Vie 16.11.2012

EL PAíS  › OPINION

“Me quedé sin voz”

› Por Guillermo Greco *

A Frank Sinatra se lo apodaba “La voz”. Cantó miles de canciones con distintas letras y melodías, pero lo que nos cautivaba era “la voz”. Ese timbre, esa sonoridad tan peculiar. Los arreglos musicales de la orquesta formaban parte de esa voz. Los sonidos de “esa” orquesta y de “esa” voz hacían un uno único. En nuestro país “La voz” se llama, todavía, Mercedes Sosa, a pesar de que algunos nostálgicos sigan creyendo que Carlos Gardel cada día canta mejor. Finalmente: ¿algún argentino puede no reconocer la voz del general Perón? Ese sonido, esa modulación, ese tono.

Salto a otro campo. Un nene que tenía miedo a la oscuridad le pedía a su mamá que le hablara. Ella, sorprendida, le preguntó si cuando hablaba desaparecía el miedo, a lo cual el hijo respondió: “Sí, cuando hablás está menos oscuro”. Los locutores, los cantantes y los imitadores saben bien de qué hablo. Tal vez alguno de ellos pueda explicarlo mejor.

Pues bien. Uno de los rasgos de la marcha del 8N es que no hubo oradores. En cualquier acto político, de cualquier signo, los dirigentes disputan entre sí para hablar ante el micrófono unos minutos. El manual del dirigente político sostiene que el que habla en último lugar, el que cierra el acto, es el más importante y el mensaje que ellos transmiten es lo que le da sentido al acto y lo que es reproducido por los medios de comunicación. Las consignas dichas o escritas también definen el sentido de la movilización. Por eso en ellas se grita, se canta, se llevan banderas enormes, etcétera.

La última voz que tuvo la oposición fue la de la pitonisa cívica que nos apabullaba con oráculos que anunciaban lo peor de lo peor. Cuando ella hablaba, deslumbraba a propios y extraños, más por su voz que por sus ideas, pero perdió credibilidad y la voz se apagó. Ahora no hay dudas de que la oposición no tiene voz, lo cual genera una paradoja: el ruido de las cacerolas es su única voz. ¿Cómo interpretar la voz de las cacerolas? Una voz que no habla, que expresa pero no pide, una voz que es ruido, que indica la presencia de una multitud aturdida por su propia voz y lo que es peor: que festeja ese aturdimiento. Una voz degradada en ruido no alienta buenos augurios.

* Psicólogo.

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