Dom 01.06.2003

EL PAíS  › LA PRIMERA SEMANA DE UN GOBIERNO QUE ARRANCO CON PIE FIRME

La famosa voluntad política

La voluntad política del Gobierno, a pura iniciativa. La decisión sobre los jefes militares: cuestión de estilo y de fondo. Un gobierno en movimiento. El rol de Lavagna y la relevante decisión sobre los peajes. Prat Gay habló de más y otros hablan de él. El PJ, ahora en contra del modelo que instaló el PJ. Y un recuerdo a un maestro.

› Por Mario Wainfeld

Y la política resucitó y habitó entre nosotros. Fue una semana febril, llena de novedades pero un eje la articula: Néstor Kirchner consiguió imponer su agenda y trazar las líneas maestras de un nuevo mapa político. La expresión “se terminó la campaña” quiere significar, en la reciente tradición local, que acabó la etapa del verso, de la retórica que atrapa giles, cediendo paso a la de la sumisión a los poderes fácticos, la de las bajezas, la del pragmatismo gallináceo. Kirchner obró un pequeño milagro (cuya perduración nadie puede garantizar ni negar de antemano), que es el de haber sido más promisorio como presidente que desde la tribuna.
En funciones, Kirchner sacó de escena algunos debates e instaló otros. Básicamente, dividió aguas respecto de un gobierno que se propuso como una activa gestión de centroizquierda. Nadie dijo (nadie pensó) en estos días que el Presidente es un títere de Eduardo Duhalde o un mandatario debilitado porque Menem saboteó la doble vuelta. No es menudo éxito del santacruceño haber diluido esas polémicas. Se discuten sus decisiones, su manejo del poder. Nadie, ni los que lo criticaron mucho, lo acusa de débil o de perezoso. Y tampoco nadie lo imputa por haber vulnerado ley alguna.
Kirchner dejó un buen espacio para una oposición de centroderecha para allá. Ahí se instalarán Ricardo López Murphy, quien ya salió en defensa de sus amigos los uniformados (en Argentina los financistas aman a ese improductivo sector de los empleados estatales), y Carlos Menem.
Para el centroizquierda la tarea será más espinosa, si el Gobierno porfía en el rumbo emprendido esta semana. El ARI y la miríada de pequeñas fuerzas progres hijas de la implosión del Frepaso tendrán que afinar la punta del lápiz, estilizar sus planteos, abandonar el alineamiento automático en contra. No es imposible una constructiva agenda de oposición de izquierda moderada a un gobierno como perfila ser el actual, pero proponer esa agenda requiere arremangarse y trabajar más a fondo que lo que acostumbraron los opositores parlamentarios frente al menemismo y la Alianza.
Como fuera, los opositores en estos días quedaron confinados a la tribuna o al telebím. El Gobierno, sencillamente, ocupó su lugar en la cancha. Y, contra lo que es usual cuando termina la campaña, salió a jugar a la ofensiva.
Vista al frente
La decisión sobre cambios en las cúpulas militares tuvo un despliegue de vértigo, acaso potenciado por los azares del calendario. Kirchner asumió el 25 y el 29 es el Día del Ejército, lo que obligaba a producir definiciones y decisiones en un plazo record. A partir de su decisión primaria, la de producir un cambio esencial en dichas cúpulas, el Presidente resolvió bien el entuerto. Tanto que puede sospecharse que lo ha cerrado y que en un par de semanas ese tema será cosa del pasado.
Si bien hay razones más vastas, algunas de las cuales se mencionarán en próximos párrafos, es imposible dejar de pensar que Kirchner pensó este escenario en función de consolidar su perfil, la imagen de su autoridad. De cara a los argentinos que votan, su jugada es pura ganancia. “Una encuesta de Artemio López dice que tenemos 87 por ciento de aprobación”, se jacta un ministro. Otros sondeos registran porcentuales similares (ver página 7). Un dato corrobora la vastedad de esas tendencias: el on line del diario La Nación, que interpela a un público insospechado de progresismo o antimilitarismo realizó un sondeo el jueves 29. Preguntó qué pensaban los lectores sobre el discurso de Brinzoni: más del 51 por ciento lo consideró “fuera de lugar”, un largo 11 por ciento lo estimó “desafortunado”, sólo el 28,47 por ciento juzgó que estaba bien.
