Mié 11.06.2003

EL PAíS  › OPINION

Vergüenza ajena

› Por Mario Wainfeld

La propuesta del Presidente de cambio de reglas –en verdad, de retorno a las reglas constitucionales– con relación a la Corte Suprema obviamente alude a Julio Nazareno. Si de honrar a la normalidad y a las reglas se trata, Nazarenos nunca más. Pero debería agregarse que tampoco habrá cabida para supremos como Juan Carlos Maqueda si lo que se busca es un futuro con independencia de poderes, transparencia en las designaciones y no partidización de la Justicia.
El actual presidente del tribunal, por sus calidades humanas y técnicas, por el modo en que fue designado, por su desempeño, es el vero ejemplo de lo que no debe repetirse. Pero (de modo menos estentóreo) Maqueda –que pasó sin escalas de la presidencia del Senado a un despacho en Tribunales, merced a un nombramiento que no se sometió a ningún debate público, con cero participación de la sociedad civil, colegios profesionales u ONG, sin ningún otro ámbito de cocción que la Casa Rosada– tampoco personifica el modelo de integrante de la Corte en un país deseable, a fuer de normal.
La carta que Maqueda dio a publicidad ayer le hace nulo favor a la institucionalidad. El supremo más reciente se indigna por la falta de pergaminos de Nazareno para estar donde está. Es llamativo que esa indignación detone justamente ahora, cuando el Gobierno ha resuelto no tolerar más las transas con la Corte. Maqueda ha estado casi seis meses en el cuarto piso del Palacio de Justicia y Nazareno, que se sepa, no ha agravado especialmente su (in)conducta en ese lapso. Maqueda vivió en tregua con Nazareno mientras el Ejecutivo lo estuvo. Nada de independencia, nada que no huela a oportunismo político, nada que no parezca un calco de lo que siempre pasó entre la Corte y los ejecutivos de turno.
El ex senador Maqueda dice en su misiva haber padecido vergüenza ajena. Cabría preguntarle qué sensación cree que obró su designación, su silenciosa convivencia con Nazareno durante meses y su peculiar ruptura de ayer. Sin dejar de señalar, apenas como nota al pie, que el descomedido estilo verbal de Nazareno ante los medios, que encoleriza al supremo delasotista, es el menor de sus pecados en función y no el más grave.
Es de desear que Nazareno y otros varios gerontes desacreditados que lo acompañan den un paso al costado o sean corridos de sus cargos mediante los mecanismos constitucionales. Podrá decirse entonces que un pasado ominoso empieza a quedar atrás y a pensarse (algo inusual en la Argentina reciente) en que el futuro será mejor. Maqueda, aunque su operación de ayer pretenda camuflarlo, es el último cortesano de ese pasado a abolir y no el primero de ese futuro a inaugurar.

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