Sáb 14.06.2003

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

De la Argentina zapping a un proyecto de país

› Por Luis Bruschtein

Cuando se hace zapping, el dedo y el cerebro van a velocidades diferentes. El dedo va más rápido que el rayo. Puro movimiento. El cerebro tiene que entender las imágenes que se suceden y va más lento. Argentina es un país zapping. Las cosas pasan más rápido de lo que la gente demora en entenderlas. El mismo Néstor Kirchner se estaba preparando para gobernar en el 2007, pero la historia hizo zapping y llegó cuatro años antes. O sea que además de gobernar ahora tiene que desarrollar también lo que pensaba hacer en ese tiempo: consolidar el respaldo político, social y económico y sentar las bases de un proyecto de país.
En pocas semanas se ganó la simpatía de la gente con una serie de medidas que lo mostraron más inclinado a escuchar a los ciudadanos que a dejarse arrinconar por la puja de intereses creados en distintos sectores de influencia, desde las Fuerzas Armadas hasta la Corte. Pero en los próximos meses habrá elecciones legislativas y para mandatarios provinciales en todos los distritos. Estos comicios renovarán la distribución del poder político entre los partidos y en el seno del justicialismo, donde la corriente interna del Presidente es una expresión minoritaria. Además del respaldo que obtuvo por alianzas, y la necesidad de consolidarlas, para Kirchner es fundamental ampliar su pequeño grupo de parlamentarios afines y fortalecer su corriente que, por afuera de Santa Cruz, apenas había logrado un mínimo desarrollo en la Capital y en la provincia de Buenos Aires.
Las elecciones que se harán entre agosto y septiembre en todo el país –con la que ya se realizó en Córdoba– serán las primeras legislativas desde la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. Si se hubieran realizado junto con las presidenciales hubieran permitido una renovación más clara del escenario político. El desdoblamiento dejaba prisionero del viejo esquema al nuevo presidente por seis meses. Pero el menemismo y el radicalismo, las dos fuerzas parlamentarias de mayor peso en ese esquema, fueron muy castigados en las presidenciales y perdieron capacidad de presión real. Kirchner no quedó prisionero de ese esquema, pero el mecanismo de alianzas internas por un lado y la forma aluvional, si se quiere, en que obtuvo su caudal electoral, lo pusieron frente a otro dilema.
El problema es que al no contar con una fuerza propia con un mínimo desarrollo en todo el país, los votos que reciba para apoyar su acción de gobierno desde el Parlamento estarán mediatizados por las estructuras ya existentes. Y el Partido Justicialista viene de una inercia que fue incapaz de poner un contrapeso al menemismo. Podría decirse más bien que una gran parte de lo que existe en el PJ en todo el país se sumó en forma incondicional al proyecto neoliberal y es dudoso que ahora se incorpore de manera militante al proyecto contrario. Se dice que las bases peronistas no votaron por ideología al menemismo sino por el peso de su identidad histórica, pero en las estructuras que encauzaron ese voto sí se dio un proceso de mutación política que se mantiene a pesar de los esfuerzos de maquillaje. Aunque la derrota de Carlos Menem y su reemplazo en la conducción partidaria por un cuerpo de gobernadores en la Comisión de Acción Política fueron pasos importantes, el proceso natural de depuración en el justicialismo apenas empieza y Kirchner necesita desde ahora respaldo partidario y legislativo confiable para su acción de gobierno.
Tras las elecciones, el panorama del PJ no es tampoco el de una fuerza homogénea enrolada detrás de un proyecto común de algún tipo, sino que, a pesar de que ganó uno de sus candidatos, es el partido que recibió ese triunfo con mayor desconcierto. Un sector de esa dirigencia que participó en la alianza electoral tiende a sumarse al proyecto presidencial. Pero en general, sin ninguno de los liderazgos que se proyectaban como posibles antes de las elecciones –Carlos Menem, Eduardo Duhalde o Carlos Reutemann–, el partido es un archipiélago de caudillos regionales y sectoriales que ante el ascenso de la imagen pública del Presidente sólo atinan a reacomodarse a la espera de un horizonte más claro y en definitiva más acorde con la modalidad de los últimos años. En esas aguas aceitosas se mueven los operadores presidenciales, haciendo pesar la popularidad que ganó Kirchner para concertar alianzas que les permitan insertar hombres propios en las listas de candidatos. Es una ingeniería engorrosa pero obligada, para instalar el liderazgo del santacruceño en el justicialismo. Las elecciones de Córdoba mostraron que tienden a desaparecer o perder fuerza las opciones presentadas por el menemismo y Adolfo Rodríguez Saá. Si el electorado justicialista no se divide como en las presidenciales, tendrá un caudal muy superior a las otras fuerzas.