Brinzoni, ofuscado, terminó de hacerle un favor político al Presidente. Su llorosa arenga del miércoles, arrogándose una serie de derechos que ninguna ley le confiere y que su desempeño no autorizaba, posibilitó que Kirchner en persona le replicara el jueves. La decisión de hablar fue asumida por el santacruceño tras consultar con varios hombres de su gabinete, aunque seguramente estaba tomada de antemano. Lo cierto es que Julio De Vido, Aníbal Fernández y José Pampuro revistaron entre los más convencidos de que debía haber una respuesta firme y de cuerpo presente al gorila general retirado.
En el Gobierno aseguran que la sangría no es solo una manifestación de poder, una suerte de disciplinamiento ante tempus de otros actos. “No se engañe –dice un hombre del Presidente–, Néstor no es un antimilitarista. Ni una persona que considera a las Fuerzas Armadas un tema menor. Duhalde podía pensar así y por eso lo puso a Horacio Jaunarena. Néstor es patagónico, tiene otra valorización de Malvinas y del conflicto por los Hielos. En Santa Cruz los militares cumplen funciones efectivas de cooperación con el gobierno y la sociedad civil.” A estar del interlocutor calificado de Página/12, la purga militar no es un gesto que se agota en sí mismo sino la definición de una nueva fuerza armada, más subordinada al poder civil. También más alineada en onda con el nuevo proyecto político oficial que enfila hacia el Mercosur y no hacia el Pentágono, alfa y omega de los sueños y las prácticas de los Brinzoni boys. La expresión “ejército nacional”, de difícil deglución para muchos incluyendo al autor de estas líneas, brota en labios oficialistas. Que tampoco se privan de señalar ciertas maniobras conspirativas de la anterior cúpula que habrían tenido como centro al “dragoncito verde”, general Daniel Reimundes.
A futuro, el Gobierno se place de tener un plantel militar que, con la peculiar excepción de su Jefe, el general Roberto Bendini (58 años), en sus estratos superiores ronda la edad dominante en el gabinete nacional (50 a 55 años), con una creciente presencia de coroneles que andan por los 45 años, edad que entre otras cosas los deja afuera de responsabilidades en el terrorismo de Estado.
Pasar a retiro 19 generales de un plumazo es un saque, máxime si se computa que ascienden sólo ocho al año y que la próxima promoción será para las fiestas de fin de año. En el Gobierno están seguros de que éste no es el fin de la tarea sino el comienzo de una reformulación que engarza con otros planes estratégicos, como es la defensa de la plataforma continental, no de eventuales avanzadas de los hermanos chilenos o brasileños sino de la acción corsaria de pesqueros de todas las banderas. La soberanía argentina no está en riesgo por (inexistentes) delirios belicistas de los gobiernos limítrofes sino por la avidez de diversos actores capitalistas, explican a pocos metros del despacho de Kirchner. E imaginan una fuerza armada en consonancia con tales desafíos.
Primus inter pares
“Hablá sencillito. No tires muchos números, ni uses demasiadas palabras técnicas.” Gildo Insfrán –relata un testigo creíble– le daba un acelerado curso de retórica en acto popular a Roberto Lavagna, debutante en tamañas lides. Fue en Formosa, en el segundo viaje al Interior que encabezó el Presidente en tres días. Lavagna integró esa comitiva y se sumó, dicen cerca de él, con alegría. “Roberto se dio un baño de gente –dice alguien que lo quiere bien–, fue aplaudido en San Vicente y en Luján hasta le pedían ‘no cambie’. Imagínese, ahora le piden al ministro de Economía que no cambie.” En Formosa, dicen hombres del Presidente, el ministro de Economía, un peronista “paladar negro” habituado a otros auditorios se defendió bien, honrando los consejos del gobernador.
La autopercepción del Gobierno (de cualquier gobierno) suele ser más generosa que la propia imagen, pero es cabal que en estos días el activismo presidencial pegó bien en “la gente” y en el microclima político. Un hecho por día, propone Kirchner y su equipo obró en consecuencia. Cierto es que algunos “hechos” son por ahora anuncios, esto es promesas, y en la Argentina no es norma honrarlas. Pero el clima general es de esperanza y la gestualidad del gobierno mucho hizo en pro de ese cambio de sensación térmica. El frenesí comenzó en Entre Ríos con una imagen propia de Argentina año verde, la Ctera aplaudiendo al primer mandatario. El centro de la foto es mérito del Gobierno todo y de su ministro del área Daniel Filmus, pero unas líneas merece Marta Maffei, una dirigente gremial aggiornada y responsable como pocas, una inusual líder sindical que piensa en función de políticas de estado y que tuvo la grandeza y la astucia de registrar el signo del momento. Esa foto puede tener para ella precios simbólicos por izquierda pero, como suele cuadrar a su trayectoria, privilegió ser constructiva y apostar al futuro.
