EL PAíS
› OPINION
Sensaciones
› Por J. M. Pasquini Durán
El episodio entre el Ejecutivo y la Corte Suprema es apenas la arista más visible, por escandalosa, de un conjunto de gestos gubernamentales que por su capacidad de sorpresa tomó desprevenidos a propios y ajenos.
La prueba más contundente estuvo dada por los inéditos elogios que Hebe de Bonafini le dispensó a Kirchner, no necesariamente porque el jefe de Estado no se los merezca tan temprano sino por provenir de una figura que jamás vertió halago alguno a un dirigente de la política tradicional. Y fue ella misma quien se encargó de aceptarlo. De ahí para abajo, todas las críticas que quieran efectuarse a los hechos y medidas dispuestos por el Presidente no irán en perjuicio del mérito de estar pegando siempre primero y, hasta ahora, de no hacerlo por (la) derecha. Por lo pronto, ya nadie se acuerda de Menem, ni del 22 por ciento de los votos, ni de los condicionamientos del aparato duhaldista.
Hay quienes sospechan y hay quienes se prendieron sin más ni más a este exitismo súbito, bien argentino. Pero lo que nadie puede negar es que –por lo menos en estas primeras semanas– Kirchner demostró ser mucho o bastante más vivo que lo esperado. Al descabezamiento de los dinosaurios castrenses lo siguió la ofensiva sobre las cabezas policiales y la creación de esa criatura conjunta de federales y bonaerenses, a la que habrá de verse andando aunque ya sin mella de, también en eso, haber primereado en el momento justo. Le ofreció la Rosada a piqueteros, organismos de derechos humanos y gremiales. Le avisó a la CGT que se va a acabar la central sindical única y mandó abrir los archivos de la SIDE para hurgar en el atentado a la AMIA. Todo eso, junto con la resolución bien que parcial pero veloz de los conflictos docentes más dramáticos, congela la combatividad por izquierda, que se siente descolocada. Y a la derecha personificada en Beliz la mandó de cabecera de playa para desembarcar contra la Corte Suprema. Muy vivo, en realidad: el ministro de Justicia es un tipo de la Iglesia, y el metamensaje es entonces que le juega a la corporación de los supremos (y a los intereses mafiosos sucedáneos) con una corporación de volumen semejante. Usar la cadena nacional para contestarle a Nazareno fue una actitud sobreactuada, pero tampoco eso quita que supo montarse con efectividad en el humor popular. Ayudado, desde ya, por la figura repulsiva del presidente de la Corte (lo cual es un problema de Nazareno y no de Kirchner). Igual sentido de mero efectismo puede atribuirse a la rebaja en las tarifas de los combustibles, que en el bolsillo significa un chiste de mal gusto y en la simbología otra viveza en el instante adecuado. A Barrionuevo y a sus laderos en el PAMI también los tomó por sorpresa, visto que intentan resistir en la guarida hasta el último segundo.
A esta altura, que por un lado no es nada y por otro no es nada menor atento la cantidad de disposiciones acumuladas, caben de mínima una advertencia y tres suposiciones que derivan de ella. La avanzada de Kirchner tiene dirección progresista, en los marcos (por si fuera necesario aclararlo para los despistados que nunca faltan) de un gobierno que no aspira a ninguna revolución, ni como procedencia ni como destino. Y también, es comprobable que las medidas dispuestas no alcanzan al poder económico. Son, por usar un convencionalismo, aspectos que tratan de la institucionalidad republicana. Fuerzas Armadas, administración de justicia, policía, integración de órganos de seguridad social, aparatos de inteligencia. Casi nada se habla todavía de salarios, empleo, trabajo, precios, tarifas. Es presumible que en semejantes cuestiones haya cierta “permanencia del veranito”, siempre entendiendo por tal cosa una hibernación del descenso de la calidad de vida de la clase media, más pobreza e indigencia, tras el alucinante ajuste sufrido. Pero en algún momento reaparecerá la puja por el ingreso, como toda la vida, y corresponde insistir en que será recién allí donde se aprecie la verdaderaetiología de este gobierno. Hasta entonces, hay las tres cosas que se pueden suponer.
Una es que el apoyo popular buscado y encontrado en estas semanas (y que seguramente se intentará profundizar en las próximas) tenga el objeto de llegar con la mayor de las fuerzas al enfrentamiento con los dueños de la economía. La otra, que no hay perspectiva de ninguna batalla, siquiera, y que por lo tanto estamos ante una sucesión de escenas de maquillaje capaces de amortiguar otra desilusión. Esta segunda suena bastante estúpida, no en su carácter de suposición como tal sino como idea misma. Después de todo lo que vivió este país en los últimos años, parece ridículo imaginar que el descabezamiento de cúpulas castrenses, o una guerra contra la Corte, o un combate en el PAMI, o sus símiles, sean entretenimientos efectivos si los bolsillos siguen escuálidos.
La tercera suposición es que el gobierno presuma que no tendrá que enfrentarse con los directores y los gerentes que devastaron la Argentina, en tanto “el veranito” habría llegado para quedarse durante largo tiempo porque el ajuste ya fue hecho. Sería otro craso error (así sea a mediano o largo plazo), entre otros motivos porque no se tomaría nota de la crisis y las apetencias norteamericanas ni de las características de nuestra derecha, pero sobre todo una enorme injusticia: el terremoto de la rata dejó un 60 por ciento de argentinos pobres o menos que eso, y es gente que no quiere ni debe seguir esperando.
Estas hipótesis y factores invitan a definir esta etapa como de acción, tensión y reposo. En el orden que se quiera, pero todo a la vez. Hay tantas gratas sorpresas como grandes preguntas. Y debería haber la convicción popular de seguir acompañando lo que está bien, sin prejuicios ideológicos, junto con una mirada atenta capaz de no relajarse ni un minuto.