La otra vertiente son los independientes, aquellos que lo votaron masivamente sólo para impedir el retorno de Menem y que ahora se muestran entusiasmados con ese voto, pero que están por afuera del PJ. Una pequeña porción es de peronistas decepcionados que volvieron a votar al PJ después de muchos años. Pero la mayoría son no peronistas que en otro contexto hubieran optado por Elisa Carrió. En elecciones legislativas el voto ya no tiende a polarizarse, sino que se dispersa con un sentido más principista. Para Kirchner ese voto independiente tiene una importancia cualitativa porque es el voto movimientista. Sería la expresión más clara de que se trata de un fenómeno nuevo que no responde a la vieja política. Pero los desprendimientos del Frente Grande y otros agrupamientos que lo acompañaron en la campaña no llegaron a afirmarse lo suficiente como para garantizar la captura de esa corriente de simpatía a su favor y lo más probable es que se divida entre candidaturas independientes o las que impulsen Carrió y Aníbal Ibarra. De todas maneras, esa dispersión pesará necesariamente para crear un ámbito de encuentros y alianzas entre los dos dirigentes del centroizquierda y el liderazgo que pueda alcanzar Kirchner en el justicialismo, lo que, en conjunto, puede llegar a conformar una base de sustento contundente para un proyecto popular.
El proyecto es el otro problema. El estilo Menem de conducción fue poner la fuerza política que encabezaba y los resortes de decisión del Estado que presidía al servicio de las fuerzas más crudas del proceso económico. Fue estatista en el más puro sentido liberal. Pero la intervención de la política y el Estado fue a favor de los poderosos.
El respaldo que puede aglutinar Kirchner no podrá orientarse para hacer la plancha y que el país se reordene a partir de esa especie de darwinismo económico donde sólo tienen espacio los más poderosos. No sería la vuelta al modelo porque no están dadas esas condiciones, pero sería nuevamente proyectar una sociedad con profundas desigualdades, hambre y exclusión social.
Uno de los datos principales para apartarse de ese camino es la consolidación del Mercosur. La integración al ALCA se puede discutir en términos ideológicos. Pero aún cuando no se vea una limitación ideológica y se la plantee en términos estrictamente comerciales, es imposible pensar que en las condiciones que tiene la Argentina en este momento, ese ingreso no sería desastroso. La posibilidad concreta de crecer con racionalidad está en el Mercosur. El encuentro de Kirchner y Lula en Brasil, esta semana, apunta hacia allí y demuestra una decisión política fuerte en ese sentido.
Cuando asumió, Kirchner señaló en su discurso que la problemática social no se arregla con políticas asistenciales sino con la economía. Un dato en ese horizonte será la importancia que se le asigne al mercado interno y la forma en que se lo estimule desde el Estado. Líneas de crédito para la producción, desarrollo de obras públicas y fortalecimiento de los salarios son algunas de las formas que expresarían esa tendencia. El Estado argentino no está en las mejores condiciones para hacerlo, aunque poco después de asumir se anunció la realización de obras públicas por seis mil millones de pesos y esta semana se volvió a anunciar la construcción de una autopista y obras hidráulicas en la provincia de Buenos Aires.
El país zapping donde los cambios espasmódicos de escenarios parecen ir por delante de la razón tendrá que dar paso al país proyectado, una Argentina donde el pensamiento y la voluntad política de sus habitantes, expresada en forma democrática, anteceda a los hechos y los genere en forma consciente.

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