Paraná fue el primer hito de una serie de apariciones oficiales revelando (hasta ostentando) movilidad y presencia. Lavagna fue seguramente el que más apareció, a menudo compartiendo cartel con sus pares, lo que no debe asombrar por la centralidad de su área, su relativo peso específico y también porque el titular de Hacienda amaneció valiéndose de “ahorros” que hizo en el último tramo de la gestión de Duhalde. En los estertores, quemando algunos libros, Lavagna subejecutó sus partidas de gastos, lo que le permitió un amanecer casi dispendioso en el primer tramo del gobierno de Kirchner. Una fuerte apuesta política, que podían haber cobrado Carlos Melconian o Manuel Solanet, pero que capitalizó el titular de Economía. Una figura que no suele hablar ante gentes de a pie, pero que viene revelando una cintura política infrecuente, que su estilo flemático suele disimular. En la espuma de estos días, Lavagna se ingenió, como un Pac Man, para tomar posiciones en disputa: fue por la cabeza del titular del Indec, Juan Carlos del Bello, y logró que Felisa Miceli quedara al frente del Banco Nación. Y no le cayó nada mal que Kirchner decidiera retirar dos pliegos de directores del Banco Central para tener más presencia allí.
La decisión de licitar nuevamente los corredores viales (quizá la señal más fuerte de las varias que emitió el Gobierno en estos días, si se piensa a largo plazo) sería en otra comarca apenas la aplicación estricta de la ley. Acá tiene todo el tinte de una agradable novedad. Los concesionarios venían bregando desde hace rato con una injustificable prórroga, que en público llegaban a la desmesura de ponderar en 40 meses y en privado regateaban “bajando” hasta un año. Durante la gestión Duhalde Lavagna los distrajo, tiró la pelota al corner y mantuvo el tema sin resolver. La presta decisión de Kirchner y de Julio De Vido le permitió redondear su acción pegando primero y abortando hasta las protestas de los empresarios prebendarios.
El perfil alto de Lavagna no tiene por qué ser una tragedia, pero sí tiene la pinta de ser un karma de este equipo de gobierno. La dialéctica de la relación del ministro primus inter pares con el Presidente –que hace apenas un par de meses estaba teñida de desconocimiento y desconfianza y que ahora atraviesa un momento luminoso– será un eje de la gestión. Pocos matrimonios resisten una mala luna de miel, pero ninguno sobrevive solo en el período de pasión y de mimos.
Imprudencia
“Fue una imprudencia”, reconoció Adolfo Prat Gay a Lavagna, al jefe de Gabinete Alberto Fernández y a los diputados del Grupo Talcahuano. El presidente del Banco Central, que se esmera en cultivar el perfil bajo, irrumpió con declaraciones enérgicas y descalificadoras formuladas ante decenas de oyentes en un ámbito que solo un novato puede suponer privado. Lo que dijo no difiere especialmente de lo que piensa el joven Prat Gay, pero la inoportunidad de su verbalización fue manifiesta. La pregunta del millón es si lo suyo fue una torpeza o una jugada a largo plazo.
En Economía y en el ala política del Gobierno le conceden el beneficio de la duda, aunque sin escatimarle algunos palitos. “Se fue de boca, por soberbio. Estos tipos de la City son así, intolerantes con los que no piensan como ellos. Pero no creo que haya habido mala fe” excusa, por así decirlo, un incondicional del Presidente. “Se equivocó, porque es demasiado creído. Alguna vez se comparó con Alan Greenspan...”, redondea sin especial cariño otra alta voz oficial.
El tiempo dirá si esto fue solo un mal paso o el comienzo de una mala relación. Lo cierto es que aconteció en una semana en que las posiciones de Prat Gay fueron jaqueadas por Lavagna. El titular del Central y el de Economía tienen una tensión funcional que hace a las esferas de su competencia, que muchas veces son lindantes y de límites imprecisos. Suelen llevarlas con elegancia y hasta diríase con cierta alegría competitiva. Pero el blooper de Prat Gay acaeció en una semana en que la City se puso nerviosa por los gestos de autonomía política del gobierno. Claro que ese “malestar” no impactó los indicadores económicos ni aún los más neuróticos como el dólar o las tasas de interés. Un punto en común une a Lavagna y Prat Gay y los distancia de otros economistas reconocidos como de primer nivel: están convencidos de que ésta es una etapa promisoria, mucho más sensata que la de la convertibilidad y que tiene todo el rango de una oportunidad. Y que el signo de la etapa debe ser la heterodoxia económica, lejos de las vulgatas que difundió por años el FMI, comprada sin beneficio de inventario por economistas y políticos nativos durante una década atroz. Un acuerdo profundo (bien en línea con el pensamiento presidencial) que no obsta a que tengan una interna que en estos días se ahondó. Prat Gay ahora está instalado como sospechoso en el magín del Presidente, que suele ser (y hasta pecar de) suspicaz, pero que en este entuerto tiene material consistente para alimentar sus tendencias.
