La Salada. A lo sumo se les regatea el precio a los artesanos de la plaza Manuel Belgrano.

Movilizarse es un derecho y consumir también, aunque no se trate de artículos de primera necesidad. Pasa todo junto y en una misma vereda. El sonido de las cacerolas y las preguntas sobre las notebooks de última generación sólo tendrán una impasse cuando se entone el Himno nacional. Será la pausa que anticipará una desconcentración sin incidentes que reportar ni negocios que hayan perdido sus ventas. Por el contrario. En estos tiempos se nota que movilización y consumo van de la mano en un barrio porteño como el de Belgrano. Todo puede combinarse en armonía. El discreto encanto de la burguesía que filmó Luis Buñuel hace cuarenta años.

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