Dialéctica
Kirchner le pidió al flamante jefe del bloque de diputados del PJ que saliera a pegarle a Brinzoni y el bloque salió, como un solo hombre. También reaccionó presto para recomenzar los juicios políticos a varios integrantes de la Corte Suprema. El miércoles, para redondear, senadores y diputados sacaron las telarañas que había en sus bancas y sesionaron a toda máquina. El peronismo suele ser así, veloz para alinearse detrás del vencedor, máxime si éste exhibe liderazgo. Y bien escaso de pruritos ideológicos o de trayectoria. Esos que impedirían que manos habituadas a alzarse durante el menemismo (o a portar valijas varias no siempre vacías) enrojecieran cual remolachas aplaudiendo a Fidel Castro. O que obligaría a dar alguna explicación a quienes fueron impulsores de las privatizaciones más escandalosas y ahora predican cambiar de modelo.
Como fuera, con estos bueyes tendrá que arar el Presidente y algunas contradicciones deberá afrontar. Ya en estos días de gloria hizo campaña por Insfrán, que sólo puede asociarse con la nueva política merced a un esfuerzo de la imaginación. Y tendrá que jugar acompañando a José Manuel de la Sota o a Jorge Obeid contra Hermes Binner, una figura más cercana a su pensamiento estratégico. Otro karma del Gobierno será la relación con su partido, proteico como ningún otro, avispado para rumbear adonde sopla el viento pero también habituado a modos y dispensas que no conjugan bien con el clima que propone la actual gestión. El adversario es claro y el gobierno empezó bien, imponiéndole límites y autoridad. Pero la propia tropa, que en estos días pareció un dechado de lealtad, ha de ser un problema estructural no sencillo de manejar.
Fidel vino, Alfredo se fue
Pocos países del mundo le podrían haber propiciado a Fidel una recepción y un acto masivo tan cálido. Buenos Aires, una ciudad que es cosmopolita y de tono progresista pero no un búnker revolucionario, lo trató como a un hijo pródigo. Distintos motivos habrán detonado esa reacción, quizás el mínimo común denominador sea el respeto por un líder que defendió a su pueblo, que garantizó alimentación, educación y salud para dos generaciones de su pequeño país, manteniendo alta la dignidad nacional. Su discurso, universalista, arraigado en la historia, pleno de memoria y obstinado en dar contexto a sus afirmaciones, alude al estilo de estadistas que ya no quedan.
La pasión acompañó a Fidel. Para el futuro de la Argentina será más relevante el tono latinoamericano y pro Mercosur que tuvo la asunción de Kirchner. Los vientos de fronda que evoca Fidel pueden generar pasiones, pero los gratos vientos de cambio que recorren este Sur son nuestra realidad y nuestro destino histórico. Con toda lógica, el primer viaje del Presidente será a Brasil en pos del único camino viable.
u Alfredo Bravo se fue y dejó un recuerdo imborrable. Es imposible dejar de evocar su personalidad entrañable: cascarrabias, cabrón para discutir, tanguero, amante de la buena mesa y la buena bebida, fana de River, bromista casi compulsivo. La trayectoria del maestro socialista tiene tantas aristas que cualquiera puede elegir un costado. Para quien termina estas líneas, lo más evocable de un hombre de convicciones férreas fue su vocación de abrir el juego. Fue uno de los socialistas menos gorilas, más abierto a dialogar (sin resignar posiciones ni malos modos) con el peronismo. Fue gestor de un sindicato vastísimo, fue creador de un organismo de derechos humanos de los más amplios en su convocatoria, Y apostó a agrandar sus fronteras, con el alfonsinismo, con el Frepaso, con la Alianza, con el ARI. Esas decisiones políticas, esa permanente batalla con la tentación del sectarismo, no tuvieron la mejor suerte pero eso habla de lo desdichado que es este país y no del error de su concepción. La muerte de ese luchador querible fue una gran tristeza en una semana en que la política generó más esperanzas que pesares.

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